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Nicolás Rebollo y Sebastián Cabó, de Central de San José, luego de que el equipo maragato se impusiera a Ituzaingó de Maldonado en la final de la Copa de Clubes de OFI, en el estadio Casto Martínez Laguarda de San José. / Foto: Sandro Pereyra

Duquesa maragata

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Por segunda vez en su historia, Central de San José se consagró como el mejor equipo del interior.

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“A semejanza del pueblo/pa’ que por el pueblo hablara”.

El Sabalero

En definición por penales y luego del alargue tras haber perdido el partido 1-0, el decano del fútbol maragato se consagró por segunda vez en su historia como el mejor equipo del interior al vencer a Ituzaingó de San Rafael. Agónica, errática definición que se caracterizó más por las fallas que por los aciertos. Luego de finalizar la tanda de cinco igualados en dos, en el mano a mano la figura del arquero Calero hizo posible la conquista. Luego de atajar el tiro y festejar, levantó inmediatamente una mano mientras con la otra se tocaba el pecho: “Yo”, dijo. Y Ernán Delgado, que iba caminando para patear, se la cedió con un gesto tranquilo. Una confianza que Calero usó en extremo para picar la pelota y concretar el gol de la victoria. El resto fue todo festejo.

Cosas del fútbol

El primer tiempo fue parejo y pasó sin pena ni gloria. Apenas una ocasión de gol para cada equipo, ambas bien controladas por los arqueros. Las defensas les ganaron siempre a los ataques y fueron traduciendo un tenue olor a juego. El segundo tiempo fue mucho mejor; aparecieron los espacios y, con ellos, las oportunidades para los delanteros. La causa fue evidente: el verde Ituzaingó salió a jugarse la ropa y ganar. El 0-0 era un buen resultado para Central, que manejaba los tiempos a ritmo controlado. Pedro Barrios, el entrenador de Ituzaingó, mandó a Humberto Correa a la cancha, y la formación de su equipo quedó en 3-5-2. Con el pie y las ideas de Agustín Márquez los puntaesteños generaron, una tras otra, chances por arriba y por abajo; rompió la monotonía del juego que proponían los locales, que retrocedían ante tanto asedio.

Joy Vicente, el más chiquitito de todos, fue astuto y ganó de cabeza en el área para poner el 1-0. Trascurrían 23 minutos del segundo tiempo. Pero también fue protagonista del otro hecho clave del juego: minutos después de marcar el gol cometió una infracción en defensa y fue expulsado. Con un hombre de más, Central despertó del letargo, más aire y piernas. Rozó el empate en más de una ocasión, y cada roce era sinónimo de campeonato. Pero no ahí. No pudo, y el alargue fue su dulce condena.

El tiempo extra fue sinónimo de cansancio físico y mental. La reacción pasó en general por el aspecto anímico más que por lo futbolístico. Del juego al ras del piso, ni hablemos; la pelota se convirtió en objeto volador plenamente identificado por cabezas y pies. Nadie se quiso entregar ni quedar supeditado a lo que significa una definición desde los 11 pasos. No. Todos querían ganar. Llegó lo ine
vitable: penales.

Se sufre la vida

El silencio en el Casto Martínez Laguarda maragato en los minutos previos a la definición desde los 11 pasos cortaba el aire. Ni bombos, ni redoblantes, ni cánticos. Nada. Una cosa sepulcral, propia de la hora de la verdad. Empezaron 1-1, hasta que Márquez la picó y Calero se la atajó fácil, parado en el medio. Eduardo Hernández confirmó la diferencia 2-1 para el decano y, por si fuera poco, Néstor Mello la sacó del estadio. Pero Central no capitalizó la diferencia y erró todos los tiros que le restaban de la tanda de cinco, que terminaron igualados a 2. Mano a mano hemos quedado, y la historia es la del primer párrafo: Ezequiel Zimmerman patea, ataja el golero maragato y él mismo pide permiso a las puertas de la gloria para picar la pelota en el penal más hermoso de todos: el del campeonato.

“La realidad no sólo es apasionante, es casi incontable”.

Rodolfo Walsh.

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