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Mauricio Larriera. / Foto: Pablo Nogueira

“No marearme es mi gran patrimonio”

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Mano a mano con Mauricio Larriera, director técnico de Racing.

Apasionado del fútbol y del carnaval, le gusta cantar y se considera fastidioso consigo mismo, ansioso y humilde. Vive con su esposa y dos hijas de 13 y 19 años. No cree en la suerte y aspira a dirigir en diversos países. Sus referentes son Marcelo Bielsa, Gerardo Pelusso y Óscar Washington Tabárez.

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Mauricio Larriera nació en Florida y desde pequeño forjó un amor eterno con la pelota. Incluso la sitúa a la escala de sus afectos más importantes. Vivió una infancia feliz, rodeado de cariño, aunque con alguna carencia material: “Éramos felices con muy poco. A veces me escapaba para jugar al fútbol en el campito de las moras y, como consecuencia, me ligaba alguna paliza que otra [risas]”.

Fue buen alumno y eso le trajo aparejada su condición de persona analítica en varios aspectos de la vida, sobre todo en el fútbol. Le tocó ir a la escuela en Florida, San José y Montevideo, porque sus padres se mudaron: “Hace poco me crucé con un amigo y me dijo que yo sabía más que la maestra. Era muy conversador, pero siempre ayudaba a los demás. A los nueve años vinimos a vivir a Conciliación, pero luego fui a vivir con mi abuela en Florida porque tomé esa decisión. Fueron momentos lindos pero complicados. Pero, ojo, nunca me faltaban mis dos bizcochitos calentitos en la puerta de la escuela”.

Hizo el último año escolar en Montevideo y alternó en equipos barriales como Olimpo y Garzón City. Lo tentaban para ir a otros cuadros ofreciéndole zapatos o boletos, pero Mauri quería jugar con sus amigos: “Prefería la humildad y las carencias del barrio. Siempre jugué de volante, más de armado que de contención. No hacía muchos goles. Desde chico me decían que jugaba con la cabeza”. Finalmente recaló en Sud América, por intermedio del periodista Franklin Morales, y se mudó con su familia a Jacinto Vera, donde reside desde entonces. “Arranqué en preséptima y jugué en la sexta. Era muy chiquito, aunque era habilidoso. El entrenador me ponía porque me mataban a patadas y hacía echar rivales”, comentó.

Volvió a su ciudad natal para cumplir un viejo sueño: jugar para la selección floridense. Pasó por Quilmes -equipo con el que fue campeón- y tuvo como director técnico rival a quien más adelante sería su amigo, el también floridense Gerardo Cono Pelusso. Con 18 años volvió a Montevideo y se integró a Liverpool, donde pasó de cuarta división a tercera, pero no debutó en primera. Jugó en Rentistas, Miramar Misiones, Deportivo Maldonado, Central Español, y en 1999 llegó a Racing. En esa etapa Pelusso lo dirigió, y él considera que fue la mejor de su carrera: “A mí me ponían de lateral y eso me fastidiaba. Gerardo vino con la premisa de que yo no era para ese puesto y eso me hizo bien. Jugué de volante con salida por la derecha e hice varios goles. No entramos a la liguilla por un punto. Me acuerdo que un día un dirigente me dijo que yo tenía pasta para ser entrenador”.

Culminó su carrera como futbolista profesional a los 35 años en El Tanque Sisley. Allí, alentado por el presidente Fredy Varela, se inició como entrenador: “Tomé algunas decisiones equívocas, como no largarme solo a volar. Me quedaba en el lugar seguro y no iba a pelearla a otro club. No tenía representante. Algunos me decían que yo era para el fútbol español o para el italiano, pero siempre estaba en Uruguay. Cuando tenía 18 años pensaba que si andaba bien podía estar en el Mundial de Italia 1990. Después me di cuenta de que me faltaba un sostén de carácter y temperamento para un ambiente tan jodido. Era demasiado sano e inocente”.

-¿Por qué querías ser entrenador?

-Cuando era joven miraba el fútbol con ojos de técnico. Me interesé por ver jugadas, opciones, formas de trabajo y métodos. Fui autodidacta. Cuando estaba en El Tanque, ya había hecho el curso de entrenador y mi cabeza estaba en otro lado. No tenía ganas de armar el bolso e ir a pelear contra carencias. Sentía que podía aportar mucho como director técnico joven. En El Tanque Sisley había un lindo proyecto, pero los jugadores eran pibes de cuarta división porque los grandes se habían ido. Finalmente, Fredy Varela retiró al equipo del torneo por unos inconvenientes.

-¿Después de eso te llamó Pelusso?

-Primero me llamó Raúl Rodríguez, el presidente de Racing. Yo me moría por trabajar ahí, pero no estaban dadas las condiciones. Lo entendí así. No lo cuento porque puede caer mal. No era por lo económico. Hubo una chance de ser entrenador de Tacuarembó,
pero me tenía que ir allá y resignar un emprendimiento personal en Montevideo. Gerardo me llamó y me ofreció ser coordinador de entrenadores juveniles en Alianza Lima en 2006. Me cayó pesadísimo porque me consideraba entrenador, no sabía coordinar. Quedó el contacto y ese año me dediqué a ir a charlas y aprender. Al año siguiente me volvió a llamar y comencé como su asistente. Demostró tener gran visión al llevarme. Me dio mucha participación. Lo primero que le dije fue que no quería llevar chalecos, que quería tener un rol y funciones. Además, hice hincapié en que esto no era para siempre, porque quería ser entrenador.

-¿Sabés por qué te eligió a vos?

-Se lo pregunté porque eso me intrigaba. Él en ese momento ya tenía gran jerarquía. Me dijo que recabó información por todos lados y me aclaró: “Te conozco desde que naciste, te tuve en la selección juvenil, más grande te tuve en Liverpool, después en Racing, y fuiste capitán”. Preguntó por mi trabajo en El Tanque y alguien le dijo que yo era demasiado entrenador para ese equipo. Le servía porque era joven y estaba cercano a los jugadores. Él destacó que jamás lo llamé para estar juntos. Eso me enorgullece.

-Entonces te tocó Alianza Lima y después Nacional, con el que fueron campeones y llegaron a semifinales en la Copa. ¿En qué trabajaste y por qué les fue tan bien?

-En Perú nos fue mal porque hicimos una preparación con muchos viajes. Nos fue mal en la Copa y dejamos al equipo sexto en la tabla, con chances de pelear el campeonato. En Nacional fue muy bueno, estábamos para ser campeones de América. El equipo estaba muy aceitado, pero tuvimos dos fatalidades en la Copa: las lesiones de [Nicolás] Lodeiro y Álvaro Fernández. Mi función era la de trabajar en el ataque, mientras que José Soto trabajaba en la defensa y Pelusso supervisaba todo. Él me supo llevar de a poco. Yo hacía hincapié en la posesión, la transición defensa-ataque y el ataque. Acá hubo un quiebre cuando se trabajaba de la mitad de la cancha hacia atrás, pero adelante se daba libertad total. Eso hacía que dependieras de las individualidades. Yo estaba convencido de que utilizando una metodología justa de coordinación se podían lograr buenas cosas. Fue donde estuve más pleno. Salía todo lo planificado, a veces con goles. Nos fue bien porque nos dieron tiempo, armamos el equipo y trabajamos en armonía. Hicimos una buena elección de jugadores.

-Luego fuiste a Universidad de Chile y también llegaron a semifinales. ¿Cómo lo recordás?

-El terremoto cambió todo. El torneo no tuvo gran trascendencia. No había campeón, sólo se contaba el orden para los campeonatos internacionales. Nos fue muy bien en la Libertadores, no perdimos ningún partido de visitantes. De todos modos, nos hicieron ver que, a pesar de los buenos resultados, no habíamos tenido éxito. La palabra “ratón” le hace mucho daño al fútbol chileno. Sos ratón si sos defensivo, y para ellos los uruguayos somos reyes en eso. Ganábamos de visitante pero de local nos costaba. Goleábamos, pero aun así no servía, porque les interesaba lo estético. Igual me quedé encantado con Chile, porque está cercano a mi paladar. Utilicé el mismo método que en Nacional: ir paso a paso y tratar de que entiendan, no tirar todo de una.

-Llegaron a Olimpia y se quedaron un tiempo largo en Paraguay. Casi eran ídolos. ¿Costó no encandilarse con las luces?

-Fue una experiencia religiosa. Yo no creo en religiones ni en la suerte, pero fue algo que nunca había vivido. Es tangible el peso que tiene Olimpia. Era un gigante dormido al que sacamos campeón después de 11 años, y dio miedo ver tanta gente en la calle. Una vez, Jorge Cazulo en Nacional me dijo una frase de Borges que yo adopté: “El éxito y el fracaso son dos impostores”. Le agregué un final: “Por eso los trato con total indiferencia”. Es una frase de cabecera que utilizamos con mi esposa. Después de estar en clubes con carencias, pasar por equipos que tenían todo, en los que las luces podrían encandilarte, nunca se me fue de la cabeza. Ésa es mi mayor alegría. No cambié en nada. A veces no es fácil para alguien que no pasó por un equipo grande y no jugó copas internacionales. No marearme es mi gran patrimonio.

-En la selección paraguaya no les fue bien. ¿Por qué? ¿Fueron duros con ustedes?

-En mi opinión, Gerardo estaba en su momento. Yo le había dicho antes que si hacíamos un buen semestre con Olimpia, él iba a ser el director técnico; se veía en el ambiente. Él miraba el presente y me decía que estuviera tranquilo. En la selección había una forma de trabajo y no se podía hacer un recambio. Había una gran generación, pero con el ego muy bajo para lo que eran. Si comparo trabajar en un equipo chico, en un grande y en una selección, son como diferentes deportes. No teníamos tiempo de trabajo y la mayoría eran suplentes en equipos chicos de Europa. Los jugadores venían con diverso ritmo. Tuve que cambiar mi forma de trabajo y no les di cosas paso a paso, sino todo a la vez, para que les quedara algo. Nos salió una sola jugada de coordinación, contra Uruguay, y terminó en las manos de Muslera. Nos dolió mucho quedar afuera, porque teníamos afecto. No fuimos bien tratados por la prensa. Nos dieron golpes bajos. Fue una prensa ordinaria, sobre todo con Gerardo.

-¿Por qué en ese momento decidiste ser independiente? ¿Qué te dejó Pelusso?

-Ya sabía que cuando terminaba el proceso de selección me abría. Era natural. Cuando finalizó, me sondearon de un club uruguayo y también me llamó Raúl Rodríguez. Aún no había hablado con Pelusso porque las heridas estaban abiertas, por eso no tomé ninguna decisión. Luego me reuní con él y fue duro, porque había algo afectivo de por medio. Él me hizo ver algunos defectos míos, como la ansiedad y cierto fastidio en el trabajo. A veces me paso de rosca buscando la perfección; no existe. Él tenía razón. Me enseñó a disfrutar de todos los momentos del fútbol, incluso de los peores. Me mostró el camino, no me arrastró. Nos complementamos bien.

-¿Cómo surgió lo de dirigir a Sol de América?

-Me llamó el presidente para decirme que cesaban al entrenador y quedaba yo. Le dije que no por un motivo ético, porque había alguien trabajando. En la misma semana me llamaron de otro equipo -no importa cuál- y me dijeron que esa misma noche echaban al entrenador. Yo les dije que sólo iba si no había técnico. Fue una semana estresante y complicada. Armé un cuerpo técnico, llamé a Uruguay y de ese equipo nunca cesaron al entrenador. Me ganó la ansiedad y me adelanté. Luego me volvieron a llamar de Sol de América y arreglé; fue un gran error. Fue una experiencia extraordinaria porque no obtuve éxito. Caí en aceptar un cargo en el que me omitieron cosas. Cuando me di cuenta de cómo era el entorno en el que estaba, ya no podía salir. Asumí cuando echaron al entrenador, que justo había ganado, por lo que iba a un equipo que venía de ganar y estaba en zona de Copas. Debuté con Libertad, Capiatá, Nacional y Guaraní, de los mejores equipos. Fue un error estúpido: acepté dirigir un equipo que estaba armado y que jugaba con un 4-3-3 aunque no tenía plantel para eso. Omitieron decirme que había una interna en la directiva. El vicepresidente hizo una campaña en mi contra. Me cuestionaron la entrada en calor porque los jugadores se ahogaban, ni sabían que ésa era la idea. Perdimos cuatro partidos, pero después no volvió a ganar Sol de América, o sea que Larriera no era tan burro. Creo que los directores técnicos no son hijos de los resultados, son hijos de las coyunturas.

-Me imagino que te volvió a llamar Raúl Rodríguez y esta vez sí pudiste vincularte. ¿Qué cosas se dieron? ¿Cómo estás trabajando ahora?

-Me llamó y me dijo que era la voz de mi conciencia [se ríe]. Coincidimos en cosas, no económicas. Eso lo hablamos al final. Hay carencias en Racing, pero quiero colaborar para que haga un salto de calidad. Siempre pasaba por la puerta y decía: “Espérenme que ya vengo”. Arranco con un equipo desde el principio. Hay un plantel interesante de mitad de cancha hacia adelante. Me dieron la chance de traer algunos buenos jugadores. Me enorgullece la forma en que vengo: fue por unanimidad de los directivos. Quiero apuntar al trabajo con los jóvenes del club y potenciarlos. Lo principal es tener una identidad de juego que respete al viejo Racing; acá hay un estilo claro, cuidar mucho la pelota. Vengo con un proyecto ambicioso. Tenemos que atrevernos a soñar. No he hablado del descenso; ahí estamos expectantes.

-¿Tiene algo de especial debutar ante Nacional? ¿Quién tiene más ventajas?

-No puedo dejar que lo emocional me desconcentre. Le quiero ganar a Gerardo. Capaz que lo abrazo y me emociono, pero eso debe ser cortito. Será especial verlo de lejos. Hilando muy fino, creo que él tiene una pequeña ventaja porque es un técnico bicho, conoce mi estilo y sabe que eso pesa.

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