Greta Thunberg tiene cuatro nombres, pero será recordada sólo por el primero. Es hija de un actor y de una cantante de ópera, pero para la historia será la niña de 11 años que dejó de comer en protesta por el cambio climático, que convenció a su madre de no viajar más en avión para evitar las emisiones de gases de efecto invernadero, y que en agosto de 2018, a los 15 años, comenzó una solitaria protesta frente al Parlamento sueco sólo con un cartel: “Skolstrejk for Klimatet”. Su mensaje, “Huelga escolar por el clima”, convocó a otros jóvenes que lentamente se fueron sumando al reclamo. Thunberg prometió que la manifestación continuaría todos los viernes hasta que su país cumpliera con lo pactado en el Acuerdo de París en 2015. “Estoy haciendo esto porque a ustedes, adultos, no les importa nada mi futuro”, decían los volantes que repartía frente al Parlamento.

Pronto las protestas se expandieron por el mundo y se creó un movimiento con alcance global, Fridays for Future, que convoca fundamentalmente a adolescentes, niñas y niños a manifestarse en defensa del ambiente. Desde 2018, Thunberg es invitada a hablar en foros internacionales. En entrevista con la BBC, en abril, sostuvo que no se ve a sí misma como una líder y que en el movimiento “cada persona es igualmente importante”, aunque consideró que tiene “mucha responsabilidad porque mucha gente presta atención” a lo que dice.

La activista nació en Estocolmo en enero de 2003, y es plenamente consciente de sus privilegios. No se priva de decir que los países desarrollados son los que más contaminan el mundo y que su estilo de vida es insostenible si se proyecta a escala global. “Nuestra biósfera está siendo sacrificada para que la gente rica en países como el mío pueda vivir con lujo. [...] El sufrimiento de muchos paga el lujo de unos pocos”, manifestó en la Cumbre del Clima de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en octubre de 2018, en Polonia (COP24).

En la Cumbre de Acción Climática de la ONU, en setiembre de 2019, pidió terminar con el “cuento de hadas del crecimiento económico eterno”. “Todos dicen que Suecia es un modelo a seguir, pero no lo somos”, dijo a la BCC. Además, la activista sueca sostiene que su lucha tiene mucho que ver con el feminismo, porque las mujeres son las más afectadas por el cambio climático.

En un mundo en el que el conocimiento científico parece haber perdido legitimidad en algunos sectores de la población, la ciencia es una bandera que Thunberg levanta en cada foro internacional, a menudo con un tono apocalíptico. “No quiero que tengas esperanza, quiero que entres en pánico. Quiero que sientas el miedo que yo siento todos los días y luego quiero que actúes”, manifestó en el Foro Económico Mundial de Davos, en enero de 2019. En setiembre, en su comparecencia frente al Congreso de Estados Unidos, les pidió a los parlamentarios que escucharan a los científicos. Thunberg sostiene que reducir las emisiones de gases de efecto invernadero no es suficiente, y que hay que eliminarlas por completo. “Espero que se anuncien y den a conocer planes significativos para reducir drásticamente las emisiones durante la próxima década y para alcanzar la neutralidad de carbono en el año 2050”, dijo en los días previos a la cumbre de Acción Climática de Nueva York.

Sus críticas tienen como destinatarios preferenciales a los líderes mundiales, los políticos, los empresarios y el mundo adulto en general. “Nosotros sólo somos niños que protestan, no deberíamos estar haciendo esto, no deberíamos tener que hacerlo, sentir que nuestro futuro está amenazado hasta el punto de tener que faltar a clase por luchar por esto. Es un fracaso de las generaciones anteriores que no han hecho nada”, sentenció en una entrevista con El País de Madrid publicada en marzo de 2019.

A mediados de este año cruzó el océano Atlántico en barco –ya no viaja en avión– para participar en la Cumbre de Acción Climática de la ONU. Pensaba quedarse para la COP25 en Chile pero finalmente la conferencia cambió su sede a Madrid, y Thunberg debió cruzar nuevamente el Atlántico.

La joven es objeto preferencial de atención de los medios, y en las redes sociales abundan tanto los elogios como críticas a su actitud y a sus mensajes. Incluso el presidente de Rusia, Vladimir Putin, se refirió a Thunberg en una actividad pública. Dijo que implementar las acciones que propone Thunberg condenaría a la gente de los países subdesarrollados de África y Asia a la pobreza, y reclamó que esa gente tiene derecho a vivir con el mismo nivel de bienestar que en Suecia. También llamó a los adultos a “proteger a los niños” de “emociones innecesarias”.

Pero Thunberg presta poca atención a las críticas. Las atribuye a la falta de seguridad y de argumentos de quienes la cuestionan. “Nos ven como una amenaza porque estamos teniendo impacto”, le dijo a The Guardian en julio. Según ha explicado en varias entrevistas, ella cree que este foco en su persona contribuye a la causa. Ha dicho que quiere la atención de los medios para que la gente sea consciente de la crisis ambiental y actúe. Aunque esto traiga efectos no deseados, por ejemplo, convertirse casi en una marca que se utiliza para promocionar productos o proyectos. “Mucha gente ha usado mi nombre con fines comerciales o no comerciales y no puedo pararlo. Si alguien me pregunta y es algo que hacen por lucro, yo digo que no, pero no puedo parar a toda la gente, no tengo mucho tiempo...”, dijo al diario español El País.

El síndrome de Asperger, un trastorno del espectro autista, es un estado con el que Thunberg convive. Conlleva dificultades en la interacción social y en la comunicación, pero la activista lo ha calificado más de una vez de un “superpoder” que le permite ser más determinada que el común de la gente y pensar “un poco en blanco y negro”. “Mucha gente dice ‘no importa si nos salimos un poco de las reglas de sostenibilidad’. Pero yo no puedo hacer eso. No puedes ser ‘un poco sostenible’: o sos sostenible o no lo sos. Así que podés decir que pienso un poco en blanco y negro”, dijo en la entrevista con la BBC.

La joven sueca no se define como de izquierda o de derecha y sostiene que todas las ideologías han fallado. Cuestiona el actual sistema basado en la competencia, y reclama, en cambio, cooperación y compartir los recursos del mundo de forma equitativa. “Si las soluciones no pueden encontrarse dentro del sistema, entonces deberíamos cambiar el propio sistema”, concluyó en la COP 24. Pero entiende que no habrá un cambio sistémico si antes no se operan cambios a nivel individual, según dijo a The Guardian: “En el debate actual sobre el clima, mucha gente no te escuchará a menos que practiques lo que predicás. Y precisamos que todo el mundo escuche. Así que hacer cambios personales es muy valioso”. De todos modos, en la entrevista con la BBC afirmó que los cambios personales “hacen una diferencia, pero no tan grande como la que tendrían los cambios a nivel nacional”. Y recordó que la mayor parte de las emisiones de gases de invernadero no son generadas por individuos, sino por corporaciones y estados.