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Marcelo Urresti.

Foto: Nicolás Celaya

La eterna promesa

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Para sociólogo argentino los jóvenes son vistos como criminales desde la década del 60.

En la actualidad el discurso de preocupación por los “ni-ni” sitúa a los jóvenes como promesa de un país mejor a la vez que deposita en ellos el origen de los fracasos sociales. El argentino Marcelo Urresti, sociólogo e investigador de las culturas juveniles, analiza cómo se gestó el proceso de criminalización de la juventud a partir de los años 60 y cuán influyentes pueden ser el Estado, la Policía y las instituciones educativas en esta construcción. Urresti fue el conferencista invitado el viernes en el simposio “Miradas hacia las culturas juveniles”, en el que participaron sociólogos y docentes uruguayos.

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-¿Qué son las culturas juveniles?

-Tienen origen en los años 60 en los países centrales, luego se fueron difundiendo por el resto de las grandes ciudades de las zonas periféricas y una década después por el resto de los países periféricos. Son las expresiones culturales de los jóvenes para los jóvenes. Eso fue novedoso en su tiempo porque antes de los 60 no existían las culturas juveniles en el sentido propio del término. En primer lugar, se centran en expresiones musicales. Entre los jóvenes la música significa muchas más cosas que música, es el vehículo expresivo que refleja la revolución que se está produciendo en los años 60, una revolución cultural en la que los jóvenes irrumpen en la escena pública y a partir de las culturas juveniles pueden construir sus propias identidades. Por eso culturas juveniles es un sinónimo de identidades juveniles. ¿Qué quiero decir con esto? Que antes había jóvenes y personas jóvenes por su edad pero no se reconocían a sí mismos a partir de una identidad juvenil. Esa identidad juvenil se la confieren las culturas juveniles; por eso son tan importantes.

-¿Por qué las identidades juveniles se convirtieron en objeto de estudio de la sociología?

-En los años 60 comienzan a estudiarse muy rápidamente, porque esa irrupción de culturas juveniles supone también cierta crisis de las instituciones educativas, especialmente cuando los adolescentes llegan masivamente. Se trata de las famosas generaciones de posguerra a las que en su momento se les llamó baby boom y que tienen que ver con un aumento muy importante de la tasa de natalidad en los países centrales. La sociología es una ciencia desarrollada en las sociedades centrales y luego empieza a expandirse. En principio tiene que ver con la llegada de esos adolescentes a las instituciones educativas, que no están preparadas para recibirlos porque son chicos que provienen de clases sociales diferentes de las que solían recibir, y ponen en crisis los vínculos tradicionales entre docentes y estudiantes. Esa inquietud, esa molestia, lleva a que sean estudiados. Con el paso del tiempo, cinco o seis años después, ese mismo conjunto muy masivo que hizo explotar a las instituciones educativas de secundaria llega a la universidad y también hace la explotar, así como al mercado de trabajo y a los canales tradicionales de la política. Todo explota en los años 60, y esta expansión hace que comience a tener interés la sociología. Por otro lado, ese consumo cultural masivo, que tiene que ver primero con la música y después con la moda, la indumentaria y tantas otras ramas del consumo que colocan a los jóvenes como principales motores de esas industrias, hace también que la sociología económica y de las industrias culturales presten una atención integral al fenómeno.

-La criminalización de los jóvenes en la actualidad está relacionada con la “inseguridad” o con que no trabajen ni estudien. Sin embargo, durante las dictaduras en el Cono Sur la criminalización recaía sobre jóvenes que no sólo estudiaban o trabajaban sino que tenían un compromiso político con la sociedad. ¿En todas las épocas hay excusas?

-No diría que en todas las épocas. Las Policías tradicionalmente tienen hipótesis de conflicto y éstas lo que hacen es predisponer no sólo una percepción del delito sino una estrategia de persecución y captura que siempre termina saliéndose con la suya. ¿Por qué? Porque produce el objeto que persigue. No es lo mismo que nosotros aisladamente tengamos una hipótesis paranoica sobre el culpable de ciertas cosas que la tenga una institución pública como es el Estado, y especialmente la Policía, encargada de hacer eso. Va a redoblar sus esfuerzos por perseguir y obviamente va a generar conductas resistentes. Después esas conductas se judicializan y terminan produciendo al enemigo. No es lo mismo tener una visión paranoica fuera del Estado que dentro del Estado, fuera de la Policía que dentro de ella. Lo interesante es que la criminalización de los jóvenes comienza en los 60, antes los criminales no son jóvenes. Tradicionalmente, en nuestros países son los inmigrantes, después son los anarquistas, después los comunistas, después los grandes falsificadores y ladrones de guante blanco, y luego las hipótesis típicamente políticas como las que tienen que ver con la Guerra Fría, en la cual aparece un enemigo político por la alineación que tiene nuestra región con Estados Unidos. De golpe, el enemigo es el enemigo disolvente que tiene que ver con el comunismo, y en la medida en que hay militantes juveniles se los identifica con el comunismo. Comunistas, socialistas o de izquierda había de todas las edades, pero el que se convierte en sospechoso es el joven, porque además es el momento en el que irrumpen los jóvenes. Ese joven criminalizado en los 60 es un joven universitario cuyo delito consiste en tener ideas disolventes, o en todo caso es un hippie que tiene ideas sobre el amor libre o sobre cosas que la moral dominante un poquito reprimía, y se lo persigue por eso.

-¿Qué sucede en los 90 con la oleada neoliberal?

-Irrumpe otro tipo de jóvenes. Nuestras sociedades entran en un ajuste violento, se pierden los canales de inclusión laboral para los jóvenes de sectores populares, comienzan las dificultades para reproducirse materialmente en ese tipo de jóvenes. Aparecen visibles primero como inactivos, inactivos totales o ni-ni con un potencial destructor de las relaciones sociales preexistentes que es muy marcado, y pasan de ser víctimas a ser victimarios. No quiere decir que muchos de esos chicos no cometan delitos: la construcción de un verosímil no se puede hacer si no es sobre la base de algún hecho. Los hechos están. Lo que se hace es aumentarlos y maximizarlos de tal manera que queda sólo la visión del acto criminal y no de todas las condiciones sociales en las que a algunos grupos no les quedan otras salidas. No sé exactamente cómo es en Uruguay, pero la del inactivo total es siempre una visión que tiende a convertir en un estado lo que es una situación, es decir, tiende a convertir en una esencia la cuestión momentánea. Todos los chicos trabajan, lo que pasa es que entran y salen del sistema laboral, y cuando los trabajos son precarios esas salidas son más nerviosas. En general todos los chicos pasaron por el sistema educativo y es probable que lo hayan abandonado, pero eso transmite la idea de que no hay ningún tipo de educación formal por detrás. Entonces es una especie de monstruo al que hay que eliminar, porque si no él nos va a eliminar a nosotros. Ésa es la idea que se empieza a difundir, ésa es la peligrosidad. Se lo construye en un sujeto peligroso, desoyendo o desatendiendo todas las variantes. No es que desarrolle una carrera delictiva, es un “delincuente circunstancial”. Cuando roba, roba para mantener un nivel de consumo; entonces se compra las zapatillas. Pero no es un ladrón que está amasando la cultura criminal.

-¿Los jóvenes terminan siendo depositarios de todos los males de la sociedad?

-Muchas veces -no siempre- funcionan como chivo emisario. Condensan todos los males, entonces hay que perseguirlos, sacrificarlos y excluirlos. Es una manera de evitar los problemas del conjunto. En el delito hay jóvenes y no jóvenes. Hay delitos de no jóvenes que nadie mira y que tienen consecuencias mucho peores: los económicos, ambientales, políticos. Hay distintas tasas de criminalidad en cada país, pero hay una serie de delitos que no aparecen como tales; son simplemente disfunciones de algunos sistemas, y eso es peligroso. Se trata de chicos que pueden ser jodidos, pueden molestar, pero en general son indefensos y siempre son un producto social. Es mucho más fácil culpar en términos personales y morales que resolver las causas sociales que lo generaron.

-¿Cómo han ido construyendo su identidad los llamados jóvenes marginales, que nacieron en plena crisis?

-En el caso de los chicos marginales que estudiamos nosotros, en general viven lejos de todo sistema de protección familiar, son hijos de familias que se desarmaron, chicos jóvenes que viven en comunidad con otros chicos, donde los mayores cuidan a los menores y donde tienen por actividad, además de mendigar, el robo o la rapiña. Esos chicos se constituyen en varios sistemas de exclusión; la escuela incluye a los buenos alumnos porque los califica positivamente y les devuelve una imagen que les fomenta su autoestima. En el caso de estos chicos son señalados desde muy temprano por la escuela como provenientes de familias disfuncionales. Como no tienen apoyo familiar y cuando tienen problemas educativos no tienen a quién recurrir, deben resolver solos sus problemas si no los ayuda. Lo más normal es que estos chicos queden solos en la escuela y que vayan siendo etiquetados negativamente. Eso va dejando marcas en los sujetos, y el día que abandonan es porque ya están desalentados de tanto maltrato institucional. Son el otro, son el diferente, el que no rinde, el inútil, el tonto; a todo el mundo le pasó eso en algún momento de su vida escolar, sólo que cuando uno lo compensa con otras cosas lo supera, pero cuando es lo único que escucha es muy difícil levantarlo. Y cuando a eso se le suma la exclusión laboral, la pobreza o la marginalidad física en las ciudades, vivir en los peores lugares, sin infraestructura, eso va generando múltiples sistemas de exclusión, una acumulación de desventajas. Entonces después es muy difícil la reinclusión, hay que hacer un trabajo muy profundo que no se reduce a lo social (aspectos económicos, educativos y de vivienda) sino que debe incluir también lo psicológico, porque muchos de esos chicos no tienen absolutamente ninguna autoestima, son los últimos en confiar en ellos mismos, sienten que están por fuera en todo, y el problema es que abrazan una identidad negativa. Como los vienen señalando: “Vos sos una basura, vos sos un inútil y un negro de mierda”, llega un momento en el que dicen: “¿Querés ver lo que hace un negro de mierda con vos? Te pega un tiro en la cabeza y le importa un carajo”. “¿Mi vida no vale nada? Perfecto, la tuya tampoco”. Asume una identidad negativa, quiere dar miedo.

-¿La participación de jóvenes en los partidos políticos y en otros ámbitos se rige por la misma lógica?

-Los jóvenes que están en los partidos políticos son pocos; pese a que hay un aumento en la participación política en el último tiempo, viene de una baja muy grande en los años 90 y siguen siendo minoría. Donde los jóvenes son muy representativos es en el movimiento estudiantil, que tiene otra fuente y otro alcance. La sociedad uruguaya es una sociedad muy particular respecto de las relaciones entre jóvenes y adultos. Siempre aparece la queja sobre el problema de la exclusión de los jóvenes en términos laborales y de participación, porque no son considerados “maduros” por las instituciones adultas y por lo tanto nunca pueden entrar o tienen ciertas dificultades. Hay países en los que la dirigencia es muy joven.

-¿Predomina una visión de los jóvenes como futuro y no como presente?

-Exacto, como promesa. El problema de la promesa es que siempre está más adelante. El juego de las promesas puede ser una proyección hacia el futuro que implique una exclusión en el presente. No quiero decir que sea así siempre, pero es una forma de discurso dominante en la que los adultos excluyen de su responsabilidad en el presente a los jóvenes, que quedan ocupando un lugar muy secundario. En Uruguay es especial porque los jóvenes son pocos, no es igual la presión de un grupo pequeño que la de uno grande. En México la presión de los jóvenes es tremenda porque son 30% de la población. El número es una debilidad estructural que tienen los jóvenes en Uruguay.

-¿Dónde se coloca a la educación formal en este escenario?

-La educación siempre es el lugar al que van a parar las jóvenes generaciones. Como dice el sociólogo argentino Emilio Tenti, el ministerio de los jóvenes es el de Educación, y la política juvenil por excelencia es la educativa. La educación es un ámbito central, por todo lo positivo que produce pero también por todo lo negativo que puede llegar a generar. La fuerte crisis tiene lugar en los 90, y especialmente en 2001, cuando casi todo entró en crisis, pero creo que ese período tan dramático está superado, porque además hay una serie de inversiones en educación que nunca son suficientes pero sí necesarias. Si bien sigue habiendo un gran conflicto sindical por el tema de los salarios, si se compara la situación actual con la de los 90 se comprueba que hay una reconstitución importante del salario docente. En Argentina se destina 6% del Producto Interno Bruto a la educación, que lógicamente hay que redistribuir de otra forma porque no está dando los frutos que se esperaron, pero estamos lejos de la visión de la carencia absoluta.

-¿No se le pide demasiado a la educación?

-El problema en nuestras sociedades es que la educación está sobrecargada, se le piden demasiadas cosas: que resuelva la difusión de conocimientos en las generaciones menores, que genere la socialización que la familia no genera, que transmita normas y valores que apunten a mejorar la convivencia en el espacio público; una serie de mandatos tradicionales para los que la escuela nunca estuvo preparada ni tiene como función. Últimamente se le suma que sea capaz de sostener los problemas sociales que no tienen un origen educativo, como los problemas económicos de distribución, vinculados con la pobreza y la marginalidad, en los que se supone que la escuela además tiene que funcionar como una especie de trabajador social colectivo que absorbe a los chicos, les da de comer, les da lo que el sistema económico no les da a sus familias; eso constituye una sobrecarga. Adicionalmente se le pide que sea un lugar de contención para que los chicos no vayan por la vía del delito y del desbarrancamiento que eso supone.

-¿Cuáles son las instituciones sociales clave para la reinserción de los jóvenes excluidos?

-Lo primero que tiene que haber cuando esos chicos no tienen una contención familiar o están lejos de la familia es una fuerte reconstrucción de lazos afectivos. Cuando en Argentina trabajamos este tema en el libro Sueltos pero amarrados, una de las recomendaciones que se hicieron es que hay que encontrar a los adultos significativos si los padres no están, y si no los hubiera, hay que tratar de rehacer los lazos con otra generación, con los abuelos si están vivos o con los vecinos, pero algo hay que hacer en ese sentido. Si no se reconstruye el lazo afectivo, esos chicos están muy solos. Hemos visto casos de chicos que no entienden de dónde vienen sus padres porque no saben dónde están ni dónde nacieron. Primero hay que reconstruir esos lazos primarios para que después tenga un rol la cuestión de la escuela para los chicos que están en edad y con ganas de concurrir. Y después, ver salidas laborales posibles. Si los lazos primarios están y están bien, hay que reforzar la cuestión educativa, no pensando que la educación es una utopía sino una etapa de formación necesaria en la que si no se cumplen ciertas cuestiones, se acumulan desventajas. Y si las cuestiones afectivas y educativas están funcionando bien, yo diría que mejor no nos metamos y dejemos que todo siga funcionando.

El visitante

Marcelo Urresti nació en Buenos Aires, Argentina. Cursó estudios en Sociología y Filosofía en la Universidad de Buenos Aires (UBA). También realizó cursos de posgrado en el Instituto de Ciencias de la Cultura de la Universidad de Humboldt, en Berlín. Es docente en Sociología de la Cultura e investigador en el Instituto Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Ha publicado diversos artículos en libros y revistas internacionales. Como compilador, editó junto con Mario Margulis La segregación negada. Cultura y discriminación social, que fue elegido Mejor Libro de Sociología en1999 por la Fundación el Libro, y La cultura en la Argentina de fin de siglo, publicado en 1998. Además, ha publicado diversos artículos sobre juventud, sexualidad y cultura, cibercultura juvenil y también sobre familia, hábitat y sexualidad. Ha hecho investigaciones sobre público teatral y consumos culturales.

Dicta cursos de posgrado en diversas universidades argentinas y dirige e integra proyectos de investigación sobre temas de cultura juvenil, adolescentes y consumos culturales.

Entre otras actividades profesionales trabajó como asesor en instituciones públicas de su país y participó como consultor en diversos proyectos de organismos internacionales como UNESCO y UNICEF.

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