En los últimos años cambió radicalmente el contexto político y económico en América Latina. ¿En qué medida las nuevas coyunturas afectan la política exterior de Uruguay? ¿Qué marco de alianzas debe tejer el país? ¿Cuáles son las apuestas estratégicas a largo plazo? En estas interrogantes se basará la reflexión de Dínamo este mes.

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Luego de la caída del Muro de Berlín, y de la implosión de la Unión Soviética, se produjo una transformación del orden mundial de bipolar a unipolar. La hegemonía de Estados Unidos , en todos los aspectos, resultaba, en aquel entonces, incuestionable. “En la actualidad, nociones como el éxito del capitalismo, la invencibilidad de Estados Unidos, su superioridad científica y tecnológica, las óptimas condiciones de vida de su sociedad, su hegemonía militar, etcétera, resultan ser absolutamente cuestionables. Es que el orden mundial, una vez más, ha sufrido una mutación, el mundo unipolar se ha transformado en un mundo multipolar, manifestándose en cierta superioridad económica, científica, tecnológica y militar de China y de Rusia, en múltiples aspectos, siendo este el eje principal de la conflictividad global actual”.1

El declive de la potencia hegemónica lleva a esta a modificar su estrategia en materia de política exterior, extremando aun más su agresividad y provocando una alteración en la estabilidad del sistema internacional. Se generan múltiples tensiones, fundamentalmente con China y Rusia, pero también con sus aliados de la Unión Europea, con Canadá, México, Turquía, Irán, Siria, Cuba y, muy especialmente, Venezuela. Esta estrategia desarrollada por Estados Unidos explica la llegada de un Donald Trump a la presidencia, debido a la necesidad de enfrentar los nuevos desafíos a los que se encuentra sometida la hegemonía estadounidense. Desata una guerra comercial con China, bloquea económicamente a Rusia e Irán, y desembarca una vez más en su “patio trasero”, nuestra América Latina, desempolvando la vieja doctrina Monroe, intentando desplazar a China y Rusia, y potenciando su inserción comercial en la región.

Esta tarea se ha visto favorecida por el acceso de las derechas sudamericanas a los gobiernos, que apuntan a dejar de lado la integración regional, en línea con la estrategia esbozada por Trump, quien ha señalado expresamente que Estados Unidos privilegia la negociación bilateral y asimétrica. Desplazar la presencia de China y Rusia de la región no será, por cierto, una tarea fácil. China es el primer cliente comercial de prácticamente todos los países de la región, y es la mayor consumidora de los commodities que se producen allí. Es también, actualmente, el mayor proveedor de inversión extranjera directa, de insumos, de bienes de capital y de consumo, desplazando en la región la presencia estadounidenses en casi todos estos escenarios.

Las inversiones de China y Rusia en Venezuela han sido cuantiosas y están concentradas en la llamada faja petrolera y el arco minero del Orinoco, donde existen grandes reservas de petróleo, oro, coltán, diamantes, hierro, bauxita y otros minerales. Resulta obvio que Estados Unidos apuesta a un cambio de gobierno en ese país, haciendo peligrar el destino de estas inversiones, razón suficiente para comprender el apoyo que Rusia y China están dispuestas a brindar al gobierno de Nicolás Maduro.

Cuando la situación económica de bonanza en Venezuela entró en declive por la baja de los precios del petróleo, se generó un ambiente propicio para la acción opositora, y así se llegó a una situación de enfrentamiento político muy violento, agravado por una crisis económica y social que alcanzó su máxima expresión con la autoproclamación de Juan Guaidó y su aceptación por parte de Estados Unidos y el Grupo de Lima. La Organización de Estados Americanos (OEA) y el Grupo de Lima apoyaron el bloqueo económico impuesto por Estados Unidos, cuyas consecuencias paga el pueblo.

A la vez que se intensifica la estrategia de bloqueo económico y financiero, se profundiza el proceso de desintegración regional. Se produce el vaciamiento de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), se impulsa entonces la creación de un nuevo organismo de “integración”, que propicia las políticas de apertura comercial, proclamando las virtudes de un inexistente “libre comercio”. Nos referimos al Prosur (Pronorte, en realidad), que ha sido promocionado por las presidencias de Chile y Colombia, contando además con el apoyo de los nuevos gobiernos de Argentina, Perú, Ecuador, Paraguay y Brasil.

La eventualidad de que se desate un conflicto entre las tres principales potencias mundiales nos hace recordar los peligros, felizmente superados, cuando en el Caribe se desató uno de los episodios más dramáticos de la Guerra Fría, la crisis de los misiles. En ese sentido, la actuación de Uruguay ha sido y es digna de elogio, ya que, pese a todas las presiones existentes en este contexto regional, y enfrentando el riesgo de quedar aislado en el concierto sudamericano, supo mantenerse fiel a los principios que han regido y rigen nuestra política exterior, fundamentalmente los de autodeterminación de los pueblos, no intervención en los asuntos internos de otros estados, respeto del derecho internacional, rechazo al uso de la fuerza, solución pacífica de las controversias y respeto por los derechos humanos. Uruguay ha sido consecuente en el cumplimiento de estos principios.

No acompañamos la política de aislamiento, rechazamos el bloqueo al que está siendo sometido el pueblo venezolano, rechazamos el supuesto envío de ayuda humanitaria, no abandonamos la Unasur, nos negamos a integrar el Prosur y no reconocimos la presidencia de Guaidó. Pero la virtud de la política exterior de Uruguay es que no se limitó a declamar sobre los contenidos del derecho internacional público que estaban siendo vulnerados, por cierto, por la mayoría de los estados de la región. Uruguay no sólo no se aisló, sino que tampoco permitió que se lo aislase. Por el contrario, se involucró intensamente en la búsqueda de una salida pacífica a la crisis que atraviesa hoy Venezuela. Y así lo ha expresado el canciller Rodolfo Nin Novoa: “La constitución del Mecanismo de Montevideo y la copresidencia del Grupo Internacional de Contacto son una apuesta por el entendimiento y por la paz. [...] Uruguay no está dispuesto a contribuir a aumentar la tensión y la polarización de las posiciones, con el riesgo gravísimo de un enfrentamiento civil y militar, incluso de una intervención extranjera que rechazamos en los más firmes términos”.2

Independientemente de que preferimos las soluciones propuestas por el Mecanismo de Montevideo a las impulsadas por el Grupo de Contacto Internacional, creemos que queda clara la posición de la política exterior de Uruguay porque, una vez más, se manifiesta claramente el rechazo de todo tipo de intervención extranjera, se reitera la vigencia de los principios del derecho internacional público y se recalca la necesidad de la solución pacífica de todo tipo de controversia.

Roberto Chiazzaro es diputado del Partido Socialista, Frente Amplio.


  1. Sergio Rodríguez, “El inevitable declive estratégico de Estados Unidos”, 22 de marzo, 2019. Disponible en http://www.resumenlatinoamericano.org/2019/03/22/el-inevitable-declive-estrategico-de-estados-unidos-opinion/ 

  2. Intervención del ministro Rodolfo Nin Novoa ante el Consejo de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas (febrero, 2019).