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Santiago Romero, de Nacional, festeja el gol a Peñarol, ayer, en el estadio Centenario. Foto: Iván Franco

Lo entreverado y lo cambiante

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Más allá del empate, con la tabla de posiciones como aliada terminó ganando Peñarol.

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Ser campeón es el objetivo. Finalizado el partido clásico con el tan previsible resultado de empate, hay que analizarlo en su relación con la tabla de posiciones del Torneo Apertura. El gol de Matías Aguirregaray -tan de poca monta como trascendente- a poco más de 10 minutos para el final igualó el partido y le dio tres puntos a Peñarol. Antes de que el Vasquito conectara hacia la red el “pase” del Colo Santiago Romero, los aurinegros estaban un punto atrás de Nacional; con el empate pasaron a estar dos arriba y enfilados hacia el título. Deben salvar tres obstáculos más, pero depende de sí mismos, mientras que Nacional ya no.

Los dos clubes con más convocatoria definen entre ellos. De hecho, hoy los dos terceros -Defensor Sporting y Fénix- están a 6 unidades del puntero, sólo con chances matemáticas. Se podría haber esperado de ellos, entonces, un espectáculo futbolístico de más categoría que el anémico encuentro vivido en un Centenario casi lleno.

Nacional tejió una formación inicial atípica, que fue esbozando en la semana previa en sus entrenamientos. Gustavo Munúa mandó a la cancha a un equipo estructurado en un claro 4-4-2 y dejó en el banco de suplentes a tres jugadores de más técnica que el promedio, tres creadores: Rodrigo Amaral, Nacho González y Matías Cabrera. Pablo Bengoechea también tomó sus prevenciones: Emilio Mac Eachen -un hombre de marca y muy escasa proyección- fue preferido a otras alternativas más interesantes. Se cuidó más lo defensivo que lo creativo.

No extraña, entonces, que el desarrollo del partido no tuviera vuelo y se levantara muy poco del entrevero, la pelea rústica y los pelotazos continuos.

En el entrevero, la primera jugada de gol llegó recién a los 27, cuando Diego Forlán puso al ariete Diego Ifrán en un duelo personal con el golero Esteban Conde, que ganó este último.

Casi enseguida después de dos intentos ofensivos tricolores basados en el ímpetu de Papelito Sebastián Fernández, se produjo un pase de gol de Luis Aguiar a Diego Forlán y, otra vez, en un mano a mano volvió a ganar el golero tricolor.

Nacional llevaba la peor parte, pero el fútbol mostró su mejor cara, la de lo cambiante, la de lo sorprendente. Algo así como la definición del fútbol que daba, muchos años atrás, el periodista Dante Panzeri, asimilándolo a la dinámica de lo impensado. El que estaba peor pasó a ganar por la vía de un precioso zapatazo del Colo Romero. Eso -la escasa acumulación de jugadas destacadas- fue una muestra de lo poco que nos dio el primer tiempo, pero la diferencia lograda era muchísima para las ansias de volver a la punta que tenía Nacional.

Ese 1-0 podría provocar un segundo tiempo de vibraciones varias, pero fue inútil la esperanza. Por lo contrario, la monotonía se adueñó del encuentro en el andar de la segunda etapa.

Peñarol, obligado a buscar el empate, apeló al plan B. Apertura de cancha con la entrada de dos rápidos (casi) punteros, el argentino Carlos Martín Luque y el ex bohemio Nicolás Albarracín. A la media hora Munúa buscó levantar el nivel con la entrada del botija Rodrigo Amaral, pero el juvenil no respondió a la confianza de su entrenador y tuvo una actuación nominal.

Y llegó la jugada nada excepcional que impulsó al encuentro hacia el empate final. El mismo Colo Romero del golazo inicial colaboró -sin intención de hacerlo- al tocar con su cabeza un tiro libre desde el costado que ejecutó Aguiar. Eso hizo que Aguirregaray quedara habilitado y empujara la pelota hacia el arco a poca distancia de éste.

Luego del empate, ambos entrenadores reaccionaron con lentitud. 7 minutos después, cuando ya faltaba poco -iban 41 minutos del segundo tiempo-, Munúa probó con Matías Cabrera. Y a los 44 lo hizo con Leandro Barcia. Salieron dos mediocampistas agotados, Matías Abero primero y Santiago Romero luego.

Más aun llamó la atención que Bengoechea no acudiera de inmediato a otro mediocampista de marca para igualar el encuentro y, por lo tanto, recuperar la primacía en el Apertura. Sólo hizo entrar a Marcel Novick para cerrar el partido -intentarlo siempre es intentarlo- cuando ya quedaba muy poco por jugar, a los 43.

Y el partido se fue con ese empate real, pero la sensación fue que ganó Peñarol y perdió Nacional. Con ese ánimo llegaron a los vestuarios ambos planteles, y los hinchas así lo sintieron.

Para Nacional fue un golpe fuerte, porque, con entusiasmo, disfrutó de una situación dominante en buena parte del partido y en la tabla. Peñarol aspiraba a ampliar ventajas por la vía de ganar el clásico. No lo consiguió y peligró lo peor. Al final tuvo la recompensa de un resultado que le da calma para afrontar los tres últimos partidos. La calma del objetivo al alcance de la mano.

El Centenario, con un enorme “pulmón” en la Tribuna Olímpica y sin gente en la Platea América, igual tuvo las localidades que se pusieron a la venta casi completas. Esos aficionados que se contaron por decenas de miles merecían un mejor partido, con menos fricción y más juego.

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