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Francois Fillon, candidato del partido Republicano a la elección presidencial francesa de 2017, el 23 de enero en Berlín, Alemania. Foto: Rainer Jensen, AFP

Fillon, el candidato de la derecha francesa que busca restaurar los valores tradicionales en el Estado y la familia

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La nominación del ex primer ministro François Fillon como candidato de la derecha para las elecciones de 2017 en Francia fue una sorpresa en las elecciones primarias del partido Los Republicanos. Y no porque no calificara para el trabajo: con casi 40 años de carrera política, era uno de los aspirantes más experimentados. Sin embargo, nadie lo vio venir, confiando en unas encuestas que -como tantas veces en 2016- se equivocaron.

Fillon, de 62 años, entró en política en 1976 como ayudante parlamentario del diputado Joël Le Theule, que fue ministro en la Francia de Charles de Gaulle y que, además, era amigo de su madre. En 1980, Fillon fue elegido concejal municipal de la comuna de Sablé-sur-Sarthe tras la muerte de Le Theule, a quien considera su “mentor político”. Un par de años después fue electo alcalde de esta región, cargo que ocupó hasta 2001. En paralelo, a los 27 años Fillon se convirtió en el diputado más joven del Parlamento francés y, desde ese momento, no paró de escalar. Fue después senador y ocupó el cargo de ministro de Educación en dos ocasiones: durante el gobierno de François Mitterrand y durante el de Jacques Chirac. En 2007 llegó a ser el primer ministro del gobierno de Nicolas Sarkozy. Un dato no menor: a pesar de no llevarse muy bien con el entonces presidente, se mantuvo en ese cargo durante los cinco años de mandato, algo bastante excepcional en el país.

Desde que abandonó ese puesto, en 2012, se dedicó a cultivar un perfil bajo como legislador. Pero este año se animó a dar un paso más y se postuló como candidato del partido de derecha Los Republicanos de cara a las elecciones previstas para abril. Fue desde el principio uno de los aspirantes menos populares. Competía nada menos que con su ex jefe Sarkozy -el fundador del partido- y con Alain Juppé, un ex primer ministro, cinco veces ministro y actual alcalde que partió como favorito en todas las encuestas representando al ala más moderada de la derecha. Por el perfil ultraconservador de Fillon, su competencia directa era especialmente Sarkozy. Cuando faltaba un mes para las elecciones primarias, los medios franceses ya daban por hecho que la segunda vuelta la disputarían el ex presidente y Juppé.

En ese entonces, los sondeos ubicaban a Fillon en el cuarto lugar. Nadie imaginó que el político, con una agenda más conservadora y nacionalista -que él mismo calificó de “radical”-, arrasaría en las dos vueltas de las primarias. En la segunda, que lo enfrentó contra Juppé, triunfó con 67% de los votos. Las encuestas no pudieron captar la tendencia de los electores de la derecha a buscar un candidato con propuestas duras, ultraliberal en lo económico y de perfil conservador y religioso en lo social. Frente a la candidatura moderada de Juppé, que aparecía como favorito desde el principio, Fillon plantea una reforma económica liberal de fondo, inspirándose -según sus propias palabras- en aquella que hizo Margaret Thatcher en la Inglaterra de los años 80.

“Voy a asumir un desafío inusual para Francia: decir la verdad y cambiar por completo su software”, dijo el día que ganó. Ese cambio que propone implica reducir las competencias del Estado, suprimir 500.000 puestos de trabajo públicos, cortar el gasto dedicado a la salud, aumentar el tiempo de trabajo de 35 a 39 horas semanales en el sector público y promover los valores de la familia tradicional. Todo con una fuerte impronta nacionalista, basada en un discurso que incluye una visión cultural xenófoba y un ataque implícito a la población musulmana francesa, que adquirió más fuerza después de la seguidilla de ataques yihadistas que vivió Francia desde noviembre de 2015.

En un discurso que pronunció en campaña, Fillon dijo que la comunidad musulmana es la única que causa problemas en su país. “No quiero decirles más que hay que luchar contra 'las comunidades'. En realidad, no hay 'comunidades'. No hay comunidad católica que amenace la república francesa. No hay comunidad protestante que amenace la república francesa. No hay comunidad judía que amenace la república francesa [...] Hay sólo un problema, y es el del ascenso del fundamentalismo en el seno de la comunidad musulmana, y ese es el problema que tiene que ser arreglado”. Agregó: “Vamos a endurecer lo que llamamos las 'leyes de la laicidad'. Eso significa que vamos a reducir la libertad religiosa de millones de franceses, católicos, protestantes, judíos, etcétera, para resolver un problema que no los involucra y que concierne sólo a los musulmanes”. El lunes, en una visita a Alemania, Fillon dijo que Francia tiene seis millones de desempleados, por lo que “no puede asumir más refugiados”.

Ese discurso nacionalista también incluye cierto euroescepticismo: en más de una ocasión Fillon, que se opuso al Tratado de Maastricht -uno de los tratados fundacionales de la Unión Europea (UE)-, se mostró contrario a un europeísmo que él considera que amenaza los intereses nacionales de los franceses.

Para conquistar al electorado católico más conservador, Fillon se ha pronunciado a favor de abolir la ley que permite que las personas homosexuales se casen y adopten hijos.

Durante la campaña, Juppé lo acusó de ser “extremadamente tradicionalista” y “retrógrado”. Él le respondió: “Yo defiendo unos valores, y no tengo que excusarme por hacerlo: son el de la familia, la autoridad del Estado y el amor al país. Quizá queden anticuados cuando se defienden en un estudio de televisión, pero en los corazones de los franceses no están nada pasados de moda”. Cuando fue cuestionado por sus rivales por el tinte religioso de su propuesta de gobierno, Fillon aseguró que sabe separar fe y política. “Pero tengo un compromiso religioso, tengo una fe, y no aceptaré que el Estado me impida practicarla”, advirtió.

Fillon nació en Le Mans, una localidad del noroeste francés que es capital del departamento de Sarthe, en el seno de una familia con plata. De niño se educó en colegios jesuitas, donde tuvo los primeros contactos con la religión. Después se mudó a París para estudiar derecho público. Allí conoció a su esposa, la galesa Penelope Clark, con la que se casó dos veces -en Francia por civil, en Gales por iglesia- y tuvo cinco hijos. Fue junto a ellos que en 2009, dos años después de asumir como primer ministro, visitó al papa Benedicto XVI. En ese viaje dijo que la “separación fundamental de la iglesia y el Estado” que existe en su país “no debe impedir” que haya un “diálogo” entre ambas partes.

Parecido no es igual

Si el impulso de Fillon fue una sorpresa, el avance de la extrema derecha francesa, con Marine Le Pen como candidata por el Frente Nacional (FN), fue todo lo contrario. Y como el gobernante Partido Socialista, el otro gran rival de Los Republicanos, vivió una estrepitosa caída en el último año, todo hace prever que el futuro presidente de Francia será de derecha o de ultraderecha. De hecho, los sondeos respaldan esta hipótesis, ya que visualizan la segunda vuelta de las presidenciales como un duelo seguro entre Le Pen y Fillon. De ahí la importancia que tenían las primarias de Los Republicanos. Fillon, entonces, se enfrenta al desafío de derrotar a Le Pen, que viene ganando terreno hace tiempo.

A la formación ultraderechista y xenófoba no le convenía competir contra Fillon, el candidato más radical de Los Republicanos, que podría atraer al mismo electorado con propuestas similares en temas centrales como, por ejemplo, la inmigración. Días después de que el ex primer ministro ganó las primarias, la diputada del FN Marion Maréchal Le Pen -sobrina de Marine- dijo que Fillon planteaba “un problema estratégico” y que era “peligroso” para su partido. De todas formas, se mostró confiada en que su organización política recibirá el apoyo de la gente que no vive en las ciudades.

Por el momento, la pulseada la va ganando Le Pen. A fines de diciembre, un ranking de las personas más populares de Francia, publicado por el diario Le Journal du Dimanche, ubicaba adelante a la líder de extrema derecha -aunque en ningún caso fueron los más votados: ella quedó en el puesto 37 y él en el 42-.

Por otro lado, una encuesta del instituto Odoxa publicada el 23 de diciembre sugirió que existe una fuerte oposición a muchos de los planes de Fillon. Por ejemplo, 80% de los consultados rechazó su propuesta de restringir la financiación de los servicios médicos, 62% se mostró contrario a los recortes de puestos de trabajo públicos y 59% se opuso a su llamado a estrechar los lazos con Rusia -en noviembre, Fillon defendió el fin de las sanciones europeas contra Moscú, una postura contraria a la de la UE-. Antes de las primarias de la derecha, el propio presidente ruso, Vladimir Putin, dijo tener “una muy buena relación personal” con Fillon.

La promesa de “cambio” de Fillon puede resultar ambigua, si se tiene en cuenta que proviene del establishment francés. El hecho de que tenga una carrera política tan extensa y haya sido primer ministro durante la cuestionada presidencia de Sarkozy le pone un límite a su intento de presentarse como una novedad. En ese sentido, Le Pen y Benoît Hamon -que se perfila como el ganador de la segunda vuelta de las primarias socialistas, que se celebra el domingo- se disputan el rol de la alternativa a la política tradicional y la capitalización del descontento con la crisis económica y social francesa.

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