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Judíos ultra ortodoxos, rezan en el estacionamiento frente a una sinagoga, en Tel Aviv, Israel, el 13 de enero.

Foto: Jack Guez, AFP

La crisis israelí: entre las vacunas y los contagios

6 minutos de lectura
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Al igual que la pandemia, los intereses electorales profundizan las desigualdades en la población de Israel y en su relación con los palestinos.

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Leído por Andrés Alba.
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Según los voceros de su Ministerio de Salud Pública, Israel se encuentra en medio de una carrera frenética entre su experimento de vacunación masiva y un ritmo acelerado de contagios, que el lunes llegó a rozar los 10.000 casos positivos en un solo día. Estos datos, acompañados por la saturación de varios de sus hospitales, determinaron la decisión que tomó el martes el gabinete de gobierno de prolongar por diez días más el cierre total de actividades que impliquen atención al público y favorezcan aglomeraciones. Restringió también (después de meses de pulseadas al respecto) el ingreso al país de quienes no tengan certificados de test negativos hechos en las 72 horas anteriores a su vuelo a Israel.

Con el empuje de la nueva mutación del virus surgida en Reino Unido, que ya se detecta en la tercera parte de los casos en Israel, la epidemia llega estos días a sus momentos más graves desde su llegada en marzo del año pasado. La euforia en que Israel se encontraba ante el rápido avance de su plan de vacunaciones y la promesa de su primer ministro, Benjamin Netanyahu, de que en marzo, el mes en que están previstas las elecciones anticipadas, la covid-19 iba a estar superada, ha dado un giro hacia señales de preocupación e incertidumbre.

La vacunación

Israel es al día de hoy el país más avanzado en el proceso de vacunación masiva. Ya están vacunadas tres cuartas partes de la población mayor de 60 años y los enfermos crónicos, la inmensa mayoría del personal médico y sanitario, la mayoría de los docentes. La vacunación prosigue con la franja etaria de 45 a 60 años. En diciembre, cuando se hizo público y evidente que la empresa Pfizer le ganaba por poco la carrera a Moderna, el gobierno de Netanyahu se apresuró a modificar su opción prioritaria, a pesar de haber invertido ya considerables sumas de dinero en Moderna.

Presionado por las próximas elecciones, en las que por cuarta vez en dos años se juega no sólo su futuro político, sino también su futura libertad personal, ante juicios por corrupción, Netanyahu llegó a un acuerdo con Pfizer que convirtió a la población de Israel en un gigantesco experimento para comprobar la eficacia de la primera vacuna que fue aprobada por la Administración de Medicamentos y Alimentos de Estados Unidos. Para eso Israel dispone de una amplia infraestructura de mutualistas médicas articuladas con el sistema de seguro nacional de salud y muy bien distribuidas en el territorio.

Ese sistema de mutualistas y el seguro nacional de salud son de las pocas herencias del pasado socialdemócrata que han sobrevivido a las privatizaciones de la era neoliberal. Es toda una paradoja que Netanyahu, desde siempre enemigo declarado de lo público y propulsor de privatizaciones y reducción de los servicios sociales, ahora coloque todas sus esperanzas en una veloz operación de vacunaciones basada precisamente en ese sistema. Con esta operación pretende obtener el crédito político perdido en la errática conducción de la crisis sanitaria y económica en los últimos seis meses.

La empresa Pfizer, por su lado, da prioridad a Israel en el abastecimiento precisamente por esa estructura articulada de mutualistas, que permite, de forma muy eficaz, vacunar rápido a la inmensa mayoría de la población y a la vez recibir ordenada y rápidamente la información respecto de las reacciones ante la vacuna. Cada efecto ante las inyecciones trasmitido por cada paciente es inmediatamente registrado en su mutualista, y la información que se acumula es transmitida a Pfizer. De esa manera, Israel es a la vez un campo de demostración de la eficacia de la vacuna y de gigante experimentación para acumular datos y, si fuera necesario, mejorar la vacuna o prevenir sus efectos negativos en el futuro.

La gran mayoría de la población acude gustosa a los centros de vacunación, empujada por el afán de terminar de una vez con los riesgos y los trastornos en la vida cotidiana causados por la epidemia. Existen voces críticas e incluso opositores a la vacuna, pero son grupos muy minoritarios. Pero lo que cada vez se oye más son manifestaciones de incertidumbre de voceros del ámbito de la salud con respecto a la eficacia de las vacunas.

Por la cantidad de contagios de personas que estaban en las tres semanas que transcurren entre la primera dosis de la vacuna y la segunda, queda claro que con una sola no es suficiente para inmunizar. Además, si bien todo indica que la variante británica del virus está incluida en la protección ofrecida por la vacuna, hay dudas ‒que sólo se disiparán en las próximas semanas‒ acerca de la nueva variante aparecida en Sudáfrica.

Pero la incertidumbre más sustancial, imposible de responder ahora, es sobre cuánto dura la inmunización que brinda la vacuna. Ni los expertos de Pfizer ni de las otras vacunas, ni la Organización Mundial de la Salud tienen respuestas claras. ¿Será suficiente una vacuna de por vida? ¿Será necesario vacunarse todos los años, o incluso con mayor frecuencia? Y otra incertidumbre: si bien las vacunas generan anticuerpos que combaten con eficacia el virus, no está claro si los vacunados pueden transmitir o no el virus. Mientras Netanyahu asegura que Israel corre con ventaja y será el primer país en liberarse de la covid-19, otros voceros más escépticos indican que ser el primero en avanzar en un escenario de incertidumbre es también algo riesgoso.

La política y la sociedad tensadas al máximo

La crisis política está presente de muchas maneras en cada decisión con respecto al manejo de la epidemia. La desobediencia de sectores religiosos ultraortodoxos, que mantienen abiertos sus centros de estudios pese a la orden de cerrarlos, genera muchas presiones a un gobierno y una Policía que apenas toman medidas puntuales para forzar el cierre. Las multas que son utilizadas con rapidez y eficacia cuando se detectan violaciones a las disposiciones en otros sectores de la población, y que se aplican con particular severidad contra la población árabe, apenas son utilizadas contra los sectores religiosos que son aliados políticos de Netanyahu. Por otro lado, la epidemia en el sector religioso alcanza ya niveles gravísimos, mucho mayores que el promedio.

De aquí a las elecciones, faltan dos meses en los que se redefinirá el mapa político y la oferta electoral, y en esto puede ser decisivo el desarrollo de la epidemia y sus consecuencias económicas y sociales. Pero más allá de las elecciones e independientemente de su resultado, la sociedad israelí se encuentra en una crisis interna profunda, con tensiones graves. Y más allá de la crisis sanitaria, y suponiendo con optimismo que esta pueda superarse en la primera mitad de 2021, las secuelas económicas y sociales son muy serias. Por sobre todos los efectos de la pandemia se destaca la profundización de las ya grandes diferencias sociales.

Mientras sectores económicos vinculados a las altas tecnologías no sólo siguieron trabajando plenamente, sino que prosperaron en estos meses, otros sectores se encuentran al borde del colapso. Y lo mismo se replica en el plano educativo. Los niños de familias relativamente pudientes han logrado asegurar formas de educación a distancia y suplieron con medios privados la disfuncionalidad de la educación pública, pero los de familias pobres y numerosas, los de poblados periféricos y la mayoría de los niños árabes casi no han tenido acceso al sistema educativo durante estos meses, por mala conexión a internet y por insuficiencia de computadoras.

En el plano laboral, los nuevos desocupados suman ya cientos de miles; debido a la crisis y a la incertidumbre política vieron extendido su período de cobertura en el seguro de paro hasta junio de 2021. Muchas empresas ya están utilizando la crisis para restructurarse, para reducir sus futuras planillas de empleados, y muchos trabajadores lograron mantener sus empleos a cambio de aceptar una sobrecarga laboral que será muy difícil de volver a reducir cuando se regrese a la ansiada “normalidad”.

Todo esto sin mencionar a la Autoridad Palestina, islotes autónomos en donde residen millones de personas bajo el bloqueo de Israel. Esa población, que es parte de la mano de obra barata en la cual se basan no pocas empresas israelíes y que reside muy cerca de las poblaciones de colonos israelíes, no será vacunada tan rápidamente. En otras palabras, las diferencias abismales entre israelíes y palestinos en cuanto al nivel de vida, las libertades y las posibilidades aumentarán próximamente. Esto sólo puede anunciar el creciente peligro de nuevas rondas de enfrentamientos una vez superada la actual fase de la epidemia.

Mientras tanto, las organizaciones de colonos israelíes, que se establecen en tierras de las cuales fueron despojados los palestinos, utilizan la competencia entre el Likud de Netanyahu y otros partidos de derecha para presionar y obtener la “legalización” y el suministro de servicios a varias decenas de “nuevos poblados” israelíes asentados en diversas colinas en el territorio palestino ocupado en los últimos años. La colonización avanza lenta y paulatinamente, se consolida y restringe más y más el espacio del que disponen los palestinos. Sea cual sea el gobierno israelí que surja de las próximas elecciones será un gobierno de derecha nacionalista, con pocos matices, y su margen de maniobra ante los palestinos dependerá en parte de la voluntad de la nueva administración estadounidense. A su vez, los palestinos esperan, divididos y en una crisis política crónica, y muy pronto exigirán una vez más, de diferentes maneras, que sus derechos y reclamos sean escuchados.

Gerardo Leibner, desde Israel.

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