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Jorge Nerón, luego de convertir el empate para San Carlos, grita el gol hacia la hinchada de Porongos, junto con el preparador físico, Gustavo Barboza, y Rúben Núñez. / foto: Fernando Morán

Esbozo del sendero

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El camino a la final de OFI.

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Al llegar a la cuesta y mirar atrás, el paisaje es vasto. Tupido y lejano, visto desde el horizonte o hacia el horizonte. Al fin y al cabo, el punto de llegada, ese ansiado punto de llegada, no es más que otro punto de partida. La búsqueda, con sus causas y consecuencias como equipaje, siempre nos deparará un antes y un después; ese mismo después que será el antes de otro mañana. Y así. Un poco así son el fútbol del interior y su campeonato de clubes más relevante. A la final llegaron dos, pero al costado del camino pasó mucha cosa.

57 equipos comenzaron a jugar en 16 series el Campeonato de Clubes del Interior. Una proeza entre carreteras, lujosas y deshechas, y caminos vecinales con mojones que iban desde el grupo A hasta el P; casi un abecedario. El mapa de rutas pasó por todas las ciudades capitales y también por Guichón, Nuevo Berlín, Santa Catalina, San Bautista, General Martínez, Casupá, Gallinal y Castillos, por citar las menos conocidas. Un torneo nacional en sí mismo.

Entre las curiosidades se puede destacar el hecho de que dos series fueron integradas por equipos de un mismo departamento: la serie A, con San Eugenio, Zorrilla y Wanderers de Artigas; y la serie E, con El General (Colonia), Polancos (Nueva Palmira) y Semillero (La Estanzuela). Además, como ha ocurrido en las últimas ediciones, se invitó a jugar a los equipos que cumplían 100 años. De todos ellos participaron dos: Darling de Canelones y Artigas de Carmelo. Había más, pero no aceptaron la invitación. No es fácil, y mucho menos barato, jugar una copa de estas dimensiones.

El sacrificio en el fútbol de tierra adentro es total. Hay realidades diferentes, clubes que pueden más y clubes que pueden a secas. Pero nada quita que sea un campeonato difícil desde el punto de vista de la logística, con una retribución muy ajustada en lo económico. Así y todo, nada quita el deseo por lo deportivo. Ni la realidad ni los sueños. Allá irán fin de semana tras fin de semana, contra viento, marea y billetera, en cómodas camionetas o destartalados ómnibus, los planteles en busca del fútbol y la calidad, del juego y el nivel, del trabajo y la pasión. El sacrificio requiere rebeldía, en muchas ocasiones, para sobreponerse a los contratiempos. Sacrificio racional y útil, como decía José Martí, para la ventura de los de mañana.

Cruzados

Es una copa que vivió cruces increíbles, hazañosos. En dieciseisavos, en el norte del país, los equipos salteños Ferro y Salto Uruguay eliminaron a los artiguenses San Eugenio y Wanderers. También fue agónico el pasaje de Vida Nueva de San Jacinto, que eliminó a Defensor de Maldonado. En octavos tuvo lugar el clásico del departamento de Salto, con victoria del decano Salto Uruguay por penales y en cancha rival. Fue la instancia en que se vieron las caras otros dos del mismo departamento: Río Negro y Universal de San José, con los tres puntos para los primeros. El oeste fue observador de llave entre Tulipán de Fray Bentos y la IASA de Mercedes; rivales y hermanos. En el mismo sentido, el este vibró con una gran eliminatoria entre Melo Wanderers y Guaraní Sarandí de Minas, que ganaron los del cuartel minuano.

Sería imposible sacar cuentas de cuántos partidos se habían disputado a esa altura o cuántos goles se habían convertido. Pero lo que sí marcaba la realidad era que había fútbol para rato. Entre el 7 y el 14 de julio, Tulipán dejaba de ser cenicienta para ser realidad y eliminó a Salto Uruguay ganándole los dos partidos. Gran equipo el del barrio Las Canteras de Fray Bentos; rápido, descarado, incisivo. Surgía un Porongos que mejoraba y que eliminó al cebrita maragato, seguía en camino el campeón Central, y desde la tierra del habla en tú asomaba un San Carlos que goleaba en su serie con un total de 7-0 frente a Guaraní.

Así las cosas, en play off totalmente parejos y emotivos, los carolinos y los trinitarios lograron ganar de locales y visitantes sus llaves, y las finales son cuestión de dos. Ellos dos, San Carlos y Porongos, están hoy en el punto de llegada. Lejos, los obstáculos, las travesías, los complejos. Es el momento límite y decisivo del torneo. Los dos saben qué se juega porque su historia ya lo vivió. Veintipico de jugadores que sueñan con reunirse unos atardeceres más, luego de las ocho horas de trabajo, para transitar el camino a la gloria. Esa misma que se pasea por cualquier campito despintado del interior del país, y que tan linda es.

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