A lo largo del siglo pasado, el crecimiento del consumo de agua a nivel mundial fue dos veces más rápido que el incremento demográfico, según información de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). El retiro de agua dulce se multiplicó por siete entre 1990 y 2010; según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la agricultura es responsable de 65% de dicha alza. De hecho, a nivel mundial, 70% del uso de agua proviene del sector primario y, mientras la escasez de agua se intensifica, se calcula que se necesitará producir 50% más de comida en cuanto llegue 2030.
Para enfrentar estos desafíos, nuevos modelos agrícolas se proponen aumentar la eficiencia hídrica de los cultivos. Y, para ver cómo se implementan estos modelos, no siempre se tiene que mirar hacia afuera. De hecho, algunos de estos cultivos se desarrollan entre cuatro paredes, como la hidroponía. En este modelo de cultivo sin suelo, se usa un soporte inerte para las plantas, cuyas raíces reciben nutrientes por medio de una solución acuosa. Esta técnica se desarrolló durante la primera mitad del siglo XX y su utilización va en aumento, hasta tal grado que se prevé que el mercado hidropónico mundial se triplicará entre 2017 y 2023.
Sebastián Figuerón, director técnico de Verdeagua Hidroponía, utiliza esta técnica en Uruguay desde el año 2000: “Cuando vi los primeros resultados de la hidroponía, me apasioné por la capacidad que tenía el sistema, su estabilidad, la uniformidad y la homogeneidad del producto. [...] La sostenibilidad terminó siendo un rebote”.
Ventajas hídricas y desventajas energéticas
La sostenibilidad ambiental es uno de los puntos fuertes de esta técnica. Según un estudio de 2015 publicado en la Revista Internacional de Investigación Ambiental y de Salud Pública, optar por la hidroponía permitiría usar 13 veces menos agua –a igual rendimiento, y aplicado al cultivo de lechugas en Arizona, Estados Unidos– que la agricultura convencional. En cuanto a la productividad por metro cuadrado, alcanzaría unas 11 veces la de cultivos convencionales, lo cual se explica por un uso más eficiente del espacio y un control mejorado del ambiente. Lo primero obedece a la verticalidad de los cultivos, tal como lo hace Spread, una empresa japonesa dedicada a la producción hidropónica de ensaladas. En noviembre la empresa inauguró su nueva planta de producción, un edificio de casi 4.000 metros cuadrados donde los cultivos verticales producirán tres toneladas de ensalada por día, a lo largo de todo el año. Cultivar adentro permite liberarse del yugo de las temporadas, ya que se controlan perfectamente las condiciones de crecimiento de las plantas: temperatura, humedad, luminosidad, aporte de nutrientes.
Figuerón no optó por cultivos verticales, aunque igual puede cosechar sus lechugas 12 veces al año, produciendo anualmente 80 toneladas de esta hortaliza en una superficie de 6.000 metros cuadrados.
Pero todo ello tiene un costo. El estudio mencionado previamente también concluyó que la hidroponía consume –en el caso investigado– hasta 93 veces más energía que la agricultura convencional.
En medio de esta tensión entre ventajas productivas e hídricas y desventajas energéticas, cobra relevancia mencionar una variante de la hidroponía que también está ganando terreno: la aeroponía. Tampoco necesita suelo pero, en vez de usar agua de forma líquida, se pulveriza una disolución acuosa enriquecida con nutrientes directamente sobre las raíces colgantes de las plantas. De acuerdo con las estimaciones de la NASA en 2007, que ya se interesó en el tema durante la década de 1990 para poder cultivar plantas en transbordadores espaciales, los sistemas aeropónicos reducirían 98% el uso de agua en comparación con cultivos tradicionales, mientras que harían obsoleto el uso de plaguicidas.
Enrique Rodríguez, jefe de personal de Aerofarms, una empresa estadounidense nacida en 2004 y dedicada a la producción aeropónica de verduras de hojas verdes, dijo a la diaria que utilizan hasta 95% menos agua y tienen una productividad por metro cuadrado hasta 390 veces mayor en comparación con la agricultura convencional. Estas cifras dependen de varios parámetros, tales como el tipo de cultivo y su tiempo de crecimiento.
A menudo se cuestiona la viabilidad de tal modelo debido a su intensidad de consumo energético. “Cultivar a tiempo completo significa usar electricidad”, justifica Rodríguez, antes de precisar que los avances tecnológicos lo pueden atenuar. “Nosotros usamos luces LED porque consumen menos [electricidad]”, añade.
Al otro lado del Atlántico, la empresa francesa Agricool también usa luces LED en sus contenedores para cultivos verticales aeropónicos de frutillas. Diane Fastrez, gerente de comunicación de Agricool, informó a la diaria que habían optado por la hidroponía hasta que la I+D mostró que “los resultados para nuestras frutilleras eran mejores en aeroponía (plantines, calidad de las frutas, producción)”. Los ocho contenedores ya operativos son, además, alimentados por energía renovable.
Los precios de venta de los productos nacidos en cultivos aeropónicos superan los de productos tradicionales, pero las promesas ambientales de los devotos de ambos modelos van más allá del ahorro de agua: reducción del uso de plaguicidas, lucha contra la deforestación y reducción de las emisiones de CO2. La intención es fomentar un sistema de producción, distribución y consumo más amigable con el medioambiente.
Menos deforestación y transporte
De acuerdo con un informe financiado por los gobiernos británico y noruego, la agricultura explica 80% de la deforestación a nivel mundial. Aumentar la productividad por metro cuadrado –dicho de otro modo, producir más con la misma superficie– contribuye a la lucha contra la deforestación y el cambio climático. Asimismo, cultivar entre cuatro muros permite hacerlo en zonas urbanas, más cerca de los sitios de consumo. Circuitos de distribución más cortos no sólo permiten bajar los costos, sino también evitar las emisiones de CO2 vinculadas con el transporte. Ya en 2015, 54% de la población mundial estaba viviendo en ciudades, una proporción que seguirá creciendo, según afirma la ONU. La capacidad de controlar el ambiente ofrece posibilidades nuevas a países donde el clima complica las cosechas, así como en Emiratos Árabes Unidos, cuya ciudad más poblada, Dubái, constituyó el primer paso de Agricool hacia su internacionalización. Con la agricultura urbana, las importaciones de dichos países disminuirán, dándoles más seguridad e independencia alimentaria, y ahorrando de paso unas cuantas emisiones de CO2.
Bajo agua
Otra nueva técnica de cultivo, la acuaponía, apunta al trabajo conjunto de peces y plantas. Consiste en la integración de dos tipos de cultivos: primero, la acuicultura, o sea la cría de peces, segundo, la hidroponía. Combinarlos permite crear un sistema en circuito cerrado, en el cual los excrementos de los peces nutren –gracias al trabajo de bacterias– plantas que, a su vez, limpian el agua de los peces. Según la FAO, los ahorros de agua vinculados con la acuaponía resultan igualmente significativos –hasta 90% de reducción en comparación con la agricultura convencional– y permiten además la producción simultánea de verduras y peces con un único insumo: comida para peces. El sistema depende tanto del equilibrio del ecosistema (y de los conocimientos que van con ello) como de bombas, mediante las cuales el agua se vierte en las plantas y, después de ser filtrada por ellas, vuelve al sistema. Por eso se puede replicar a diferentes escalas, desde producción casera hasta empresarial, y por eso es interesante en países ya golpeados por la escasez de agua o por el déficit alimentario.
La empresa camerunesa Save Our Agriculture se dedica a la venta de kits de acuaponía y la sudafricana Ichtys Aquaponics ofrece productos para implementar esta técnica. Según datos del Banco Mundial, el déficit alimentario de Camerún alcanzó 63 kilocalorías por persona por día en 2016. Save Our Agriculture empezó el año pasado a desarrollar actividades en Ruanda, donde el déficit alimentario es casi cuatro veces mayor. A modo de comparación, este déficit llegó a 24 kilocalorías diarias por persona en Uruguay. Además, el ratio entre las retiradas de agua dulce y el volumen total de agua dulce disponible en Uruguay aparece muy por debajo del nivel de Sudáfrica –3,5% y 43%, respectivamente–. En Sudáfrica la situación es definida como de estrés hídrico por la FAO.
Cuando El Niño golpeó el país africano en 2016 y fue seguido por años de escasez de lluvias en Ciudad del Cabo, se decidió introducir la idea del “Día Cero”, a saber, el día en el que se tendrán que cerrar todas las canillas. Si bien se pudo posponer semejante día, Lance Quiding, oficial de relaciones públicas de la Asociación de Acuaponía de África meridional, lo recuerda para enfatizar lo que la acuaponía puede aportar en esa región. “La agricultura será diferente”, confió a la diaria, “está llegando la hora”. Su asociación, nacida en 2016, reúne a diferentes actores de la acuaponía a fin de promoverla en Sudáfrica. “El punto de partida es el desarrollo de conocimientos”, añadió Quiding. El enfoque de esta joven organización prioriza proyectos educativos. Es así que, mediante formaciones, Quiding espera que “lo sexy y lo romántico de la acuaponía se haga realidad, empujando el entusiasmo desde las casas a las empresas”.
En 2004, Barry Enslin fundó la empresa Enslin Aquaponics cerca de Johannesburgo. En aquel tiempo, este pionero de la acuaponía en Sudáfrica tuvo que enfrentarse primero con la variabilidad del clima. Con un invierno frío y un verano caliente, tuvo que investigar qué especie de pez se podía cultivar. Por fin optó por Tilapia Rendalli, no sólo por su resistencia a temperaturas bajas, sino también por su dieta. De hecho, este pez de agua dulce es vegetariano, lo que permite nutrirlo a bajo costo con lenteja de agua.
Justin Hess, quien tomó la dirección de la empresa en 2015, dijo a la diaria que esta voluntad de simplificación de la tecnología todavía constituye “la columna vertebral” del modelo, aunque se cambió el nombre por Ichtys Aquaponics. Dos especies de peces se cultivan en la empresa ahora: la Tilapia Rendalli y la trucha arcoíris. Mientras la primera ofrece comida barata y sostenible, la segunda tiene mayor valor agregado y es más rentable.
De todos modos, por mucho que crezca la acuaponía, todavía es marginal en la producción de comida de Sudáfrica. Hess sostiene que su visión es “seguir equipando y apoyando a los granjeros” para que “la acuaponía participe de [la] producción de comida [del país]”.
Por el momento, Ichtys Aquaponics vende sus productos al mismo precio que los productos convencionales. La empresa produce anualmente entre diez y 15 toneladas de pescado, además de entre 50 y 60 toneladas de hierbas y vegetales.
Figuerón opina que con la hidroponía “no vamos a cambiar el mundo, pero lo hacemos un poco mejor”. Los devotos de estos modelos agropecuarios alternativos, preocupados por la cuestión ambiental, son realistas respecto del futuro, y recuerdan que cuanto más diversa sea la producción, también será más resiliente, un imperativo ya pregonado por el poeta francés Victor Segalen hace más de un siglo: “Lo diverso decrece. He ahí el gran peligro para la tierra. Contra esto hay que luchar, combatir, morir quizá con belleza”.