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Alejandro Martinuccio, el sábado, tras convertir el primer gol de Peñarol ante Cerro en el estadio Centenario.

Foto: Victoria Rodríguez

Mano negra

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Beneficiado por errores arbitrales y con algunas virtudes propias, Peñarol le ganó de atrás a Cerro.

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Un gol de Diego Alonso vecino del pitazo final le dio una trabajosa victoria a Peñarol, que recién entonces se aseguró mantener la punta. El goleador culminó una jugada de valor con una definición tan o más valiosa, pero estaba adelantado cuando Pacheco le sirvió un pase que debe de haber aprendido de Bengoechea. Cerro se sintió estafado por la apreciación del asistente Nicolás Tarán, que no levantó su bandera cuando el Tornado hizo gatear al arquero Martínez como no lo hacía desde que iba al jardín de infantes. El mismo asistente omitió otro off side en una incidencia anterior que pudo terminar en gol. Y el árbitro Héctor Martínez expulsó al zaguero cerrense Pallante por un codazo que no se vio. El remate del partido ardió entre las jugadas dueñas de la polémica y el gol que bajó el telón. Cerro arrimó leña al perderse un par de chances, de ésas que terminan siendo simbólicos goles en contra. Peñarol colaboró con un Martinuccio brillante y la lucidez del Tony, una sociedad linda de ver. Alguien dejó abiertas las puertas del mediocampo, que durante el tramo final fue pasto fácil para jugadores que iban y venían. La película del partido se prestaba para que así fuera: un grande que corría de atrás y dejaba la vida por ganarlo y un chico que se defendía pero contaba con los espacios regalados y con el muy buen ingreso del Piojo Pérez. Podrían haber declarado excedentarios a los volantes y nada hubiera cambiado. El Peñarol enchufado que consiguió darlo vuelta a los 87 minutos distó del descremado del comienzo. El equipo de Keosseian lució dormido, reiteró errores gruesos en sectores en los que el DT no da con las soluciones. Albín volvió a hacer agua y Alejandro González se sumó a la lista de rendimientos flojos.

Cerro fue astuto para hacer sangrar esas heridas con presión continua. El buen volante zurdo Queiro apretó en los lugares indicados y conectó bien, como si se aprendiera al jugar al lado de Omar Pérez. Mello fue el que mejor recibió el fútbol que venía de atrás. Su acierto más notorio fue el gol que abrió la cuenta cuando el partido recién empezaba, pero sumó buenas conversas desde el rol de pivot. Faltó Frontán. Y a Caballero debe computársele media falta.

A Peñarol le fallaron las alas. Estoyanoff y Solari dieron menos de lo que pueden, volviendo al medio demasiado dependiente de la pareja destructora Arévalo-Sosa. En la derecha, las buenas subidas de Aguirregaray maquillaron la carencia. En la izquierda, Albín no pudo hacer lo mismo. Pero el idioma que hablan Pacheco y Martinuccio le comió la oreja al partido hasta arrinconarlo contra el arco de la Colombes. El argentino torció una historia personal que no pintaba bien, porque promediando el primer tiempo malogró una jugada propicia, en la que definió como si el arco quedara sobre un banderín. Rápidamente demostró que su tarde sería buena, con apariciones por la izquierda y por el medio y una culminación de catálogo: vea el golazo que se mandó para el empate que llegó a los 67 minutos. No me obligue a contárselo, que no me va a salir tan bien.

Además de contar con los fallos arbitrales que perjudicaron a Cerro, Peñarol se valió de algunas variantes positivas. Alonso se movió bien en el área albiceleste, donde la pelota llegaría reiteradamente con el correr de los minutos. Darío, que entró obligado a ser zaguero porque Guillermo Rodríguez salió sentido, colaboró con empuje y carpeta.

Involuntariamente, el delantero cerrense Soto hizo lo propio perdiéndose el mano a mano con el que Sebastián Sosa se transformó en figura. El partido todavía estaba igualado... Es que Peñarol sigue sin encontrar la solidez, ésa que se busca mejor cuando el equipo gana y lidera.

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