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Felipe Gedoz y Adrián Luna de Defensor Sporting, ayer tras convertir ante Nacional de Paraguay, en el Centenario./ Foto: Nicolás Celaya

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Defensor ganó 1-0 pero no pudo dar vuelta la serie semifinal de la Libertadores.

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Fue siempre la viola. Salió concentrado y con mucha intensidad en la marca, como quería en la previa, tanto en el primer tiempo como en el segundo. La convicción de buscar el resultado lo tiró arriba de la cancha, y también Nacional, con su actitud de ceder pelota y terreno metiéndose en el fondo con dos líneas de cuatro bien pegadas. Esa actitud de ir se notó desde el minuto 6, cuando contó con un tiro libre desde la derecha, y luego con dos tiros de esquina, uno detrás del otro, que fueron sacados en el área chica. Tampoco les permitió jugar ni mover la pelota a los paraguayos, dejándolos supeditados a esporádicos y solitarios contragolpes como única alternativa para ver de cerca a Martín Campaña. Los tres mediapuntas, Felipe Gedoz, Giorgian de Arrascaeta y Nicolás Olivera, fueron la primera opción para presionar de Defensor y eso hizo que se recuperaran varias pelotas de mitad de la cancha hacia adelante. Ninguna bien finalizada.

Fue así hasta que llegó el segundo tiempo. Entonces Defensor fue una tromba. Con esa convicción de creer en sí mismo y en el compañero metió a Nacional en su cancha de forma absoluta, con un abanico desplegado de hombres en ataque y la organización impecable de Olivera al doble 5. Así llegó el gol del Fuji Adrián Luna tras un gran quite de Andrés Fleurquin, de enorme partido, y el centro del Cachila Ramón Arias. Luego las increíbles: el tiro en el palo de Gedoz luego de quitarse de encima a dos jugadores; las que le tapó el arquero a Giorgian y también a Gedoz contra el palo; la que le ahogaron a Joaquín Boghossian y nadie supo mandar adentro; la caprichosa de Robert Herrera que dio en el travesaño y se fue para no volver.

La noche se hizo agua. Enormes vacíos de voces bajas y densos silencios despidiéndose de ese color violeta que impregnaba la Copa. Entonces se lloran lágrimas bien de adentro, desde el suspiro del corazón que no quería dejar ir la oportunidad; porque el desafío era alto, inmenso, y propios y ajenos sabían que se dejaría todo en la cancha. Faltó tan poco. Fue el partido más importante de la carrera internacional violeta y los jugadores no defraudaron. Lágrimas. Son las lágrimas de la impotencia, de la rabia, de la vergüenza deportiva ante la justicia futbolística que los paraguayos lograron en la eliminatoria.

Capitalizar para el futuro

Defensor se había permitido soñar en el camino paso a paso de la Copa Libertadores. Pero aunque no sean deseados, ni el dolor ni la paciencia se enseñan: sólo se aprenden en la vivencia de los hechos y se vuelven intransferibles. De algo puede estar seguro este equipo que quedó eliminado ayer: nada los borrará de la memoria del tiempo. Es la misma caída, ese inmirable marcador en lo alto de la tribuna Colombes que indica 1-0 pero que es 1-2 por aquella caída en Paraguay, que los coloca arriba de ese sitial aprobado con palmas de aliento.

No se puede quedar en sueño nomás. Esta tradición del conjunto del Parque Rodó que pelea y busca campeonatos viene de hace rato; el último es el proceso que tuvo al frente a Jorge Polilla da Silva como protagonista tanto en la Libertadores como en la Sudamericana. No existen casualidades: hay identidad y compromiso en un proyecto-club que está por encima de cualquier objetivo cortoplacista. De ahí que mantenerse arriba, en la elite, sea un mérito significativo aun si no se obtienen títulos. Hay que guardar el secreto de esas lágrimas y algún día darles forma de copa.

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