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Primero hay que saber sufrir

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No siempre se puede ganar para convalidar una idea, un proyecto, un colectivo, una generación. Ayer la selección uruguaya sub 17, después de su tambaleante inicio de competencia, empató con Chile 1-1 y quedó sin chances de avanzar en el torneo. Los celestitos jugaron su mejor partido del campeonato y hasta el final estuvieron cerca de conseguir su objetivo de ganar para seguir en carrera, pero el empate de los locales, en las postrimerías del juego, desactivó por completo la ilusión. Truncó en el torneo y la posibilidad de seguir avanzando en la competencia internacional jugando un Mundial, pero no necesariamente la posibilidad de que estos muchachos sigan evolucionando como futbolistas.

Uruguay jugó mucho mejor. Le faltó afinar la definición y conseguir la tranquilidad de una mayor diferencia, pero el desequilibrio ya venía de antes, por los resultados negativos con Ecuador y Colombia, y eso fue decisivo.

Un examen libre

Las evaluaciones parciales, las proyecciones que uno puede intentar en un partido de fútbol en juego, son casi siempre de una inconsistencia absoluta, por todas las variables dinámicas que implica este tipo de competencia, donde en cada grupo de 11 personas hay engranajes individuales o en conjuntos de dos, tres, cuatro o cinco, hay funcionamiento colectivo, hay estrategias, hay deberes que cumplir, y además, lo que no es menor, hay enfrente un oponente con la misma serie de dinámicas.

La cosa se complejiza más aun si se sopesan emociones, adolescencias, presiones y prematuras responsabilidades que trascienden el núcleo familiar y se transforman en mochilas de riesgo país.

Antes, tal vez en análisis más primitivos y bárbaros, se tendía a describir el partido como si fuesen futbolistas maduros, apuntando errores que no deberían tener, saludando inspiraciones y virtudes técnicas. Ahora, y también sedimento del “Proyecto de Institucionalización de las selecciones nacionales y de la formación de sus futbolistas”, cada partido, cada competencia, cada campeonato, permite ser tomado como eslabón de una cadena, como componente de un círculo virtuoso, y nos permite a algunos de nosotros un esbozo de análisis, a sabiendas de que estos futbolistas son proyectos en evolución dinámica y permanente, adolescentes con la madurez necesaria que deben enfrentarse a situaciones infrecuentes para tan corta edad.

Lo de ayer, por ejemplo, sólo puede ser medianamente comparable a dar un último examen de quinto para salvar o no el año. Podrás saber o no, podrás estar preparado o no, pero la tensión y presión de tu entorno pesará como una gran variable más en ese prematuro todo o nada.

La bolilla que faltaba

En medio de esas situaciones, nervios, presión, asfixia, no hay mañana, arrancó el partido para los uruguayos otra vez con cinco cambios, asumiendo la necesidad de una victoria impostergable, pero sabiendo que enfrente estaba el local, su fútbol, su gente.

Por las bandas, con José Neris por la derecha y el debutante Thomas Chacón por la izquierda, el equipo de Alejandro Garay fue generando intentonas ofensivas, con mucha presencia y peligro hasta el penúltimo pase. Después, más nada. Owen Falconis y el paceño Facundo Torres ponían latencia de definición, pero faltaba el clic final.

Dominando el juego, redoblando el esfuerzo, en colectivo y espalda con espalda, los celestes fueron cumpliendo con la expectativa media de su público.

Se nos terminó el primer tiempo sin poder abrir el marcador, ese gol tan necesario como tranquilizador para las ansias y nervios de los chiquilines.

El infierno tan temido

Después de que a una cuarta de distancia del arco Owen Falconis no pudiese conectar el gol y la pelota diera en el caño, y de que 15 segundos después Elizalde, corriendo la cancha con un tiempo similar al de Andrés Silva, consiguiese un cierre excepcional en su área, los uruguayitos se apoderaron por completo del juego y de la situación, y empezaron a quedar una y otra vez ante el arquero chileno: una habilitación de Falconis dejó solo a Facundo Milán, que no pudo vencer a Julio Borquez. Una pelota que peleó y ganó el floridense Juan Manuel Sanabria, de los más lindos proyectos de 5 de los últimos tiempos, le puso modo on a su despliegue creativo por la zurda, desbordó, pechó y centró para casi adentro del arco José Neris, y nos hizo gritar.

Un infierno, ni te cuento cómo quedó eso. Chile pudo haber gritado el empate con un tiro libre desde una posición muy favorable, y sólo no lo hizo por una brillante atajada del arquero Nahuel Suárez.

El juego era bueno; la prestación, la entrega y el impulso de los nuestros, también, pero el equilibrio era muy ligero, y la inestabilidad de avanzar en la cuerda floja fue determinante para caer, cuando en la penúltima jugada del partido Alexis Valencia conectó de cabeza al gol y dio el empate a Chile que significó la despedida de los uruguayos del torneo, por más que mañana a las 17.00 deban enfrentar a Bolivia. Esto es la competencia, dinámica, puntual y hasta coyuntural, y ahí perdimos. Distinto es la formación, proyección y desarrollo con seguridad, donde seguimos por el camino correcto.

Vamo arriba.

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