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Los jugadores de Rampla Juniors festejan la victoria sobre Cerro, ayer, en el estadio Luis Tróccoli. Foto: Andrés Cuenca

Tras nueve años sin lograrlo, Rampla Juniors derrotó a Cerro en el clásico de la Villa

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En el estadio Luis Tróccoli y con la batuta de Luis Ronco López, Rampla descongeló su marcador en el historial del principal clásico de barrio del fútbol uruguayo y se impuso con un 2-1 estimulante para la memoria de su gente. En el recuerdo que nace pesarán el placer intransferible de ganar en lo del vecino, el valor de los puntos obtenidos en la eterna pelea contra el fantasma del descenso, un cambio casi inesperado en un trámite mayormente adverso y el entierro de una racha negativa ante un rival que en el remate del siglo pasado empezó a sacarle ventajas. Arden almanaques cargados de amarguras: los picapiedras sonrieron contra Cerro como no lo hacían desde 2008, cuando consiguieron el que ahora pasó a ser su penúltimo triunfo clásico, con el mismo entrenador y en el mismo escenario.

El Ronco es consecuencia y causa. Su vuelta al banco de suplentes rojiverde es hija de una inestabilidad deportiva crónica, que lo llevó a pasar de la gerencia deportiva al ejercicio interino de la dirección técnica tras el cese de Fernando Araújo. Ayer, su lectura del partido fue clave. Su segundo cambio incidió directamente en el resultado. En el mejor momento de Cerro, cuando ya estaba crecido el segundo tiempo, optó por sacar al volante Adrián Leites para darle entrada al mediocampista ofensivo Cristian Olivera. Una modificación a la defensiva quizá hubiera servido para cuidar el empate, pero la concretada destruyó el inicial 4-4-2 y gestó algo muy parecido a un 4-3- 3. Cinco minutos después, Olivera culminaba una linda jugada colectiva nacida en el flanco izquierdo y consolidaba su perfil encarador con una fina definición ante la salida del arquero Sebastián Britos. A los 73 minutos, Rampla pasaba a ganar 1-0.

Fue el antídoto contra las pesadillas protagonizadas por Maureen Franco y esa barra amiga de la pelota que le da identidad al Cerro 2017. Desde el comienzo del segundo tiempo hasta algo más allá de los 65, el equipo de Diego Alonso Barragán abrió el libro para tocar en espacios reducidos y crecer triangulando por la derecha, complicando a los defensores Matías Soto y Camilo Cándido. En un partido plagado de la fricción y el miedo a perder, que últimamente pautan casi todos los clásicos del fútbol de entre casa, Rampla apenas atinaba a cortar el juego y a tirar la cola atrás. Sobrevivía a base de suerte y de desempeños como los de Nicolás Prieto y Rodrigo Odriozola. El arquero tapó un mano a mano ante Franco tras uno de los varios errores de la última línea picapiedra. Incluso, cuando la ola albiceleste parecía estar a punto de taparlo todo, el zaguero José Barriosnuevo casi anota en medio de una seguidilla de tiros de esquina.

El ingreso de Olivera supuso la división de la tenencia del balón. Les sacó juego a los cerrenses José Tancredi y Facundo Peraza, fundamentales para abastecer a Franco. El gol gestó espacios que transformaron villanos en héroes. Fue el viraje de Matías Rigoletto, el delantero que a los 85 aseguró la victoria con un remate soñado. Hasta entonces, era el punto más flojo de una dupla atacante a la que durante buena parte del partido no pudo reconocérsele más que ganas. Pero Rigoletto vio adelantado a Britos y le pegó fuerte y en caída desde no menos de 25 metros: golazo. Lo asistió el grandote Alex Silva, determinante por su intensidad y sus centímetros desde que ingresó por el lesionado Santiago González, durante el primer tiempo. Tuvo paño para mandarse un cierre clave en el área propia, cuando Rampla ya estaba en ventaja y Cerro buscaba un gol que llegaría a los 89. Franco, que malogró dos situaciones muy claras con el partido empatado, finalmente pudo convertir. En eso, el árbitro adicionó cinco minutos.

El técnico albiceleste cambió posiciones y jugadores para llenar la cancha de delanteros, pero el 2-1 resistió y el viejo Rampla se dio el lujo de gritarle a un barrio que puede ser algo más que el recuerdo de un tiempo de vacas gordas y frigoríficos prósperos.

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