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Alexei Navalny (archivo, febrero de 2020).

Foto: Yuri Kochetkov

Del polonio al novichok: el envenenamiento de Aleksei Navalny se suma a una lista de ataques vinculados con Rusia

9 minutos de lectura
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Aleksei Navalny sólo había desayunado un té. Volvía a Moscú después de un viaje a Siberia cuando comenzó a sentirse mal durante el vuelo, tan mal que el avión tuvo que hacer un aterrizaje de emergencia. El dirigente opositor ruso, de 44 años, estaba en coma cuando lo internaron en el hospital de Omsk, en Siberia.

La primera hipótesis de los médicos que lo atendieron ese día, el 20 de agosto, fue que había sufrido una intoxicación, dijo la portavoz de Navalny, Kira Yarmish, que se manifestó convencida de que el té que tomó el dirigente estaba envenenado. Sin embargo, ninguno de los dos laboratorios rusos que buscaron rastros de sustancias tóxicas encontró nada. Los médicos dijeron entonces que Navalny pudo haber sufrido un “trastorno metabólico” por falta de azúcar en la sangre.

No era la primera vez que el opositor sufría algún tipo de trastorno o ataque sospechoso. En abril de 2017 le lanzaron a la cara un químico antiséptico que le dejó la piel manchada de un color verde azulado y le causó una quemadura química en el ojo derecho. Navalny publicó en Twitter su foto con la piel manchada y escribió: “Parece divertido, pero duele como el infierno”.

En otra ocasión, después de haber estado en la cárcel por liderar protestas no autorizadas, sufrió una inflamación en la cara y problemas oculares. Los médicos concluyeron que se trató de una reacción alérgica, pero el dirigente, que nunca había sufrido otra antes, denunció que había sido envenenado.

Con esos antecedentes, sus colaboradores y su esposa, Julia Navalnaya, pusieron en duda las respuestas que recibieron del hospital de Omsk, y pidieron que les permitieran trasladar al político a Alemania, que le ofreció asilo. El hospital les negó el permiso con el argumento de que suponía un riesgo para el paciente.

Varias instituciones y organizaciones civiles pidieron información sobre el caso. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos solicitó el informe médico y los detalles del tratamiento que recibía Navalny. Amnistía Internacional había denunciado: “La administración del hospital debe facilitar el acceso pleno a la información sobre su tratamiento a su familia y a los médicos que esta elija. Se tuvo noticia de que no se ha permitido al médico elegido por la familia ver los resultados de las pruebas realizadas ni se le ha informado del tratamiento que se le está administrando. Dadas las suposiciones sobre un posible envenenamiento, este hecho no hace más que aumentar las sospechas”.

Finalmente el hospital accedió y Navalny fue trasladado en un vuelo chárter a Alemania. El 23 de agosto, Navalny llegó al hospital universitario La Charité de Berlín. Después de examinarlo, los médicos de ese centro manifestaron que las pruebas clínicas sugerían “una intoxicación por una sustancia que pertenece al grupo de los inhibidores de colinesterasa”. De inmediato comenzó a recibir tratamiento con un antídoto, la atropina. El hospital pidió entonces ayuda al ejército alemán para investigar si se utilizó algún agente químico contra Navalny, y surgieron nuevos hallazgos.

Según informó el miércoles el portavoz del gobierno alemán, Stefen Seibert, los análisis concluyeron, sin “lugar a dudas”, que el político ruso fue envenenado con una sustancia que se utiliza para producir armas químicas, y que se emparenta con el novichok, un agente nervioso creado en Rusia. Esos resultados fueron notificados a la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPAQ), que en 2019, y a causa del ataque a un ex espía ruso, agregó el novichok a su lista de sustancias prohibidas.

Más tarde, la canciller alemana, Angela Merkel, declaró en una conferencia de prensa: “Esperamos que el gobierno ruso aclare estos hechos. Se plantean ahora preguntas muy graves que sólo puede y debe responder el gobierno ruso. La situación de Aleksei Navalny ha despertado interés mundial. El mundo espera una respuesta”. La gobernante dijo que este es un “crimen” contra “derechos y valores fundamentales” y afirmó que trataría el caso con la Unión Europea y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN): “Estudiaremos conjuntamente y, a la luz de la respuesta rusa, decidiremos sobre una reacción común adecuada”.

Ayer la OTAN trató este asunto. Su secretario general, Jens Stoltenberg, dijo después que “los aliados de la OTAN estuvieron de acuerdo en que Rusia ahora tiene serias preguntas que responder”. Dijo también que “el gobierno ruso debe cooperar completamente con la OPAQ [Organización para la Prohibición de las Armas Químicas] en una investigación imparcial internacional”, y revelarle a esa organización los detalles de su programa sobre el novichok. “Cualquier uso de armas químicas muestra una total falta de respeto por la vida humana y es una violación inaceptable de las normas y reglas internacionales”, agregó.

La comisión de Asuntos Internacionales de la Duma, la cámara de diputados rusa, había manifestado su intención de investigar, pero dirigió las sospechas hacia el exterior, hacia la posibilidad de que potencias extranjeras estuvieran involucradas y que tuvieran como objetivo desacreditar al gobierno ruso. El miércoles, manifestó que una declaración como la que hizo el gobierno alemán “sobre el posible envenenamiento de Navalny debe ir obligatoriamente acompañada de pruebas concretas y sólidas”.

“Lo que ocurre en torno a Navalny demuestra cada vez más que se trata de una acción planificada contra Rusia cuyo fin es imponer sanciones e intentar contener el desarrollo de nuestro país”, dijo el presidente de la Duma, Viacheslav Volodin. “Yo me andaría con cuidado a la hora de hablar de acusaciones contra el Estado ruso”, dijo, a su vez, Dmitri Peskov, el portavoz del presidente Vladimir Putin.

Hasta ayer, Navalny seguía en coma inducido, en una situación grave pero estable. Si bien su vida no corría peligro, los médicos habían advertido que podía sufrir secuelas, en particular en el sistema nervioso.

El dirigente ha sido la cara visible de numerosas protestas, algunas multitudinarias, contra el gobierno ruso, y ha acusado públicamente de corrupción a figuras vinculadas con el Ejecutivo de Putin. Una muestra de la incomodidad que causa Navalny es que las autoridades rusas evitan nombrarlo. Incluso al momento del ataque, cuando su salud lo convirtió en noticia, Peskov, se refería a él frente a periodistas como “el paciente”.

No es la primera vez que los europeos y sus aliados se enfrentan a Rusia por un caso similar. En los últimos años hubo varios episodios de dirigentes políticos, millonarios y ex espías rusos que fueron intoxicados o sufrieron muertes dudosas. Una y otra vez las sospechas se dirigieron hacia Moscú, y en cada caso Rusia negó las acusaciones y denunció que es blanco de una campaña de desprestigio.

Viktor Yushchenko, ex gobernante ucraniano

En 2018, el ex presidente ucraniano Viktor Yushchenko relató a la BBC lo que vivió en 2004, cuando competía por ese cargo con el candidato preferido de Rusia, Viktor Yanukovich. “Cuando regresé a mi casa y besé a mi esposa, lo primero que me dijo fue: ‘Tus labios tienen sabor metálico’”, recordó. “Había ido a una cena con el director y el vicedirector del servicio de seguridad de Ucrania. Según la investigación, el veneno fue agregado al arroz que sirvieron en la mesa”, dijo.

Yushchenko fue internado en un hospital en Viena, y allí se confirmó que había sufrido una intoxicación. Los síntomas se agravaron, se le hinchó la cara y después todo el cuerpo. La piel de su rostro muestra todavía las marcas.

Anna Politkovskaya, periodista y militante por los derechos humanos rusa

Como periodista, Anna Politkovskaya fue premiada por varios de sus trabajos. Escribió La Rusia de Putin, un libro crítico hacia el gobierno ruso, y varios textos sobre el conflicto en Chechenia y lo que ocurría allí durante la Segunda Guerra Mundial. Denunció crímenes de guerra cometidos contra trabajadores humanitarios y periodistas que cubrían el conflicto.

También ella se convirtió en un blanco. En 2004 Politkovskaya sobrevivió a un primer intento de matarla con un té envenenado, cuando viajaba a Osetia del Norte para cubrir la toma de rehenes en la escuela de Beslán. Pudo pedir ayuda cuando notó que perdía la conciencia. Pero dos años después, el 7 de octubre de 2006 fue asesinada a tiros en el ascensor del edificio donde vivía en Moscú.

Un par de años después, la abogada que representaba a su familia y a varios opositores rusos, Karina Moskalenko, que vivía en Francia, fue internada junto a su esposo y sus tres hijos con náuseas, vómitos y dolor de cabeza. Debajo de las alfombras del auto se encontró una sustancia tóxica similar al mercurio.

Alexander Litvinenko, ex espía ruso

Cuando Alexander Litvinenko fue envenenado ya no vivía en Rusia. Se había instalado en Londres con su esposa, Marina. El 1º de noviembre de 2006 se reunió en un hotel céntrico con otros dos ex espías rusos, Andréi Lugovoi y Dmitri Kovtun, que habían viajado a Reino Unido y con los que mantenía un vínculo personal. Algunas horas después de tomar el té con ellos comenzó a sentirse mal, y a los dos días fue internado en un hospital con vómitos y dolores. Perdió el pelo y alcanzó valores muy bajos de glóbulos blancos en la sangre. Comenzaron a fallarle los riñones, el hígado, el corazón. Recién el 23 de noviembre, el día en que murió, se pudo identificar la sustancia radiactiva con que fue asesinado: polonio 210.

Tomó diez años que concluyera la investigación judicial sobre su envenenamiento. “Estoy seguro de que los señores Lugovoi y Kovtun colocaron el polonio 210 en la tetera”, dijo en 2016 el juez Robert Owen al leer su sentencia. “Hay indicios que permiten concluir que fue asesinado por agentes de los servicios de inteligencia rusos”, en una operación “probablemente aprobada” por el propio Putin, afirmó Owen. Según el juez, tanto el presidente ruso, que fue jefe de Litvinenko cuando dirigía los servicios de inteligencia rusos, como otros integrantes de su gobierno “tenían motivos para tomar medidas en contra de Litvinenko”.

El gobierno ruso siempre negó tener algo que ver con lo ocurrido en Londres. La entonces portavoz de la cancillería de Rusia, María Zakharova, atribuyó las acusaciones a una campaña contra su país. “Es una campaña habitual. Lo normal es inventar cosas. Sólo podemos verlo como una provocación”, dijo.

También Lugovoi y Kovtun negaron haber envenenado a Litvinenko. Pero días después de reunirse con él, cuando ya habían regresado a Moscú, los dos debieron ser internados con síntomas de radiación. En Londres, el rastro radiactivo se extendió por decenas de lugares por los que pasaron los tres: varios hoteles, un estadio y el Metro de Londres.

Vladimir Kara-Murza, político y periodista

En 2015, cuando solía divulgar denuncias contra el gobierno, el activista opositor y periodista ruso Vladimir Kara-Murza sufrió un fallo de varios órganos vitales y quedó en coma. Logró sobrevivir, pero dos años después debió ser internado de nuevo, por varios meses, y los médicos no lograron explicar lo que le pasaba.

Kara-Murza dijo en 2017 al diario español El País: “No sé ni quién, ni cómo, ni dónde me envenenaron, pero mi caso lleva el sello del Servicio de Seguridad Federal: sofisticado y sin dejar rastro. La intención era matar, no amedrentar”.

Sergei Skripal

En marzo de 2018, más de un centenar de funcionarios diplomáticos rusos fueron expulsados de Reino Unido, Estados Unidos y otros 20 países, en su mayoría europeos. Con esa medida, adoptada en conjunto, le transmitieron a Rusia su malestar con el envenenamiento, en la ciudad inglesa de Salisbury, del ex agente militar de inteligencia ruso Sergei Skripal, de 66 años, y su hija Yulia, de 33.

Skripal había estado preso en Rusia, condenado por alta traición. Había sido un doble agente que espiaba para Moscú y Londres. Una vez que salió de la cárcel, y gracias a un intercambio de espías, se instaló en Reino Unido.

Él y su hija fueron encontrados inconscientes en el banco de un shopping, y se los ingresó en un hospital en estado grave. Después de muchas dudas sobre el diagnóstico, se estableció que habían sido atacados con novichok. Los dos sobrevivieron.

El entonces ministro de Relaciones Exteriores británico, Boris Johnson (actual primer ministro), afirmó que era “altamente probable” que el presidente ruso estuviera involucrado. En todo momento el gobierno de Putin negó cualquier vínculo con el ataque, atribuyó las expulsiones de diplomáticos a una “campaña anti rusa”, y consideró que las acusaciones eran “imperdonables”.

Unos meses más tarde, el caso tuvo una secuela. Un hombre y una mujer británicos encontraron un frasco de perfume y revisaron su contenido. Ella murió y él quedó ciego. Se presume que en ese envase fue transportado el agente nervioso que se usó contra los Skripal, del mismo grupo de sustancias que la detectada en Navalny.

Pyotr Verzilov, activista

En el mismo hospital de Berlín en el que se encuentra ahora el líder opositor ruso fue internado hace dos años Pyotr Verzilov, un activista vinculado a la banda Pussy Riot. Aunque integraba ese colectivo crítico con el gobierno desde sus comienzos, se hizo conocido cuando ingresó a la cancha del estadio de Lushinski de Moscú durante la final del mundial de fútbol de 2018. Por esa protesta pasó 15 días preso.

Tiempo después, Verzilov sufrió alteraciones en la vista y el habla, dificultades para moverse y convulsiones. Recurrió entonces al hospital La Charité de Berlín, donde se recuperó y denunció públicamente que había sido envenenado. Los médicos del hospital alemán manifestaron que eso era “muy probable”, pero no pudieron identificar la sustancia.

Muertes dudosas

Otra consecuencia del caso Skripal fue el pedido que presentó la entonces presidenta del comité de Asuntos Interiores del Parlamento británico, Ivette Cooper, de que revisaran otras 14 muertes sospechosas vinculadas con Rusia y ocurridas en territorio británico, informó entonces la BBC.

Entre esos casos se encontraba el del ex banquero ruso Alexander Perepilichny, encontrado en la calle en posición fetal, frío y casi sin signos vitales, en 2012. Más tarde se atribuyó su muerte a una hierba que altera el ritmo cardíaco.

También aparecía en la lista el magnate ruso Boris Berezovsky, que dejó Rusia en 1999 y fue ahorcado en el baño de su casa en Reino Unido en 2013. Se consideró un suicidio, pero informes técnicos que encargó su familia encontraron indicios de que alguien lo había estrangulado.

Se incluían también el caso de un socio de Berezovsky, Scot Young, otro millonario, que cayó de su apartamento en el cuarto piso y cuyo cuerpo fue atravesado por la reja del edificio, y el de un científico vinculado con el caso Litvinenko, Matthew Puncher, apuñalado en su cocina con dos cuchillos distintos.

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