Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.
El presidente de Colombia, Gustavo Petro, participó ayer en un intercambio sobre cambio climático realizado en el Foro de Davos y realizó algunas propuestas para la transición hacia una economía descarbonizada. Es un concepto que no se ha popularizado en Uruguay y para muchas personas puede resultar novedoso, pero no se trata, por cierto, de una iniciativa de Petro, y tampoco de una que él impulse porque es izquierdista, aunque hay varias maneras posibles de llevarla adelante y tienen mucho que ver con las posiciones ideológicas. Veamos brevemente de qué se trata y en qué medida implica grandes cambios para el mundo.
Simplificando (sepan disculpar las personas que ya están familiarizadas con el tema), lo que sucede es que ha quedado acorralada la negación del cambio climático y de su vínculo con la emisión de gases causantes de efecto invernadero. Por lo tanto, los gobiernos y los organismos internacionales asumen desde hace años la necesidad de evitar catástrofes mediante una transición de pocas décadas hacia el uso creciente de fuentes de energía alternativas y renovables, que deje atrás, entre otras cosas, la fuerte dependencia actual del uso de combustibles fósiles. Esto ya se planifica e impulsa, tanto en escalas nacionales como en bloques de países.
No se trata solamente de la generación de energía a partir del viento o de la luz solar, sino también de recursos como el llamado “hidrógeno verde”, que no es una variante de ese gas caracterizada por su color, sino el producido, para su uso como combustible, con procedimientos que reducen drásticamente la generación de efecto invernadero. El adjetivo “verde” alude al cuidado del ambiente.
Los requisitos de esa transición incluyen esfuerzos científicos y tecnológicos de gran envergadura, que están en marcha desde hace tiempo, fuertes inversiones, trabajadores capacitados y previsiones para evitar costos sociales devastadores, además de profundos cambios culturales.
Entre las consecuencias previsibles deben tenerse en cuenta, como es obvio, modificaciones profundas en las relaciones de poder, capaces de alterar las posiciones de países y empresas que han medrado muchísimo en el marco de la dependencia del petróleo. Por supuesto, estos países y empresas no sólo tratan de obstaculizar, enlentecer o frenar de distintas formas la transición, sino que también preparan desde hace tiempo su reconversión en los términos más ventajosos que les resulten posibles.
Todo indica que los cambios son inexorables, pero no hay una sola hoja de ruta posible y persisten grandes incertidumbres, desde el área de la ciencia y la tecnología hasta la de la economía y la política.
Petro habló de un “capitalismo descarbonizado”, asumiendo que las grandes empresas transnacionales, al operar en nuevas condiciones y distintos mercados, seguirán lucrando cuanto puedan, pero no a costa de una destrucción irreversible. El tiempo y las relaciones de fuerzas dirán si fue demasiado optimista.
El capitalismo no “necesita” destruir el planeta mediante el cambio climático, pero el egoísmo, la irresponsabilidad y la lucha contra la regulación son parte de su esencia.
Hasta mañana.