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Uruguay hecho pelota

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Una verdadera copa integradora de toda la población oriental.

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Hace años que vengo con esto en la cabeza, y cada vez lo tengo más amasado, con menos inseguridades aunque no tantas certezas, más ganas, menos vergüenza para proponer, más ganas de hacer. Me he enterado, con satisfacción, como miles de ustedes, de que el Consejo Ejecutivo de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) se ha planteado de manera documentada sus objetivos para 2018, y dos de los nueve objetivos me resultaron particularmente trascendentes para concretar un anhelo de un fútbol absolutamente integrador y nacional. Son los puntos 7 y 8, que dicen: “Implementación de la forma y condiciones de disputa de la Copa Uruguay como torneo integrador del fútbol a nivel nacional” y “Concreción de la disputa de un torneo nacional juvenil”.

Sin duda, es una de las cosas que necesitamos para mejorar la competencia, pero también para explotar debidamente el fútbol como espectáculo popular y propio en cada uno de los rincones del país, y no como circunstancial plaza de alquiler para que los pobladores y aficionados locales queden con la ñata contra el vidrio mientras viene el cuadro de la capital.

Sé bastante de la historia de nuestro fútbol y deseo saber mucho, muchísimo más. Algunas cosas las sé como consecuencia del arduo trabajo de otros autores; otras las escuché de muchacho –cuando no sabía que, sí o sí, eso debería clasificarlo y guardarlo como futuro elemento de conocimiento–; y otras las fui cargando en mi disco duro de la vida. Así sé de los viejos campeonatos nacionales, torneos posta en los que jugaba Montevideo, allá por las primeras décadas del siglo XX, de la Copa Artigas, la que ganó Defensor en 1960; y, por último, de tristes o por lo menos irregulares y casi siempre deformes experiencias con unos rapiditos torneos de verano, la Copa República –si fueron dos es mucho– durante la dictadura, en la que jugaron los clubes de la A y algunos seleccionados departamentales la Liga Mayor de 1978, en la que participaron los cuatro clubes campeones de Confederaciones (Santa Bernardina de Durazno por el Sur, Huracán de Treinta y Tres por el Este, Defensor de Paso de los Toros por el Noreste y 18 de Julio de Fray Bentos por el Litoral), para después dar paso, en los años 90, a los torneos Integración 1993-1994, a la clasificación directa de los mejores del interior a la Liguilla en 1995 (Porongos de Trinidad y Frontera Rivera Chico de Rivera) y, por último, en 1996, al Campeonato Nacional con nueve clubes de la Organización del Fútbol del Interior (OFI) y siete de la AUF, y a la eliminación directa, en la que sólo Central de Durazno fue capaz de avanzar la primera fase. En 1999 se abriría la integración: primero, Frontera Rivera logró su ascenso de la B a la A por méritos deportivos; luego Deportivo Maldonado estuvo a un penal de lograrlo deportivamente, pero perdió el repechaje con Rampla Juniors y fue elegido plaza del interior para jugar en primera; por último, Bella Vista de Paysandú –club al que Eugenio Figueredo presionó para que en la AUF se llamara Paysandú Bella Vista– y el creado expresamente para jugar en el fútbol profesional, Tacuarembó FC.

Fue así que me puse a buscar algunos de los proyectos que –de atrevido, sí, en tanto no tengo ninguna acreditación de saberes en la materia, pero de baquiano que sé que soy para esta combinación al parecer tan compleja– he escrito tiempo atrás; tecleos de Remington u Olivetti, impresiones en papel fanfold o impresora de aguja, respaldos en disquetes, discos o en formato pdf. Como no los encontré, ayer de mañana apronté el matungo, me puse a escuchar a don Alfredo, uno que con su arte hizo un zurcido invisible entre la capital y el interior, y empecé a trabajar con hoja, lápiz, goma y papelera (no, mentira, nunca usé papelera, y menos para tirar lo que acabo de escribir).

Me salieron dos torneos “Copa Uruguay”. Dejo ahora mismo uno de ellos para que sea sometido al escarnio público, con la esperanza de que con virtuosas modificaciones pueda llevarse adelante.

Cultura futbolística

Tenemos cultura futbolística, tenemos ganas, tenemos público, tenemos equipos, tenemos canchas y estadios, y tenemos disponibilidad para jugar a nivel nacional con dos entidades, una dentro de la otra, la OFI y la AUF con un fortísimo sostén institucional y reglamentario. Hay que darle entonces sin miedos, ni formalismos irrelevantes, ni tormentas con matracas.

En la Copa Uruguay que presentaría primero participarían los 46 clubes que actualmente compiten en la AUF (16 de la A, 14 de la B y 16 de la C) y 30 seleccionados de ligas de la OFI, que potencialmente podrían abarcar a los casi 600 clubes que compiten en la OFI. Constaría de siete fases de eliminación simple y se podría jugar entre febrero y diciembre de cada temporada. Todos los partidos de las tres primeras fases se jugarían en el escenario que el club afiliado a la OFI determinara, en un radio de 100 kilómetros, y serían a un único encuentro que, si terminara empatado, se definiría por penales.

La primera fase eliminatoria estaría compuesta por un máximo de 24 equipos (ocho ligas regionales y los 16 clubes de la Segunda Divisional Amateur). De esas 12 llaves (ocho de ellas entre equipos del interior y de la C, y las otras sólo entre equipos de la AUF) saldrían los equipos que se sumarían al grueso de la segunda fase, los 32avos de final, que contaría con 64 participantes (31 clubes profesionales de la AUF, los 12 clasificados de la primera fase y las 21 restantes selecciones) y en la que los clubes de las ligas regionales ejercerían la localía a partido único, ordenados en llaves por sorteo con clubes de la AUF.

Repartidos en etapas semanales de ocho partidos cada una, durante marzo se jugarían las 32 llaves que arrojarían a sus ganadores a los 16avos. Los 16 partidos de esta fase se disputarían en abril, con los partidos fijados en acuerdo o por la Mesa del Comité Organizador. Como está dicho, al igual que en las fases anteriores, se jugaría a partido único, por eliminación simple, con obligación de ejercicio de localía por el representante de la OFI que siguiera adelante en la competencia, y por acuerdo o sorteo en las llaves que no se pudiera enfrentar un representativo de la OFI con uno de la AUF.

Para los octavos de final, que se jugarían en mayo, planteamos dos cosas: seguir jugando a partido único y que avanzara quien ganara; o tomar el formato de la copa brasileña: hasta la final sólo sería partido único si el local ganara o si el visitante ganara por una diferencia de tres o más goles de diferencia. En caso de empate o de triunfo visitante por uno o dos goles, se dispararía la revancha y la definición para la última semana de mayo.

Los cuartos de final se disputarían en setiembre, por lo que, mientras tanto, sería posible responder vuestras preguntas frecuentes. Siempre, de principio a fin del torneo, el espectáculo sería enajenable para el local: recaudación, publicidad, etcétera, y los gastos de logística, locomoción, seguridad y arbitrajes serían subvencionados en su totalidad por el fondo Copa Uruguaya – no sé de dónde saldría esa plata, pero creo que la FIFA pone dinero para ciertos desarrollos– para la primera fase, y parcialmente para las fases posteriores, sin opción a llantos ni berretines de los clubes profesionales.

Como está dicho, habría un comité organizador, articulación de la AUF con la OFI, que utilizarían cuaternas arbitrales de ambas entidades.

Las selecciones de ligas del interior que entraran directo a la segunda etapa –la de 32avos– serían las mejores de la última Copa Nacional de Selecciones, mientras que para la primera fase tendrían prioridad aquellas ligas que hubiesen jugado la última Copa Nacional, y si no se completaran los cupos de la OFI, aquellas que hubiesen quedado fuera del torneo en eliminatorias departamentales previas.

La conformación de las listas de las selecciones de las ligas regionales de la OFI sería idéntica o muy parecida a la actual, con un criterio de elegibilidad ya establecido y una lista de buena fe modificable conforme se avance en el torneo. Lo mismo, aunque con las restricciones inherentes a la AUF, pasaría con la conformación de los planteles de los clubes participantes.

Como ya ocurre en los planteles de la Copa Nacional de Selecciones, se podría captar reglamentariamente a futbolistas que estén actuando en otras ligas, y los clubes tendrían obligación de concederlo 24 horas antes si el futbolista lo entendiera pertinente. Estoy tentado de permitir refuerzos para la fase de definición del campeonato, pero creo que por ahora no la voy a complicar.

Las tres últimas fases de la Copa Uruguay se jugarían en setiembre, octubre y noviembre. Los cuartos de final deberían ser pactados en el correr de las tres primeras semanas de setiembre, por si fuera necesario jugar un segundo encuentro. Lo mismo sucedería en las semifinales de octubre.

La final, a partido único –y definición por penales si es necesario–, se jugaría en un estadio del interior elegido o sorteado previamente, que debería tener una capacidad no inferior a 8.000 espectadores –así doy con el aforo del Campeones Olímpicos– o, si hubiera consenso, en el estadio Centenario, aunque, en un hecho sin precedentes, en los torneos de Copa, el acuerdo o la discordia para tal determinación se centraría en los futbolistas de los planteles finalistas.

El ganador de la Copa Uruguay, aunque no lo puedan creer, sería Uruguay 4 en la Copa Libertadores de América. Y no me van a correr con el papeleo: si no pudiera participar en la liga como club, la personería jurídica deportiva sería asumida por el club con más años en la liga –claro está, con los jugadores de la selección y, por supuesto, con la camiseta del pago–.

Si no les gusta el plan, no lo tiren a la papelera ni lo hagan pelota. Deconstrúyanlo cuanto sea necesario, y armémoslo de nuevo. Pero que salga esa Copa y se juegue.

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