No se acuerda de la primera vez que alzó la voz para defender a los pueblos indígenas. Sônia Guajajara, nacida en 1974 en la tierra indígena Araribóia, en el estado brasileño de Maranhão, siempre quiso salir de su lugar natal “para conocer el mundo, para levantar la voz de los pueblos indígenas en otros lugares”. De niña participaba en actividades públicas en la iglesia, en la escuela. Era quien pasaba al frente para cantar, o para decir un poema, o para pasar un mensaje. Hoy está en la primera línea de lucha por los derechos indígenas y contra las políticas del presidente brasileño, Jair Bolsonaro, en la Amazonia.

“No conocía muy bien cómo vivían los otros indígenas. Allá, en mi territorio, sabía que había una opresión muy grande por la explotación ilegal de madera. Lo viví. Me impactó mucho. Años después entendí que existían otros indígenas que todavía no tenían su territorio. Esa lucha por el territorio fue uno de los puntos que me impulsó a formar parte del movimiento indígena organizado”, cuenta Guajajara.

Bolsonaro mostró sus cartas desde su primer día de mandato: con la medida provisoria 870, dispuso que la demarcación de las tierras indígenas no es responsabilidad de la Fundación Nacional del Indio (Funai), organismo encargado de la política indigenista del gobierno brasileño, sino del Ministerio de Agricultura. Desde su elección, aumentaron 150% las invasiones de tierras indígenas, según el Consejo Indigenista Misionero. Entre 2018 y 2019, la deforestación aumentó 30%, según el último informe del Instituto Nacional de Investigación Espacial del Brasil. De agosto de 2018 a julio de 2019, desaparecieron 9.762 km2 de bosque amazónico, de los cuales 215 km2 se situaban en el estado de Maranhão.

El año pasado, Guajajara se convirtió en la primera mujer indígena precandidata a la presidencia brasileña. Se postuló por el Partido Socialismo y Libertad, y luego se unió a la fórmula de Guilherme Boulos como candidata a la vicepresidencia. También es coordinadora de la Articulación de los Pueblos Indígenas de Brasil, un organismo dedicado a reforzar la unificación de los pueblos originarios de todo el país, y que organizó el mes pasado la campaña “Sangre Indígena: Ni una gota más”. Una delegación de líderes indígenas –entre ellas, Guajajara, Celia Xakriabá y Kretã Kaingang– recorrió 12 países europeos a fin de concientizar a las empresas, a los gobiernos y a los ciudadanos para que los ayudaran a defender no sólo sus derechos, sino también el medioambiente.

Pocos días después del asesinato del activista indígena Paulo Paulino Guajajara a manos de madereros ilegales, Guajajara conversó con la diaria.

¿Qué implica ser una mujer indígena en el país de Bolsonaro?

Siempre vivimos con muchos problemas, bajo mucha presión. Desde 1500, cuando los europeos llegaron a Brasil e invadieron nuestros territorios, todo plan de desarrollo económico del país ha tenido como base los corazones de los pueblos indígenas, de los territorios. En muchos casos, exterminaron a los pueblos indígenas. Siempre fue un proceso muy violento. Las mujeres siempre fueron violadas. Todo el espíritu de la colonización: las mujeres estábamos allí para atender a los barones del café, a los señores del cacao... Las mujeres fueron echadas de sus aldeas, de sus territorios, para servir a estos señores. Siempre hubo mucha violencia contra las mujeres, y parece que hoy la gente vuelve a vivir esa historia. Las mujeres tienen derechos negados. Ahora sufren por un machismo muy explícito. Aunque las personas antes eran machistas, racistas, era algo medio escondido: tenían vergüenza al decir cosas así. Hoy no. La gente está expresando abiertamente actos de racismo, de violencia contra las mujeres. Las mujeres indígenas no estamos libres de ese machismo que el propio proceso colonial dejó como herencia. Hoy el presidente, con su propio discurso, incita a las personas a develar este odio, esa ira. Lo sentimos como mujeres indígenas porque nos están negando nuestro territorio. Para nosotras, negar el territorio es negar nuestra identidad. La primera mujer violada en Brasil fue la madre tierra. Hoy Bolsonaro continúa legalizando esa violación, cuando autoriza la minería en los territorios indígenas o cuando aumenta la deforestación. Y si viola a la madre tierra, nos viola a nosotros también, porque nuestro cuerpo es nuestro territorio.

¿La elección de Bolsonaro es lo peor que le pasó a los pueblos indígenas de Brasil recientemente?

En los últimos 30 años, Bolsonaro es la peor cosa que ha pasado en Brasil. Cuando él niega los territorios indígenas, está negando nuestro modo de vida. Por tanto está negando toda una biodiversidad preservada, porque donde hay presencia indígena, hay bosque en pie, agua limpia, biodiversidad protegida. Hoy todo eso está amenazado: la biodiversidad, el agua, el clima. Bolsonaro se presenta hoy como una amenaza no sólo para los pueblos indígenas de Brasil, sino también para todo el planeta. Y detrás de él está todo el sistema. Bolsonaro es hoy la voz del agronegocio, de los monocultivos, de la minería, de la ganadería. Él fortalece todo eso que es una amenaza para nosotros.

¿Qué apoyos y alianzas tienen para defender los derechos de los pueblos indígenas?

Hoy buscamos mucha conexión entre los propios movimientos de la sociedad civil. También nos apoyan parlamentarios progresistas, y partidos de izquierda dentro del Congreso Nacional. Estamos fortaleciendo nuestras alianzas entre los movimientos sociales, estamos fortaleciendo nuestra articulación política con estos partidos de izquierda, con progresistas, y también contamos con la iglesia católica. El papa hoy se posiciona a favor de los derechos de los pueblos indígenas, de sus territorios y del medioambiente. Vemos en la glesia otro importante aliado, que ayuda a muchos seguidores, que nosotros no conseguimos alcanzar, a alzar la voz de los pueblos indígenas. También tenemos hoy como gran aliado a los medios alternativos. Internet permite cada vez a más gente acceder a redes sociales y medios alternativos, y ello ha ayudado mucho a conectar las luchas nacional e internacionalmente.

“La gente está expresando abiertamente actos de racismo, de violencia contra las mujeres. Las mujeres indígenas no estamos libres de ese machismo que el propio proceso colonial dejó como herencia”.

¿Está funcionando esa presión?

Es una lucha bien necesaria: necesitamos fortalecer esa visibilidad y esas denuncias. Ya organizamos muchos movimientos este año –empezando con [la serie de actividades conocida como Enero Rojo] Janeiro Vermelho– para luchar contra todas las medidas que perjudican a los pueblos indígenas desde el primer día de Bolsonaro, cuando emitió la provisoria 870 que desmontó la Funai. El 30 de enero hicimos una movilización en 70 puntos de Brasil, y más de 14 países se manifestaron en favor de la solidaridad con los pueblos indígenas. Además, organizamos una gran movilización contra la municipalización de la salud indígena. Conseguimos que el Ministerio de Salud adoptara una posición contraria a la que tenía el gobierno, gracias a la movilización. En abril realizamos el decimoquinto Campamento Tierra Libre [encuentro anual organizado para que los pueblos indígenas hablen de las problemáticas que enfrentan] después de que el ministro [de Justicia y Seguridad Pública] Sérgio Moro adoptó un decreto para autorizar a la Fuerza Nacional de Seguridad Pública a actuar ante las protestas. En agosto organizamos la primera marcha de las mujeres indígenas para marcar posición contra la política genocida del gobierno de Bolsonaro. Hubo gran repercusión nacional e internacional, aunque puede que no tenga un efecto inmediato para todo lo que queremos, por ejemplo, para avanzar con la demarcación de los territorios indígenas, porque Bolsonaro dice claramente que en su gobierno no va a haber territorio indígena demarcado. Pero la marcha mostró un posicionamiento. Bolsonaro precisa saber que no estamos de acuerdo con su política, que no vamos a aceptar que venga a impactar negativamente nuestra vida. Cuando uno tiene esa repercusión internacional, se vuelve mucho más potente: por eso estamos haciendo esta campaña “Sangre indígena: Ni Una Gota Más”, visitando estos 12 países de Europa. Estábamos trabajando allá nacionalmente, y ahora buscamos la atención internacional para poder hablar directamente con las empresas que tienen negocios en Brasil –para que ellas asuman sus responsabilidades en la cadena productiva– y con la población, para ayudar a presionar a sus parlamentarios a crear leyes que van a responsabilizar a esas empresas.

¿Hablaron con representantes de estas empresas?

Hemos hablado con algunos en diferentes países, en Alemania, en Suiza, en Noruega. Hablamos con representantes de varias empresas de soja, productoras, aseguradores, ganaderos…

¿Cómo reaccionaron?

Algunos manifestaron apoyo, diciendo que están de acuerdo y que tienen que cambiar ciertas prácticas. Otros creen que están en lo correcto, que no pueden dejar los negocios con Brasil porque no pueden perjudicar su economía. Estamos desempeñando ese papel de concientización, de llevar mensajes, de traer datos, y sabemos que no todo el mundo lo va a entender. Pero ante cualquier perjuicio al medioambiente o a los derechos de los indígenas, la gente toma conciencia porque sabe lo que está causando.

¿Pudiste hablar con representantes gubernamentales también? ¿Cómo fueron esas conversaciones?

Sí, en todos los países nos reunimos con parlamentarios, con ministros o representantes de ministerios. Algunos eran bien sinceros al decir que no están de acuerdo, porque no pueden perjudicar sus negocios con Brasil. Pero también encontré a personas más sensibles, que piensan que tienen que cambiar gradualmente sus prácticas, porque entienden que no es infinito el medioambiente. Estamos exponiendo mucho esa necesidad de romper con el modelo de desarrollo actual, ese modelo económico con base en la explotación. Por eso hace falta un cambio profundo en el uso de la tierra. Se necesita descentralizar el uso de la tierra para diversificar la producción. El modelo de producción por medio de monocultivos está totalmente fracasado, no se puede estar de acuerdo con su mantenimiento. Se precisa cambiar las formas de producción y de consumo para poder garantizar la continuidad de la vida en el planeta.

Después de un mes en Europa, hablando con empresarios, políticos, ciudadanos, ¿sos optimista en cuanto al futuro de los pueblos indígenas?

Se puede ver que hay muchas personas empezando a entender que la causa indígena no es una causa aislada, y que está muy conectada con el medioambiente, que es exactamente lo que el mundo precisa para poder garantizar que el agua se beba o que el aire se respire. Todo ello viene de la biodiversidad de aquel lugar que nosotros protegimos con nuestra propia vida. Se necesita que las personas puedan entender la fuerza que tienen, el poder de la lucha colectiva, para presionar a los representantes de sus gobiernos y así cambiar los acuerdos comerciales, lo que es bien difícil. Creo que hay espacio para avanzar y para que la gente haga este cambio que el mundo precisa. Por mucho que yo vea que Europa ya ha destruido casi todo lo que tenía de paisajes nativos, creo que hay un sentimiento de restaurar lo que ha perdido. Por ejemplo, Alemania está hoy preocupada con la restauración ambiental, con la reforestación. Noruega también es un país preocupado por mantener sus bosques en pie. Entonces son ejemplos que deben ser seguidos. No se puede perder esperanza. Creo que esta nueva conciencia política y ecológica también es un camino para ello, porque no basta con participar en la lucha ambiental separadamente de la lucha política, ya que son los representantes electos los que hacen toda la diferencia en la toma de decisiones. Entonces, es muy importante entender que todos somos seres políticos, y que todos estamos ayudando en este cambio de conciencia.

¿Cuáles son sus próximos planes?

La semana próxima estaremos en Madrid para la COP 25 [Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático]. Estamos llamando a una acción global el 7 de diciembre, una llamada de las mujeres indígenas de Brasil para las mujeres del mundo en defensa del clima. Después regresamos a San Pablo y nos preparamos para el año próximo: queremos fortalecer las candidaturas indígenas para las elecciones municipales, y también vamos a seguir con esta campaña internacional para presionar a las empresas que están produciendo o comprando productos que vienen de áreas de conflictos, o sea zonas que están siendo deforestadas, explotadas por la minería, en territorios indígenas, donde se utiliza mano de obra esclava, donde violan los derechos de las mujeres...

¿Cómo definirías el ecosocialismo?

Es una nueva manera para las personas de presentar su forma de ver el mundo, que respeta el medioambiente, respeta la diversidad, respeta los modos de vida, y que garantiza ese buen vivir para todas las sociedades. Es la gente volviendo a sentir esa relación con la madre naturaleza. El ecosocialismo es pensar esas relaciones de nosotros a nosotros, de nosotros hacia las otras personas, de nosotros hacia el medioambiente, y garantizar un ecosistema vivo para todas las sociedades. Creo que es urgente que las personas se reconecten con el medioambiente, con los pueblos indígenas, y así transformen esta lucha por el clima en una lucha por la vida.