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Horacio Rodríguez Larreta, durante una conferencia de prensa, el 15 de abril en Buenos Aires.

Foto: Eliana Obregón / Telam / AFP

El jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, construye su propio perfil y una probable candidatura a la presidencia dentro del macrismo

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Leído por Abril Mederos
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En medio de incertidumbres políticas, económicas y pandémicas que atraviesan la vida pública argentina, el jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, construye día a día su candidatura para la Casa Rosada, una ambición que su entorno no se esfuerza por disimular fuera de micrófono.

A Larreta no lo espera un lecho de rosas. Para empezar, deberá desplazar a Mauricio Macri –del que fue un aliado de fierro hasta hace poco– del liderazgo de la coalición de derecha Juntos por el Cambio. No está claro que ello pueda suceder. Macri lleva tres años con una imagen negativa en torno a 60%, pero para el núcleo opositor (que le dio 32% de los votos en las primarias obligatorias de 2019), sigue siendo el principal referente. Larreta necesita elevar ese techo, pero no puede prescindir de lo que hoy Macri considera, quizás con razón, propio.

Que Rodríguez Larreta busque competir por la presidencia no supone una sorpresa. La capital argentina eligió hasta la fecha a cuatro alcaldes (hasta 1995 era un puesto designado por el presidente de turno). El primero, el conservador Fernando de la Rúa, de la Unión Cívica Radical, resultó electo presidente en 1999 y dos años más tarde finalizó una extensa y confortable carrera política como comandante de la peor catástrofe socioeconómica del país. El segundo, el progresista Aníbal Ibarra, podría haber sido presidenciable, pero fue destituido tras el incendio de un precario salón de conciertos, República Cromañón, que costó la vida a casi 200 jóvenes en 2004. Y el tercero, Macri, finalizó su presidencia con resultados económicos no tan distintos a los de De la Rúa, aunque con mucha mayor fortaleza política.

“Ser jefe de gobierno de Buenos Aires implica estar anotado en la discusión presidencial, es casi una cuestión estructural de la política argentina, más aún en el espacio no peronista”, dijo a la diaria María Esperanza Casullo, docente de la Universidad Nacional de Río Negro y doctora en Políticas Públicas de Georgetown. La capital argentina, con algo menos de tres millones de habitantes que tienen un ingreso promedio per cápita europeo (en paridad de poder adquisitivo), constituye una vidriera privilegiada en la escena nacional argentina. Sus problemas contrastan con los del Gran Buenos Aires, la vasta periferia perteneciente a la provincia que alberga diez millones de habitantes repartidos entre barriadas pobres, municipios de trabajadores, clases medias y zonas privilegiadas hasta la opulencia.

Se suma a esto un factor identitario de Argentina, la centralidad de Buenos Aires, y otro vinculado al voto no peronista. “El kirchnerismo se construye sobre un liderazgo positivo. Sus adherentes creen que Cristina [Fernández de Kirchner] es la líder que necesita el país. En cambio, el voto no peronista orbita en una identidad negativa. Su sector principal elige liderazgos en relación al rechazo al peronismo y a quién está en mejores condiciones de vencerlo, por lo que es lógico que las candidaturas surjan de Buenos Aires”, bastión del no peronismo, sostiene Lucas Romero, director de la consultora de opinión pública Synopsis.

Otros macrismos

En su reciente libro Primer tiempo, Macri renovó una impronta ideológica nítida que asumió entre las primarias y la elección general, cuando se enfrentaba a una derrota segura: mano dura contra la inseguridad, ortodoxia económica a rajatabla, alineamiento con la corriente conservadora latinoamericana y posturas confesionales en derechos civiles bajo lemas como “defensa de las dos vidas” ante el aborto.

Despojado de la exitosa estrategia de suavización que construyó paso a paso durante la década previa a su triunfo de 2015, Macri se reencontró con el contratista del Estado libertino que opinaba por televisión a principios de la década de 1990. A tal extremo, que el exmandatario reiteró en Primer tiempo una frase difícil de comprender en un político con aspiraciones a ganar una elección. A su juicio, el peronismo (casi 50% de los votos hace dos años) “se convirtió en el partido de los que no trabajan”. La definición alude al cliché de que hay varios millones de argentinos propensos al mínimo esfuerzo y hasta al delito (allegados a Macri no ahorran la incriminación de tipo penal), que se dejan seducir por los cantos de sirena populistas de Cristina Fernández de Kirchner. El marco de análisis expresado por el expresidente podría ser entendible en una columna de Mario Vargas Llosa o en los muchos programas de radio y televisión de esa tendencia, pero no en un político con alguna intención –y nadie debería descartarla– de aspirar a un “segundo tiempo” en la Casa Rosada.

La radicalización de Macri facilita a Rodríguez Larreta la búsqueda del imprescindible voto centrista. Con mínimos gestos, el jefe de gobierno de la capital logra marcar terreno. Lo hace cuando se aparta de propuestas como la de que el acceso a las vacunas contra el coronavirus quede sujeto a la capacidad de compra de ciudadanos y empresas, como propone su rival interna Patricia Bullrich, exministra de Seguridad. O cuando el 24 de marzo, el día que se conmemoraban 45 años del último golpe de Estado, recordó el secuestro y liberación de su padre, y renovó el compromiso con el Nunca Más. Esa acción lo separó del silencio de Macri y su entorno, poco interesados en el tema o afectos a la teoría de los “dos demonios”, sobre la existencia de un terrorismo de izquierda que dio origen a un terrorismo de derecha.

Sin embargo, el efecto “manta corta” para Larreta queda demostrado en que esos movimientos son bien leídos por sectores centristas que pudieron haber votado a Alberto Fernández hace dos años, pero ocasionan bullying en las redes sociales de parte de los macristas de línea dura.

Casullo, autora del libro Por qué funciona el populismo, toma distancia de la diferenciación entre “halcones”, que serían liderados por Macri y su aliada Bullrich, y “palomas”, de Larreta. Traza la línea entre quienes tienen responsabilidades de gobierno y son juzgados, por ejemplo, por la eficacia del plan de vacunación en su distrito, y quienes no ocupan cargos ejecutivos y se sienten libres para “posturas maximalistas”.

El “gestor” que se convirtió en candidato

El antiperonismo está diluido en la figura de Larreta. Mantiene diálogo con el jefe de Camioneros, Hugo Moyano –antiguo aliado, pero hoy mala palabra para Macri–, y otros sindicalistas. Si bien nunca fue amigo personal del expresidente, ganó terreno en su entorno cuando estuvo a cargo de la jefatura de Gabinete en la ciudad, a partir de 2007. Desde ese puesto manejó el, por lejos, mayor presupuesto publicitario por habitante del país, así como las relaciones con la Justicia y la burocracia municipal. Fue el “gestor” en la capital federal mientras Macri construía su candidatura presidencial. Aunque el perfil técnico y la falta de carisma de Rodríguez Larreta hacían improbable una postulación para un cargo electivo, su tenacidad, la red construida y el dedo de Macri prevalecieron sobre rivales internos que aspiraban al gobierno de la ciudad en 2015.

La impronta ejecutiva de Rodríguez Larreta, bien valorada por la mayoría de los porteños –en 2019 fue reelecto con el mayor porcentaje histórico en la capital–, transita la misma senda que la de su mentor, aunque con más eficiencia. Peatonalización de calles céntricas, baldosas, pavimento, edificios premium, derribo de casas con valor arquitectónico, comercialización de espacios públicos frente al río, Policía brava, flores en las plazas, rejas, y la tentación de la gentrificación de barrios periféricos que se van poniendo de moda, con todas las dificultades que tiene recrear la experiencia del Lower East Side de Manhattan en una ciudad que, al fin y al cabo, es muy latinoamericana.

La contracara del “progreso” de Larreta es un subterráneo transformado en un calvario –en 2007 el macrismo prometió 11 kilómetros de nuevas líneas por año y lleva 11 kilómetros en 14 años al mando de la ciudad–, exigua construcción de viviendas, menos espacios verdes y retroceso ostensible de la salud y la educación públicas frente a la oferta privada. Es decir, en cuanto a mejoras en lo que es estructural y caro para una ciudad, poco y nada.

Clarín y otros apoyos impensados

Por ahora, el alcalde-candidato tiene un favor mediático ostensible. Con el Grupo Clarín, el vínculo incluye negocios multimillonarios para la provisión de internet en escuelas y lugares abiertos, cesión de terrenos públicos y compra de manuales escolares. Su presencia recorre los medios exenta de polémica y hasta logra la rareza de que algunos afines al kirchnerismo o “progresistas” se salteen aspectos resbaladizos de su gestión. Así, Rodríguez Larreta obtiene elogios inusitados en los principales medios por su política sanitaria frente a la pandemia, pese a que Buenos Aires tiene mucha mayor cantidad relativa de contagios y mortalidad que, por ejemplo, San Pablo.

Político de movimientos con precisión quirúrgica, el jefe de gobierno de Buenos Aires dio un paso en falso a fines de febrero. Partió a Buzios cinco días con sus hijos y otros familiares en un vuelo privado que hizo escala en Montevideo. La aventura fue, para empezar, imprudente, en plena expansión por todo Brasil de la cepa de coronavirus surgida en Manaos, y luego, onerosa, ya que invirtió varios miles de dólares en el alquiler de una nave por unas efímeras vacaciones.

Larreta no midió bien la repercusión del viaje, y a su regreso explicó que había vivido un año difícil por la separación de su esposa, que no hablaría de su vida privada, y que el avión había sido alquilado por su hermano. No hubo repreguntas en las pocas entrevistas que tocaron el tema, silencio consecuente con la ausencia de cuestionamientos a la reiteración de contratistas para las obras públicas, incluidas empresas vinculadas a la familia Macri. No obstante, el efecto marzo causó un declive –quizá momentáneo– que arrojó una imagen positiva más baja que la negativa por primera vez en mucho tiempo, según los números de Synopsis.

Macri y Bullrich –montonera en la década de 1970, menemista luego, delarruista más tarde y azote de la izquierda con aires bolsonaristas hoy– corren con la ventaja de que tienen un vínculo “afectivo” con sus votantes, coinciden Romero y Casullo. Pero la lista de los carismáticos del macrismo es encabezada por la exgobernadora de la provincia de Buenos Aires María Eugenia Vidal. Venerada por la televisión y las columnas de los principales diarios hasta niveles indecorosos, Vidal era presentada como la carta del triunfo inexorable de la alianza de macristas y radicales. Los cálculos resultaron fallidos. Vidal perdió la reelección en la provincia por 14 puntos ante el peronista de izquierda Axel Kicillof. Desde su derrota en 2019, Vidal se mantuvo casi en silencio, hasta que el miércoles presentó su libro Mi camino. Bien leído, el trabajo alberga un cúmulo de críticas medulares a Macri. El tiempo dirá si Vidal, con activos políticos indiscutibles, puede hacer su camino. Si lo logra, Rodríguez Larreta deberá recalcular y, probablemente, abandonar.

La supuesta dificultad del jefe de gobierno porteño para generar empatía popular por su perfil “técnico” pudo haber sido el motivo por el que Alberto Fernández eligió tenderle la alfombra para pegar el salto a la escena nacional ni bien comenzó la pandemia, arriesga Romero. Durante 2020, en una estrategia de apariencia extraña, el presidente no ahorró minutos en televisión ni publicaciones en redes sociales para tratar a Larreta casi como un par, para resaltar sus coincidencias y hasta para hacer seguidismo de sus políticas ante la pandemia.

La propia Cristina Fernández de Kirchner elogió en Twitter el reciente repudio de Rodríguez Larreta a la dictadura, gesto que, si bien enardece a los macristas duros, ayuda a bajar las defensas entre peronistas y sectores de izquierda. No sería la primera vez que el kirchnerismo yerra al calcular los beneficios de hacer crecer a un rival al que cree vencible, como atestigua el caso Macri.

En una única acción hostil en 2020, el gobierno de Fernández revirtió parte de las cuantiosas transferencias presupuestarias concedidas a la ciudad de Buenos Aires durante la presidencia de Macri. Ello llevó al jefe de gobierno porteño a denunciar discriminación y a presentar batalla ante la Corte Suprema, en una escalada que lo ayudó a reconciliarse con los “halcones”. La secuencia se repitió el jueves, cuando Rodríguez Larreta anunció que presentaría un amparo ante el máximo tribunal para resistir el cierre de las escuelas entre el 19 y el 30 de abril dispuesto por el presidente, ante el resurgimiento de la pandemia. En la derecha arrecian las alusiones a la dictadura por la medida. Rodríguez Larreta tomó el guante y se subió al ring. Mientras tanto, los macristas pusieron pausa a los elogios que profieren a uno de sus referentes internacionales que también suspendió las clases presenciales, Luis Lacalle Pou.

Zooms que no reparan heridas

Por ahora, Macri, Rodríguez Larreta, Bullrich, Vidal y una decena de dirigentes de la coalición conservadora comparten un zoom cada dos semanas. En el último de esos encuentros virtuales, el jefe de gobierno porteño apagó la cámara y puso la imagen de su escritorio, mientras el expresidente se dejó ver vestido de entrecasa sobre un fondo de su cama destendida.

La alianza entre Rodríguez Larreta y Macri continuará hasta donde la conveniencia política lo permita –quizá muchos años–, aunque la relación personal parece quebrada. Un espionaje sistemático y masivo organizado por servicios de inteligencia paralelos durante la presidencia del empresario eligió como blancos a opositores políticos, referentes de la iglesia católica, sindicalistas, personajes del espectáculo, periodistas, y una hermana y un cuñado del mandatario a quienes les desconfiaba por motivos hereditarios.

Whatsapps imprudentes y testimonios vertidos ante un juzgado federal el año pasado dan cuenta del vínculo directo entre esa trama y, por lo menos, la cúpula formal de la Agencia Federal de Inteligencia, que estaba a cargo de Gustavo Arribas, un empresario del fútbol e íntimo amigo de Macri. La lista de espiados no se detuvo en adversarios declarados. Incluyó a Vidal y al propio Rodríguez Larreta. En sus indiscreciones, los espías –todos ellos tomados o ascendidos por la gestión Arribas– hicieron elucubraciones sobre un supuesto affaire sentimental del jefe de gobierno. Nadie podría dar por cierta esa operación sucia. Para Macri, se trató de habladurías de agentes infieles que vendían servicios paralelos al mejor postor. Tras su separación, a fines de 2020, Larreta afirmó que había vivido el peor año de su vida.

Sebastián Lacunza, desde Buenos Aires.

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