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Sebastián Vázquez en la cancha de Goes. Foto: Federico Gutiérrez

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Con Sebastián Vázquez, capitán del sorprendente Goes.

De Fray Bentos a la vida, del interior a la gran ciudad, del campito al piso flotante. El Pelado Vázquez es un sacrificado, un empedernido, un deportista nato. Corrió por la pista de atletismo, nadó en la piscina más larga, pateó la pelota más chica y encestó la más grande, la que lo enamoró. En el barrio Mato Grosso, como el mayor de tres hermanos, su vida transcurrió tranquila entre el estudio y el deporte. Fue el primer hijo de un padre que trabajaba todo el día y una madre que cuidaba al resto. Fue el mimado, el que aprendió las enseñanzas para luego transmitirlas. Hoy es el que se desespera por volver al pago cuando puede. Su sentido del humor, su hiperactividad (se formó en cocina y carpintería), su experiencia y su pasión lo hacen referente de Goes, la sorpresa de la Liga Uruguaya de Básquetbol 2015-2016.

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Como todo pibe, pateó la pelota. Gracias a su abuelo, llegó a la Institución Atlética 18 de Julio. Estuvo en la etapa de baby, hizo las juveniles y llegó a defender de volante a la selección de Río Negro, más bien rústico, con las mismas características que hoy muestra en cada partido de básquetbol. En su adolescencia, un entrenador del club Nacional fue a buscarlo para integrarlo a la cancha más chica, con el objetivo de que metiera la pelota naranja en un aro. Era deporte, así que Seba fue. “No conocía casi nada de básquetbol, sólo lo básico, porque jugaba en el Family algún partido. Me adapté bien, de a poco. Por mi altura, tenía una facilidad”, cuenta.

Durante un par de años, Seba jugó al fútbol y al básquetbol. Luego de la escuela, y posteriormente el liceo, iba a entrenar con 18 de Julio. Entrada la noche, cambiaba la camiseta por la musculosa y se iba a tirar al aro de Nacional. “Al fútbol jugaba los domingos de mañana. Los partidos de básquetbol eran entre semana. Me acomodaba. Me gustaba; era deporte, entonces lo hacía. En el estudio me iba bien, tenía todo, no me faltaba nada, y eso me ayudó. Tenía libertad, con alguna restricción horaria, con el camino bien enfocado en cómo debía ir. A veces salía con mis amigos, pero me cuidaba, porque el domingo tenía que jugar. A las 12 de la noche tenía que estar en casa, porque si no volvía en hora, mi padre me iba a buscar en moto. ¡Me daba vergüenza!”.

Desde Montevideo vieron al grandote de 13 años que jugaba de pivot en un partido de Nacional y lo citaron para una preselección uruguaya sub 17. Francisco Pancho Castellanos, directivo de Biguá, lo llamó y le ofreció ir a jugar al equipo de Villa Biarritz. Seba no quiso: “No me quería ir. Ese año estuve yendo cada dos o tres meses a entrenar, para que me vieran y adaptarme. Un año después fui a Biguá y me instalé. Me daban alojamiento y comida, y fui becado en un colegio de la zona, pero igual extrañaba”.

-¿Cómo fue adaptarte a un equipo de la capital siendo tan chico?

-El primer año la pasé mal. Estaba establecido en el contrato que hice con Biguá que me daban pasajes para ir a Fray Bentos cada dos semanas. También recibía un viático, que gastaba en alguna pilcha y el resto en pasajes. Al final, me iba todos los fines de semana a mi casa. Estaba toda la semana esperando para irme. Fue complicado. Incluso me pasa ahora de grande: si no voy por un mes, me desespero y necesito ir, aunque sea por un día. En Biguá me adapté bien. Todos mis compañeros eran muy atentos, sus familias me invitaban a pasar con ellos. Fue fácil adaptarme al equipo y al club. Tenía una ventaja, porque en Fray Bentos debuté en Primera, entonces estaba acostumbrado al roce. Jugaba con jugadores mañeros, emblemas de allá, entonces eso me ayudaba en Montevideo.

-Luego pasás a Olimpia y debutás con el plantel principal. ¿Era un sueño?

-Desde que estaba en Biguá que quería subir. Era un sueño ser jugador. Me puse ansioso cuando llegué a Montevideo. Vi el entorno, las canchas; quería ser protagonista. Era joven y cobraba un viático; eso me motivaba. Por temas reglamentarios no pude jugar con los mayores en Biguá. En Olimpia jugué poco, pero estaba con el plantel principal, al menos en el banco. Me dieron alojamiento también, pero conocí a un compañero -hoy mi amigo- que con su familia me ofreció vivir con ellos. Estuve tres años, hasta que alquilé algo.

-Luego pasaste por varios equipos (Bohemios, Tabaré, Welcome, Larrañaga, Unión Atlética, Capitol, Anastasia). Jugaste Liga Uruguaya, Metropolitano. Te convertiste en figura.

-En 2006, cuando llegamos con Olimpia a la semifinal contra Biguá, fue cuando jugué más. Después me citaron a una preselección y me formé. Siempre fui una persona social y divertida; eso me ayudó. Tengo cosas a mejorar: el tiro de tres no es mi fuerte. Jugar Metropolitano me ayudó, porque iba como protagonista.

-¿Tenés que adaptarte a cada nuevo equipo?

-Nunca sufrí adaptarme a nuevos equipos. Trato de ser un jugador que sume. Nunca llego como protagonista. Si no toco la pelota en ataque, no es que me caliente. Siempre iba a apoyar al equipo, con perfil bajo. Si el equipo ganaba, me quedaba en defensa, agarraba rebotes. Cuando peleaba los puestos, dejaba la vida, pero era sano. Nunca tuve ningún problema.

-Tuviste un momento bravo en Unión Atlética, en marzo de 2010, cuando te saltó doping positivo en un partido ante Malvín, en el que anotaste 35 puntos. ¿Cómo estuviste en esos meses?

-Estuve suspendido de junio a diciembre. Cuando salió todo, no quería jugar más. Creía que era injusto. Puede entrar luego la discusión, a ver a quién le parece mal o bien. Si lo hacés o no, es tema de uno, pero la gente te juzga como si hubieses matado a alguien. Te miran, te gritan. Yo la pasaba mal por mi familia: son tranquilos, del interior, no entendían. Luego me contrató Biguá. Todos los dirigentes me dijeron que me conocían y que tenía las puertas abiertas. Me pusieron un profe y me dijeron que me iban a bancar. La suspensión era de dos años, pero apelamos y volví en seis meses. Jugar fue lo mejor. Me ha pasado de tener lesiones, pero estar sano y no poder jugar es duro. Me apoyaron mi novia, mi familia, mis compañeros.

-¿Escuchaste mucho “pelado falopero”?

-Me cantaban eso. El primer campeonato que jugué fue complicadísimo. Quería salir a la tribuna y pelearme con todo el mundo. En ese momento, miraba a la tribuna, como enfocando. Me quería descargar. Cuando terminaba el partido, me daba cuenta de que no podía hacer nada. Me la fumaba callado. Eso fue feo, pero hoy ya está. Ningún insulto me hace reaccionar. Son más los que me aplauden que los que me insultan. Está bueno que te reconozcan. Algunos te admiran, o les gusta cómo jugás y te lo hacen saber.

-Hoy, en Goes y allá arriba. ¿Cómo se vive? ¿Da para ilusionarse?

-Se disfruta. Cuando arrancamos, nunca pensamos estar así. Pasó más de la mitad del campeonato y seguimos primeros. Lo vivimos día a día, tranquilos. Quizá más adelante, cuando esto termine, nos demos cuenta de lo que estamos haciendo. Estamos bien enfocados en lo nuestro. Si no entramos a semifinales, como mínimo, sería un fracaso. Da para ilusionarse; lo estamos. Tenemos que afirmar la campaña en play off. Estamos desesperados por que arranque.

-¿Por qué Goes está en los primeros puestos?

-Arrancamos a entrenar temprano. Mantenemos al técnico, al profe y a una base de jugadores. Nos conocemos bien. Ligamos con los dos extranjeros que tenemos. No esperábamos que rindieran tanto en la Liga. Tenemos un equipo de nacionales que se entiende bien y es muy intenso. Somos todos jugadores de perfil bajo; no hay problemas de ego. Eso es todo gracias a Álvaro Ponce, que nos mantiene a todos contentos. Todos somos participativos dentro y fuera de la cancha. Es un grupo muy abierto; cualquiera puede opinar.

-¿Y la hinchada?

-Es un jugador más. La gente te empuja. A veces venimos perdiendo, o vamos parejos, y la gente te da un plus. Cuando jugamos a cancha llena, es increíble. Mirás para afuera y te da una euforia que te eriza la piel, ¡realmente la eriza! Cuando ves que ganás un partido en la hora y la gente se mete en la cancha, es increíble. Al rival le cuesta tener a toda la hinchada en contra.

-¿Cómo te sentís como referente?

-Lo tomo bien. Es un grupo joven; soy el mayor, con 30 años. Álvaro me nombró capitán y lo tomo tranquilo. Por las experiencias vividas, por haber jugado en muchos equipos, doy algún consejo. Trato de no hacer diferencias, porque no las hay. A veces trato de estar en las cosas extras: hablar con dirigentes e hinchas, o con la prensa; en esa parte sí hablo más. Con los juveniles hablo mucho.

-¿Con qué soñás?

-Con salir campeón con Goes.

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