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Asustando viejos

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Columna de opinión.

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Dice Jorge da Silveira, pontificando desde el teléfono: “En qué lío se metió el presidente de la República”, y capaz que el presidente lo escucha, como seguramente hace con Gustavo Torena, el Pato Celeste, que debe ser uno de los asesores oficiosos de Mujica en carácter de deportes. Porque da para creer que alguien manijeó al presidente para que tomara esa rara medida de conversar con su ministro del Interior para que no se brindase servicio de guardia policial en las tribunas del Centenario y del Parque Central, decisión legitimada públicamente en el noticiero central de Canal 10 por el subsecretario del Interior, Jorge Vázquez.

Esta vez el motivo habían sido los incidentes pospartido entre Nacional y Newell's Old Boys provocados por una gran cantidad de desaforados capaces de romper lo que pudiesen de la tribuna para atacar a la Policía, que en principio debía impedir o retardar la salida de los concurrentes a la tribuna Colombes, y otros tantos policías, que dieron palo a diestra y siniestra.

Hasta ahí sólo se trata de decisiones ejecutivas tomadas por sus responsables en pleno uso de sus potestades. Es después de esa determinación -rara, por cierto, y tan discutible como suele suceder con tantas cosas de la vida-, que claramente es de índole estatal, y por lo tanto gubernamental, que por medio de la acción de colectivos vinculados al privado mundo del fútbol profesional uruguayo, sucedieron acontecimientos que terminaron por derribar al Ejecutivo de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF).

Ahí la movida, la operación, fue simple, apreciable, y contó seguramente de manera involuntaria con el empujón del gobierno, que movió un engranaje, que dio movimiento a una maquinaria con el perverso objetivo de sacarse de encima a un cuerpo, a una serie de personas que como colectivo, como órgano ejecutivo de una asociación privada, estaban impidiendo pingües negociados para un tercero. Dejaron que jugara Defensor Sporting el viernes y Nacional el sábado, y el domingo, a horas del partido de Peñarol-Miramar Misiones, la Mutual Uruguaya de Futbolistas Profesionales determinó que los futbolistas no podían actuar si no se les aseguraba guardia policial. De ahí a la caída -la renuncia es un eufemismo técnico- sólo había un paso.

Hubo un golpe institucional de parte de los mismos integrantes de la asociación privada, que mientras nos violenten con sus normas estatutarias o actúen delictivamente, pueden operar para subir o bajar el Ejecutivo que les convenga.

Seguro que no es de ahora, y pasa desde hace añares. Seguro que no es acá, y pasa en casi todos lados. En la AUF, como en un club de barrio, no es distinto. La AUF no es más que una asociación privada, que a la inmensa mayoría de los uruguayos nos es ajena en cuanto a decisiones, determinaciones, voz y voto. En ella se ha dado un golpe institucional con una impunidad y descaro manifiestos, que por un proceso de cercamiento y agotamiento, con la complicidad voluntaria en algunos casos y medianamente inocente en otros, terminó volteando a un gobierno que cuidaba los intereses del fútbol profesional, y por tanto de los clubes que componen la AUF, en detrimento de la mezquina voracidad de “la empresa”, que, con políticas de prestamistas salvadores in extremis, se ha ido quedando con las voluntades de los clubes que ahora levantan la mano de acuerdo a sus necesidades.

Pero todo se enrosca, y nada es lineal. La movida es aprovechada por todos. Ya desde el domingo de noche, por lo menos desde La Hora de los deportes, se debatía sobre la posible intervención del gobierno en el fútbol, lo que llevaría a una sanción de la FIFA que excluiría a la celeste del Mundial. Es de suponer que los exponentes, como especialistas en fútbol o en el periodismo deportivo que son, deberían saber que Mujica no generó la menor intervención en el fútbol profesional, o por lo menos deberían definir a qué se refiere la FIFA cuando determina qué es una intervención de los gobiernos en las asociaciones o federaciones futbolísticas. Pero no. Parece que no lo saben. Para peor, Alberto Sonsol, el conductor de ese programa, planteó de manera absolutamente errática e incoherente: “Algo está pasando con Rusia, que parece que la van a sacar del Mundial y va a ir Israel... ¿no escucharon algo de eso?”. Sus contertulios, circunspectos, parecieron agitar más los fantasmas que aportar sensatez.

El diario El País, acostumbrado a agitar fantasmas y a anunciar la inminente llegada de los tanques rusos, se encarga de fogonear la disparatada posibilidad, sólo con el objetivo en este caso de asustar viejas, como cuando anunciaba que la llegada del comunismo se iba a llevar a los niños, pero a sabiendas de que el monstruo crecerá en los medios y generará mucho más que daños colaterales al gobierno. No son sólo ellos. Otros suponen, o quieren, la misma situación (la de que la FIFA ponga los ojos sobre Uruguay, reciba una fraudulenta denuncia, que diga que el fútbol uruguayo está intervenido por el Poder Ejecutivo), y el círculo vicioso comienza a funcionar, hasta que “las cadenas internacionales”, como les gusta decir a los periodistas especializados que se encandilan con las siglas en inglés, se enrosquen con el tema y ya poco menos que los jugadores de Jordania empiecen a calentar, porque el gobierno nos va a dejar sin Mundial.

Y aquí estamos, sin gobierno en el fútbol, con un cuidado caos de laboratorio, con reuniones por fuera que ya quisiera haber organizado Tony Soprano, con el Mundial a la vista, pero eso sí, con la televisación del Mundial 2018 ahí, al alcance de la mano, y además para una empresa uruguaya que le da de comer a tantas familias.

En un tiempo, la AUF nos volverá a resultar ajena, nos pondremos la celeste y pretenderemos que Uruguay salga campeón, y, algún día, alguien propondrá que una calle se llame Pato Celeste, espacio libre Fredy Varela o avenida Francisco Casal.

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