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El jugador de Santos, Neymar, previo a la primera final de la Copa Libertadores ante Peñarol en el estadio Centenario. (archivo, junio de 2011)

Foto: Victoria Rodríguez

Eu sei que vou te amar

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La armónica y exquisita vida en común de la música, el fútbol y la brasileñidad.

¿Por qué lo brasileños juegan así? ¿Por qué son millonarios en técnica y desenfado y no tienen que andar pidiendo a tácticas y estrategias réditos para su fútbol? La visión Brahma o Antarctica que uno puede tener del Brasil remite a pandeiros, mulatas caderudas, folhas secas, garotas de Ipanema y carnaval. ¿Ésa es la cara del fútbol brasileño? Este fallido identikit no nos conduce a ningún sospechoso, pero nos deja con la idea de que algo hay.

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"Tal vez nenhum país no mundo dê tanta importância ao futebol como o nosso país faz. O Brasil pára nas decisões e lota os estádios do Oiapoque ao Chuí. São milhões de apaixonados pelo esporte introduzido no Brasil por Charles Miller, no final do século XIX. Os que não assistem aos espetáculos são minoria absoluta, pois, ou é ruim da cabeça ou doente do pé. A arte futebolística tomou conta do sangue brasileiro, impossível o separar da bola, uma eterno caso de amor". Dice la rica página electrónica www.museudosesportes.com.br, y tiene razón.

Escena gaúcha

El lugar es Río Grande Do Sul. En el vestuario toman chimarrão, mientras a las risotadas comentan la novela de la 8 y pelean por la autoridad del equipo de música, entre mate y mate con esa yerba fosforescente y mientras falan de mulheres gostosas, y a disgusto enrollan y desenrollan vendas que el “profesor” castellano ha impuesto pese a su disconformidad, suene el pagode, la bossa, el funky o hasta el axe. Cualquier cosa puede faltar, menos la música y las ganas de correr atrás de una pelota.

El desembarco

Dice Alex Bellos en su buen ensayo El Fútbol y Brasil que “De acuerdo con la mitología popular, el fútbol llegó a Brasil en 1894. Charles Millar, un brasileño de ascendencia británica, llegó al puerto de Santos con -maravilloso simbolismo- dos pelotas y una bomba de aire. En un principio, sólo Millar y sus amigos expatriados jugaban fútbol en São Paulo. En Río se desarrolló una historia similar. Oscar Cox, un inglés que regresaba del internado en Suiza, introdujo el juego y, en 1902, fue uno de los miembros fundadores del Fluminense, el primer equipo de fútbol de Río. En sus primeros años, el fútbol fue un juego para la elite blanca y urbana de Brasil. El Fluminense, por ejemplo, era un escenario en el que se exhibían refinamiento y sofisticación, así como los valores deportivos del equipo. Pero la gente pobre -aunque excluida de los clubes- podía jugar por su cuenta, ya que todo lo que se necesitaba era un pedacito de tierra (de la que Brasil tiene mucha) y un objeto esférico (confeccionado típicamente con calcetines, tela rellena de papel o naranjas)”.

El fútbol en Brasil tiene sin embargo desarrollos mucho más tardíos que en el Río de la Plata, y la no inclusión de los negros en las competiciones seguramente es determinante. Llega mucho antes el samba como representación artística del aluvión étnico que da lugar al brasileño -me gustaría poner brasilero, pero la gramática española no me lo permite- que el fútbol como expresión artística y popular que transmite la cadencia de su música.

Segunda escena

Ya están en la cancha y mientras no viene seu profesor, el castellano ese que fala un portunhol das Academías Tabajara, un negrote grandote y cuadrado, Toninho, a las risotadas, lleva por el cuello al rubio de ojos claros, un Alemão, mientras falan de gostosas, cervejas e craques da tv.

Pelo telefone

En 1917 aparece la primera grabación de samba, con el acetato de “Pelo Telefone” de Donga y Mauro Almeida (hay una exquisita versión en Youtube con el viejo venerable Donga y el jovencito Chico Buarque en 1966, casi 50 años después de que aquella música que tomó el nombre de samba bajara de las favelas). Pero el fútbol empieza a ganar campinhos y morros , como ya había ganado los clubes de la alta sociedad. La diferencia es que son los elitistas de las clases dominantes quienes representan a Brasil en el concierto sudamericano y ya se ven absolutamente superados por el acriollamiento de los rioplatenses, dueños del fútbol mundial por aquellos primeros años.

En 1919 llega por primera vez el más prestigioso torneo continental a Brasil y Friendenreich, el mulato de manos negras y cabeza de blanco, con sus ojos de tigre y su pelo tratado por horas antes de salir a la cancha para esconder sus motas, juega entre los blancos y lleva a Brasil al primer título Sudamericano. El título lo logran ante Uruguay, en un partido de más de tres horas de duración por los sucesivos alargues. Brasil con gol de Friendenreich gana 1 a 0.

Pixinguinha, -uno de los padres del samba- compone el tema "Um a Zero" (y está en Youtube). Pero el presidente Epitacio Da Silva Pessoa toma la increíble medida de prohibir que “personas de color” integren cualquier selección nacional, justo cuando toca jugar el campeonato en Argentina. La medida, al parecer, era para impedir que llamaran a su pueblo "macacos", o "monos". Según Da Silva Pessoa era preciso proyectar otra imagen, compuesta "por lo mejor de nuestra sociedad”.

Es en los años 30 cuando, con la aprobación del profesionalismo, aparecen los negros y el fútbol cambia. Y como su hermano mayor el samba toma la avenida de la brasileñidad. El antropólogo Gilberto Freyre, que fue el primer académico en argumentar que el mestizaje racial en Brasil dio al país una herencia positiva, sostenía que el auténtico brasileño era una rica combinación de influencias africanas y europeas -definidas por características tales como la astucia, la picardía, lo exquisito y lo espontáneo. Una columna de Freyre en el Diario de Pernambuco en 1938 llamada “Foot-ball Mulato”, atribuye el éxito del combinado brasileño en aquel mundial a la presencia de lo afro, cuyo fútbol supera en danzas y curvas a las áridas técnicas del fútbol europeo. Más tarde explicaría que la forma bailada del fútbol brasileño es un estilo adquirido por la presencia de la danza africana, que está en las entrañas de la sociedad brasileña de forma racial y cultural.

Según Bellos, “El trabajo de Freyre creó una nueva imagen de la identidad nacional, que encontró en el fútbol su metáfora más poderosa. El deporte también movilizaba entonces un patriotismo invisible. En 1938, cuando Brasil asistió a la Copa Mundial en Francia, el país se vio atrapado por un entusiasmo sin parangón. Brasil se había conformado como república hacía menos de cincuenta años. El fútbol estaba ayudando, a una nación del tamaño de un continente y carente de símbolos, a construir una identidad común. El país obtuvo el tercer lugar en Francia, aunque los brasileños fueron la verdadera sensación. Leônidas, el mayor goleador, fue nombrado mejor jugador. El fútbol era el foco perfecto de las aspiraciones nacionales, ya que no sólo mostraba un estilo nacional, sino que representaba en ese estilo y mejor que ninguna otra cosa la "brasileñidad". Y durante la Copa Mundial de 1938 se demostró que esta "brasileñidad" ¡podía ser la mejor en el mundo!

Y se pregunta Alex Bellos: “¿Los brasileños se volvieron tan buenos en el fútbol porque culturalmente era tan importante para ellos, o el fútbol se volvió tan importante para ellos porque eran tan buenos para jugarlo?”.

Identidad

El fútbol era, junto a la música, el símbolo más importante de la identidad brasileña. Ya había surgido la Escola de Samba en el barrio carioca de Estacio De Sá, y a partir de allí nuevos sones sambistas. El fútbol ya es Brasil y ese sello de danza, alegría, burla e irrespetuosidad se traslada y vuelve a los futbolistas millonarios en técnica, en cada rincón del país continente. Son los brasileños quienes hacen del fútbol su forma de bailar jugando, o el el fútbol quien hace de Brasil su vitrina.

Tercera escena

El entrenador, “Seu Profesor” ya está en el círculo central y en su portugués de cocoliche les habla de tácticas y estrategias, de posiciones, de movimientos, de figuras de juego.

No lo entienden, pero no es que no lo entiendan por problemas de comunicación, no lo entienden porque no lo sienten y tal vez porque no lo precisan.

Su técnica, la que se ve en Maracaná, en la Globo, en las playas, en los baixos dos morros, en las calles de barro rojizo y piecitos descalzos, es la misma que ha acompañado la brasileñidad desde siempre, desde el primer samba que habrá bailado Arturh Friendenreich, el mulato hijo de la lavandera y el alemão, hasta el funk de bagunca Neymar, que dice que no es negro y sólo se alisa el pelo porque lo tiene feo (www.estadao.com.br/noticias/impresso,quero-um-porsche-e-uma-ferrari-na-garagem), es la misma que llevó a decir que los brasileros avanzaban hacia el otro arco como si estuviesen llevando la línea melódica del samba, y que llevó al “Funk do Neymar”.

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