La calle Balfour, del barrio residencial de Rehavia, en Jerusalén, ha vivido muchos momentos históricos, ha recibido visitantes distinguidos y ha visto numerosas manifestaciones. Pero pocas como las de estos días.
El barrio aloja la residencia oficial del primer ministro israelí, que es habitada desde hace ya 11 años por Benjamin Netanyahu, líder del partido de derecha Likud. Por ese motivo la calle Balfour y sus alrededores se han convertido en el epicentro de movilizaciones constantes, que exigen la renuncia del gobernante.
Afuera de la residencia acampan los primeros organizadores de las protestas, un grupo que se hace llamar Ministro Criminal y otro denominado Las Banderas Negras. Estos manifestantes, cuyas edades van desde los 50 a los 70 años, hace ya tiempo que exigen la renuncia de Netanyahu por las investigaciones penales en las que se lo acusa de fraude, soborno y abuso de confianza. Amir Eskel, un brigadier general retirado de la fuerza aérea israelí, llevaba cuatro años manifestándose contra Netanyahu sin lograr atraer jóvenes a su campaña. Pero su detención por parte de la Policía durante una protesta fue uno de los disparadores de las nuevas manifestaciones, que se repiten varios días por semana y en las que participa gente muy distinta entre sí.
Amotz Tokatly, de 41 años, es productor y representante de artistas en el mundo de la cultura nocturna de Tel Aviv, y vio, como muchos otros trabajadores independientes, desaparecer su fuente de ingresos por las medidas que se tomaron para detener la pandemia. “Para mí el coronavirus es una catarsis que ha expuesto la enfermedad en la que vivimos desde hace años. Existe muchísima corrupción en nuestro sistema social, resultado de una negligencia política a diferentes niveles, y a nosotros, que pertenecemos al mundo de la cultura, nos afecta también, por eso estamos aquí en forma muy activa”, afirma. “Estamos aquí porque queremos cambiar los valores, queremos que se termine la corrupción que impregna en forma profunda nuestra sociedad, y queremos terminar con la violencia, que aumenta cada vez más la grieta entre la gente”, dice Tokatly, y continúa: “La nueva realidad económica es una de las principales razones que llevan a muchos de nuestros amigos a participar en las manifestaciones”.
Una de las características de estas protestas es la creatividad con la que los participantes expresan su enojo, mediante disfraces, meditaciones, danza, carteles y actuaciones, como la de Playa Balfour, en la que Shelly Lieber, una maquilladora artística en producciones cinematográficas de 25 años, viste un traje de baño del estilo de la serie televisiva Baywatch y una máscara de Netanyahu. “Estoy podrida de vivir en un país donde no le interesamos a nadie, con un primer ministro que vive en esta residencia cuando carga con tres acusaciones de corrupción, rodeado por gente corrupta que ni mira a sus ciudadanos. Vamos de elección en elección y no pasa nada, nada cambia y no les importamos”, declara Lieber, quien afirma que la Policía y el gobierno, al reprimir las manifestaciones, crean un antagonismo que se convierte en un motor para crear y expresarse.
Israel y el gobierno de Netanyahu lograron en mayo detener la pandemia de covid-19 y reducir en forma drástica la cadena de contagios al imponer un confinamiento de siete semanas, cerrando las fronteras del país e incluso decretando sitios en ciudades y barrios con un alto porcentaje de enfermos. Pero los festejos del primer ministro resultaron anticipados. En lo que parece una segunda ola de contagio, Israel ha pasado ya los 75.000 infectados de covid-19, más de 550 personas han muerto y más de 300 se encuentran internadas en estado grave. A esto hay que sumarle el 20% de desempleo y el malestar por la demora que han tenido los débiles subsidios prometidos por Netanyahu, en particular a los trabajadores independientes.
La nueva forma de hacer política y de expresar el descontento con el gobierno ha generado manifestaciones que carecen de un liderazgo central. Los jóvenes, que son la mayoría de los manifestantes, pertenecen a distintos círculos y contextos sociales, y tienen posiciones políticas diferentes. De esta manera, las protestas son una especie de festival anti Netanyahu que termina, en general, con represión policial. En un discurso en la Knéset, el parlamento israelí, Netanyahu acusó a los manifestantes de ser anarquistas y no víctimas de la pandemia.
A pocas horas de ser liberado, Ori Givati, un activista contra la ocupación, de 29 años, que fue detenido por la policía antidisturbios, resumió por qué participaba en las manifestaciones: “Yo vengo a manifestarme contra la corrupción de Netanyahu y sobre los delitos por los que es acusado, pero la corrupción en Israel no es sólo la corrupción de Netanyahu. La corrupción es sistemática, y esa es una de las razones que nos permiten ocupar a los palestinos en Cisjordania. La corrupción sistemática es uno de los motivos para la discriminación de las minorías dentro de Israel: palestinos, judíos de origen etíope y judíos de origen árabe”.
Un juez liberó a Givati gracias a un video en el que se lo ve manifestando en una vereda de la plaza París, en las inmediaciones de la residencia oficial del primer ministro, en el momento que es detenido. El fiscal policial afirmaba que Givati estaba sentado en la calle obstruyendo el tránsito y que se resistió a la detención.
“Somos una generación que no se preocupa por lo que dicen de nosotros, no nos importa si nos llaman anarquistas; lo tomaremos como un piropo. No nos importa si nos llaman putas o personas que no respetan los símbolos del Estado; lo tomaremos como un halago. El Estado rompió el acuerdo escrito y no escrito con sus ciudadanos. Fui educada para dar al país, servir en el Ejército, pagar impuestos; hago todo lo que me piden, pero el contrato se rompió. No somos violentos y no somos anarquistas, pero dejamos de ser buenos niños”, remató Lieber.