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Diego de Marco. Foto: Sandro Pereyra

Con Diego Demarco, entrenador de la selección uruguaya sub 15

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A un año de la participación de los más chicos de los seleccionados uruguayos en el Sudamericano de la categoría que se jugará en noviembre de 2017 en Chile, el entrenador de la sub 15, Diego Demarco, de vasta experiencia en el trabajo de divisiones formativas, habló con la diaria sobre el proyecto de selecciones, la ansiedad de gurises tan chicos por “llegar”, la competencia y la educación fuera de la cancha.

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Contame sobre el primer día que llegaste a trabajar al Complejo Uruguay Celeste.

-Fue un día muy emocionante. Llegué al lugar donde todo el mundo quiere estar, por el momento en que está la selección. La gente que está adentro del complejo es muy especial; me sentí muy cómodo, parecía un chiquilín. Acá adentro hay gente que te da tranquilidad porque hay un respeto total por el trabajo.

¿Cómo fueron estos primeros meses de trabajo en la selección uruguaya?

-Muy buenos. Me siento un privilegiado de poder trabajar con todo el grupo, desde el Maestro [Óscar Washington Tabárez], pasando por las demás categorías. Realmente me siento muy cómodo, estamos aprendiendo mucho y también conociendo a los chiquilines.

Tenés un amplio conocimiento del fútbol uruguayo y sus divisiones formativas. ¿Encontraste diferencias entre el trabajo que se realiza en los clubes y el que se hace en las selecciones nacionales?

-Hay diferencias, sí. Me tocó dirigir equipos con diferentes estructuras, pero sí, hay incluso una diferencia grande entre el complejo y lo mejor que hay a nivel juvenil en los clubes.

El cuerpo técnico de las selecciones juveniles es parte importante de la educación y la formación de los chiquilines. ¿Cómo se maneja esa responsabilidad?

-Muy bien, me siento cómodo con eso. Durante todos mis años de trabajo en clubes estuve con chiquilines de esta edad, la categoría sub 14. Entonces tengo cierta experiencia, conozco lo que precisan, y creo que eso me ha ayudado. El trabajo de seleccionador también lo he hecho en los clubes, porque me ha tocado elegir los jugadores que ingresan a los distintos equipos en Séptima División; pero acá ni que hablar que tenemos el privilegio de poder elegir entre los jugadores de todos los equipos.

Les hablás mucho a los chiquilines de la ansiedad dentro de la cancha. ¿Cómo se maneja esa ansiedad por quedar dentro del plantel de 23, teniendo en cuenta que aún falta un año para el Sudamericano de la categoría?

-Ese es un tema del que se habla desde un comienzo. Todos los chiquilines quieren estar en la selección final, pero estar en una preselección ya es un privilegio, y a eso apuntamos. Les decimos que ellos ya han logrado cosas importantes por estar acá, y eso tiene que ser una motivación para su carrera, para seguir hacia adelante. Está claro que todos no van a poder estar en la selección definitiva, pero haber pasado por acá tiene que ser un motivo de orgullo.

Hay ejemplos de futbolistas que quedaron afuera del Sudamericano de su categoría pero que luego, en la siguiente generación, volvieron a la selección. ¿Son conscientes de que eso puede pasar y que es importante no rendirse?

-Tal cual. La del fútbol es una carrera de largo aliento que tiene momentos agradables y otros que no lo son, y hay que saber convivir con ellos, no entregarse. Les ponemos ejemplos constantemente de chiquilines que parecía que eran unos cracks cuando eran chicos y a los que después distintas circunstancias los sacaron del fútbol; y otros que tal vez eran buenos jugadores pero además eran perseverantes, trabajadores y terminaron llegando y siendo jugadores de alto nivel.

El proyecto de selecciones de Tabárez hace hincapié en la formación integral de los futbolistas. ¿Se logró el objetivo en ese sentido?

-Nosotros tenemos en el plantel actual a todos los chiquilines estudiando, y mes a mes se evalúan los carnés del liceo. Hay distintos casos: no todos son grandes estudiantes, algunos sí lo son y a otros les cuesta un poco más. Por esta vía, de estar en la selección, tratamos de que continúen estudiando, de que no abandonen. Los motivamos para eso, y el fútbol ayuda mucho. Nosotros somos los referentes y tenemos que recalcarlo constantemente para que lo puedan lograr.

¿Ha pasado que alguno se quede afuera de la selección por las notas del liceo?

-En la primera etapa lo que les pedíamos, más que nada, era que no abandonaran, algo que pasa mucho en el fútbol juvenil por los horarios y porque es un sacrificio muy grande: la carga horaria es muy exigente, y a medida que va pasando el año el cansancio se nota; fijate que ellos vienen después de cinco o seis horas de liceo a hacer tres horas de deporte, y se pierden hasta cuatro horas por los viajes. Son diez horas diarias, salen de sus casas a las siete de la mañana y llegan a las siete de la tarde, y así todos los días. Entonces algunos amagan con dejar de estudiar, pero acá intentamos que eso no pase, y a los que abandonaron intentamos insertarlos de nuevo en algún otro lugar, para que estudiar les sea más accesible. Si el jugador es desnivelante pero no estudia, la decisión que tomamos es que no venga hasta que no vuelva a los estudios.

La selección mayor tal vez sea el claro ejemplo de un grupo que trasciende lo futbolístico.

-Fue lo que nos pidieron que cuidáramos. Tratamos de que los chiquilines se formen, que jueguen, aprendan, pero por sobre todo, que entiendan que hay que estudiar y prepararse para la vida. Esto de ser jugador de fútbol es para muy pocos.

¿Cómo se maneja ese sentido de competencia entre los 33 que están hoy en el plantel, teniendo en cuenta que diez quedarán por el camino?

-Por más que las reglas del juego estén claras desde el comienzo, el sentimiento de tristeza va a estar en los que les toque salir. Tratamos de calmarlos, explicarles que son buenos, por algo están acá, y que no todos van a ir al Sudamericano, porque el reglamento permite que sean sólo 23 los jugadores del plantel.

Hay un punto en el proyecto de selecciones de Tabárez que habla sobre el fútbol juvenil en el interior del país. ¿Se pudo lograr esa reivindicación de aprovechar el potencial de los jóvenes del interior?

-En mi categoría siguen existiendo distancias. De hecho, OFI [Organización del Fútbol del Interior] no compite en la categoría sub 14 -la generación actual que va a jugar el Sudamericano-, sino que compite en sub 15. Yo voy a ver el campeonato de selecciones en el interior y cada selección tiene un promedio de tres jugadores de 2002, que son los que están aptos para jugar el Sudamericano. Cuando vamos vemos que hay talento, pero se nota que hay diferencias en el trabajo, en la calidad de los entrenamientos y en la cantidad de partidos oficiales.

Los que llegan a la selección sub 15 son niños, pero cuando pisan el complejo de Uruguay concentran como los grandes y tienen las mismas responsabilidades. ¿Cómo se maneja ese cambio tan repentino?

-Todo es una novedad para ellos: la ropa de la selección, las prácticas en buenas canchas o someterse a entrenamientos posentrenamiento, como meterse cuatro o cinco minutos en el hielo. Con el tiempo todo esto se torna algo habitual, pero todo lleva una adaptación, y a algunos les cuesta más; les hablamos y los llevamos de a poco.

¿Se evalúa y se trata a los jóvenes de forma idéntica a como se trata a los mayores?

-Hay que afinar el ojo, equivocarse poco, ver quién está bien y ser muy justos. Que tu palabra sea creíble; lo que se dice hay que cumplirlo, porque ellos esperan que uno cumpla con lo que promete. En ese aspecto tenemos que ser muy exigentes con nosotros mismos: si citamos a 30 jugadores, vienen 30, si llamamos a alguien nuevo hay que decirlo. Lo mismo pasa con los padres, y el objetivo es que confíen en nosotros.

Actualmente, las redes sociales y el uso del celular ocupan una parte importante de nuestros días. ¿Cómo se maneja ese aspecto en la selección?

-Acá se tomó la decisión de que no pueden usar los teléfonos desde que se suben al ómnibus que los recoge en el estadio Centenario para traerlos a entrenar hasta que se bajan. Hay un aislamiento en ese sentido, acá vienen a jugar al fútbol. A la vuelta, sí, se los damos para que se puedan comunicar con sus padres o amigos. Los grandes nos equivocamos con el tema de los celulares, y los chicos también.

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