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Hinchas de Danubio luego de finalizado el partido ante Liverpool en el estadio de Belvedere.

Foto: Victoria Rodríguez

La punta que lo parió

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Danubio rescató un empate ante Liverpool y ahora colidera: en Belvedere maldicen a Riquero.

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Cuando el reloj y la victoria de Peñarol ante Bella Vista ahorcaban a Danubio, Matías Riquero mandó a la red locataria la última pelota de la tarde de Belvedere y arrancó un merecido empate con sabor a victoria.

Recicló la basura que dejó un córner pasado, con un pelotazo que sacudió el techo del arco de Julián Laguna, el que Liverpool pareció custodiar sin contratiempos desde que Andrés Rodales puso el 1 a 0 que murió en la orilla. Con la definitiva igualdad a uno, los dirigidos por Gustavo Matosas salvaron el invicto y la punta. Ya no lideran en exclusiva, pero desde que le torcieron el brazo a la sensación de lunes otra vez que iba a cargar el 546 de la vuelta a casa dominguera, poco les importa compartir la punta con los aurinegros.

Liverpool encaró el partido incómodo. Está acostumbrado a los buenos papeles que se han hecho un hábito desde que la industria alimenticia comenzó a transferirle divisas a un club que ya no pelea descensos. Por eso, la caída del domingo 19 ante Tacuarembó lo sorprendió. Para colmo, dejó la herencia de la ausencia por suspensión del próximamente beatificado Carlos Macchi. Y como si no fuera suficiente, ayer Danubio robó el punto con un gol de quien hasta hace seis meses compartía pico y pala con el ausente: durante algunos días, Riquero será a Favaro lo que Ruben Paz es a Borrás desde México 86.

El técnico negriazul recompuso el medio con el ofensivo Figueredo, a quien improvisó junto a Pozzi. No la llevó nada mal, pese a que el partido rápidamente lo obligó a borrar y dibujar de nuevo. El volante Blanes dejó la cancha sentido cuando apenas iban 28 minutos. Había estado en duda hasta último momento. Da para preguntarse si no habrá sido equivocada la decisión de incluirlo. Su salida empujó un cambio de sistema que nació con el ingreso de Matías González. El dueño de casa pasó a jugar con línea de tres y transformó a sus laterales en carrileros.

Con el transcurso de los minutos, Danubio fue ganando la pulseada del medio. Entre la creciente fricción del primer tiempo, su determinación por llegar con prolijidad le dio ventaja en el merecímetro. Los quites de Riquero generalmente fueron a parar a Anderson Gonzaga, que pateó seguido y llevó fútbol desde atrás y por la derecha. Perrone y Mena fueron engranajes de correcto funcionamiento. O superiores a Luciano Emilio, de escasa participación. Perrone jugó arriba y Mena empezó como la versión zurda de Gonzaga.

Entre propuesta ajena y respuesta propia, en el primer tiempo Liverpool jugó con los metros que descubrió la frazada franjeada y sacó buenas contras. Tarragona, que jugó de volante derecho, fue el que mejor corrió la cancha. Más que Figueroa, Vera hizo sufrir a la azotea visitante cada vez que saltó.

Si bien el partido nunca arrojó predominios marcados, el inicio del complemento tuvo bastante más de Danubio que de Liverpool. El ejemplo por excelencia es una jugada de cuatro tiros consecutivos sin gol: si hay Dios, en ese instante se hizo negriazul. La hipótesis se reforzó luego de que Tarragona forzó una mano de Pallas y Rodales puso un inmerecido 1 a 0 de penal. Pero cayó en desuso tras el final de la historia, cuando el todopoderoso cortó una racha de malos pasos danubianos en Belvedere con la igualdad más festejada de la quinta fecha.

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