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Prevención en drogas: tensiones y desafíos

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La Ley 19.172, que regula el mercado de cannabis, establece en su artículo 10º que se “deberá disponer de políticas educativas para la promoción de la salud, la prevención del uso problemático de cannabis desde la perspectiva del desarrollo de habilidades para la vida”. De esta forma, y ahora con el peso de una ley, se le encarga a la educación la tarea de trabajar en la “prevención sobre drogas”. Sin embargo, este no es un encargo nuevo.

La necesidad de “hablar de drogas” en los centros educativos, principalmente en aquellos por los que circulan adolescentes, es un tema recurrente. Lo que no está resuelto y sobre lo que no parece haber un acuerdo general es quién habla, para qué, de qué forma y qué es lo que se dice. La tarea ha sido abordada desde enfoques diversos y se han desplegado un sinfín de propuestas. La prevención, entendida como una forma de evitar el consumo y en tanto enfoque central y orientador de las propuestas sobre drogas dirigidas a adolescentes, ha sido complementaria al enfoque prohibicionista de “la guerra contra las drogas”.

La prevención será concebida, entonces, como una más de las tantas batallas que habrá que dar para lograr “un mundo sin drogas”. El objetivo de la prevención en drogas consistirá en distintas versiones del “sólo di no”. Si bien es un concepto abordado desde diversas teorías, podríamos establecer que está inscripto en el paradigma médico-higienista, donde “lo que se pretende a partir de la prevención es una sociedad sana. Saneada por la erradicación de aquello que excede la norma” (Núñez, 1999).

Si tomamos los aportes de Graciela Frigerio y se ubica a “la educación como el acto político de distribuir la herencia [...], la posibilidad de dar lo que se tiene” (Frigerio, 2006) ante la llegada de una propuesta de prevención de drogas a un espacio educativo, la educación debería preguntarse: ¿cuáles son las herencias respecto de los conocimientos de drogas que se están repartiendo?; ¿qué es lo que se está eligiendo para la distribución del acumulado que los humanos sabemos acerca de las drogas?

En este sentido, podríamos arriesgar que para la educación, la prevención de drogas es un problema. Para la educación, las propuestas preventivas, los “talleres de prevención de drogas”, presentados así, le resultan o le deberían resultar incómodos, en tanto prevención y educación persiguen finalidades distintas.

En otros ámbitos no se tiene este problema, como el caso de disciplinas afines o cercanas al ámbito de la salud o la seguridad pública, para las que pensar en términos de prevención es un rasgo característico y fundamental. ¿Qué más se le puede pedir a la salud que prevenir las enfermedades o, en el caso de la seguridad pública, prevenir los delitos?

Ahora bien, establecer que la educación tiene que prevenir los consumos de drogas es una afirmación por lo menos cuestionable, cuando no conflictiva, en tanto interpela a sus funciones. Entre las propuestas que se denominan de “prevención de drogas” la oferta es amplia y variada. Para muchas (aunque no todas) la prevención será sinónimo de información y estará centrada casi exclusivamente en las sustancias, sus características farmacológicas, efectos y riesgos (principalmente desde el punto de vista físico), mientras que la preocupación estará en el acceso y las respuestas inmediatas que tengan los adolescentes frente a las drogas.

Con la pretensión de evitar el consumo, los esfuerzos estarán puestos en desestimular el inicio en el uso utilizando frecuentemente diversas estrategias de disuasión “para operar en el interior de los sujetos como forma de moralización” (Núñez, 1999), tratando de activar el miedo como mecanismo de control.

¿Qué debería hacer entonces la educación con la tarea de abordar el tema de las drogas? ¿Cómo pensar en clave pedagógica en torno a esta temática? ¿Cómo llevar la cuestión al terreno de lo educativo? Será necesario, entonces, hacer otra pregunta para encontrar respuestas posibles: ¿qué es lo que se debe enseñar sobre drogas?

Una propuesta educativa sobre drogas no es aséptica, siempre tendrá una intencionalidad. Por lo tanto, la pregunta sobre el para qué deberá estar presente. La reducción del consumo de drogas podrá ser un efecto posible entre tantos otros; será, en última instancia, decisión de los adolescentes resolver qué hacen con esos aprendizajes. El eje debería ser considerar al adolescente sujeto de derechos y, por lo tanto, en proceso de progresiva autonomía para la toma de decisiones respecto de su vida.

Abordar el tema de las drogas desde una perspectiva educativa supone evitar reducirlo únicamente a la cuestión de las sustancias para dirigir la mirada también, y fundamentalmente, hacia los sujetos y los contextos. De esta forma, se entiende pertinente incluir aspectos como la perspectiva histórica sobre los usos de drogas con diversidad de fines, el estatus legal de las sustancias como producto de construcciones culturales, la desnaturalización de los imaginarios hegemónicos, la dimensión de la búsqueda del placer, los sentidos asignados a los consumos de drogas en las adolescencias, las expresiones locales de la temática y las tensiones o problemas que se perciben, los intereses particulares de los adolescentes sobre el tema, por citar algunas de las múltiples aristas posibles para abordar este asunto.

Será necesario trascender las respuestas puntuales a partir de demandas que surgen desde la emergencia ante conflictos asociados a consumos de los adolescentes. Evitar pensar desde la lógica de actividades puntuales, que terminan por concretarse generalmente en diversas modalidades de “charlas sobre drogas”, en las que muchas veces hay unos que charlan (los adultos) y otros que escuchan (los adolescentes). Se trata, entonces, de poder desplegar propuestas transversales, atendiendo las particularidades de los sujetos y los contextos. Actualmente existe un acuerdo generalizado sobre la necesidad de hablar de educación sexual. Esto ha sido el resultado de un largo proceso que permitió trascender las propuestas iniciales desde abordajes biologistas, centrados en la prevención de embarazos y enfermedades de transmisión sexual, para dar paso luego a otras que, desde una perspectiva educativa, ampliaron el enfoque, incluyendo sus diversas dimensiones desde un abordaje integral.

De esta forma, se puede arriesgar que sería importante transitar un camino similar con la temática de las drogas, incluyendo contenidos más cercanos a los intereses y las experiencias de los adolescentes, confiando en que la centralidad deberá estar en brindar una oferta educativa rica, que los coloque en escenarios de libertad y autonomía que favorezcan el ejercicio de derechos y la toma de decisiones.

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