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Alejandro Garay. Foto: Pablo Vignali

La base del proceso

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Con el entrenador Alejandro Garay, técnico de la selección uruguaya sub 15.

La mayoría de las consolidaciones a largo plazo son hijas directas del trabajo planificado y de la audacia del paso a paso. No hay árbol que dé sus frutos si no crece desde el pie. Ésa fue la misión de la institucionalización de los procesos de selecciones nacionales. El primer eslabón de Uruguay en ese sentido es Alejandro Garay, director técnico que hace pocas semanas encabezó el plantel que obtuvo el segundo puesto en el Sudamericano de la categoría.

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-Desde hace un tiempo los clubes le dan mucha importancia a la tabla acumulada en las divisiones juveniles. ¿Está bien centrarse tanto en la idea de ser campeón o es preferible atender a la formación de los chiquilines?

-Hay equipos que apuestan al trabajo a largo plazo y a la calidad de trabajo, y luego, por añadidura, están peleando la tabla general de puntos. No los deslumbra salir campeones o estar peleando por esos puntos y todo lo mediático de ese tipo de cosas, y más en tiempos políticos o electorales. Te puedo nombrar a Defensor Sporting, a Liverpool, entre otros, que son serios aspirantes a ese título de campeón de la Tabla Anual, pero como consecuencia del trabajo. Después, hay otros grupos que, porque son nuevos en los clubes, más que nada los entrenadores o coordinadores deportivos, logran una buena carta de presentación si salen primeros y también pelean por eso, y ahí sí el resultado empieza a primar. Pero se puede ir por varias vías y llegar a eso. Yo me afilio un poco más a esa teoría de Defensor: esa gente sabe que define la Tabla Anual como consecuencia del trabajo y cae por su peso. Conquistarla un año y al otro año quedar lejos es producto, creo, de que se le da una trascendencia importante a nivel interno en los clubes, y es un aparato de propaganda también para la pata política y para algunos entrenadores. Además, detrás hay un tema económico y de prestigio. Se hace encarnizada la lucha por esa tabla. En cuanto a la formación y el trabajo de juveniles, tenemos de todo. Eso sí, estamos lejos del ideal. Hay equipos que trabajan muy bien, otros que trabajan más o menos, y otros que lo hacen como pueden -estos últimos pueden trabajar muy mal, porque las condiciones no son ni siquiera las mínimas para la práctica del deporte-.

-Si bien históricamente las selecciones juveniles se han nutrido de jugadores de Danubio y Defensor, en estos últimos años las convocatorias han sido de varios clubes que han sumado futbolistas en todas las categorías.

-Sí, porque han invertido fuertemente en juveniles. Han levantado el techo, van a mejorar mucho más. Van a ser proveedores de futbolistas para la selección. Por ejemplo, Fénix ha crecido mucho en este sentido a instancias de invertir mucho, armar un grupo humano fuerte que entiende cómo es esto; Liverpool, lo mismo. Es consecuencia de la inversión y el trabajo que aparecen con jugadores en la selección. Y después hay una ventanita, por la que se cuela alguno de los equipos que no trabajan tan bien. Pero, como nosotros estamos hurgando, viendo todo lo que podemos y tratando de que no se nos escape ninguno, ahí aparece algún equipo de los que no tienen las condiciones ideales para trabajar. Quiero dejar claro que no estoy juzgando que se trabaje mal por incapacidad; son las condiciones, los recursos, los medios. Son pocos los que invierten realmente en juveniles y se han dado cuenta con el tiempo de que la manera de sobrevivir está ahí. Danubio hace años invierte en juveniles; Defensor también; Peñarol desde hace un tiempo empezó a invertir -el Complejo de Alto Rendimiento que tiene es un gran avance-. Antes juntaba a todas las juveniles en Las Acacias o alquilaba una cancha de un colegio. Eso te acota todo, se pierde pertenencia, se pierde hábito de ir a un lugar fijo, cantidad de cosas que se dan en equipos estables y organizados. Todo eso desestimula la práctica del deporte, más en los niños, que a veces se trasladan una hora y pico para ir y otra hora y media para volver, y a veces no están ni dos horas en el campo, porque hay que compartir una cancha sola para varias categorías. El secreto está en invertir ahí.

-¿Y qué sería lo ideal?

-Lo ideal sería, primero, que en todo el país se jugara más o menos una cantidad similar de partidos. De todos los niños, en las edades tempranas. Con buen nivel de competencia, calendarios seductores y atractivos, y no que jueguen tres partidos y se terminen los campeonatos. Que todo eso sea cerca de su casa, su liceo, su barrio o su pueblo. A veces yo hablo con los papás del interior y les digo que no me gusta que los niños vengan tan chicos a Montevideo, porque el riesgo de fracasar es muy alto: por el desarraigo, porque no se adaptan, etcétera. Uno apuesta a que por lo menos se vengan con cuarto año de liceo terminado. Ese chiquilín que no practica el deporte como lo practican en Montevideo ya se atrasa, y no jugar al fútbol a esa edad durante un año se paga muy caro. Habría que reestructurar de base ese fútbol. En Montevideo le exigimos al niño una disposición horaria muy alta, muy grande para la calidad y el tiempo de trabajo que le damos. Es muy poco comparado con el esfuerzo que hace el chiquilín. Nosotros, por ejemplo, lo recibimos en un lugar de donde sale el ómnibus, para ir luego a un complejo. Él sale del liceo y come como puede, porque son muy pocos los clubes que tienen donde darle alimento. Llega a donde está el ómnibus, lo llevan al lugar de entrenamiento, entrena con esos chiquilines y tiene que volver; no existe esa media hora de juego y experimentación libre, que es la que más te forma y la que más te hace crecer a nivel técnico, cuando vos ejercitás sin presión lo que te gusta. Todo eso se pierde, y todavía le exigimos que estudie. El ideal creo que serían centros de estudio cercanos a los clubes y que se solucione el tema de los traslados. Si no, pasan arriba de los ómnibus; es un disparate.

-En el proyecto de selecciones del Maestro Óscar Washington Tabárez se puso mucho énfasis en esa formación integral del futbolista. ¿Cómo notás ese desarrollo en este lapso?

-Hay cuatro experiencias que todavía permanecen: las de Flores, Salto, Colonia y Maldonado. Se hacen campeonatos infantiles de bastantes partidos y las intendencias a veces se hacen cargo de los traslados y demás. O si no, son ligas fuertes, como la salteña o la de Colonia. Ahí se llega a un nivel de partidos que se aproxima al ideal de la categoría. Porque nosotros después vamos y competimos con otros países que tienen entre 60 y 70 partidos al año, cuando acá los que más juegan llegan a 32. El ideal sería 60. El Maestro hablaba de 40 porque a nivel departamental se podía instrumentar eso. También hay que hacer campeonatos de interés y de exigencia, más que nada exigencia técnica, porque los chiquilines crecen cuando la competencia tiene cierta paridad. En la categoría que nosotros manejamos, los chiquilines tienen ocho partidos exigentes al año, o diez, cuando se cuela alguna categoría buena de un club que de repente no es tan fuerte. Pero se cruzan entre ellos: Defensor y Danubio, Peñarol y Nacional, Wanderers y River; son esos los partidos de exigencia. A los otros partidos les sobra un tiempo.

-Hay un punto en ese proyecto de selecciones de Tabárez que habla del fútbol juvenil en el interior del país. ¿Se logró reivindicar el potencial de los jóvenes del interior?

-Hay varias situaciones, como el tema del país que nosotros formamos. Lo de venir a Montevideo, “morir en la capital”, como decía Pablo Estramín, también te condiciona para eso que nosotros queremos del desarrollo del deporte y sus jugadores en su hábitat, en su departamento, en su lugar. Entonces, si vos les decís a los papás que no los dejen venir, que estudien allá, ellos te dicen que después de que termine sexto, de acuerdo a lo que elija, va a tener que venir a Montevideo, o irse a Salto o a Maldonado. El país nos condiciona para que no exista un deporte a nivel nacional. Lo que hacemos nosotros es peinar el país: vamos a todos lados. No avisamos que vamos, para que los gurises jueguen libremente, sin saber que estamos nosotros, y ahí vichamos a algunos, los invitamos a venir, les hacemos el camino bien suave. Las primeras dos semanas los vamos a buscar a Tres Cruces; después, a la tercera semana, ya no precisamos ir: ahí llegan los contratistas. Se enteran siempre.

-El camino previo para llegar a la competencia del Sudamericano sub 15 es largo. ¿Cómo se maneja la ansiedad de los chiquilines de querer llegar y quedar entre los confirmados?

-Lo que nos da esta metodología de trabajo es aproximarnos y poder competir en igualdad de condiciones con países que tienen otras realidades y a las que se les hacen más fáciles las cosas, tanto para la elección de futbolistas como para los recursos de viaje. Realmente crecen muchísimo los chiquilines cuando viajan. La captación lleva más de un año. Se hace un paneo lo más grande posible y se los deja un tiempo a ellos para que se familiaricen con el Complejo Uruguay Celeste, que la presión se les vaya un poco y empiecen a ser ellos. Los trabajos son lunes, martes y miércoles; ellos compiten los domingos. El primer día se hace una recuperación: charlamos, vemos videos, los ven los psicólogos, trabajamos toda la parte integral y el control de los deberes; el martes se hacen algunos trabajos que ya apuntan al fútbol que queremos nosotros, y el miércoles se cierra con un amistoso. Recién retomamos el lunes. No siempre tenemos tiempo de hacerles una devolución, porque a veces los tiempos son muy cortos, y hay chiquilines del interior también, que meriendan y se van o los llevamos a Tres Cruces.

-Hay una teoría de formación que dice que cuanto más ancha es la base de la pirámide, más posibilidades hay de llegar arriba. Sin embargo, en Uruguay los jugadores siguen surgiendo.

-Nosotros antes teníamos un criterio: la base ancha de la pirámide nos daba posibilidades de que cuando llegáramos a la elite tuviéramos bastante más opciones. Pero hoy la exigencia es esa base de la pirámide, que ya necesita una metodología básica. Antes todo era muy libre, muy empírico: vení, jugá, tirá. Hoy tenemos varias cosas que compiten para que el niño juegue menos: el ocio, los espacios, la cibernética, internet, la seguridad. Todo eso compite contra la base de la pirámide, contra el deporte, contra el fútbol. Para que no se te escapen los gurises, esa metodología tiene que tener un mínimo de seducción, que no es tirarle una pelota y que no la toque en toda la tarde. Si cayó al campito, hacé que por lo menos la toque 20 veces antes de irse. Eso exige una preparación, una metodología y una planificación. Antes no era así; ahora hay otras cosas. Por eso el fútbol y el deporte en este país tienen que repensarse, para captar gurises y competir con la comodidad actual.

-¿Cómo se maneja ese sentido de competencia en la selección sub 15?

-El Sudamericano de la categoría no tiene una clasificación a un mundial, pero queríamos ser campeones. Todavía no hemos digerido la sensación que nos quedó de la final contra Brasil, porque estuvimos muy cerca de quedar en la historia. Uruguay nunca salió campeón en sub 15. Además, era una generación que, sin ser tan virtuosa, ponía algo que al uruguayo le gusta. La forma de entregarse, de jugar. Este perfil nuevo de futbolista -que tiene que ser así- de no pelear, no gesticular, sino de ser rebelde y guapo por la entrega.

-¿Eso se aprende en el Complejo Uruguay Celeste?

-Sí. Es nuestra forma de trabajar; apuntamos a eso. Ellos entienden que el fútbol tiene alternativas dentro del tiempo de juego, dentro de un reglamento, y que están tus posibilidades y las del rival. Nosotros trabajamos esos aspectos desde el principio.

-Ellos son niños, pero una vez que llegan a la selección concentran como los mayores.

-Son niños y los tratamos como tales. Están concentrados, pero en los campeonatos. Estuvimos un mes juntos.

-¿Qué pensás de la televisación de un torneo de chiquilines tan chicos?

-Cuanto más desapercibidos pasen, mejor. Hay muchas cosas que aparecen que los confunden, y este elemento de ser tan públicos los confunde más aun. Nosotros fomentamos que el esfuerzo es el que premia, la compenetración en el trabajo, el compromiso con los compañeros. Todo eso te lo barren cuando aparece alguien que se lo quiere quedar, o cuando los mismos padres ven que el chiquilín tiene ciertos recursos y empiezan a manejar algunas cosas mal. Entonces, lo que a vos te llevó un tiempazo construir te lo tiran abajo. El gurí va con los zapatos rotos y [Edgardo Di Mayo] Minguta, que tiene una reserva, como una caja de ahorro que dejan los grandes para la sub 15 -guantes también-, le va dando de a poco. Se lo hacemos ver, que valore las cosas. Pero después, cuando tiene cierta notoriedad en el club y participa en algún amistoso de la selección, aparece el representante, con zapatos nuevos, championes, todo. No le dan uno o dos, se los vuelcan. Es un elemento que yo no digo que esté bien ni que esté mal -hacen su dinero; para cualquier negociación son imprescindibles-, pero, en el proceso de elaboración de las cosas en la cabeza de los chiquilines, los trastoca. Tampoco quiero generalizar, porque conozco gente que realmente cuida a los gurises.

-¿Sería mejor que los representantes respondieran a los clubes o que fuera el propio club el que generara esa figura?

-Eso sería ideal, pero ahora ya es imposible. La FIFA legitima el rol del empresario en el fútbol. Los mueve el espíritu comercial. Si no, ¿cómo se puede entender que un futbolista valga 100 millones de euros? Eso es producto de un juego de oferta y demanda que genera el representante.

-Es una obscenidad también.

Es una obscenidad y es inmoral, cuando hay determinadas cosas para solucionar en la humanidad, pero es con lo que hay que convivir, es la realidad. Sí les reclamaría, porque donde están se gesta la materia prima. Les pediría sembrar canchas, por ejemplo. De todas formas, creo que los intermediarios son necesarios en las transacciones y les han hecho ganar mucho dinero a los futbolistas.

-En esto que hablabas del desarraigo, sumado a la ilusión del chiquilín de jugar o “llegar”, ¿qué pasa con los que quedan por el camino? ¿Se deberían hacer cargo los clubes, los representantes?

-Y no... Es de una crueldad increíble. Me hago responsable de la parte que me toca, porque nosotros traemos al chiquilín con la promesa de jugar, de que va a ir al liceo, de que le va a ir bien, pero deja amigos, deja una habitación de su casa, por modesta que sea, que a su vez quizá la comparta con su hermano o hermana, para venir a un lugar donde comparte su habitación con ocho, donde no tiene su ropero, y a una edad, además, en la que los espacios que te dan seguridad son fundamentales para formarte. En la adolescencia o en la preadolescencia, los chiquilines hacen cosas porque ya saben dónde están o cómo hacerlas. Y esas cosas se las cambiás de golpe. Peor aun: sacás a un chiquilín del liceo del interior, donde son 300 en el turno mayor, y lo metés en uno donde son 1.500 por turno, donde el léxico es diferente, y eso se sufre. Al final, estudia a regañadientes, porque no se adapta. Todo eso conspira. Y si le toca ser de los que se vuelven al pueblo, es traumático. Lo tratan de fracasado. Perdió un año y medio en el liceo, y a nadie le gusta ir con los más chicos, porque te tratan de burro.

-¿Y por qué no acompañar eso? ¿Es muy ambicioso?

-Tendría que ser básico, porque es el ciudadano que el fútbol le devuelve a la sociedad. Los clubes podrían hacer cosas. Para empezar, tendrían que ser más cuidadosos.

En carrera

-¿Cómo fue tu vida como futbolista?

-Arranqué jugando en Hum, de mi pueblo natal, Villa Soriano. Eran tres equipos allá: nosotros, Cabildo y Nacional. Con 13 años, andaba jugando en Reserva y pasé a Mayores. Me acuerdo de que iba con los zapatos envueltos en diario, porque lo primero que hizo Domingo Acuña, un viejo del Hum, fue regalarme un par de zapatos. Con esos zapatos engrasados y envueltos en diario, me iba a la cancha, y si faltaba alguno, me ponían, me cuidaban, porque era muy chico. La gente que venía desde las estancias se bajaba del caballo, lo ataba, se cambiaba, jugaba y luego montaba y se volvía.

Después, por las cosas que estaban pasando en el país, mis hermanos tuvieron que irse y me llevaron con ellos a Buenos Aires. Trabajaba en una metalúrgica y jugaba al fútbol ahí. Me vieron, fui a Huracán de Parque Patricios y quedé. Mi viejo era argentino, pero yo no tenía el documento único. Me mandaron a hacerlo y vine a Fray Bentos, porque ahí estaba el consulado, y me quedé en casa de una familia amiga, los Rostán. Uno de ellos era de Anglo, y me dijo de ir a practicar. Tenía 16 años. A la semana siguiente me tenía que volver, pero se demoró el papel del consulado, me quedé una semana más y terminé pidiendo pase de Hum para Anglo, y me quedé en Fray Bentos. A Montevideo me trajo Cerro en el 75. Después fui a préstamo a San Cristóbal, de Venezuela, y salimos campeones con Walter Cata Roque como director técnico. Teníamos Libertadores, pero no me dieron el préstamo. Quedé libre, no me salió el pase a Deportivo Cúcuta [de Colombia], y terminé yendo a Rampla Juniors, porque la familia de mi señora es Ballestero. Mi suegro era hijo de Enrique Pulpo Ballestero (arquero de la selección uruguaya campeona de 1930). Jugué en Rampla en el 84, dejé porque tuve una hepatitis muy larga, volví en el 86 y me rompí los ligamentos cruzados. En el 87 estaba en Cerrito, y al final dejé, para dirigir.

-¿Cómo arrancaste a dirigir formativas?

-Arranqué en Rentistas en el 90; antes, desde el 87, estuve en Cerro, con Líber Arispe. Dejé de jugar a los 26 años, a raíz de esa lesión, y a los 28 me puse a trabajar en el fútbol. Después de Rentistas, trabajé en El Tanque Sisley, también en juveniles. Luego, dirigí Uruguay Montevideo en el ascenso, en el que perdimos las finales contra Sud América y Racing. Después, trabajé en Primera en Juventud de Las Piedras, y después empecé otra vez con juveniles, en Danubio y Nacional.

-Tuviste algunos monstruos del momento. Luis Suárez el otro día te destacaba por tu trabajo.

-Me llena de satisfacción que se acuerde de mí. Ahora lo hizo público, pero siempre me manda algún mimo. Él y varios.

-Con respecto a los chiquilines, ¿cómo ves lo que hacen Suárez o Diego Godín con sus mensajes de aliento? Da la sensación de que eso también es parte del proceso.

-En el lugar que están y cómo están, que ellos les manden mensajes a los gurises de sub 15, que incluso estén pendientes de ellos en cada torneo, es muy bueno. Es el legado que el Maestro fue generando, pero a su vez es el legado de [Diego] Lugano, [Sebastián] Eguren, [Juan] Castillo, [Andrés] Scotti. Entre todos se gestó ese vínculo de identificación, pero porque son así. Ellos se ocupan del utilero, del canchero, del chofer y, ni hablar, de los chiquilines. Es un valor agregado que surge del Complejo.

-Cuando tenías a un gurí como Suárez, por decir uno, ¿le veías la madera a futuro?

-Si algo me enseñó el tiempo es, justamente, reconocer que es muy riesgoso decir “éste va a llegar”. Le errás más de lo que le pegás. Por ahí ves un chiquilín que la descose, pero está en un momento de la vida en el que le pueden pasar cosas que lo afecten, la separación de los padres, sin ir más lejos. Eso lo saca de foco, y al tiempo es otro futbolista, o dejó de jugar directamente, porque no ha consolidado su personalidad. Vas apartando a algunos, pero, si tengo que decir algo, lo que va a determinar si va a llegar o no es el carácter, no las cualidades futbolísticas.

-Tu esposa es educadora inicial, y has dicho que eso te ayuda a la hora de encarar determinados temas con los chiquilines.

-Hablábamos mucho; ella me ayudaba a planificar cosas. Y ella me decía cómo nosotros condicionábamos el fútbol o cómo deberíamos ambientarlo para que los niños se desarrollaran, y me decía: “Ale, mirá que el juego de niños es una cosa demasiado seria como para que lo estropeen los mayores”. Eso me lo grabé. Está bien marcar las cosas, enseñar, pero hay que dejarlos jugar.

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