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Luis Lazo, María Julia Muñoz, Raquel Lejtreger, Gastón Grisoni y Javier Olascoaga, ayer, durante el acto en los accesos al ex penal de Libertad. Foto: Federico Gutierrez

Otra Memoria al viento

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Memorial de Libertad: arquitectos evocan el penal de presos políticos y re significan el lugar.

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Amanda, recordada guardia cárcel del penal de Libertad, no veía mujeres: veía números. Número de cédula de la visita, de preso y de cabina. Tras su tono prepotente marchaba la joven Raquel Lejtreger, obediente, callada, con el zumbido del viento y la humedad en todo su cuerpo. El vidrio de la mampara, el teléfono gris verdoso con un cable cubierto por un espiral metálico, los policías y Amanda. Sólo así, intervenida, la dejaban hablar con su padre.

UNO El dentista Alejandro Lejtreger vestía traje ambo incluso en su apartamento. En su tiempo libre escuchaba música clásica y ojeaba libros de pintura. Apresado por la dictadura en 1977, marchó al penal de Libertad cuando los militares lanzaron la Operación Morgan, la cacería de los comunistas que permanecían en el país, tras cuatro años de un regimen plomizo. Estuvo desaparecido dos meses. La primera vez que Raquel lo vio, en agosto de 1977, tenía los lentes rotos, no veía bien. “Era como si tuviera 40 años más”, recuerda ahora. Cada 15 días, después de haber cumplido 13 años, lo visitó cada miércoles de mañana, hasta 1981, cuando salió, con el corazón literalmente estropeado por la tortura.

En la cabina, donde Amanda ordenaba los números y se amargaban hasta las más resistentes, a Raquel la gente le guiñaba un ojo, le hacía una mueca de cariño. Ella se recuerda como una niña grande. Cuando cumplió 15 años recibió regalos de personas que conocería después. Con algunas cultivó amistad y confianza. Durante los años de plomo se ayudaban a cargar trastos, niños, bajar o subir al ómnibus o festejar un cumpleaños.

DOS Casi tres mil personas pasaron por esa cárcel inaugurada para presos políticos, meses antes del golpe de estado en junio del 73, bajo el eufemístico nombre de “penal de Libertad”. Uno de ellos era el arquitecto Luis Olascoaga. De familia blanca y católica, en su juventud se hizo comunista. En 1975 la Operación Morgan primero lo succionó, luego lo apresó en varios cuarteles y después lo depositó en el penal de Libertad, la cárcel inaugurada entre clarines, platillos y penachos rojos para albergar a las víctimas del golpe: los trabajadores organizados.

Al otro lado de la mampara, sus dos hermanas fueron el sostén contra los tratos degradantes y el encierro arbitrario. Javier, su hijo, acompañaba a las tías y era especialmente cuidadoso con su hermana pequeña, porque era la que pasaba peor. La segunda imagen que evoca de aquellos tiempos es la de una madre y sus cuatro hijos entre la fila de mujeres cargadas de alimentos y ropa. Una de esas niñas era Raquel. Años después, en la Facultad de Arquitectura, Javier y Raquel se reconocieron y compartieron tareas de militancia estudiantil.

En los años de la dictadura, habían compartido la intemperie y el runrún del viento en un patio que hacía de sala de espera. Ahí aguardaban paraditos. Quietos, sin hablar. Raquel recuerda el silbar del viento entre aquellos visitantes silentes que no se podían apartar un pelo del guión, so pena de quedarse sin visita. Nunca olvidará los pasos de aquellas filas marchando hacia su afecto enrejado.

TRES Ayer volvieron al penal para plantar al viento un plumerillo rojo donde la Ruta 1 se abre para entrar al penal de Libertad. No quisieron poner una piedra fundamental, sino algo luminoso, algo memorioso, algo para adelante, algo al viento, a otro viento.

Los arquitectos Javier Olascoaga y Raquel Lejtreger se habían vuelto a reunir por tercera vez. Esta vez, para presentarse al concurso que construirá el espacio Memoria del Penal de Libertad. Ganaron. Por eso, en el lugar habrá una plaza con un paseo de 15 metros entre penachos rojos al viento y también cina cinas amarillas. Construirán un banco, también de 15 metros de largo, que acompañará el camino de las flores y desembocará en una puerta entreabierta de 15 metros de alto. Es otra marca de memoria que Crysol, el grupo de presos políticos, y las autoridades políticas del país colocan para rememorar y cumplir con la ley de reparación integral a los presos en dictadura. Esa gran puerta entreabierta llevará 2.872 nombres de personas que padecieron en el penal durante los tiempos dictatoriales. La reconstrucción de la lista llevó su tiempo y seguramente haya que agregar muchos nombre más, dice Raquel.

“La cina cina, por su forma, recoge la memoria del viento, que se concentra en ese sitio y que todos tenemos muy presente. Quisimos resignificarlo en otro viento, un viento más hacia el futuro”, cuenta con la emoción y ojos hinchados. “Volvimos a ver el lugar, a rememorar cosas. El viento, la caminata que se hacía para entrar al penal, la fila de madres... Fue removedor. La imagen de la puerta es rígida pero expresa apertura. La puerta sola en el paisaje habla de la resistencia de quienes estaban adentro y quienes estaban afuera apoyando. Habla de ese aferrarse a lo que hay y seguir a pesar de todo”, dice.

En la puerta habrá una ventana. “En esa ventana queríamos significar los sueños de los que estaban adentro, y su vigencia. Como testigo de que seguimos pensando en un futuro como el que ellos pensaron”, dice Olascoaga, que proyecta el espacio de memoria como una puerta que se abre a la libertad, a la camaradería de aquellas filas y su solidaridad, al futuro, a la memoria “y a marcar un camino”, hacia adelante.

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