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Maravillados

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Grosmüller fue del banco a la victoria: 2-0 ganó Danubio en Las Piedras.

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No te olvidés del pago, menos si seguís en la ciudad. Menos si lo conocés bien, y menos si lo merodeaste varias veces. Carlos Maravilla Grosmüller volvió por tercera vez a Danubio Fútbol Club, y quedate tranquilo, franjeado, porque no te olvidó.

La vuelta es el placer, es el encontrarse con gente amiga. Pero ¿se puede ser tan gratamente feliz? Parece que sí; al menos así le gusta que sea a Carlitos.

El mismo estilo que predica el equipo de la Curva desde hace varios años es ése que aún mantiene en vilo a toda su hinchada. La actitud no se negocia, las ganas tampoco. Los jugadores rotan, el técnico cambia, pero la esencia sigue siendo infinita- mente inagotable.

Juventud apuesta a lo mismo. Con ese proyecto liderado por Jorge Giordano -en su tercer mandato-, el pedrense busca crecer a lo grande en infraestructura y en competitividad. Su manual es el mismo que diseñó el floridense en su llegada: juego corto, rápido, transiciones veloces, y efectividad en el ataque.

Todo eso tuvo el local, pero le faltó la fineza en la definición. Llegó varias veces, pero siempre contuvo Bruno Torgnascioli. Muchos gritos ahogó el arquero, que obligó a sus compañeros a no rendirse jamás, ni cuando las cosas no salían.

El primer tiempo fue parejo. Danubio fue contundente, pero Martín Rodríguez, sustituto de Fabián Carini, hizo los deberes a la perfección. Juventud llegó, pero no tan profundo.

De a poco, el equipo que juega por primera vez en su historia un torneo internacional, y vaya si lo hace bien, sacó sus mejores armas. Varela se juntó con Puerari y Duffard con Báez. Ambas puntas eran balas, difíciles de contener para la defensa danubiana.

Pero un hombre pudo más. No se achicó con ninguna. Le costó entrar en el juego, pero aun así hizo de las suyas. Ése que volvió, ése que el hincha pidió, fue el que pintó el final más lindo de todos los que podía haber en la tarde.

Faltaban cuatro minutos y la pelota estaba muy cerca del área. Maravilla la acomodó, tomó unos pocos pasos y se mandó. Con un derechazo perfecto, entre potencia y dirección, la pelota se colgó en el ángulo. Delirio y emoción, mucha, de los que fueron a ver a su equipo pero que no esperaban ese final.

Por si fuera poco, Carlitos se volvió a encontrar con otra pelota quieta, esta vez desde el penal. Con fineza y calma, le pegó suave, al medio, y puso el 2-0. La tarde le sonrió, fue perfecta, fue su vuelta, fue su pasión. La misma que compartió en el festejo con todos los que lo estaban esperando.

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