En la calle Margarita Uriarte de Herrera entre Quesada y Luis Alberto de Herrera funciona el Centro 231, la única escuela pública en Montevideo y área metropolitana que atiende a niños y trastorno generalizado del desarrollo, del espectro autista y psicosis. El local es como un gran laberinto: los salones están comunicados entre sí. El simple tránsito de un extremo a otro de la escuela implica atravesar todos los salones, distorsionando y desviando la atención de los que ocupan las clases. Más allá del gran esmero de los funcionarios en mantener el local lo mejor posible desde el punto de vista estético, en una rápida recorrida se pueden detectar algunos rastros de humedad y otros problemas estructurales a mejorar. En esta escuela las maestras son también cocineras y los profesores electricistas; todos son conscientes de que los recursos son pocos y hay que aprovecharlos al máximo.
“Realmente estamos funcionando ‘a lo pobre’ pero estamos funcionandoñ'”, dijo a la diaria la directora de la escuela, Alicia Rodríguez. El profesor de plástica, Hugo Angelini, agregó: “contamos con los medios que cuentan todas las escuelas públicas, ni más ni menos”. El tema es que la escuela 231 tiene un grave problema de superpoblación y sus alumnos requieren una atención más especializada.
En el momento hay 66 alumnos matriculados. Pero además se atiende a unos 25 que vienen con doble escolaridad, es decir, que tienen matrícula en otras escuelas comunes. Asimismo hay una lista de espera de 35 chicos que están en la cola para ingresar al centro. “Tenemos una lista de espera muy grande porque en los últimos años nuestra población escolar ha aumentado mucho, sobre todo la inicial. Esto se debe a que se está haciendo, por suerte, un diagnóstico precoz que permite detectar esta patología ya a partir del año y medio. Esto tiene dos caras: por un lado es bueno porque permite trabajar desde una edad más temprana, tanto con el niño como con la familia; pero por el otro, lamentablemente, la estructura edilicia que tenemos es muy pequeña, y nuestra capacidad es limitada”, explicó Rodríguez.
La escuela está obligada a instrumentar el egreso paulatino de sus alumnos mayores para poder recibir a los más pequeños. Eso genera otro problema porque Secundaria todavía no tiene un sistema de educación especial como para que los niños que egresan de Primaria puedan seguir en la carrera formativa. La escuela también recibe a alumnos adolescentes de hasta 18 años aproximadamente, pero llega un momento en el que los más grandes dejan de sentirse cómodos. “No podemos olvidar que esto es una escuela. Incluso para ellos, que son más grandes y ven a los chiquitos con túnica, sienten como que la escuela ya no les pertenece”, explicó Angelini.
Juan Carlos Altesor, “Cachito”, reconocido por luchar y defender los derechos de los clasificadores, es padre de un joven de 18 años con autismo e integra la comisión de apoyo de niños y niñas autistas compuesta por los familiares de los alumnos. Con preocupación dijo a la diaria: “No hay que desmerecer lo que se ha logrado en todo este tiempo, pero tenemos que fortalecer lo que se está haciendo. Aquí falta una infraestructura más acorde, probablemente otro local que pueda funcionar dividiendo las aulas para niños pequeños y para los grandes. Necesitamos un local más amplio u otro anexo a éste; las autoridades deberían encargarse de esto. Como también deben encargarse de crear un marco legal para descentralizar e integrar este tipo de niños que comparten esta patología. Si bien la 231 cubre el área Metropolitana, y hay un centro en Salto [y otro en Young], la problemática está en todo el país”.
Otro de los puntos que está en el debe es la formación de los docentes. “La escuela cuenta con una maestra efectiva que es psicóloga, una maestra que está capacitada en problemas de la personalidad, una interina especializada en dificultades de aprendizaje y cuatro maestras que hicieron la formación en servicio hace 23 años, cuando la escuela fue creada”, explicó la directora. También reconoció la falta de un equipo multidisciplinario “para que nos enseñe, porque a veces uno en el quehacer diario puede cometer muchos errores por tratar de solucionar problemas y no damos abasto”.
De los 65 niños matriculados sólo la mitad dispone de transporte de Enseñanza Primaria, el resto deben ser trasladados por sus padres y, en muchos de los casos son familias que viven en lugares muy lejanos. A pesar de todos estos inconvenientes funcionales y estructurales, la escuela 231 ha logrado desarrollar el aprendizaje e incentivar la expresión y la socialización de los niños autistas que concurren a ella. Con emoción, Angelini explicó cómo ha logrado desde las artes plásticas un mayor desarrollo en la expresión de sus alumnos. “Son chicos con enorme sensibilidad, tienen otra apertura a la imaginación y eso tiene un valor agregado muy importante. Tenemos que seguir desarrollando su aprendizaje y tenemos que ampliar los espacios para que ellos continúen aprendiendo luego de egresar de la escuela. En otros países los chicos incluso llegan a ir hasta la universidad. Si esos espacios existieran seguramente se lograrían muchas más cosas”.