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Una mujer previo a emitir el voto en su casa en la aldea de Univ, a unos 50 kilómetros de la ciudad de Lviv, el 31 de marzo, durante la primera vuelta de las elecciones presidenciales de Ucrania. Foto: yuri dyachyshyn / afp

Foto: Yuri Dyachyshyn / AFP

La irrupción de Vladimir Zelenski y el futuro de Ucrania

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En dos semanas se elegirá al presidente ucraniano en segunda vuelta con un pronóstico incierto.

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El domingo 21 de abril unos 34 millones y medio de ucranianos estarán habilitados para elegir a quien será el presidente de su país por los próximos cinco años. Después de la primera vuelta electoral del 31 de marzo, los dos candidatos que siguen en carrera son el comediante Vladimir Zelenski, que prácticamente de la nada llegó a obtener 30,22% de los votos, y el actual presidente, Petro Poroshenko, que alcanzó un respaldo de 15,92%.

Los resultados fueron inesperados. El más votado, Zelenski, de 41 años, es un total outsider en el ambiente político, aunque es famoso en Ucrania por haber sido el protagonista de la serie televisiva El servidor del pueblo, parodia en la que interpreta a un profesor de historia que pronuncia un encendido discurso contra la corrupción ante sus alumnos y termina siendo electo presidente. Una vez pasada la primera reacción, que fue de sorpresa, comenzó una nueva fase en la campaña, en la que las ideas comenzaron a tener mayor peso.

Si bien consiguió más de 30% de los votos en la primera vuelta, poco se sabe sobre las intenciones políticas de Zelenski, cuya campaña tuvo cierto tono populista. El humorista dio muy pocas entrevistas y no participó en debates. En su lugar, siguió interpretando el papel que lo hizo conocido como actor, dejando en una nebulosa su programa de gobierno, más allá de que su principal caballito de batalla fue la lucha contra la corrupción, justamente el punto débil de Poroshenko, de 53 años, y de la clase política ucraniana en general.

Con ese argumento, el candidato logró captar a buena parte del electorado, descreído de los políticos convencionales y afectado por una profunda crisis económica que sitúa a Ucrania como uno de los países más pobres de Europa.

Otro punto poco claro en el discurso de Zelenski es su política respecto de Rusia. El comediante es rusoparlante de nacimiento y en más de una ocasión se ha mostrado opuesto a las políticas restrictivas que el actual gobierno de Ucrania –fervientemente enfrentado a Moscú– ha aplicado a la difusión de algunos productos culturales rusos.

Por su parte, Poroshenko ha acusado en reiteradas ocasiones a Zelenski de ser una “marioneta” del magnate Igor Kolomoyskyi, un prominente empresario que es una de las principales figuras de la comunidad judía ucraniana. Este último punto, si bien no ha sido tratado durante la campaña electoral, no es menor. Zelenski es de ascendencia judía y, si bien no es practicante y está casado con una cristiana, su llegada a la presidencia sería también una novedad en un país con una tradición cristiana fuerte, que llega al punto de ligar al gobierno con la iglesia ortodoxa ucraniana.

Por otra parte, desde la Unión Europea (UE) se mira con cierto recelo a Zelenski porque no está claro si terminará por alinearse con el presidente ruso, Vladimir Putin, lo que modificaría el escenario geopolítico en esa zona del continente. Poroshenko ha pedido apoyo a Europa occidental más de una vez, y en ocasiones lo ha obtenido, en buena medida porque desde la UE se lo percibe como la opción menos mala, aunque se lo ve como un freno al Kremlin más que como un socio confiable.

La cuestión, según afirma Bernd Johann, un analista alemán de la cadena Deutsche Welle, se centra en cómo reaccionará el electorado, porque a pesar de toda la decepción que existe respecto de Poroshenko, “muchos ucranianos también se preguntan cómo sería realmente Zelenski como presidente”. Johann agrega sobre el candidato: “Lo conocen sólo como humorista, y especialmente por una serie de televisión en la que interpreta al presidente de Ucrania. ¿Pero cómo sería como presidente en el mundo real?”.

Debate, nacionalismo y corrupción

Los dos rivales electorales se verán las caras en un debate que se realizará el viernes 19 en el Estadio Olímpico de Kiev, el más grande del país, con capacidad para 70.000 personas. El desafío fue lanzado por Zelenski la semana pasada en una publicación en Facebook, y al otro día Poroshenko, mediante una respuesta que publicó en su cuenta de Twitter, aceptó, según informó la agencia de noticias Efe. En un tono sobrio, el presidente afirmó que, de acuerdo con las normas electorales del país, los debates presidenciales deben tener lugar en la emisora pública de televisión ucraniana, y agregó: “Pero si es en un estadio bien, que sea en un estadio”.

Además, y a pedido de Zelenski, ambos candidatos deberán someterse a un análisis médico previo para demostrar a los ucranianos que no tienen adicciones. “El país necesita un presidente sano”, dijo el comediante. El comando electoral de Poroshenko no se achicó ante la idea y su portavoz, Oleg Medvédev, dijo que el presidente accedió a “realizarse todos los controles médicos sobre uso de alcohol y drogas”.

Pero más allá del show y de las chicanas entre los candidatos, la plataforma de Poroshenko es conocida, de corte nacionalista, muy bien definida en su lema de campaña: “Ejército, fe y lengua”. Durante su mandato se ha destinado mucho dinero a consolidar unas fuerzas armadas capaces de recuperar la integridad del territorio nacional y asegurar su defensa. Por otra parte, desde el gobierno de Poroshenko se promovió la difusión de la lengua y la cultura ucranianas. Si bien estas son muy similares a las rusas, se hizo hincapié en que son diferentes para desmarcarse de Moscú. Además, se propició la ruptura con la iglesia ortodoxa rusa para establecer una línea nacional-religiosa autónoma ucraniana.

Pero los cinco años de gobierno han repercutido en la reputación de Poroshenko. El presidente es un poderoso economista y empresario que se enriqueció en la década de 1990 en el mercado alimenticio, específicamente con empresas dedicadas a la fabricación de chocolate. Luego amplió su campo de negocios y más tarde saltó a la política, en la que la sombra de la corrupción –uno de los grandes males endémicos de Ucrania– no ha dejado de perseguirlo.

La llegada de Poroshenko a la presidencia se dio luego de los sucesos conocidos como Euromaidán, unas manifestaciones masivas que tuvieron como sede el centro de Kiev a fines de 2013, impulsadas por los partidarios de la integración de Ucrania con Europa. Los manifestantes protestaban contra el gobierno del pro ruso Viktor Yanukovich, por la decisión de suspender la firma del Acuerdo de Asociación entre Ucrania y la UE.

En las semanas posteriores, el Maidán –la Plaza de la Independencia de Kiev– fue el epicentro de enfrentamientos violentos entre activistas radicales –muchos de ellos nacionalistas de ultraderecha– y la Policía, que causaron decenas de muertos y más de un centenar de heridos de ambas partes. Los hechos de violencia fueron presionando cada vez más a Yanukovich, que terminó renunciando en febrero de 2014. Casi de inmediato, Rusia respondió a la salida del presidente ucraniano anexando a su territorio la península de Crimea y la ciudad de Sebastopol, lugares habitados por una población de mayoría rusa.

Paralelamente, en abril de 2014, grupos separatistas pro rusos comenzaron un conflicto bélico al declarar como repúblicas independientes las provincias de Donetsk y Lugansk, situadas en el sureste del territorio ucraniano. El gobierno de Kiev todavía está llevando a cabo una operación militar en el marco de este conflicto, que se mantiene latente.

En este contexto, en mayo de 2014 se realizaron las elecciones presidenciales en las que Poroshenko se impuso cómodamente en la primera vuelta, luego de obtener 54% de los votos.

Crisis, futuro y pasado

Casi cinco años después de haber comenzado su mandato, la situación del actual presidente es bastante peor que la que encontró cuando asumió el mando. Además de cargar con el lastre del desmembramiento territorial, que difícilmente podrá revertir, la guerra le está resultando cara y la situación económica del país está en su peor momento desde el fin de la era soviética, en 1991. Con cerca de 42 millones de habitantes, Ucrania es uno de los países más pobres del continente y la inmigración a Europa occidental no ha dejado de aumentar en los últimos años.

Por otra parte, si bien la intención de Poroshenko y los nacionalistas ucranianos es tomar la mayor distancia de Moscú y de la influencia rusa en general, hay cuestiones prácticas que lo impiden, entre ellas la enorme dependencia ucraniana de las fuentes de energía de Rusia. Casi 75% del gas natural y del petróleo consumido en el país, así como también 100% del combustible nuclear, son importados desde territorio ruso. Además, y en este marco de crispación con Moscú, se generó la ruptura de varias áreas de producción conjunta entre los dos países, incluida la naviera y la aeroespacial, a lo que se sumó el boicot al comercio con la región carbonífera del Donbáss, lo cual provocó el cierre de muchas fábricas metalúrgicas.

La grave crisis económica se intentó resolver, sin éxito, con la privatización de algunas empresas públicas, y el año pasado el gobierno ucraniano decidió recurrir nuevamente a la asistencia del Fondo Monetario Internacional (FMI). La Rada Suprema –el parlamento unicameral del país– aprobó para este año un presupuesto en el que un tercio del total corresponde al pago de la deuda por los créditos recibidos del FMI. A su vez, el organismo internacional, como condición de entrega de los 3.900 millones de dólares del préstamo, demandó el incremento de las tarifas de gas para la población, la disminución de la cantidad de puestos de trabajo en el sector estatal y la reducción del salario de los funcionarios públicos.

Los últimos años también han tenido en Ucrania un resurgimiento del revisionismo histórico, particularmente en cuanto a los hechos que ligan al país con la era soviética. Todos los 24 de noviembre se han intensificado las conmemoraciones del Holodomor, también llamado genocidio ucraniano. Se trata de un episodio que ocurrió durante los años 1932 y 1933 en el que murieron de hambre más de dos millones de campesinos ucranianos como consecuencia de la resistencia de la población a la colectivización forzada de la tierra impulsada por Iósif Stalin, al frente de la Unión Soviética. Años más tarde, durante la Segunda Guerra Mundial, el apoyo a las tropas nazis no faltó en territorio ucraniano. Una vez terminado el conflicto, Stalin ordenó la represión contra cientos de miles de ucranianos por su falta de lealtad a Moscú. Así, ocurrieron arrestos y asesinatos, y miles de personas fueron enviadas a campos de trabajo y otras desterradas a Siberia.

En el marco de este revisionismo surgido en Ucrania, en los últimos tiempos se ha revalorizado la figura del líder nacionalista Stepán Bandera, uno de los fundadores del Ejército Insurgente Ucraniano –la rama militar de la Organización de Nacionalistas Ucranianos–. Durante la Segunda Guerra Mundial este grupo, en su afán de independizar a Ucrania de la Unión Soviética, llegó a colaborar con los nazis. Bandera es acusado de contribuir a la matanza de miles de judíos ucranianos, aunque luego terminó enfrentado al nazismo. Después del final de la Segunda Guerra Mundial Bandera emigró a Alemania, desde donde continuó bregando por la libertad ucraniana, pero fue asesinado en 1959 en Múnich por un agente de la KGB. El 1º de enero, por primera vez, el Parlamento ucraniano decretó feriado nacional en conmemoración del nacimiento de Bandera, en 1909.

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