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Leonardo Barcia y Bruno Henrique, ayer, en el Parque Central. Foto: Javier Calvelo

O qué será, qué será

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Nacional y Corinthians empataron sin goles en el partido de ida en Montevideo.

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Fue intenso, lindo, emocionante. Nacional pudo haberlo ganado y hacer una diferencia para ir la semana que viene a San Pablo a definir la llave, pero se queda con la solidez de su postura y, como dato trascendente entre tanta paridad, no haber recibido goles de local. Un buen 0-0 con un rival de fuste.

La primera jugada del partido no fue un presagio. Fue un dato de la realidad, un eslabón grande en la sucesión de hechos concatenados que suceden en el rectángulo de juego durante más de una hora y media de competencia. De entrada nomás, después del pitazo del juez, los tricolores cargaron con astucia ante la última línea corinthiana; Seba Fernández jugó al límite de la cancha, hizo equilibrio sobre la línea, se la jugó a Kevin Ramírez, que de espaldas quedó frente al arquero, y por esas cosas no fue gol antes de que corriera un minuto de juego.

Así fue por cinco minutos, con un equipo despierto y serio como Nacional. Enfrente había otro que, aunque le costó entrar en situación, también es serio, pero ante todo bueno, y por ahí la cosa se empezó a emparejar con salidas en velocidad, en bloque y con buenos toques.

Te juro que cualquier gringo que estuviera mirando el partido por la tele se habrá quedado tanto o más enganchado que si estuviese mirando un partido de Champions. Disculpe, mister, esto es la Copa. Estadio lleno, el rumor-coro de la tribuna, el frío de la noche, el calor del juego y las ambiciones decodificadas en una camiseta. Esa camiseta o camisa -que no remera, ¡por favor!- está en números de hasta 11 para cada lado, pero son miles en las tribunas, millones detrás de los televisores, y allá van, de un lado para el otro, queriendo, soñando, pudiendo.

De un lado y p’al otro, de un lado y p’al otro, y otra vez, ya cerca de la media hora, Nacional estuvo cerquísima en tres ocasiones, pero ninguna, hasta ese momento, como la de toques continuos y certeros que terminó en la definición ajustadísima de Nicolás Diente López, apenitas afuera contra el caño izquierdo del ya vencido gigantón Cássio.

Si aquel primer tiempo hubiese sido una sinopsis de la serie, mirándolo del lado de Nacional, la película que se podían hacer los de Munúa era estimulante.

A ver: son dos grandes y no hay vuelta, no da para sorprenderse por propuestas sin filtro, sin miedo escénico, sin colgarme del travesaño porque me intimida el nombre o la procedencia del rival. Eso podrá pasar pero no ha sido la historia del fútbol uruguayo ni del brasileño, y entonces, la hermosa tensión del juego se siente tratando de mirar al trampero de enfrente. La primera parte del trabajo estuvo bien hecha por los dos.

Seguro que en el segundo tiempo, Nacional salió con el mismo objetivo que en el primero pero con menos tiempo, las mismas posibilidades y una demanda de concentración redoblada para no verse sorprendido, que no es fácil de lograr. Sin perder intensidad, con aceitada y no tan habitual progresión con pelota, el equipo de Munúa dejó claro que no iba a aflojar en su convicción de llegar al arco de Cássio.

La aleatoria o pensada elección de ciertos jugadores de nivel parejo que optimizan sus prestaciones por la experiencia adquirida, como Mauricio Victorino, Jorge Fucile o Sebastián Fernández, dan al equipo una base de sustentación para el desarrollo de la potencialidad y habilidades en proyección de Nico López, Kevin Ramírez, Leandro Barcia, Colo Romero y hasta el propio Espino.

Un quite con proyección de Victorino, una enorme habilitación para Leandro Barcia y el centro templado para un gran cabezazo del chiquitín Seba Fernández nos pusieron otra vez en momento de gol: se tiró Cássio, quedó boyando y la reventaron al córner. Otro ratito después, un cabezazo de Victorino fue sacado apenitas por Cássio, que, como se lee, fue fundamental en el arco del timão.

Ahora hay que definir en San Pablo.

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