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Ernesto Goñi, de Defensor Sporting (i), y Alfio Oviedo, de Cerro Porteño, ayer, en el estadio Pablo Rojas, en Asunción, Paraguay. Foto: Norberto Duarte, AFP

Raspando la olla

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Esto es el fútbol, esto es la Copa Libertadores, este es un juego donde el factor humano es determinante. Iban 96 minutos de juego, era la última y Diego Churín, en posición fuera de juego, puso el segundo gol de los paraguayos, el que les dio la victoria y la punta con puntaje perfecto del grupo 1, tras dos victorias en fila. Defensor Sporting había sufrido el partido, pero había hecho callo y músculo suficiente como para aguantarlo. Pero esto es así, y cuando llegó ese último gol, cuando la concentración y las fuerzas están al límite, los violetas perdieron todo lo que habían conseguido.

Así estamos

Antes de empezar a desgranar lo sucedido en Asunción, una reflexión que es incómoda pero es inevitable: en La Nueva Olla, en la tele, en la radio, en donde sea, asusta y seguramente lastima la orfandad que tienen todos los clubes uruguayos que no se llamen Nacional o Peñarol a la hora de un seguimiento crítico e informativo. Porque se trata de informar, opinar, contar, acerca del deporte del fútbol y, por lo tanto, no de buscar un público foco que pueda ser representativo a la hora de vender heladeras, autos, pizzas o repuestos.

Cuántas veces cualquiera de nosotros, jugando en la vereda o en una canchita, habrá soñado llegar con su equipo a una instancia tan linda como jugar en un estadio que ha quedado como uno de los mejores del mundo, con un público rebosante y con un rival de altísima exigencia. En fin, es coyuntural para este Defensor, pero lo mismo les pasó a todos desde Wanderers en 1975 hasta ahora.

Se plantó bien el violeta al inicio del juego, defendiendo con muchos jugadores pero desenvolviéndose en el ataque cuando Cerro Porteño no culminaba su jugada, cosa que le permitía salir de esa asfixia inicial.

Todo se desarmó a los nueve minutos, cuando en una jugada preparada de córner, Diego Churín pudo anticipar al Coto Nicolás Correa y, con un cabezazo limpio, venció el arco violeta.

La variable táctica más indiscutible del mundo del fútbol cambiaba, una vez más, la preparación de un partido. Porque aunque no lo ventilara, seguramente Eduardo Acevedo habría planteado un partido de resistencia, a juzgar por su compacto módulo de defensa-mediocampo, que dejaba solo en la delantera al argentino Germán Rivero.

Tras el gol, después de la diferencia en el marcador, la diferencia en el juego pasó a ser muy notoria. El trámite del partido cambió por completo o tomó el desarrollo previsible que podía tener. Cerro Porteño se hizo dominador absoluto del juego y estuvo cerca de duplicar la ventaja.

El Zorro sabe por zorro

Todo es nuevo cuando recomienza. La esperanza, las ilusiones y lo que pasa en el campo. La movió Defensor, por un minuto, como si fuese un aspirante a Barcelona que se quiere lucir. La marearon pero no se marearon y, de un momento a otro, llegó un cambio de frente incisivo que, ayudado por una cabeza contraria, fue agudo, y ahí lo atrevido, lo inesperado y lo justo: el Zorrito Mathías Suárez entró como si fuera un puntero derecho y metió un enganche humillante para su defensa, que quedó desparramada en el piso. Suárez, que no es Luis, con absoluta tranquilidad la siguió, vio y se dio cuenta de que si se la daba a Carlos Benavídez llegaría el gol. Y así fue. De entrada, empataba Defensor. Otra vez cambiaba el partido.

La incomodidad empezó a ganar al ciclón con el paso de los minutos y con su falta de generación de fútbol. Defensor, un poco más liberado, tampoco tuvo un momento de descanso y debió afrontar mucho trabajo, esta vez no tan cerca del arco propio. Acevedo hizo los tres cambios en cascada, confirmando que había un plan que incluía a Facundo Castro como desahogo. También ingresaron el juvenil centrodelantero Facundo Milán y el Polaco Claudio Rivero para reforzar el muro de contención. Pareció que aguantaba. Pero no. Nunca está todo bajo control.

Y chau. Hay que seguir.

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