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Alicia Rodríguez y Lucía Pierri.

Foto: Rodrigo Viera Amaral

Reinventar lo común y darle espacio a lo incierto

9 minutos de lectura
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Desde el Instituto de Psicología Social, Alicia Rodríguez y Lucía Pierri, psicólogas y docentes, reflexionan sobre nuevas formas de entender una comunidad y sus integrantes.

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“Las condiciones sociohistóricas que originaron la psicología comunitaria en América Latina variaron sustantivamente. No obstante, las desigualdades sociales que motivaron su desarrollo permanecen y se han profundizado, lo que nos lleva a considerar su vigencia. Sin embargo, a la luz de las transformaciones experimentadas es necesario revisar algunas categorías conceptuales –sujeto, comunidad, exclusión e inclusión social, y participación– y evitar que pierdan su carácter político”, afirmaba la psicóloga, doctora en Ciencias Sociales y docente Alicia Rodríguez en una conferencia del Segundo Simposio Internacional en Psicología Social Comunitaria realizado en Colombia, allá por noviembre de 2012.

Doce años después, sus inquietudes se parecen bastante, aunque después de la pandemia, reconoce, el sentido de resignificación sobre estos temas se volvió más urgente.

La 10ª Conferencia Internacional de Psicología Comunitaria, organizada por la Universidad de la República (Udelar) y llevada a cabo en setiembre de 2024 en Montevideo bajo el lema “Reinventar la vida en común en el contexto sociopolítico actual”, se conecta directamente con ese impulso de relectura crítica.

Rodríguez y su colega y compañera, la psicóloga, magíster en Políticas Públicas y Derechos de Infancia y docente Lucía Pierri –desde su espacio compartido del Instituto de Psicología Social de la Facultad de Psicología–, trabajaron en la organización de esta actividad de originales características que fue, a la vez, un encuentro de experiencias sociocomunitarias de extensión universitaria, en el que también participaron la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo, el Instituto Superior de Educación Física, el Centro Regional Litoral Norte, el Servicio Central de Extensión y Actividades en el Medio, el Programa APEX, el Programa Integral Metropolitano, la Red de Unidades de Extensión, organizaciones sociales y público en general.

En amable diálogo con la diaria, durante una pausa de su jornada laboral en la casa de estudios de la calle Tristán Narvaja, Rodríguez y Pierri invitan a acercarse a su idea de reinvención, con algo más interesante que una certeza.

Lo primero que se me ocurre preguntarles tiene que ver con que, en el mundo actual, parece que todo conspira para que no haya un tiempo y un espacio para lo común y el encuentro. ¿Por dónde debería buscar?

Alicia: Me parece bien pensarlo en términos de tiempo y espacio, pero nosotras partimos de la base de una concepción en la que entendemos, desde el vamos, que somos a partir de algo en común. Esa también fue la tónica del congreso de este año.

Sigue vigente la idea de que vivimos en una sociedad capitalista que prioriza al individuo y la competencia. Eso, de alguna manera, construye la ilusión de que somos autosuficientes y de que es posible vivir sin estar relacionados y vinculados con las otras personas, con la naturaleza, con todo lo que nos rodea.

De lo que se trata, en tal caso, es de pensar en cómo vivimos y construimos en común. En otra época había una cierta claridad en cuanto a que el plano sustantivo era el plano de lo macro. Lo que decimos nosotras, pensando en muchos aspectos de este presente, es que la posibilidad de producir y de construir lo común también está en nuestros espacios y tiempos diversos.

Es difícil pensar en que hay una sola forma de lo común cuando reconocemos que lo que hay son cotidianidades diversas. Nosotras, por ejemplo, podemos pensar en algo de esto como docentes en nuestros lugares de trabajo, en qué forma producimos lo común en una universidad pública, en esta coyuntura. Otros y otras lo piensan desde los ámbitos en los que viven. La pandemia generó y disparó muchas posibilidades en ese sentido: nos obligó a revisar nuestro vínculo con la naturaleza, la cuestión de la alimentación, las formas diversas y alternativas de resolver cada problema.

Hay algo de eso que tiene que ver con cómo se resignifica la producción de lo común en cada contexto en particular. Es decir, no hay una sola forma.

El repensar lo común no parece tan fácil. Hay quienes tienen muy asociado el concepto de comunidad a un territorio específico, por ejemplo.

Alicia: Claro, ahí se abre otra gran discusión sobre qué entendemos por comunidad. Y tenemos un problema de base y es que tradicionalmente tendemos a pensar la comunidad con un énfasis puesto en lo común y en lo igual, en lo homogéneo y lo uniforme. Y lo cierto es que la historia ha aportado muchos ejemplos de lo peligrosas que pueden terminar siendo algunas de esas comunidades.

Sobre todo, cuando ese énfasis en lo idéntico trae como efecto la construcción de una alteridad radical. En ese sentido, otro problema es que la diferencia, que es inherente a los habitantes de cualquier sociedad, suele construirse en términos jerárquicos de dominación, descalificación y discriminación.

Por eso para nosotros pensar lo común y lo comunitario nos remite directamente a la diferencia, a la forma en la que incorporamos la diferencia y en cómo la diferencia compone eso de lo común. Partimos de la base de que no podemos ser, si no es con otros y otras, y que somos diferentes porque no hay otra forma de concebirnos.

Está claro que a partir de eso hay que ver en la práctica qué hacemos con lo diferente, en los diferentes ámbitos: en el trabajo, en la política, en todos los procesos colectivos de la vida cotidiana.

Pensaba en dos ejemplos para ver cómo dialogan con esta idea de lo común a partir de lo diferente. En esta última campaña electoral, muchos hablaron de dos modelos de país. Por otro lado, Uruguay sigue teniendo alrededor de 200.000 personas viviendo en asentamientos, en una situación que se ha cristalizado.

Alicia: Hay un autor argentino, Carlos Skliar, que dice algo así como que la tolerancia a la diferencia es la prima hermana de la indiferencia. Es cierto que cuando hablamos de aceptar lo diferente podemos caer en una mirada ingenua, neutra o poco crítica sobre esas diferencias que redundan en profundas desigualdades, en sufrimiento de mucha gente y en la institución de ciertas relaciones de poder y dominación donde sólo algunos tienen privilegios.

Cuando decimos que lo común se compone de la diferencia, sin negar las desigualdades, es pensando en incorporar toda la contradicción y la complejidad de una sociedad.

De todos modos, es mucho más fácil pensar en términos polarizados. Creo que nos está costando pensar de otra manera.

Lucía: Cuando desde aquí [el Instituto de Psicología Social de la Udelar] nos decidimos a postularnos para organizar el congreso, la palabra que surgió fue reinventarse.

Venimos de diez conferencias a nivel mundial en un marco disciplinar que es el de la psicología comunitaria. La que se hizo este año acá no fue otro encuentro disciplinar. Trabajamos con Extensión Universitaria y con servicios de diferentes facultades, por ejemplo.

Entonces, reinventar implica reconocer los discursos de la brecha, la polarización y los dos modelos de país, y habitar esos escenarios para ver con qué nos encontramos. Ahí vuelvo a lo que preguntabas al principio. ¿Por dónde busco? ¿En lo macro, en lo micro?

Si queremos hacer algo distinto, hay que darse el tiempo de conocer qué es lo que tenemos, y en eso de reinventar hay una mezcla de inventario, de pasar revista de lo que tenemos, pero también ahí aparece la posibilidad de imaginar formas distintas de estar.

Entonces hay una cuestión en la que trabajamos, que es la de darnos el tiempo para poder estar, especialmente en lo distinto.

En la metodología de trabajo del congreso, por ejemplo, hubo mucho de pensar alternativas para que no todo se centrara en alguien que viene a leer un paper mientras los demás lo escuchan. No se nos escapa que en este tipo de actividad se acostumbra a jerarquizar ciertos saberes, les prestamos atención a los popes de tal o cual tema y después nos vamos. Esta vez armamos mesas en las que participaba gente muy distinta, alguna más vinculada a la investigación, otra a experiencias prácticas, y con los espacios y los tiempos necesarios para intercambiar ideas y conocerse con los demás.

Con esto quiero decir que hay algunos gestos que permiten posicionarnos mejor a la hora de reinventarnos. Además, los mapas organizativos que tenemos, incluso para transformar estas cosas de las que hablamos, por momentos parecen muy fatigados.

Alicia: Vos mencionabas el contexto actual en el que parecen competir dos modelos, yo personalmente celebro que democracias como la nuestra sigan funcionando.

Lucía: Hoy convivimos con otro discurso en el que se desconfía de los movimientos colectivos y se habla de la ideología como algo negativo. Entonces, hay algo potente en el hecho de ejercer una presencia, de exponerse. Creo que también se trata de crear las posibilidades para que lo que estamos buscando pueda suceder, y que además eso pase en una forma distinta.

A partir de ahí viene lo incierto, lo sorpresivo. Cuando hablamos de reinvención también significa poder apartarse de lo conocido para darle lugar a lo novedoso.

Alicia: Partimos de la base de que el mundo así como está no puede seguir funcionando porque nos destruimos y destruimos la naturaleza. Pero luego, ¿cómo sería el otro mundo? Eso es algo que no necesariamente es posible anticipar.

Lo fundamental es generar condiciones de posibilidad para que algunas cosas que hoy funcionan de determinada manera funcionen de otra. Por ejemplo, que tengamos tiempos reales de encuentro, de escucha, de discusiones, de producir colectivamente, que podamos poner a jugar otros lenguajes, no solamente el lenguaje oral. La palabra tiene un predominio importante en esta sociedad occidental, pero hay otros lenguajes, como el del arte. Hay otras formas de decir y hacer. Por eso es clave crear condiciones de posibilidad para que suceda algo diferente.

A propósito de buscar nuevas formas, ustedes han trabajado con la idea de bibliotecas humanas. ¿Cómo funcionan exactamente?

Alicia: Es una idea que surge en Dinamarca, sobre todo para visibilizar historias de subalternidad: historias personales, singulares, que permiten acercarse a la diferencia de un modo muy natural y genuino.

Para el congreso le dimos un sentido similar, buscando reconocer trayectorias y saberes acumulados de orígenes muy distintos. Al mismo tiempo, metodológicamente, lo que se hace es poner a funcionar una conversación íntima, en ambientes de confianza en los que la escucha atenta resulta más sencilla.

Lucía: Pensamos en cuatro personas de distintas edades y procedencias –la obrera textil María Julia Alcoba Rossano, el músico Rubén Olivera, la docente Celeste Zerpa y el estudiante de psicología Ciro Piana– que, por distintas razones, nos parecía que podían encarnar, en distintos planos de la vida, esta articulación entre lo singular y lo colectivo, y generamos espacios de conversación a partir de ahí, en donde un relato personal es de algún modo como una biblioteca humana a la que algunos pueden acercarse.

Además, es un espacio ideal para el intercambio de ideas, sin ningún guion previo. Cada uno de los invitados armó un pequeño texto y los que se acercaban podían llevar la conversación para donde quisieran. Y lo que pasó fue que las historias de algún modo se fueron trenzando.

Ahí es cuando te das cuenta de que un intercambio intergeneracional de este tipo es raro que suceda si no habilitás un espacio de diálogo con ciertas características. Muchos estudiantes salieron de esas charlas asombrados o emocionados, repensando muchas de las cosas de sus vidas.

Alguien podría decir que, a pesar de sus buenas intenciones y aportes, la psicología comunitaria está perdiendo el partido por goleada, incluso en relación con el lugar que ocupan otros saberes en la sociedad actual, como la economía.

Alicia: Si el partido es contra el capitalismo, y pensamos en cómo el capitalismo nos construye y nos constituye, como dijo algún pedagogo brasileño, “El capitalismo tiene los siglos contados”.

Lucía: Y ahí volvemos a lo del reinventar lo común. Capaz que, en esta cuestión de las caídas de los macrorrelatos, los que también están cayendo son los modelos. Está claro que hay un diagnóstico que dice: esto así no funciona, pero todavía no existe una alternativa clara en otro sentido. ¿Hay pistas de otro posible camino? Sí. Los feminismos, por ejemplo, han generado una revolución cultural y material, que viene con otras formas de moverse y organizarse distintas de las habituales, y además han sabido cuestionar las formas tradicionales de organización que históricamente han estado cargadas de vínculos de sometimiento, invisibilización y dominación.

Alicia: Las jerarquías de las disciplinas no son ajenas a las jerarquías del mundo. Yo no soy muy adepta a los territorios disciplinares. No sé qué tanto la cuestión se juega en los territorios disciplinares o qué tanto se juega en algunos paradigmas, en este caso del conocimiento y de formas de cambio social. Me parece que hoy cada vez más hay algo que trasciende ampliamente las disciplinas.

Las disciplinas lo que hacen es territorializar la realidad. Cuando uno habla de construir territorios de saber y conocimiento, está hablando de conquistar territorios, está hablando de ejercer el dominio sobre determinados saberes y objetos de estudio.

Lucía: Parecería que todo se trata de ganar o perder un territorio. Pienso en cómo la salud mental fue un tema de campaña electoral, en una forma parecida a la de un botín.

Después de ver las propuestas presentadas, es un poco desilusionante ver que la salud mental parece estar reducida a “ponemos un servicio de atención acá y otra cosa por allá”. ¿Cuándo discutimos qué es la salud mental y cómo se construye? Sin dudas, tiene que ver con los servicios de atención al sufrimiento, pero la salud mental la construimos mucho antes del momento en que necesitamos recurrir a un servicio de atención. Se construye, por ejemplo, en estar contenidos y acompañados, en reconocernos en una vida en común.

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