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Ya te diste cuenta. Estoy de nuevo en Recife. No sé si te percataste: me gusta, mucho más que la ciudad - enorme, desordenada, y repartida en varias ciudades-, la gente. Si no, no hubiese podido ver el 8-0. Eu gostei muito dos pernambucanos, bastante más aldeanos que sus vecinos. También me maravilló Salvador, por supuesto. Vos viste cómo es esto; si bien la ciudad antes llamada Bahía y desde hace muchísimo tiempo Salvador, pero desde siempre São Salvador da Bahia de Todos os Santos, recién va a cumplir sus primeros 500 años oficiales dentro de un tiempo, ya desde el arranque de la conquista o de la invasión europea tiene gente de aquellos pagos, de la que organizaba la cosa con iglesias. Y eso, porque en 1510 hubo un naufragio en el río Vermelho, de unos franchutes que no estaban haciendo precisamente la previa de la Bastilla y un portugués que andaba en el barquito y se transformó en uno de los grandes colonizadores: Diogo Álvarez Correa, conocido como Caramurú por los habitantes naturales de estos pagos.

De ahí para acá la villa en torno a la iglesia, el poblado, el pueblo, la primera capital de Brasil, la ciudad, la ciudad grande, la gran metrópoli ha ido creciendo para donde fuera posible del otro lado del océano Atlántico, y por eso es una ciudad tan grande como desordenada ,con tres millones de habitantes que se reparten en la costa, los morros y los valles. ¿Vos te das cuenta? Sólo la ciudad tiene la misma población que Uruguay, y el estado tiene ¡16 millones! ¡No hay con qué darle!

Imaginate al Osvaldo Torres (el de la torre de control de Tres Cruces, el de las entrevistas de Navidad, Fin de Año, Carnaval y Semana de Turismo, ¡no me digas que no lo sacás!) de la rodoviária de Bahía -no es por ser camisetero, pero es más chica que la de Montevideo- lidiando con no sé cuántos miles de personas que aprovecharon su superferiado. Para algunos bahianos fue de jueves hasta mañana y lo aprovecharon para ir al interior del estado a festejar las fiestas juninas, y particularmente San Juan. Increíble. No sabés qué momento, y Chenlito metiendo portuñol ahí, buscando dónde estaba el Itapenomeacuerdocuánto. ¡Pero qué bueno estuvo!

Para alimentar cualquier posible relato épico, Salvador es la ciudad más africana de América del Sur. Aquí, varios siglos después, buena parte de la población se siente parte de la nación africana, y encima con mucho vínculo con Nigeria, a tal punto que hay una Casa de Nigeria y que además viven más de 80 familias que llegaron desde allí en los últimos años. Y, ¡pimba!, ganamos también ahí.

Aquí en Recife son distintos, menos metropolitanos y muy amables. Es cierto, ayer hinchaban por los tahitianos, pero, ¿quién no? Ellos, los pernambucanos, también están indignadísimos con los gastos de los estadios y los impuestos por la FIFA. El estadio está a 35 kilómetros de la ciudad y, aún sin terminar, salió una millonada infame, cuando a tres y a cinco kilómetros del centro hay dos estadios que podrían haber sido reformados. La protesta pernambucana también fue masiva y, claro, ahora el foco ha dejado de ser los dos pesos del pasaje y sí el contraste de tantas carencias con las millonadas gastadas en nombre del Mundial y por exigencia de la FIFA.

Ahí radican la enorme ventaja y la necesidad del cronista de estar en el lugar de los hechos, y es por eso que, mucho antes de la casi virtualidad de los acontecimientos que hoy se consumen por el empaquetamiento de la televisión o los medios electrónicos, era conditio sine qua non estar en el lugar para poder hablar con propiedad de lo que ese individuo estaba viviendo o sintiendo. Se sabe que cualquiera puede armar un relato con verosimilitud -Platón la tenía clarísima-, pero, por ejemplo, si esa persona estuviese nutriéndose por la Rede Record diría que Recife, Salvador o Belo Horizonte, sin contar, por supuesto, los horribles desbordes en San Pablo, Río o Brasilia, eran ciudades al borde del colapso, con protestas bloqueando el estadio y el pueblo rebelado contra los onerosos gastos que significa organizar el Mundial y, en este caso, la Copa de las Confederaciones, sumados a la corrupción y el desvío de dinero y…

Imaginate que no hubiese nadie aquí, y que nuestra información, en cambio, estuviese basada en el monstruo de la Globo, el articulador contemporáneo de la noción de ser nacional brasileño, armado en fuertes dosis de fútbol, novela, mujeres, carnaval y cerveza, por años el verdadero poder del Brasil. Allí nos enteraríamos de que sólo han pasado algunas cosas graves en San Pablo, Río y Brasilia, pero además fueron cometidas por ladrones, que ni por radicales organizados que aprovechan para robar. ¿Todo por dos pesos? Sí y no. Esos 0,20 reales que iba a aumentar en algunos lugares el carísimo transporte urbano fueron la punta de lanza y la génesis de las protestas. Pero está claro que no era eso, o por lo menos que no era sólo eso.

La Globo es socia de FIFA, por lo que se desmarca como puede y muestra hinchas que dicen en carteles que no es contra la selección que el gigante se despertó, que basta de corrupción. Pero, seguro, por ahí nomás deben tener que frenar, porque si empiezan a rascar, andá a saber dónde termina la cosa.

Pero volvamos a que por suerte estamos aquí y, como soy medio buenas noches, me costó unos minutos darme cuenta de por qué en mi zapping veía en vivo los robos y el intento de invasión en la Record mientras que en la Globo se centraban en otras noticias. La Globo, ¿entendés? La que hace y deshace. Hasta que se me hizo la luz y me di cuenta de que es socia de la organización y de la FIFA, que tiene los derechos y vaya a saber cuántas cosas más, y que como fuese había que minimizar esas serias protestas -modelo indignados-, que hubo en las grandes metrópolis, un poco por gente que quiere cosas, más la convocatoria por las redes sociales (que se le escapa al telepoder), más la manija de los que quieren quedarse con una parte de la torta que ahora no tienen. Al mismo tiempo, salís a la calle, acá en Recife, por ejemplo, o en Bahía, y no te da ni ahí la sensación de un país que está en llamas. Yo qué sé. Es difícil.

Me va a dar tristeza dejar Recife, ya le había agarrado la mano a la calle, los bondis, el metro, al súper. Pero la competencia tiene esa maravilla de seguir adelante, y ahora nos vamos a encontrar con Belo Horizonte para empezar de nuevo y otra vez a perseguir la zanahoria de la utopía, que en fútbol se llama soñar con la gloria, que por suerte a los uruguayos no nos es nada ajena. ¡Mamita mía, no me quiero ni imaginar lo que va a ser ese estadio!

Te llevo tatuada en el pecho. Abrazo medalla y beso.

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