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Junior Arias, de Peñarol, e Ignacio Canuto, de Atlético Tucumán, ayer, en el estadio José Fierro, en Tucumán, Argentina. Foto: Walter Monteros, AFP

Peñarol perdió 2-1 en Tucumán y quedó fuera de la Copa Libertadores

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Un nuevo desmoronamiento, una profunda baja de tensión y de atención en el juego generaron la derrota de Peñarol en el estadio Monumental José Fierro de Tucumán ante el Atlético local, y su derrumbe en la Copa Libertadores. No pudo, y casi se podría decir, después de verlo, que no podría haber podido, ni siquiera ante el mediano juego de ayer de los argentinos. Por lo tanto, ni bien quedó en desventaja se desplomó, y ya no sólo no pudo sostener la ilusión ni su juego de regular para abajo, sino que quedó casi inmóvil, sin respuesta, sin clasificación, y casi casi sin nada. Dependerá de si hoy pierden los bolivianos de Jorge Wilstermann, que jugarán como locales en Cochabamba con Palmeiras, para que los carboneros jueguen por algo el último partido del grupo de locales con los rojos bolivianos. Ese algo sería poder seguir en competencia internacional, reenganchándose en la Sudamericana.

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Esto es competencia, y entonces no hay tocar fondo. Por lo general, en los partidos ganan los mejores, y en los torneos de mediano aliento, siguen adelante los que más regulares son en sus enfrentamientos. Este Peñarol del siglo XXI -que se asusta cuando se mira al espejo del siglo XX- se ha sumado a los que no han podido alcanzar sus mínimas expectativas por falta de juego, pero mucho más por falta de orden institucional, de seriedad y seguridad en los proyectos, de ponerle cabeza desde arriba.

Sin equilibrio

La primera dificultad era la de hacer equilibrio inicial en ese pretil tan peligroso e irregular, entre la voluntad y la realidad, entre el esfuerzo y el sueño, entre la fuerza de la voluntad y la fuerza bruta. Querer no es poder, pero tampoco se arrima con querer al poder.

Justo que tocase este partido con tantas obligaciones y tan pocas pretensiones inmediatamente después de haber vivido la debacle, ya no de juego y sí de comportamiento con Palmeiras, y la defección ante River Plate que lo dejó fuera del Apertura, fue una variable muy grande, que evidentemente pesó en el escaso y casi nulo desarrollo de juego asociado que tuvo anoche el equipo aurinegro, que en este caso, y por todo lo que antecedía, no pudo ser sustituido por el pobre sucedáneo del empuje.

Arrancaron de costa a costa, con mucho más desorden que aciertos, y en ese oscilante movimiento inicial, con mucho golpe sobre el arco defendido por el artiguense Gastón Guruceaga, pudo ponerse en ventaja el decano tucumano.

En la primera decena de minutos, el equipo de Leo Ramos nunca se pudo acomodar en la cancha y sucumbía ante el empuje, y solo eso, de Atlético Tucumán, que tenía la pelota, la perdía en el segundo o tercer toque de progresión en velocidad, pero de inmediato la volvía a recuperar, ante la manifiesta incapacidad de los de amarillo y negro de mantener la pelota una vez que caía en sus pies.

Era un problema manifiesto para Peñarol a corto y mediano plazo, sobre todo ante la necesidad manifiesta de tener que ganar para seguir con posibilidades, y no perder toda chance de competencia internacional en lo que queda del año.

La suma de errores fue dando cuenta de un partido de bajo nivel, sin destrezas de ningún tipo y una ausencia manifiesta de combinaciones o circuitos que permitiesen evoluciones en el campo de juego. Llegando a la media hora tuvo Atlético Tucumán, en una corrida de tres toques y pase final, la posibilidad de abrir el marcador para los argentinos, pero el delantero Luis Pulga Rodríguez increíblemente le erró cuando tuvo pelota dominada ante los siete metros y medio del arco y la humanidad de Guruceaga.

Sólo Cebolla

Peñarol sólo pudo ilusionarse porque sabía, sabíamos, que en su oncena estaba el Cebolla Cristian Rodríguez y su innegable jerarquía: metió una corrida que salvó el arquero Cristian Luchetti, y, la mejor, un taquito conectando un tiro de esquina que salvó maravillosamente el golero argentino.

El primer tiempo se cerró sin posibilidad de concederles ningún deseo a los contendientes, aunque, a juzgar por lo poco que se había visto cuando llegaba a aparecer un vago genio de la lámpara, sería para cumplirles el pedido a los tucumanos.

Lunita tucumana

Casi no cambió nada el comienzo del segundo tiempo. Otra vez a las corridas, otra vez mejor Atlético, y Guruceaga en escena, salvando su arco.

Siguió sufriendo Peñarol, que por el pensamiento y la acción de su técnico buscó, por medio de Gastón Rodríguez, que ingresó por Junior Arias, un socio para el Cebolla Rodríguez.

La ausencia de Nahitan Nández, uno de los tres jugadores carboneros suspendidos preventivamente por la Conmebol, fue la demostración de que los buenos momentos de Peñarol en los pasados encuentros tenían mucho que ver con la presencia del fernandino por la banda derecha.

De acuerdo a la primaria y vieja usanza del ollazo, a Peñarol parecía no quedarle más chance de depender de sí mismo que meter algún bochazo aéreo, algún cabezazo cargando en el área. Sin luces ni posibilidades, los mirasoles sumaron al canadiense Lucas Cavallini.

Pero apenas pasada la media hora, sucedió lo que preveíamos que podía suceder, y Atlético Tucumán se puso en ventaja. A la salida de un córner, el zaguero Bianchi voleó una pelota por las dudas al área chica y el goleador Jorge Zampedri la mandó a guardar. 1-0. Apenas un par de minutos después, Guruceaga hizo una atajada impresionante, mandándola al córner. En el tiro de esquina David Barbona no la puso olímpica sólo porque estaba el caño derecho, pero después del “¡clank!” y ante una notoria falta de reacción de Hernán Petrick, Leandro González, ingresado minutos antes, puso de cabeza el 2-0 . Recién ahí, dos goles abajo y quedando matemáticamente eliminado de la Libertadores, Ramos decidió darle ingreso al delantero coloniense Nicolás Dibble. Un minuto después -sin que necesariamente haya que conectar una cosa con la otra-, Gastón Rodríguez aprovechó un desborde del Cebolla y puso el 1-2, pero ya nada podía hacer un equipo de muy frágil equilibrio y sin cohesión como colectivo.

Una pena encontrarse con un momento tan aciago deportivamente, pero así es la vida de las instituciones, que por los fortísimos cimientos populares que la han hecho ser grande, seguramente volverá a enderezarse y crecer.

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