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Geopolítica de Bab al Mandeb, el estrecho que separa África de Asia

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El paso natural entre el mar Rojo y el océano Índico por el golfo de Adén es el gran enclave olvidado de Oriente Próximo y el cuerno de África, pero tiene una importancia transcendental para el comercio y la seguridad internacionales.

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En torno al estrecho de Bab al Mandeb se concentran algunos de los asuntos más importantes de Oriente Próximo y África oriental: la guerra en Yemen, la inestabilidad en Sudán y Somalia, la disputa entre Irán y Arabia Saudí, y el tránsito marítimo del petróleo y el gas procedentes del golfo Pérsico. Además, en la misma zona coinciden estadounidenses, chinos, europeos y japoneses, que buscan aumentar su influencia en un punto de gran interés estratégico y observan con inquietud cualquier incidente que pueda ocurrir en la región.

La importancia de Bab al Mandeb radica en su localización: es la separación natural entre la costa africana en Yibuti y la península arábiga en Yemen, el cuello de botella que da acceso al mar Rojo desde el océano Índico. Eso hace de este estrecho el paso obligado hacia el canal de Suez y el Mediterráneo y, por tanto, uno de los nudos de comunicación marítima más importantes del mundo, que conecta los puertos europeos con Asia y el golfo Pérsico. En los últimos años, la disputa regional entre Irán y Arabia Saudí, la guerra de Yemen y la piratería somalí están convirtiendo a Bab al Mandeb en una prioridad para numerosas potencias.

El paso entre Ormuz, Adén y Suez

El nombre de Bab al Mandeb proviene de una vieja leyenda. En árabe significa ‘puerta de las lamentaciones’ o ‘puerta de las lágrimas’, porque, según se cuenta, un gran terremoto separó África de Asia y dejó tras de sí miles de almas ahogadas en el mar. En las últimas décadas, el nombre del estrecho ha adquirido un nuevo significado en esta parte del mundo, tan golpeada por la violencia y los devastadores efectos del cambio climático. La denominación también alude a la peligrosidad de sus corrientes y los numerosos hundimientos que todavía se suceden en sus aguas. En su punto más angosto, el estrecho no supera los 30 kilómetros de ancho; en el medio emerge la pequeña isla yemení de Perim, que es utilizada como base militar para tropas saudíes y separa el estrecho en dos canales: Bab Iskender al este y Dact al Mayun al oeste. Además de esta isla, en el estrecho hay otro conjunto de pequeñas islas yibutíes, las islas Sawabi, también conocidas como “islas de los siete hermanos”.

El estrecho de Bab al Mandeb separa el cuerno de África de la península arábiga y es desde hace siglos un lugar de incesante tránsito comercial entre el mar Rojo y el océano Índico. Los romanos ya sabían de su existencia, pero no fue hasta principios del siglo XVI que se produjeron las primeras expediciones protagonizadas por portugueses. Entre los siglos XVIII y XIX británicos, franceses y otomanos trataron de hacerse con el control de este paso, pero finalmente fue Reino Unido –que también tenía presencia colonial en Yemen y Sudán– el que consiguió el dominio de la zona, crucial para mantener la conexión con sus posesiones en India. La presencia de militares británicos se mantuvo hasta la década de 1960, pero la independencia de sus colonias y protectorados en la región fue restando relevancia a Reino Unido en el estrecho.

El cuerno de África saltó a los medios internacionales por la cruenta guerra civil somalí de los 90, que incluso requirió infructuosas misiones de paz de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). La inestabilidad provocada por la guerra facilitó el surgimiento de células yihadistas en Somalia, lo que sirvió de plataforma para que una entonces desconocida Al Qaeda emprendiera sus primeras acciones terroristas a gran escala. En agosto de 1998, sendos atentados contra las embajadas de Estados Unidos en Kenia y Tanzania dejaron centenares de muertos y miles de heridos. En octubre de 2000, el objetivo fue el destructor estadounidense USS Cole, atracado en el puerto yemení de Adén, lo que dejó más de una treintena de víctimas. La filial local de Al Qaeda en Somalia, Al Shabab, domina hoy grandes áreas del país y aún supone una amenaza para los países circundantes, lo que obligó a crear, en 2007, la Misión de la Unión Africana en Somalia, con cerca de 22.000 efectivos desplegados para ayudar al débil gobierno somalí. Al otro lado del estrecho, en Yemen, tiene su base otra de las filiales de Al Qaeda, una de las más poderosas: Al Qaeda en la Península Arábiga.

También los mares somalíes se convirtieron en una zona de conflicto. La Unión Europea (UE) aprobó, en 2008, la primera misión naval de su historia, la operación Atalanta, destinada a acabar con la piratería en el golfo de Adén y sus proximidades, proteger a los pesqueros y asegurar la ayuda humanitaria destinada a Somalia. Esta iniciativa militar, amparada por el Consejo de Seguridad de la ONU, era una respuesta a los repetidos secuestros de marineros occidentales por parte de piratas de la zona. Pero la UE no es la única que ha desplegado tropas en la región: los efectivos europeos se suman a los contingentes que ya tienen Estados Unidos, China y Japón en el pequeño país africano de Yibuti, que se ha convertido en una base militar para diversas potencias. Además, la presencia militar extranjera incluye otros países, como Irán, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, que tienen numerosas tropas cerca en el marco de la guerra de Yemen.

Así, el número de países involucrados y los problemas regionales en torno al estrecho de Bab al Mandeb han crecido considerablemente en los últimos tiempos. Las redes de piratería, la amenaza yihadista, la fragilidad de países africanos como Somalia y Sudán –pero también las vecinas Etiopía y Eritrea–, la importancia comercial del enclave y la guerra en Yemen están provocando una militarización de la región. A todos estos factores se añade la cuestión migratoria: miles de personas cruzan el estrecho desde África hasta Yemen para luego llegar a las monarquías árabes del golfo Pérsico, una vía muy peligrosa que recibe poca atención internacional. Se calcula que más de 150.000 personas intentaron cruzar el estrecho de Bab al Mandeb sólo en 2018.

El comercio mundial y el estrecho

Bab al Mandeb es una pieza importante en la disputa geopolítica regional. Por un lado, da acceso a los recursos minerales de África oriental, codiciados por economías occidentales, árabes y asiáticas. El continente africano reúne 57% del cobalto del mundo y su suelo representa 24% del terreno cultivable del planeta. Por otro lado, el estrecho es un chokepoint, un cuello de botella fundamental en el comercio global: alrededor de 10% del petróleo mundial que se transporta por mar pasa por aquí. Cualquier incidente en estas latitudes tiene consecuencias directas en los mercados internacionales.

Consciente de la importancia de esta región para su estrategia internacional, China lleva décadas dando prioridad al continente africano en su política exterior. En la última década, Pekín ha invertido cerca de 299.000 millones de dólares en distintos países del África subsahariana; como también hace en América Latina, el gigante asiático busca materias primas y kilómetros cuadrados de tierra cultivable. Pero la presencia china en África no se traduce únicamente en elementos económicos y diplomáticos: China también mantiene una presencia militar en África desde 2017 con una base en Yibuti, su primera base militar en el extranjero. El interés chino por Bab al Mandeb radica en su importancia geoestratégica, ya que se ha convertido en una parte fundamental del “collar de perlas” chino, un plan que pasa por establecer puertos seguros alrededor del Índico y el Pacífico para preservar los intereses comerciales de la potencia asiática.

No obstante, este tipo de práctica no es exclusivo de China: las monarquías del golfo Pérsico han alcanzado, en los últimos años, acuerdos comerciales y diplomáticos con diferentes países de África oriental para garantizarse recursos agrícolas y mineros. El estrecho de Bab al Mandeb vuelve a ser clave en sus estrategias con una doble función: sirve de acceso al continente africano y permite supervisar la guerra de Yemen desde la orilla opuesta. Por último, otro actor que se ha sumado recientemente a la disputa regional es Turquía. La ambiciosa política exterior de Recep Tayyip Erdoğan ha conseguido cuantiosos acuerdos comerciales con Sudán y Somalia. Turquía también se ha asegurado la concesión de gestión del puerto somalí de Mogadiscio por 30 años y ha abierto su propia base militar en el país.

La injerencia de tantos países hace más inestable la región y provoca que los países colindantes con Bab al Mandeb se encuentren permanentemente en una posición frágil. El único que parece estar sacando algo de provecho de esta compleja realidad es Yibuti, uno de los países más pequeños de África: en sus apenas 23.000 kilómetros cuadrados acoge bases militares de diferentes potencias enfrentadas. A cambio, estas mantienen su apoyo al régimen dictatorial que gobierna el país desde su independencia, en 1977.

Bab al Mandeb y la disputa regional

La inestabilidad derivada de las revueltas de 2011 todavía repercute en el mundo árabe y se ha trasladado a Bab al Mandeb por medio de la guerra en Yemen. La intervención militar en ese país liderada por Arabia Saudí desde 2015, con el apoyo de Emiratos Árabes Unidos y Egipto, ha dado al conflicto una trascendencia internacional y se ha convertido en un escenario más de la guerra fría entre saudíes e iraníes por el liderazgo regional. Además de en Yemen, estas dos potencias dirimen sus diferencias en otros países, como Irak y Líbano.

Por si fuera poco, Arabia Saudí está logrando que otros de sus aliados, como Estados Unidos e Israel, hagan suyas la preocupación por el conflicto yemení. El avance de los rebeldes hutíes, apoyados por Irán, supone una amenaza para la mayoría de los regímenes árabes y los intereses occidentales: los hutíes tienen un programa político contrario a la injerencia extranjera, enfrentado al poder de Arabia Saudí y fuertemente antimperialista. Su confrontación con el gobierno yemení, aliado de Arabia Saudí, encontró rápidamente el apoyo de Irán, que vio una oportunidad excepcional para extender su red de alianzas en el corazón de la península arábiga. Ahora ese conflicto se está trasladando al estrecho y está haciendo que aumenten los actores implicados.

Hasta el estallido de la guerra civil en Yemen, había existido un frágil equilibrio de intereses en Bab al Mandeb, solamente interrumpido por la presencia esporádica de piratas somalíes. El acuerdo entre las potencias internacionales consistía en evitar que el comercio se viera interrumpido. Sin embargo, el avance de los hutíes en la guerra, que les ha llevado a dominar la mayor parte de la costa yemení del mar Rojo, condujo a un aumento de la presencia militar en el estrecho. Por un lado, los saudíes y sus aliados han trasladado a la zona más fuerzas militares en el marco de su operación militar. En respuesta, Irán acudió a dar soporte a sus nuevos socios hutíes, reforzando su flota. A ello hay que sumarle los contingentes de otros países que ya hay en la zona.

La tensión en Bab al Mandeb es simultánea a la crisis en el estrecho de Ormuz, la puerta de entrada al golfo Pérsico; por él circula 30% del petróleo que se transporta por mar, mucho del cual luego se dirige a Bab al Mandeb. Tanto el régimen iraní como las monarquías árabes y Estados Unidos ambicionan el control de los dos enclaves, puesto que dominarlos les daría gran poder sobre la región y el comercio internacional. Egipto, Jordania e Israel también son protagonistas indirectos de esta enrevesada situación, ya que ninguno de los tres quiere que Bab al Mandeb quede bajo la influencia iraní: lo que ocurre en esas latitudes tiene consecuencias directas en el bullicioso tránsito del canal de Suez, el motor económico de Egipto, y en el golfo de Ácaba, donde se encuentran el estratégico puerto israelí de Eilat y la única salida al mar con que cuenta Jordania.

La guerra de Yemen ha vuelto a poner en el mapa al estrecho de Bab al Mandeb, un enclave de gran importancia estratégica rodeado de países vulnerables y de la presencia de potencias internacionales. Durante siglos, el dominio del estrecho ha quedado en manos extranjeras, lo que ha condenado a los habitantes de ambas orillas a que sus lamentos y lágrimas sigan separando África de Asia.

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