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Alexander Medina, de Nacional, Jonathan Píriz, de Fénix, Alexis Rolín, de Nacional, y Leonel Pilipauskas, de Fénix, ayer, en el Parque Central.

Foto: Victoria Rodríguez

San Fénix

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Tricolores y albivioletas increíblemente empataron 0-0 en el Parque Central.

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Es realmente difícil explicar cómo Nacional no le ganó ayer de tarde a Fénix.

Para los hinchas tricolores ver el ping pong del partido seguramente será igual de placentero que echarse un kilo de sal en una herida abierta. La increíble cantidad de situaciones claras de gol que los zagueros de Fénix sacaron de debajo del arco cuando el golero Lerda ya estaba vencido evidenciaron la tremenda superioridad que el equipo de Gallardo ejerció durante la última hora del vibrante encuentro celebrado en La Blanqueada. No fueron menos de cinco las ocasiones en el que el grito de “¡goooo!” retumbó en el Parque Central, pero la "l" final nunca llegó para completar el coro victorioso, porque siempre hubo un señor vestido de rojo, color de la casaca alternativa que lució Fénix, que lo impidió. Si para Nacional la victoria era fundamental para arrimarse a la punta del Apertura, el empate final dejó un sabor agrio, que en definitiva marca que la obtención del primer torneo de la temporada parece lejana, aun cuando los resultados que se habían dado el sábado habían revitalizado las chances albas.

Buena fortuna, suerte o como le quieran llamar

Realmente no alcanza con decir que el zaguero Ignacio Pallas jugó un partido perfecto, ni que el arquero Lerda no se equivocó nunca, ni que los volantes de marca de Fénix dejaron todo para explicar el resultado final. Las virtudes defensivas de los de Capurro estuvieron sí, pero la sensación que quedó tras el encuentro es que el arco de la calle Jaime Cibils estaba engualichado. Después de un primer tiempo parejo, en el que Nacional tuvo más la pelota, pero Fénix fue agresivo cuando le tocó atacar, sobrevino la segunda parte, en la que los locales salieron decididos a llevarse al rival por delante y realmente lo lograron, aun sin jugar un gran partido. Primero fue el reaparecido Horacio Peralta el conductor del ataque tricolor y después su reemplazante, el Chino Recoba, prosiguió con la tarea de articular la ofensiva de Nacional, que en la segunda parte del juego tuvo muy enchufado al juvenil Gonzalo Bueno, que por la zurda fue un azote para la zaga albivioleta. Con los tricolores parados decididamente en el campo rival, los capurrenses dispusieron de espacio para los contragolpes y así la emotividad del encuentro creció, porque al aluvión de un lado lo seguía alguna respuesta aislada del otro, lo cual siempre dotó de una gran incertidumbre a las acciones. Porque por más que Fénix en la segunda parte básicamente se defendió, tuvo sus arrebatos ofensivos de la mano del picante Pelo Ortiz y del talento de Fabián Canobbio.

El sol a pleno y las tribunas pobladas fueron el marco ideal para un choque en el que además hubo una situación polémica determinante. En realidad, poco hubo de polémica en la incidencia en la que el lateral zurdo de Fénix Cristian Machín manoteó deliberada y ostensiblemente la pelota cuando el tricolor Cristian Núñez estaba en posición de gol dentro del área. La acción, un penal evidente, fue vista por la mayor parte de los presentes, con las honrosas excepciones del árbitro Gustavo Siegler y del asistente que estaba sobre la tribuna Atilio García, Marcelo Gadea, quien en su defensa, como pobre argumento, puede alegar haber sido encandilado por el astro rey. Siegler, que hasta ese momento había tenido un buen desempeño, quemó su gestión con ese fallo, que le restó un montón de puntos en su evaluación general. Hay errores y errores, y este fue muy grande y, aunque después haya quedado en un segundo plano por las emociones que sobrevinieron a esa acción, es insoslayable a la hora de analizar lo que pasó en el Parque Central.

El final del partido fue extraño. Los hinchas tricolores reconocieron con fervor el esfuerzo hecho por su equipo en procura de la victoria, pero cuando se apagó el aplauso todos tomaron conciencia de que habían perdido una preciosa oportunidad, quizá irrepetible, de meterse de lleno en la lucha por el campeonato.

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