En poco más de una hora Jorge Drexler iba a cerrar su gira Silente, que lo llevó a dar 50 conciertos en diez países durante este año. A eso habría que sumarle, desde el lanzamiento de su último trabajo discográfico, Salvavidas de hielo, en setiembre de 2017, otros 100 conciertos en 20 países. Una vida nómade, casi de beduino.
Nuestro encuentro tuvo lugar en el cuarto de su hotel, en la ciudad costera de Tel Aviv; desde las ventanas lucía el imponente Mediterráneo invernal. Me recibió mientras armaba las valijas. Eligió una mesa y buscó una segunda silla, preparó un té y un café y se sentó de espaldas al mar, como queriendo evitar que uno de sus grandes amores lo distrajera de la conversación.
El trovador de la aldea global se veía cansado, pero con muchas ganas de hablar, tal vez para comenzar a poner un poco de orden a una visita emocionalmente muy intensa.
El primer día de su estadía, Drexler se dedicó a visitar Susyia, una aldea palestina ubicada en la zona C de la ocupada Cisjordania, bajo completo control israelí; sus habitantes viven en carpas y sobre todas ellas, al igual que sobre todas las estructuras en la aldea, incluyendo la escuela que el cantante visitó, pende una orden de demolición.
Drexler también visitó Hebrón, más específicamente la zona H2 de la ciudad, bajo control israelí. Según las escrituras, fue allí donde Abraham compró una parcela de tierra para enterrar a su esposa Sara y donde hoy se encuentra la Tumba de los Patriarcas y la Mezquita de Ibrahim.
En la zona H2 viven unos 800 colonos israelíes, protegidos por 800 soldados dentro de una población palestina de 30.000 personas. En la zona H1 de Hebrón viven unos 150.000 palestinos, bajo el control de la Autoridad Palestina.
Además de visitar la Tumba de los Patriarcas, Drexler caminó por la zona “estéril” de la calle Shuada, que los palestinos tienen prohibido transitar, aunque esta se encuentre en el corazón de la ciudad palestina.
El segundo día en Tierra Santa, el compositor y su equipo se dirigieron a Jerusalén, donde visitó la escuela Yad ve Yad (Mano a Mano), la única escuela bilingüe en Jerusalén, en la que niños árabes y judíos estudian juntos, aprendiendo ambas lenguas. Allí el cantante brindo un taller para la academia de música y para el coro de la escuela, y los pequeños músicos lo recibieron entusiasmados.
Regreso a un viejo hogar
Tras tomar un sorbo de té, Drexler no esperó mi pregunta: comenzó a hablar de una serie de ideas con las que intentaba contextualizar su visita. Se trataba de una vuelta al país que supo ser su hogar cuando tenía 15 años y en el cual dio su primer beso y escribió su primera canción.
Hablaba con largas pausas, mientras parecía procesar un tsunami de experiencias y pensamientos, midiendo cada palabra para expresarse en forma clara sobre un lugar que mucho le importa. Jorge se había “mojado” en el conflicto y de eso nos sentamos a hablar.
“Al llegar a Tel Aviv encontré una sociedad increíblemente próspera y avanzada en lo que tiene que ver con las libertades humanas, con diferentes opciones vitales de emprendimiento, de opciones sexuales, de generación de ideas; o sea, una sociedad muy vibrante, muy dinámica; un avance que no ves en otros sitios con esa rapidez en tantos sentidos. Viajás 40 minutos en auto y dentro de ese mismo sistema, porque no es fuera de ese sistema, encontrás situaciones como la de Susyia y como la de Hebrón”, comentó.
“Cuando venís de afuera a una situación tan grave y tan seria, tenés una perspectiva que te ayuda a ver algunas cosas con distancia y en contexto en la realidad mundial, más cuando te pasás viajando de país en país y ves diferentes realidades, de repente todas las semanas”, agregó.
También aclaró: “Estamos en una ciudad como Tel Aviv; no quiero ser frívolo, pero hace tres días que hay unas olas increíbles, pero ni se me ocurrió bajar a la playa, porque creo que eso lo tengo en otro lugar. A mí me gusta mucho el mar y no he caminado por la rambla, no sólo porque tenía un concierto, sino porque los días que tenía libre los empleé en cosas que no tengo en otros lugares, y creo que ir allí es un privilegio”.
Contame un poco sobre la experiencia en la escuela en Susyia. Muchas veces los periodistas tenemos la sensación de que hasta que no lo ves no lo entendés, y de que a veces no logramos transmitir lo que vemos.
La experiencia de la escuela fue muy dura, por muchas razones. La primera, la más evidente, es que al llegar ves un edificio que no tiene techo, con las paredes a medio hacer, con amenaza de demolición. Las autoridades de la escuela nos explicaron que no se construye un techo porque de hacerlo, el aula será destruida inmediatamente por el Ejército israelí. Esto es una escuela; estos niños están estudiando; si algo en un futuro puede ayudar a estos niños, a estos botijas de aquí a tender algún tipo de puente en alguna dirección, va a pasar siempre por la educación. No podés no garantizar la educación de esos niños que están viviendo ahí. Al contrario, tenés que buscar la manera de que les llegue el máximo posible de libros, de que tengan una mayor conexión con el exterior, de información, de educación emocional.
También me impresionó mucho algo medio invisible pero que se podía palpitar: la tensión y la atención que había ante nuestra presencia, como preguntando “quiénes son estos tipos”, “que vienen a hacer”; te das cuenta de que estas siendo observado con mucho cuidado y te transmiten un grado importante de miedo. Eso después se relajó, y se relajó con la música.
Durante mi visita tenía varias opciones; la más fácil de todas era no venir, no exponerme a una experiencia dura, removedora; yo no quise ejercer esa opción, era demasiado tarde para mí para quedarme afuera y decir “no me importa”. Tenía una segunda opción que era venir y pasarme unos días maravillosos de gastronomía y playa en Tel Aviv, visitando amigos y familia, disfrutando música en vivo mientras preparaba un concierto que ya estaba vendido para que saliera todo bien, y me alegro de no haber elegido esa opción. Había una tercera, que era tocar en Tel Aviv, y también intentar tocar en los territorios ocupados. Alguien habló sobre una posibilidad en Ramala, también probé en la parte árabe de Haifa, pero me quedó claro que no iba a poder tocar en ninguna de las dos ciudades. El problema no lo tenía yo, sino el lugar que te recibe, que se verá sometido a mucha presión del movimiento pro palestino de Boicot, Desinversión y Sanciones [BDS] por recibirme cuando tengo un concierto en Tel Aviv.
Pude tocar del otro lado, sin poner en riesgo, espero, a la gente de Susyia, porque tengo que pensar qué pasa con ellos cuando yo me voy de ahí. Hay que tener en cuenta que es una escuela donada por el gobierno español, y que yo vivo en España y tengo un vínculo importante con el país. Susyia es un lugar al que yo iba por segunda vez; al volver noté que se me abrían esas puertas que no se me habían abierto la primera vez, como por ejemplo, permitirme visitar la escuela, que es un sitio muy delicado; no es lo mismo que ir a una casa particular, como en mi visita anterior. En el ínterin habían pasado cosas, como la visita de Caetano Veloso y de Gilberto Gil, para la cual yo había hecho la mediación y el contacto. La gente de la aldea, con mucha cautela y muy despacio, entiende que cuando volvés es porque vas un poco en serio.
Nombraste al BDS. La organización les pide a los artistas que no vengan a tocar a Tel Aviv. ¿Cuál es tu respuesta personal?
Si querés saber mi opinión del BDS, es lo que le dije a Caetano y a Gil: escribí una carta (Caetano ya la había escrito, no fui yo quien se lo dijo), manifestá tu opinión, fundamentá, como fundamentó Thom Yorke, e involucrate, entrá, miralo; luego decilo en la conferencia de prensa, como hicieron ellos, cantalo luego y hablalo después, cuando vuelvas a tu país. Es decir, meter un vaso comunicante en la información. Y no hablo de normalización, todo lo contrario, es para llegar y decir: no está todo bien, estamos hablando en una conferencia de prensa y a 40 minutos de aquí está todo mal, pero dilo, y para decirlo yo creo que hay que verlo.
Si hago caso al BDS, personalmente creo que desperdicio una oportunidad de ejercer un mínimo de conciliación, un mínimo de subir a un escenario y decir: “El tipo que afirmó en la prensa que la ocupación carcome moralmente al ocupante además de destruir al ocupado, también estuvo enamorado aquí a los 15 años”, y te canto una canción de amor en hebreo. Estoy tendiendo una mano; yo no quiero quedarme afuera del problema, quedarse afuera del problema es no venir, para mí. Personalmente tengo que entrar hasta adentro, hasta el salón de clase sin techo de Susyia o hasta la Tumba de los Patriarcas, que es un lugar removedor, o hasta la calle misma donde estaba el shuk de Hebrón (la calle Shuada), porque tampoco estaba cómodo con hacerlo a medias y decir “acá no pasa nada”.
En la entrada a la Tumba de los Patriarcas, cuando la Policía israelí nos preguntó por nuestra religión y alcanzó simplemente con manifestarla en voz alta para que te vean apto para ingresar al lugar... para un republicano uruguayo pos reforma vareliana, que desde 1879 trajo la idea de que en un banco de escuela dos personas sólo son juzgadas por sus aptitudes, nada más; ni por su origen, ni por su etnia, ni por su visión religiosa ni por ninguna de las opciones que haga en la vida. Somos de un país tan laico como Uruguay, donde la religión tiene un papel muy marginal, y que venga alguien y te diga que no podés entrar si tenés esta religión o que sí podes entrar si tenés esta otra, es un símbolo de que algo realmente está mal en el extremismo de la identificación religiosa. ¿Hasta dónde la puede llegar a cagar profundamente?
El meterte hasta la médula, a diferencia del músico que decide no venir y no ver con sus propios ojos, ¿te permite pararte en un lugar diferente?
No estoy nunca de acuerdo con las dinámicas de castigo general; siempre he estado de acuerdo con los matices, con lo bueno y lo malo que eso trae, pero castigar a un pueblo entero por lo que hace una parte, aunque sea una parte importante de su sociedad, nunca me pareció bien. Castigar a quienes tienden puentes me parece tan suicida como los asentamientos [colonias israelíes en territorio ocupado], me parece que van en la misma dirección, me parece no mirar hacia el futuro.
Mi amiga, la cantante Israelí Noa, fue boicoteada por el BDS y a la vez fue muy destratada aquí, en Israel, donde la ven como una persona beligerante; Noa, la persona más dulce que conozco... Y va a cantar en Madrid después de que la maltrataron en la calle aquí, en Israel, por “izquierdista”, teóricamente, ¿y el BDS le hace una manifestación en la puerta del concierto?
Tal vez la cosa más ridícula, donde ya perdí el respeto al BDS, fue cuando la organización de ex militares israelíes Breaking the Silence [que reúne y publica testimonios de soldados israelíes sobre abusos cometidos durante su servicio militar obligatorio] fue a presentar el Libro negro de la ocupación en Madrid y le boicotearon la presentación. Me lo contó el cofundador de la organización, Yehuda Shaul, y me dije: “Bueno, ya está”: yo no puedo establecer un diálogo con alguien que es incapaz de ver la figura de Yehuda Shaul y de Breaking the Silence; si no sos capaz de ver esos matices, yo no tengo un diálogo contigo.
¿Qué es lo que creen? ¿Tienen una ilusión tan infantil como la que tiene el colono ortodoxo de que los palestinos van a desaparecer? ¿Tienen una ilusión igual de infantil de pensar que los israelíes van a desaparecer en un momento?
La situación es una mierda, y hay que enfrentarla así como es. Es una situación terriblemente jodida, y desde luego, el principal error que se puede cometer es pensar que se va a solucionar limpiamente en una o en otra dirección. La solución, si tenemos la suerte de que la haya, va a ser desagradable para las dos partes, porque no hay manera de salir de una cosa así con la alegría victoriosa de decir “conseguí todo lo que quería”, y si lo hacés, el precio que le haces pagar al contrincante es monstruoso.
Por otra parte, están también los otros, los que te mandan a dedicarte a tu música y dejarte de política y del conflicto. Dicho en uruguayo, los que piensan que “los de afuera son de palo”. A ellos, ¿qué les respondés?
El mundo hoy en día se divide entre aquellas personas que tienden a cerrar su círculo empático y las que tienden a abrirlo. Yo intento abrirlo, poniéndome en el lugar del “otro” y sabiendo que yo soy el otro y el otro es yo también. En el otro extremo, la primera reacción del cerrado es desautorizar a los de “afuera”. Pero eso ya no es posible, porque el mundo hoy está completamente interconectado. En un mundo donde las comunicaciones, la economía y las amenazas son globales, cerrarse ‒además‒ es suicida, porque ninguno de los problemas contemporáneos vitales de la especie humana, como dice Yuval Harari, se resuelven hoy dentro de los esquemas nacionales. La historia, creo yo, va en dirección a ampliar la empatía, hasta llegar a darnos cuenta ‒espero que a tiempo‒ de que somos uno también con la biósfera. Y a pesar de que ese camino no es lineal ni mucho menos ‒se avanza y se retrocede‒, si nos fijamos, por ejemplo, en el aumento de los derechos de las minorías y el maravilloso protagonismo que ganó la mujer en las últimas décadas, la dirección está clara. Tender puentes. Abrirse. Da miedo y es riesgoso, pero no hay otro camino.
¿Cómo fue la experiencia en la escuela bilingüe Yad ve Yad?
Cuando te das cuenta de que el conflicto no va a tener ninguna solución categórica; ni va a haber sólo judíos desde el mar hasta el Jordán, ni va a haber sólo palestinos del Jordán hasta el mar, es que asumís que van a tener que convivir. Desde ese momento, la opción más sabia es entrar a trabajar en el tejido social, que es un concepto que se utiliza muchísimo cuando te hablan de la crisis en España y de lo que está pasando. “Generar tejido social” me parece una visión maravillosa, porque es hablar de la red que sostiene a la sociedad, sobre la cual se establecen las estructuras, las instituciones, y es en la que se apoyan las personas. Aquí el tejido social son dos hilitos, dos hilitos. Todo el tiempo se rompen y se vuelven a construir, se rompen y se vuelven a construir. Cada vez que hay un atentado o hay un muerto en una manifestación palestina, en Yad ve Yad se rompe el hilito y lo tienen que volver a tejer, a coserlo cada mañana, explicándoselo a niños en la escuela. En ese contexto, la mejor opción es seguir para adelante, pensando “ladran, Sancho”, de los dos lados, y les han ladrado mucho. Lo digo porque de repente la gente no sabe, pero fue espantoso escuchar el relato de la vez que la escuela fue atacada por ultraderechistas judíos que quemaron completamente un aula e intentaron quemar otra. Es muy lindo apoyar a la escuela y firmar una carta, e incluso, como Barack Obama, prender unas velas junto a los alumnos de la escuela, pero levantarte y mandar a tu hijo a la misma escuela la mañana siguiente requiere un par de huevos muy grandes por parte de los padres y de los maestros.
A mí me parece que es muy importante razonar, razonar lentamente, como estamos haciendo en esta entrevista. Ir desmontando las cosas, preguntarte qué es lo que estás dispuesto a aceptar. ¿Vas a aceptar convivir con otra persona en calidad de un desnivel de derechos tan grande que llegas a no considerar humano al otro? ¿Querés que tus niños se críen en ese contexto? ¿Aceptás eso? No, no lo acepto... ahí anotás un primer punto. ¿Querés vivir en un país en que tu familia está permanentemente bajo la amenaza de erradicación, de un lado o del otro? No, tampoco lo acepto: anotás otro punto. ¿Crees que este conflicto va a tener una solución tajante, limpia y favorable a una de las dos partes? No; anotás, entonces, otro punto, y a partir de esos puntos comenzás a hacer muy modestos silogismos, si A es a B como B es a C, trabajando con mucha humildad, que es lo que vi en la escuela, como diciendo “cuando empezamos con la escuela no teníamos ni idea del alcance que podía tener o no, pero es la dirección correcta”; es un vectorcito chiquito que va en la dirección correcta, que implica muchísimos riesgos emocionales por parte de los profesores de los dos lados, pero es un pequeño vectorcito, que es la única humilde opción que tenés si seguís estos silogismos.
Es lo maravilloso de la escuela, que lo ejemplifica en la relación. Aquí hay una escuela en la cual para la mitad de los alumnos el día de la independencia de Israel es un día de celebración, y para la otra mitad es un día de duelo; es como pensar que estás en Tenochtitlán en 1590, o sea 70 años después de la caída de Tenochtitlán, y tener una escuela que incluya españoles y mexicas, ¿Qué hacen el 12 de octubre?
En este momento lo que se hace en la escuela me parece de un grado de altura humana, de un grado de valentía y de lucidez, que me da la impresión de que en el medio de un maremoto en el Pacífico central hay un tipo al timón en un barco con tranquilidad, sabiendo que es muy lento el trabajo y muy largo el camino, pero seguro de que hay una dirección que es la posible una vez que establecés esas premisas básicas.
La escuela de Susyia y la escuela Yad ve Yad me aportaron mucho y es algo que agradezco mucho, porque me ha abierto los ojos.
¿La “Milonga del moro judío” tiene un significado especial cuando la tocás acá?
Sí, por supuesto; la canción está volviendo a su origen, la canción surge de acá. Yo no la escribí para la guerra de Irak, que fue cuando se creó, ni para los atentados en Madrid, que fue cuando la empezaron a pasar espontáneamente las radios; la escribí porque había hablado con [Joaquín] Sabina del conflicto identitario entre mi judaísmo y la situación Israel-Palestina, algo que durante mucho tiempo tenía en la cabeza. Yo vine a Tel Aviv a tocar en Tzafta [lugar popular de conciertos en Tel Aviv] con el cantante israelí David Broza en diciembre del 2000, cuando empezó la intifada. Teníamos planeado tocar en Ramala, pero David me dijo “Mira, Ramala no”. Cuando vine aquí, él me llevo a Neve Shalom [una comunidad basada en la convivencia de judíos y árabes] en medio del despelote mayor, con la intifada en plena rampa de ascenso.
La canción está dedicada en el disco a los maestros de Neve Shalom de los dos lados, a los judíos y a los árabes, que se enfrentan a esa realidad diaria. Esta canción está escrita pensando en este lugar. Durante dos o tres años mantuve la canción guardada, no la podía cantar; lo que decía en la canción implicaba dar un paso afuera de mi clan y decir: “¡Ojo! Yo soy el pianista del gueto de Varsovia”. De la misma manera que me identifico horizontalmente en uno de los ejes a mi abuelo para atrás, mi hijo para adelante y mi bisabuelo para atrás, yo pude haber sido también el otro; de golpe, ese eje se convierte en vertical, y cuando decís el otro no estás hablando sólo de tu abuelo y de tu hijo, estás hablando del otro en un término más amplio, tu círculo de empatía se agranda, y cambia el significado de la palabra “otro”.
Es en ese momento que Sabina me da esos versos, y le dije que resumen perfectamente lo que quiero decir, porque es evidente que cuando digo “no sé qué dios es el mío, ni cuáles son mis hermanos”, lo que estoy diciendo es que todos son mis hermanos. Cuando canto la canción aquí, en donde el conflicto es muy primitivo, como son los conflictos identitarios, no aguantan que no te definas. Lo primero que te preguntan es de qué lado estás.
Los conflictos muy arraigados a la emocionalidad son planos, no son tridimensionales, y la vida es tridimensional, no es plana. Hay preguntas que no tienen sentido cuando ves la realidad desde dos puntos, cuanto intentás ver su complejidad con humildad y metiendo la pata. Lo intento y la verdad es que estoy contento.