Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.
No hacía falta información reservada para saber que el nacionalista Álvaro Delgado era un muy probable aspirante a la postulación presidencial de su partido en 2024. La cuestión es que ahora lo reconoció, y esto cambia mucho la situación.
Entre las personas que deciden dedicarse a la política partidaria y competir por cargos electivos, es raro encontrar una que no quiera llegar a lo más alto. El poder es capacidad de impulsar ideas y proyectos, aunque también se pueda buscar por motivos menos altruistas.
Por lo general, si alguien decide no postularse a responsabilidades mayores que las que tiene, es porque reconoce que la victoria está fuera de su alcance por alguno de muchos motivos posibles. Por ejemplo, carencias intelectuales, de temperamento, de carisma o de los grandes recursos necesarios para una campaña exitosa.
Hay incluso quienes se postulan sabiendo que van a perder, con la intención de aumentar, por lo menos, su notoriedad y sus posibilidades futuras. Pero una cosa es querer y otra es decir que se quiere. Lo primero no tiene nada de reprochable; para lo segundo hay que evaluar muy bien la oportunidad, y evitar los grandes riesgos de declaraciones prematuras o tardías.
Las internas de 2024 se realizarán dentro de dos años y medio, y las campañas empezarán lógicamente antes. No es mucho tiempo, pero en términos políticos falta un larguísimo trecho. Cuando alguien totalmente decidido a candidatearse dice que “no es tiempo de hablar de candidaturas”, sabe muy bien lo que hace y por qué.
Muchas personas creen que lo más conveniente para el país es que cada titular de un cargo político se concentre por completo en ejercerlo del mejor modo posible, sin pensar en lo que puede venir después. Lo real es que se hacen ambas cosas, pero admitirlo puede caer mal y restar votos.
Por otra parte, quienes reconocen sus aspiraciones presidenciales se convierten en blancos móviles, y cuanto antes lo hacen, de más tiempo disponen sus adversarios para apuntar con cuidado y dispararles. Desde ayer, todo lo que diga y haga Delgado será evaluado como si fuera parte de una campaña electoral.
Las personas que lo quieren ver en la presidencia tenderán a elogiarlo aunque se equivoque, y las que lo consideran un mal candidato, o prefieren a otros, tenderán a criticarlo o a no reconocerle méritos aunque acierte.
Además, Delgado es el secretario de Presidencia, trabaja a diario con Luis Lacalle Pou en el manejo de todos los principales temas nacionales, y sus tareas incluyen coordinar y negociar con dirigentes de su partido, de los demás que integran la coalición de gobierno y de los opositores. Todo esto puede causar roces y recelos perjudiciales para el desempeño de su cargo. Llegará el momento en que deba dejarlo, privando al presidente de uno de sus colaboradores más cercanos, y no puede ocupar la banca en el Senado para la que fue electo en 2019, porque renunció a ella el 15 de febrero de 2020.
“El que se precipita, se precipita”, dijo José Batlle y Ordóñez, jugando con el doble sentido de apurarse y caer. Es razonable que los dirigentes del PN tengan poca inclinación a guiarse por máximas batllistas, pero quizá en este caso Delgado debió hacerlo.
Hasta el lunes.