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La canciller alemana, Angela Merkel (d), el presidente del Consejo Asesor de Economistas del gobierno aleman, los llamados gcinco sabiosh, Wolfgang Franz (i), y el ministro aleman de Economia, Philipp Roesler (c), se dirigen a la entrega del informe anual, ayer, en Berlin, Alemania.

Foto: Efe, Rainer Jensen

No future

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Liderazgo europeo restringe acción anticrisis a recetas de austeridad fiscal.

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Las preguntas contrafácticas no suelen producir información ni conocimiento sino apenas permitir, en el mejor de los casos, el ejercicio de la capacidad de análisis a partir de una hipótesis inverificable, que, sin embargo, puede ser atractiva de explorar con la imaginación sin restricciones de despliegue.

Una de actualidad, por ejemplo, podría apuntar al curso de acción que hubieran adoptado, frente a la aguda crisis fiscal y de deuda, la Unión Europea (UE) y la eurozona de haber tenido gobiernos de izquierda sus miembros más influyentes. Estos países, Alemania y Francia, están gobernados desde hace ya muchos años por coaliciones y líderes conservadores, que coinciden en imponer la receta de los ajustes del gasto público a los Estados que se encuentran al borde de la cesación de pagos. Conforme a ello, Grecia, Portugal, Irlanda, España e Italia aplican programas restrictivos de diferente alcance y profundidad, que en el primer caso han activado una fuerte movilización social de rechazo a la austeridad creciente.

La opción del egreso de un país determinado de la unión monetaria es vista con alarma no sólo por las autoridades locales, que vislumbran eventuales escenarios de colapso monetario y aislamiento respecto de los mercados, sino también por las jerarquías de los organismos comunitarios, que prevén en tal caso un debilitamiento decisivo del euro y un posterior efecto dominó entre otros miembros en emergencia. "Queremos asegurar que Grecia puede y podrá mantenerse en la zona euro", aseguró el lunes el comisario europeo de Asuntos Económicos y Monetarios, Olli Rehn, descartando que la Comisión Europea (CE, Ejecutivo del bloque) esté analizando eventuales formas en que un determinado miembro podría dejar la eurozona. "No existe un estudio de ese tipo", aseguró en el Parlamento de Bruselas, para precisar después: "Por supuesto, la CE, al igual que cualquier organización que tiene responsabilidades sobre el bienestar de la gente, tiene que hacer escenarios de planificación. Tenemos que estar preparados para cualquier tipo de escenario, pero no existe un estudio de ese tipo", aseveró el jerarca.

A fines de la semana pasada, el mero anuncio del primer ministro griego Yorgos Papandreu de someter a referéndum los acuerdos de asistencia financiera con la UE y el Fondo Monetario Internacional (FMI), generó tal inquietud entre los líderes regionales de mayor peso y los mercados, que Papandreu terminó renunciando al Ejecutivo al inicio de esta semana, para dar paso a negociaciones orientadas a la gestación de un gobierno de unidad nacional. Pero, antes de dimitir, el dirigente socialista egeo anunció el descarte definitivo de la iniciativa plebiscitaria anunciada sólo horas antes, vetada de hecho desde los citados centros de decisión, a la vez prestamistas de los países más insolventes del área.

Esta semana también recogió la noticia de la ampliación por el gobierno francés del recorte del gasto ordenado hace apenas tres meses, y su reformulación incluye desde subas de impuestos hasta una reforma jubilatoria regresiva. También se supo de un moderado recorte de algunos miles de millones de euros resuelto por el gabinete de Angela Merkel el domingo. E Italia amenaza con desarrollar un escenario crítico similar al de Grecia, donde las restricciones fiscales en ascenso provocaron una crisis política de magnitud en toda la regla y desencadenaron una intensa y ascendente agitación social.

El síntoma más intenso de las últimas horas en cuanto a la alarma de incertidumbre que cunde en la economía y la política mundiales es la renuncia adelantada a su cargo del jefe de gobierno italiano, Silvio Berlusconi.

Todos (no) somos Grecia

Así, la insolvencia estatal y una década de maquillaje de las cuentas públicas determinaron la inestabilidad institucional de la nación helénica. Pero las políticas de crédito fácil de los años anteriores también representan en estas horas una seria amenaza para Francia, que mantiene un apego absoluto al liderazgo germano. El opaco horizonte macroeconómico llevó al gobierno de París a ampliar su programa de recortes. Y las razones de esto emergen con precisión no obstante las aclaraciones y matices vertidos por el primer ministro Francois Fillon al presentar los nuevos ajustes. "La quiebra de un país es posible", reconoció el premier galo, ampliando luego su visión de la coyuntura: "Nuestro deber es proteger a los franceses de las dificultades muy graves" a que se enfrentan las naciones periféricas de la región. Éstas, prosiguió, no acometieron reformas recomendadas por los agentes del mercado en el sentido de ahorrar recursos del erario, y ahora "deben imponer a la población sacrificios" para compensar el gasto excesivo incurrido durante los últimos años de prosperidad y expansión. El plan de la administración francesa apunta a ahorrar 100.000 millones de euros durante los próximos cinco años, aunque Fillon aseguró que los citados "sacrificios" de aquellas sociedades europeas "no tienen nada que ver" con el leitmotiv del anuncio. Ello, aseveró, queda reflejado por el diseño del ajuste, sugiriendo que es moderado. "Si las medidas fuesen demasiado brutales, el crecimiento podría romperse", admitió, relativizando de hecho la valoración anterior. Después marcó su percepción de las diferencias de escenarios nacionales. "Si en Francia estuviésemos como en Grecia o como en Portugal o como en España, en una situación en la que los salarios disminuyen y las jubilaciones disminuyen", los ingresos de sus ciudadanos hubieran sido reducidos por decisión oficial, explicó. Precisó que 2012 será el año del "primer presupuesto francés a la baja desde 1945", con un recorte de 1.500 millones de euros.

Camino de cintura

En el marco de los paradigmas económico-políticos de los gobiernos que lideran el espacio comunitario europeo, la opción de una reprogramación de vencimientos de las deudas públicas, la griega por ejemplo, resulta inaceptable porque su habilitación provocaría una reacción negativa de los acreedores y, con ellos, del mercado en general, que amplificaría un seguro rechazo de inversionistas en títulos públicos ante la posibilidad de ver dilatados los vencimientos. De hecho, los principales centros financieros y políticos han manejado la idea de forzar un egreso de Grecia de la eurozona -y con esto de la UE, en definitiva- antes que dar luz verde a una reprogramación, que sería evaluada por las calificadoras de riesgo crediticio como default parcial. Incluso los bancos acreedores, la UE y el FMI prefirieron negociar una quita al pasivo nominal griego, de 50% finalmente, y seguir liberando recursos en cuentagotas a cambio de más ajustes y privatizaciones, en vez de permitir a Atenas que diseñe un plan de pagos ordenado y viable, con el cual, además, el país pueda salvaguardar su institucionalidad. Y, además, cabe esperar que una ola de reclamos de quitas por otros países derive en una alarma generalizada entre los tenedores de papeles, cuyos valores nominales se deteriorarían rápidamente. Sin embargo, también cabe esperar que la recurrencia sistemática a crecientes planes de ajuste del gasto público vaya anudando una densa trama de protestas sociales y convulsiones políticas en más países de la periferia comunitaria. Un escenario de extendida inestabilidad sociopolítica emerge paulatinamente como un riesgo cada vez más real, y en ese sentido sobresale la delicada situación interna de Grecia.

La puerta de salida de la frágil situación que parece generar más acuerdo en los centros económicos y políticos mundiales, al menos en el plano teórico, es la recomendada por diversos economistas como el premio Nobel Paul Krugman, entre otros, en el sentido de profundizar el proceso de integración. Esto implicaría necesariamente acentuar los consensos macroeconómicos en torno a aspectos como la unidad monetaria y fiscal. Hay quienes incluso vienen destacando la perentoriedad de crear una suerte de Estados Unidos de Europa, una estructura centralizada que se adecue a las necesidades de alineación y regulación macroeconómica. Pero la generación efectiva de un escenario así precipitaría en muchos países fuertes crisis políticas, asociadas a las reivindicaciones de vastos sectores “euroescépticos”, que rechazan frontalmente la participación de sus gobiernos en la conformación de los paquetes de salvataje.

Las perspectivas son así de inciertas dados algunos paradigmas vigentes en política económica y política en general, perdiéndose una buena oportunidad de saber si gobiernos de izquierda o progresistas, como los actuales de Sudamérica, hubieran recorrido el camino anticrisis del aumento del gasto social y no el del ajuste de cinturón.

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