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Ramiro Alonso

Una propuesta utópica

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Liceos participativos para el siglo XXI.

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Editar

Voy a imaginar en estas líneas una proyección ideal sobre lo que podría suponer una real incorporación de la participación social al ámbito de la educación secundaria. Como base de esta proyección, es importante reiterar la dimensión pública e institucionalizada del ambiente educativo. Parto de la base de que las diferentes expresiones de los movimientos sociales se expresan en tensión (a veces creadora, otras no tanto) con la superestructura que se ha construido en torno a la enseñanza para nuestros adolescentes a lo largo de décadas. No creo que sea realista imaginar un sistema paralelo, alternativo, que no termine por ser una especie de oasis “sectario”, incluso aunque se tengan las mejores intenciones. Lo que me propongo pensar es cómo podrían articularse diversas formas de movilización social e institucionalización en clave pedagógica, formativa y emancipadora a nivel de sistema en general.

Como un paréntesis entre tanta discusión tormentosa (y a veces estéril), comparto una síntesis en clave de propuestas que pretende articular lo que me ha sido posible percibir como constructivo desde las diferentes demandas que los movimientos sociales vinculados a la educación vienen realizando. Con la intención de imaginar un nuevo tipo de liceo (realmente) participativo, donde las voces de todos los actores pueden tener formas de expresión y articulación creadora.

Los jóvenes: pueden y deben participar más

Sería deseable que los estudiantes tuvieran instancias de participación más frecuentes y resolutivas sobre el funcionamiento de los liceos. La elección de delegados y profesores consejeros y la participación en la formulación de normas de convivencia deberían ser una actividad de relevancia más destacada en los centros. A esto habría que agregar la posibilidad de que los estudiantes evaluaran a los docentes y las actividades que allí realizan, como forma de ejercicio democrático de control y mejora de los servicios que se brindan.

Que los estudiantes tengan canales de participación no va en desmedro de la autonomía del movimiento estudiantil, sino que, por el contrario, puede revitalizar a un sector clave de la acción educativa. Para los docentes supondría la posibilidad de tener más información sobre qué prácticas resultan positivas, qué cambios hacer y qué transformar. No se trata de un ejercicio de contrapoder de los alumnos (a veces, cuando la evaluación está mal planteada, se teme esta situación), sino de construir, en cada centro, herramientas de evaluación entre el cuerpo docente y los alumnos para afinar la partitura pedagógica en colectivo.

Estimo que las herramientas tecnológicas pueden resultar sumamente adecuadas para realizar más fácilmente esta tarea, ya que, con formularios on line y encuestas por medio de la red Ceibal, se podría dinamizar una experiencia que enriquecería a toda la secundaria.

Las autoridades deberían monitorear y exigir un trabajo alumno-docente responsable y creativo, y al mismo tiempo evitar caer en prácticas burocráticas y repetitivas. Existen numerosas prácticas de evaluación estudiantil -algunas promovidas por los propios docentes, algunas en instituciones privadas y otras también en la educación terciaria- que podrían servir como modelos para traducir y adaptar a las características del nivel medio.

No sería descabellado pensar que un liceo participativo pudiera tener instancias de reunión semanal tripartita en un ámbito que involucrara a los delegados estudiantiles, al equipo de dirección y a los delegados del claustro docente.

Los de afuera no son de palo

La historia inmediata ha mostrado la gran vitalidad del movimiento estudiantil universitario a partir de la promoción de la extensión. Valiosos ejemplos de diálogo y acciones conjuntas entre el extensionismo de la Universidad de la República y diversos liceos en barrios y localidades del país son prueba de ello. Esta capacidad de movilización educativa no debería perderse en proyectos puntuales (muy valiosos, por cierto, pero que no dejan de ser particulares) y debería potenciarse una vinculación sistemática que inyectaría savia nueva a la dinámica liceal.

Tomando como punto de partida la experiencia de Compromiso Educativo (universitarios que dan apoyo a liceales en diversas materias), pienso que todo liceo participativo debería tener espacios para recibir estudiantes universitarios que promovieran momentos de trabajo interdisciplinario y de revinculación con el entorno económico-social del centro, para desarrollar prácticas innovadoras vinculadas con la producción, las perspectivas de género y familia, la memoria, el medioambiente, las nuevas tecnologías, el deporte y la comunicación.

Por qué no imaginar que todo joven de nivel terciario cumpliera, como parte de su formación, una experiencia de trabajo de extensión en un liceo a lo largo de un año. Pensando siempre en trabajos colectivos, con diálogo e intercambio entre estudiantes de la facultad y jóvenes y docentes del liceo, para proponer actividades comunitarias que potenciaran el rol del centro educativo en su entorno. Este liceo participativo tendría que incluir en su currículo horas de proyecto comunitario para que estudiantes y profesores trabajaran con los embajadores de la extensión, y de esa manera generaran un impacto positivo en las prácticas de enseñanza, los aprendizajes y las calificaciones.

Creo, además, que la experiencia de participación estudiantil se vería potenciada por el intercambio de experiencias y que los jóvenes mayores pueden cumplir el rol de referentes intermedios para que los adolescentes vayan ganando experiencia tanto gremial como de acción transformadora y comprometida.

Y por casa cómo andamos

Una clave en los resultados de aprendizaje ha sido (más allá de lo que se piense de las pruebas externas) el origen familiar de los estudiantes. Parece imprescindible, entonces, que los liceos prevean otra forma de involucramiento por parte de los padres, que trascienda las comisiones de apoyo. Estas, cuando funcionan, son muy positivas. Pero secundaria deberá generar instancias de mayor acercamiento a las familias, de forma similar a cómo se hizo con el sistema de salud, cuando se creó la representación de los usuarios de la salud.

Entiendo que quizás este sea el “movimiento social” menos visible (quizás inexistente) del entorno liceal. Pero cuando existen problemas en un liceo los padres acuden, y si es difícil movilizarlos, habrá que ser creativos y a la vez exigentes con los responsables de los estudiantes (que son los padres) para que tengan participación.

Crear equipos docentes de acercamiento familiar, en un formato similar al del maestro comunitario, para que equipos pedagógicos visiten las casas de los estudiantes con dificultades y motiven a los padres a participar en las actividades comunitarias es un camino intermedio que puede dar buenos resultados.

Comunidad didáctica

Para cerrar, comparto una líneas acerca de la participación docente, nudo central de cualquier transformación educativa. Esta participación debe ser en paralelo, y no excluyente de la actividad sindical, y debería enfocarse en dos niveles. Por un lado, la gestión pedagógica del centro. Los docentes (con estabilidad en un liceo y horas de permanencia pagadas sin trabajo de aula) deben formar un claustro por centro, elegir representantes que formen parte del equipo de dirección y tener incidencia directa en la elaboración de los proyectos comunitarios y en los mecanismos de evaluación (tanto para los alumnos como para las instancias de evaluación docente).

Por otro lado, el desarrollo profesional. Es un idea que reitero con profunda convicción: el cambio en la enseñanza se podrá realizar cuando los profesores prolonguemos nuestra experiencia de formación inicial en didáctica (que se da en los institutos de formación docente) a lo largo de nuestro trabajo. Los liceos participativos serán todos “liceos de práctica”, donde los profesores de las diversas materias, tanto los experimentados como los nuevos, trabajen en proyectos, propongan evaluaciones colectivas, visiten las clases, elaboren estrategias para atender la diversidad, redacten artículos sobre innovaciones pedagógicas, aporten lo aprendido en posgrados y tecnicaturas en seminarios con sus colegas. Todo esto de forma coordinada por un claustro que, orientado por áreas, no haga perder a nadie la singularidad de su materia, pero sí lo haga trabajar en forma creativa e inclusiva junto con sus colegas; de esta manera, el docente podría, además, obtener reconocimiento profesional (ascenso de grado por concurso de desempeño y méritos; ¡no más por antigüedad!) en virtud de su compromiso con la participación didáctica.

Bajando a tierra

El problema que tiene todo esto se resume en dos variables: presupuesto y visión política. Quizás el primero nos falte en ciclos de enlentecimiento económico. Pero lo segundo supone que de una vez por todas las autoridades y el Frente Amplio encaren un gobierno de la educación con docentes que, incorporando los insumos de todas las disciplinas que estudian la educación (la sociología, la economía, la psicología, etcétera), prioricen la mirada pedagógica sobre el tema y salgan de la danza de números (horas de clase, repetición, promociones), ladrillos y demandas ajenas a la valiosa y difícil tarea de enseñar.

Si vamos a encarar una educación con más estudiantes de todos los sectores sociales, en desventaja contracultural con respecto a los medios inmediatistas y proconsumismo, debemos crear las condiciones institucionales para que sea pedagógicamente participativa.

Saber convertir los reclamos docentes en faros que adviertan el camino a seguir, con una propuesta institucional audaz y en diálogo, y evitar el “miedo” a confrontar con los elementos que utiliza el sindicalismo para trancar cualquier cambio es una responsabilidad de las autoridades. Que los reclamos y la forma en que se hacen no sean parte de una minoría activista, justa en sus fines pero alejada del colectivo docente y de la sociedad en general, es responsabilidad de los profesores. Que la política y las aulas no sigan en este diálogo de sordos puede ser una oportunidad para que los estudiantes demanden más participación. Estar a la altura de los desafíos, sin usar consignas demagógicas para la tribuna, debe ser el primer paso de todos los adultos que estamos metidos en este baile y tenemos ganas de cambiar el disk jockey, poner otras luces y que la educación sea una fiesta para todos.

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