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El plantel de la selección de Durazno tras obtener la Copa Nacional de Selecciones, el sábado.

Foto: Vicente Mazzarino, gentileza de el Pueblo de Salto

El Durazno se pasea

2 minutos de lectura
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Los rojos del Yi ganaron en Salto y se quedaron con la décima Copa Nacional de Selecciones de OFI.

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El estadio Ernesto Dickinson de la ciudad de Salto tenía unas 4.500 personas con buena concurrencia visitante. Unos 500 duraznenses se acercaron empujados por aquel segundo tiempo tremendo una semana atrás cuando el Canario Gasañol había enloquecido a los dirigidos por Luis Cavani, padre del dios Edinson.

Pero los que saben dicen que el Dickinson se te cae arriba. ¡Mamita! Hay que bancara esos naranjeros metiendo y metiendo. Así fueron los primeros minutos del partido con un Salto dispuesto a forzar un tercer cruce en cancha neutral, allá en el Goyenola. En los primeros 25 minutos Durazno no encontraba la pelota y Salto llegaba con cierto riesgo al arco de un segurísimo Matías González, hasta que apareció la gran diferencia de estas dos finales. Un hombre nacido en Sarandí del Yi, a quien le dicen Canario y se llama Gerardo Gasañol. Se sacó un hombre al borde del área y sacudió el travesaño con un remate a lo Forlán versión Sudáfrica, que picó casi adentro, y al igual que el Nando Morena en Tokio recogió el rebote Diego Tierno para mandarla a guardar de cabeza. Iban 25 minutos, no se olfateaba el gol, pero los rojos pasaban al frente.

Todo era risas en la falange duraznense hasta que dos minutos más tarde Walter Olivera se tuvo que ir a bañar temprano por doble amarilla. Aguantar todo lo que faltaba con uno menos no era tarea fácil. Para colmo, enseguida se lesiona Tití Rivas, el Hugo Romeo Guerra de los rojos, que había abierto el marcador en la ida con un taco zalayetiano.

En Salto el riesgo lo generaban Pablo González y Carlos Vera, dos jugadores con gran pie. Ellos protagonizaron una doble chance que Matías González tapó notable y ya se empezaba a calzar el esmoquin de crack. Durazno sólo podía llegar de una forma, y así fue cuando el Gasañol se escapó y casi clava el segundo. Si lo hubiera convertido tenía la silla del palacio comunal esperándolo. Se fue el primer tiempo con ese angustioso 1-0 a favor de los rojos del Yi.

Los primeros 20 minutos del segundo tiempo fueron lo esperado. Vendaval salteño en el Dickinson. Pablo González en dos oportunidades y Carlos Vera no pudieron. Ni siquiera en una triple chance en la que el axioma “dos cabezazos en el área = gol” falló. El agobio era insostenible. Pero el guionista de este encuentro fue previsible. ¿Cómo iba a poder zafar Durazno de esta presión? Adivine. Sí. El inmenso Gasañol se escapa y le cometen penal. Parecía esas peleas de boxeo que el tipo ensangrentado saca una mano y acuesta al hostigador. Pimba: 2-0 Durazno arriba mediante el defensa Raúl Echandía, iban 75 minutos. Al juez casi se lo comen los salteños. Lo llevaron pechando desde el punto penal hasta fuera del área. “Demasiada presión”, cantaba Vicentico cuando hacía un trabajo decente.

Y tuvo efecto la pechereada cuando dos minutos después el árbitro sancionó un dudoso penal para el dueño de casa. Pablo González, a lo Pablo Javier, la pone abajo contra el palo; 2-1 y faltaban 12 minutos. Para ponerle más pimienta, Enzo Pereira se va expulsado en Durazno. Quedan nueve contra 11 en la cancha.

Esos diez minutos finales parecieron una película de William Wallace. Don Ángel Cappa siempre se pregunta cómo es ganar “como sea” cuando lo critican por su fútbol lírico. Durazno defendió “como sea”, a “como dé lugar” al decir del gran Steve Hyuga. Y bancó. La roja del Yi bancó. Durazno ganó 2-1 de la mano de un Matías González atajando como Muslera en aquel partido de Libertadores en México y un Gerardo Gasañol que donde el Seba Fernández se duerma, se te mete en los pasillos del Uruguay Celeste. Un nombre raro para el complejo, pero ése es otro tema.

Final, festejo y locura duraznenses. Se abrieron las porteras y los 500 hinchas visitantes invadieron el campo y se fusionaron en un solo abrazo. Los jugadores aplicaron la costumbre de derrapar en la mitad de la cancha con la copa colocada en el punto central. Además, empezaron a desplazarse de rodillas desde el arco, a modo de promesa como el Peñarol de 1995, pero abortaron la misión en la media luna. No estaba previsto jugar con nueve una final de visitante, tal vez eso acortó el tramo. La mención al Pepe Urruzmendi, que comenzó con este plantel, no estuvo ausente. Salud, campeón.

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