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Durante la conferencia de prensa de Jair Bolsonaro el 11 de octubre en Río de Janeiro, legisladores y miembros del Partido Social Liberal (PSL) imitan el conocido gesto de disparar con un arma de su líder.

Foto: Mauro Pimentel

Bolsonaro se acerca a la presidencia de Brasil

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El petista Fernando Haddad busca un viraje que aún puede sorprender.

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Un verdadero terremoto ha estremecido Brasil: surgió un líder inusitado y quedaron entre los escombros importantes grupos de la política nacional. Jair Bolsonaro, el ex capitán del Ejército que no pasaba de ser un parlamentario folclórico y poco influyente, se perfila como futuro presidente de un gigante mutilado. El Partido de los Trabajadores (PT), una de las principales fuerzas de la izquierda continental, ha sobrevivido a la primera ronda, pero tendrá que estirarse mucho para quitarle el dulce de la boca al ahora favorito.

Después de casi llevarse la elección en primera vuelta el domingo pasado –terminó la jornada con 46% de los votos, frente a 29% del petista Fernando Haddad–, Jair Bolsonaro ha comenzado la nueva fase con una robusta ventaja de 16 puntos, según la encuesta de Datafolha, que indica que el ultraderechista parte al ballotage con 58% de las intenciones de voto, mientras el filósofo, heredero político de Luiz Inácio Lula da Silva, tiene 42%.

Mauro Paulino, director de Datafolha, ve muy difícil que Haddad consiga un cambio tan grande en el corto tiempo que tiene hasta el 28 de octubre. “Una ventaja tan grande nunca fue revertida en una segunda vuelta”, explica el especialista que, sin embargo, no lo considera imposible.

Fabio Luis Barbosa dos Santos, historiador y autor de Além do PT. A crise da esquerda brasileira em perspectiva latino-americana (Más allá del PT. La crisis de la izquierda brasileña en perspectiva latinoamericana), ve la ascensión de Bolsonaro como la respuesta de una sociedad asustada. “Quien está sin trabajo tiene miedo del hambre, y quien trabaja, tiene miedo del desempleo. Todos tienen miedo de la violencia, y también miedo de la policía”.

Para la crisis económica que vive Brasil, Bolsonaro ofrece acabar con la desfachatez, cortar ministerios y el número de cargos públicos. Suena bien hasta que salen a la luz ideas como juntar en un solo ministerio al medio ambiente con los terratenientes, o liberar el uso de armas, para combatir la violencia endémica, que mata más de 62.000 brasileños al año.

“En un contexto de desprestigio de las formas colectivas de lucha, Bolsonaro promete el orden por la truculencia. Como Trump en Estados Unidos, Erdogan en Turquía, Shri Narendra Modi en India, el uribismo en Colombia o el fascismo en Italia, todos actualmente en el poder. Por lo tanto, Bolsonaro no está solo. Es una tendencia, no una aberración”, dice el historiador, que es también especialista en relaciones internacionales.

Jair Bolsonaro, el presidente del Partido Social Liberal Gustavo Bebianno (der.) y Flavio Bolsonaro (izq.), senador electo en Río de Janeiro, el 11 de octubre, durante una conferencia de prensa.

Foto: Mauro Pimentel, AFP

Barbosa dos Santos ve en la retaguardia de Haddad una especie de agonía lulista, simbolizada por Lula da Silva –preso desde abril acusado de corrupción– y la dirección del PT, que insistió en una campaña dura y encontró dificultad para captar los cambios de la sociedad brasileña. “Para la derecha, está claro desde junio: el tiempo del neoliberalismo incluyente acabó. Caminó de la conciliación hacia la guerra de clases”, dice refiriéndose a la fórmula de los años Lula (2003-2011), que agradaba al mercado a la vez que atendía a los más pobres con programas sociales.

El catedrático de la Universidad Federal de San Pablo ve dificultades para cualquiera de los candidatos que llegue al Palacio del Planalto. “Si Haddad vence, será un problema gobernar. ¿Cómo convencer a quienes embarcaron en el impeachment de Dilma Rousseff y la prisión de Lula a aceptar que todo eso desemboque en Haddad?”, se pregunta en relación a la dificultad construida por el antipetismo, que no le permite cerrar alianzas. Entre los candidatos perdedores, que han declarado que no votarán a Bolsonaro, ninguno quiere comprometerse con Haddad y el PT.

“Si vence Bolsonaro, será un problema para los gobernados. Su base entre poderosos es frágil, su rechazo popular es alto y su índole, imprevisible. La pregunta es: ¿quién disciplinará al disciplinador?”, apunta el historiador. “Cualquier gobierno que llegue será necesariamente inestable, como fue el de Fernando Collor de Mello”, compara, recordando al ex presidente electo en 1990 con un partido pequeño y de apoyo frágil, que fue destituido en 1992.

Mientras Bolsonaro está más vivo que nunca y con más chances de vencer, Haddad busca desafiar a los indicadores para volver a sentar a su partido en la silla que ya fue de Lula. Para ello, tendrá que despegarse de la imagen de corrupción del PT, y dejar de repetir un gesto considerado arriesgado: el de visitar a Lula en la cárcel, como hizo el lunes siguiente a la elección. Para cambiar esa percepción, el partido ha redibujado sus símbolos de campaña, retirando el nombre de Lula y modificando el tradicional rojo del partido por el verde amarillo de la bandera.

El otro reto de Haddad es enfrentarse a un candidato que se recupera de una puñalada que casi lo mata, pero que también lo ha preservado, de su discurso intolerante y sus frecuentes metidas de pata. Apoyado en sus boletines médicos, Bolsonaro ya insinúa que no participará de debates con Haddad, a quien llama “ventrílocuo de Lula”. “Voy a debatir en la enfermería si es necesario”, retruca el petista al oponente que se le escapa.

Ataques bolsonaristas

La victoria parcial del ultraderechista, que tiene entre sus principales propuestas la liberación del porte de armas, ha inflamado una militancia proclive a la violencia que ha salido de cacería contra sus adversarios. Desde el fin de la primera ronda de la elección, la prensa y las ONG han registrado una serie de ataques graves, especialmente contra mujeres, negros y personas LGBT.

Un estudio de Agência Pública, realizado en conjunto con la organización internacional Open Knowledge, registró por lo menos 70 ataques entre el 30 de septiembre y el 10 de octubre, la gran mayoría de ellos realizados por bolsonaristas.

El mismo domingo de la elección, el capoerista Romualdo Rosário da Costa, de 63 años, más conocido como Moa do Katende, fue asesinado con 12 puñaladas en un bar de Salvador, en Bahía. Al ser detenido, el asesino confesó que lo había matado por ser petista. En el otro extremo del país, en Porto Alegre, una joven que no ha sido identificada, fue atacada por una pandilla por llevar una bandera del arcoíris y vestir una remera con la frase “Ele Não” (Él no), usada por los opositores a Bolsonaro. Además de darle una paliza, los agresores le marcaron una esvástica en el torso con una navaja.

En San Pablo, hinchas del Palmeiras provocaron a sus rivales en una estación de metro gritando en coro: “Ey, maricas, tengan cuidado, Bolsonaro va a matar afeminados”. El club repudió la actitud homofóbica, así como llamó la atención de su jugador Felipe Melo, que hace un par de semanas le dedicó un gol al ídolo derechista.

Otro caso que tuvo mucha repercusión ocurrió en Río de Janeiro, la ciudad desde la que Bolsonaro se proyectó en el ámbito nacional. Anielle, la hermana de Marielle Franco, la concejal izquierdista ejecutada en marzo con cuatro tiros en la cabeza, fue insultada cuando llevaba a su bebé a la guardería. Días antes de la votación, dos hombres que ahora son diputados, y el favorito a ganar el gobierno de Río, Wilson Witzel, todos bolsonaristas, despedazaron una placa de homenaje a la concejal que, siendo negra, lesbiana y de la periferia, se ha convertido en un símbolo de la resistencia contra la intolerancia.

Una integrante del grupo de capoeira sostiene un letrero en Salvador, Bahía, durante un homenaje a Moa do Catende, maestro de capoeira asesinado a puñaladas por un partidario de Jair Bolsonaro.

Foto: Arisson Marinho, AFP

La prensa es otra enemiga de los partidarios del presidenciable ultraderechista, principalmente en internet. La Asociación Brasileña de Periodistas de Investigación (Abraji) contabilizó 137 casos de persecución a periodistas en este año electoral, 75 en medios digitales y 62 de agresión física. Entre los agresores están figuras públicas que simpatizan con Jair Bolsonaro, y su hijo, Eduardo Bolsonaro, recién electo como el diputado más votado del país.

La más conocida de esas víctimas es la periodista de economía Miriam Leitão, del grupo Globo, que viene siendo hostilizada y perseguida después de criticar al candidato en la televisión por sus posiciones favorables a la dictadura y la tortura. Correligionarios de Bolsonaro invadieron las redes con una foto de Leitão –presa durante la dictadura–, inventando que había sido detenida por robar un banco con un revólver calibre 38. La foto había sido difundida por la propia Leitão, al contar en una entrevista detalles de su prisión, a los 19 años, víctima de vejaciones terribles, como ser encerrada desnuda, embarazada de su primer hijo, en una celda oscura al lado de una serpiente.

“Cuando el comandante gane la elección, la prensa morirá”, escuchó otra periodista, no identificada, en Recife, en Pernambuco, mientras estaba inmovilizada contra el suelo y amenazada de violación. En un relato a Agência Pública, la mujer de 40 años cuenta que se salvó cuando un conductor que pasaba por allí tocó la bocina, lo que espantó a sus agresores.

El propio Bolsonaro, que fue víctima de la violencia cuando lo apuñalaron en un acto de campaña hace un mes, recién tomó una posición más clara contra esa ola de ataques el miércoles, en una nota discreta en Facebook. “Descartamos cualquier relación con quien practica violencia contra electores que no me votan. A este tipo de gente le pido que vote nulo”, escribió, después de no haberle dado importancia a los ataques. “No tengo control sobre millones y millones de personas que me apoyan”, respondió, intentando ponerse al margen de un ambiente tenso.

Una nueva configuración política

En la elección del domingo pasado, el PT se debilitó, pero no fue derrotado. Además de pasar a la segunda vuelta, como en todas las elecciones desde la primera votación directa en 1990, ha sido también el partido que ha conquistado más escaños en la Cámara de Diputados –56 en total–, aunque perdió cinco representantes.

El PT sufrió derrotas simbólicas, como la de Dilma Rousseff y Eduardo Suplicy, ambos favoritos al Senado en Minas Gerais y San Pablo, sus respectivos estados, pero esas derrotas parecen pequeñas frente a lo ocurrido con grupos históricos del centro y la derecha, como el socialdemócrata PSDB, que cayó de 49 a 29 diputados; el MDB, de Michel Temer, que se desplomó de 51 a 34 parlamentarios, o el DEM, de 43 a 29.

En cambio, el Partido Social Liberal (PSL), que se ofreció a Bolsonaro en el último minuto, cuando ningún grupo se atrevía a jugársela por él, dio un salto impresionante, de 8 a 52 diputados. Con Bolsonaro se ha fortalecido la representación conservadora, la llamada BBB, sigla usada para Buey (ganaderos), Biblia (evangelistas) y Bala (militares).

Con ellos, aumentó también el número de diputados “folclóricos”, como el payaso Tiririca, reelecto para su segundo mandato, o, dentro del propio PSL, un príncipe de la extinta corona portuguesa, Luiz Phillipe de Orleans e Bragança, y un ex actor pornográfico, Alexandre Frota, que desafió el apego de los bolsonaristas por “la familia brasileña”.

El tsunami Bolsonaro arrastró a dos de sus hijos, que como él, son antiguos en el parlamento, pero irrelevantes antes de esta elección. Flávio Bolsonaro, de 37 años fue el senador más votado del país con 4,2 millones de electores en Río de Janeiro, mientras que su hermano, Eduardo, de 34 años, fue el diputado más votado del país, con 1,8 millón de votos.

Flávio y Eduardo, que ahora completan un poderoso clan, piensan como su padre: defienden la dictadura y la tortura, se oponen al casamiento gay y a las políticas especiales para afros. Por el caudal de sus sufragios, son los favoritos para ocupar, respectivamente, la presidencia de la Cámara y del Senado, cargos que son claves para apoyar o desestabilizar al próximo presidente, aprobando proyectos y definiendo pautas.

“La elección de los 52 diputados del PSL y de aliados de otros partidos que suman por lo menos 240 votos puede facilitar la gestión de Bolsonaro, si es elegido presidente de la República. Por otro lado, esa representación, aliada a diputados antipetistas, puede hacerle la vida muy difícil a Haddad”, explica Cleber Martins, director general de la consultoría española Llorente & Cuenca, en San Pablo, al hablar de un congreso fragmentado en 30 partidos.

En medio de un escenario desolador, Brasil eligió, el domingo, a la primera mujer indígena de su historia, la abogada Joenia Wapichana. Antes de ella el único indígena que había actuado en el congreso había sido Mario Juruna, en 1983. El porcentaje de mujeres parlamentarias también aumentó de 10% a 15%, pero aún muy lejos del 51% que son en la población total.

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