El sorpresivo y casual hallazgo casi simultáneo de trufas –hongos del género Tuber– silvestres en Maldonado y Colonia demuestra el valor de la curiosidad ciudadana para conocer la biodiversidad. Mientras se esperan los resultados genéticos para determinar a qué especie pertenecen, el descubrimiento plantea tanto interrogantes científicas como la posibilidad de soñar con la truficultura en nuestro país.
Si el mundo fuera una historieta o una película que busca un retorno rápido de taquilla, podría darse una escena en la que esta línea de diálogo no desentonaría: “Señor, apareció un hongo raro. ¿Encendemos la sequeiraseñal?”. El asunto es que, al menos en Uruguay, la realidad no está tan alejada de esa hipotética ficción.
Sin que ninguna institución de investigación preste demasiada atención a los hongos macroscópicos –denominados macromicetos– y mucho menos al estudio de los hongos silvestres, el empuje y la iniciativa para conocerlos se concentra en la titánica labor de Alejandro Sequeira y una comunidad de personas curiosas que a lo largo y ancho del país han encontrado en observar el reino Fungi una fuente de placer, no sólo intelectual, sino a veces también gastronómico. Para quien adquiere la obsesión de buscar, admirar y registrar hongos, la posibilidad de sorprenderse aguarda en casi cualquier sitio en el que esté. No es para menos: se estima que existen algo así como un millón y medio de especies de hongos en el planeta, muchas de ellas aún no conocidas.
“Este año se cumple una década de la primera exposición de hongos a cielo abierto, en la que daba a conocer ocho años de relevamiento de hongos de Uruguay”, dice Alejandro Sequeira en el mini Jardín Botánico que tiene en su casa. “En 2013 edité la primera guía de hongos de Uruguay, después vinieron los libros. Aumentó mucho la pasión por los hongos en mucha gente, se fue generando una comunidad y, al mismo tiempo, un intercambio científico internacional. Hoy hacemos jornadas, como las de paseos en el Parque Lecocq, y vienen niños que tienen sus hongos preferidos, a los que llaman por sus nombres científicos”, dice a modo de retrospectiva de su viaje hacia este reino. Y el tiempo pasado dejó su huella: “Ya lo de los hongos no es algo invisibilizado en Uruguay”, sostiene. “Que el grupo de Facebook ‘Hongos en Uruguay’ tenga más de 15.000 miembros en menos de un año es otro indicador del interés en el tema. Hasta hay en Montevideo un mushroom bar, cuyos platos principales son hongos”, dice entre sorprendido y entusiasmado.
Con varios libros sobre hongos editados, con el registro y la descripción meticulosa de más de 250 especies de hongos en el país, con encuentros internacionales como Fungizate organizados, con paseos, talleres e incontables charlas en su haber, Sequeira se ha convertido en un referente del tema. No todo es pasión: tiene también formación científica –si entregara una tesis se recibiría de biólogo en la Facultad de Ciencias– y cientos de horas de lectura; trabajo con el microscopio y libretas con notas son parte de la sistematización y la bajada a tierra del conocimiento de su irrefrenable curiosidad por estos seres maravillosos.
Su labor de divulgador tiene una retroalimentación positiva: cuanta más gente se acerca al tema gracias a su fungitancia –“militancia fúngica”, si me lo permiten la Real Academia Española y los correctores de estilo de la diaria–, más probable es que haya más ojos relevando hongos. Si cuatro ojos ven más que dos, 30.000 dan un poder observacional fantástico. Y justamente esa participación ciudadana en la generación de conocimiento es la que llevó a encontrar, por primera vez en Uruguay, las trufas que hoy nos convocan. “Doy la batalla de las tres F cada vez que puedo. Cuando alguien menciona la flora y la fauna, intervengo para que agregue también la funga, que es como llamamos a los grupos de hongos que viven en un lugar o región”, dice Sequeira. Y sin duda la funga de Uruguay tiene en Sequeira a quien la describa.
Así que ahora vayamos a la historia de cómo estas dos sequeiraseñales se encendieron y terminaron convirtiéndose en los primeros registros de trufas verdaderas silvestres.
Un poco sobre trufas
Primero lo primero: convengamos a qué le decimos trufa, porque los nombres comunes pueden llevarnos por senderos que llevan a posibles malentendidos. “Cuando uno habla de una trufa, dentro del reino de los hongos, se está refiriendo a hongos de género Tuber, por lo que no entraría ningún Rhizopogon, como es la falsa trufa uruguaya”, define Sequeira.
“Las trufas son hongos subterráneos y simbióticos”, complementa. Efectivamente, se trata de un hongo que evolucionó para vivir asociado a las raíces de algunos árboles, otra muestra más de que en la naturaleza cooperar es tan importante como competir, aunque a veces se coopere para competir mejor contra otros organismos. “En esas simbiosis tanto el árbol como la trufa encuentran ventajas y beneficios”, amplía Sequeira, y entonces explica esta relación llamada mutualismo, en la que dos especies distintas se benefician al interactuar.
“Lo importante de la trufa es que, como son hipógeas, es decir que se forman y fructifican bajo tierra, necesitan una estrategia biológica para poder dispersar las esporas. Y esa estrategia biológica es oler fuerte para atraer a los bichos”, cuenta. Ese tentar a los animales, seducirlos por su aroma y sabor para que al ingerirlas permitan que el hongo se disperse y prospere es lo que hace a las trufas también irresistibles para nosotros, que al final de cuentas somos un animal como cualquier otro.
“Las trufas más famosas del planeta, debido al mundo de la gastronomía, que las considerada una delicatessen, son las de Italia, España y Francia. Ahí tenés la trufa negra, la trufa blanca, que tienen toda una cultura asociada”, agrega. Y lo que se aprecia se precia. “Hoy para las trufas europeas hay un costo mínimo, un piso, que es de 3.000 euros por kilo. Eso puede aumentar de acuerdo a la temporada y al tamaño de la demanda. Por ejemplo, está el caso que publico en el libro Crónicas del Reino de los Hongos de una trufa blanca italiana de poco menos de dos quilos que se subastó en Sotheby’s por 61.250 dólares”. Por ahora dejen las calculadoras quietas y vayamos entonces a ver cómo es esto de trufas silvestres en Uruguay.
¡Trufas en Uruguay! Parte 1
El asunto estaba bastante claro: en Uruguay no había trufas. “Los dictámenes cerrados tienen tanto peso que uno interioriza ese ‘acá no hay’. Entonces, como estamos convencidos de que acá no hay trufas, no las vemos”, sostiene Sequeira. Sin embargo, los hongos ya habían tirado por la borda algunos ‘acá no hay’. “Decíamos que en Uruguay no había porcini, el Boletus edulis, uno de los hongos gastronómicos más buscados. En estos últimos dos años se han cosechado grandes cantidades. En una sola tarde se han colectado más de 50 kilos de porcini. Son hongos que no se pueden cultivar, y eso fue lo llamativo. Había de estos porcini silvestres en Uruguay”, dice Sequeira.
Así como en nuestro país se pensaba que no había de los codiciados porcinis, la idea general era que tampoco podría haber trufas Tuber. Y una vez más la gente entusiasta de explorar la naturaleza fue la que dio el primer paso para conocer nuestra diversidad. Hace poco más de un mes a Sequeira le llegaron unas fotos. Habían sido sacadas por Graciela Vega Leoncini en Maldonado.
“Graciela vive en Italia, su marido es italiano, pero por ahora, pandemia mediante, están viviendo en Maldonado”, dice Sequeira. “Carpiendo el jardín de su casa, Graciela encontró unos hongos subterráneos”, cuenta. Teniendo Italia tan presente, seguro para ella lo que encontró le resultó bastante familiar.
“Cuando me mandó las fotos le dije que tenían toda la pinta de tratarse de unos Tuber, por más que una vocecita en mi cabeza me decía una y mil veces que Tuber en Uruguay no podía haber. Su esposo, italiano, del otro lado del teléfono estaba convencido de que eran trufas. “Yo sabía, yo sabía”, imita Sequeira al marido italiano, para el que, a simple vista, una trufa es una trufa.
Las fotos son buenas pruebas. Pero para estar seguros Sequeira le pidió si podía enviarle unas muestras y así poder observarlas bajo el microscopio. Y eso hizo Graciela, que mandó el hongo en una encomienda. “Cuando me dicen que llegaron a Montevideo, salgo corriendo a buscarla. Vuelvo rapidísimo a casa, coloco el hongo en el microscopio, enfoco, analizo... ¡y eran Tuber!”, se emociona aún hoy Sequeira. “Lo analizo bien y se trata de ascomicetos, un grupo de hongos que generan ascoesporas en los ascos. Al verlos, eran ascos perfectos de Tuber, de los que se ponen de ejemplo en los libros”.
Sequeira no era el único que saltaba de la emoción. “Para Graciela encontrar trufas en su casa era algo increíble. Me dijo que para ella, que se vino de Italia, que aparecieran trufas en su propio jardín era como una señal de que se tendría que quedar a vivir en Uruguay”.
El caso se cerraba. O, mejor dicho, se cerraba la primera parte. “Al estudiarlas bajo el microscopio estuve seguro de que se trataba de trufas”, dice Sequeira, que compartió además las fotos y sus notas con el micólogo argentino Francisco Kuhar. “Son los primeros Tuber silvestres que se identifican en Uruguay. La pregunta que no puedo responder hoy es qué especie de trufa es, ni tampoco, por ahora, cuáles son sus asociaciones acá en Uruguay”, dispara Sequeira.
Es que la trufa de Maldonado no apareció en un jardín en el que hubiera un árbol conocido por hacer simbiosis con alguna de las especies de Tuber. “La micorriza, la asociación de hongos con las raíces de los árboles y las plantas, puede darse con las plantas que están a 20 metros a la redonda, pero ninguno de los árboles que Graciela me nombraba que estaban en su jardín o próximos era ectomicorrícico, es decir, en ninguno la asociación con el hongo se da fuera de las raíces”, dice Sequeira, que también tiene una posible pista a seguir. “Hay una posibilidad de que estas trufas estén asociadas a unos pinos, que están unos cuantos metros fuera de su jardín. Hay reportes de algunos Tuber asociados a pinos, así que tal vez por ahí hay una punta a estudiar”.
¡Trufas en Uruguay! Parte 2
Si más o menos se hicieron una idea del cuelgue que tiene Sequeira con los hongos, se podrán hacer otra idea de lo extasiado que estaba con este caso. Pero venían más alegrías a su encuentro.
El martes José Ángel Latorre hizo un posteo con fotos en el grupo “Hongos en Uruguay”. El texto decía: “Los saqué de bajo la tierra, ¿puede ser algún tipo de trufa? No son muy grandes”. Escribe desde Conchillas, en Colonia.
“También estaba carpiendo y arreglado su jardín. Vio unas cosas amarillas bajo la tierra que le llamaron la atención. Y entonces publica las fotos en el grupo”, dice Sequeira, quien en seguida se puso en contacto con José Ángel. Y otra vez la magia se produjo: a las pocas horas le estaba mandando las muestras por encomienda.
“Las voy a retirar, vuelvo igual de entusiasmado. Las pongo bajo el microscopio. Otra vez las mismas esporas, otra vez trufas, otra vez Tuber”, exclama Sequeira. Pero había algo más. “Encontré algunas diferencias mínimas, podrían ser de otra especie que las de Maldonado”. Chaaaan.
Al preguntarle sobre el entorno, Latorre le dijo que estaban cerca de un damasco. “Me contacto con colegas de Argentina y de Brasil, y todos me dicen que el damasco no genera ectomicorrizas. Entonces le vuelvo a preguntar si cerca de donde aparecieron las trufas no había un árbol de pecán”, dice Sequeira. “Ah, sí, hay uno grande acá”, le contestó Latorre.
“Hay casi 90% de probabilidades de que estas trufas estén asociadas a ese nogal”, dice Sequeira. Pero no son simples corazonadas: “Esa asociación ya está muy documentada en varias partes”, explica. De hecho, en 2016 Marcelo Sulzbacher, un micólogo brasileño con el que Sequeira está en contacto, publicó que habían encontrado trufas silvestres en Brasil, algo que, como en Uruguay, se pensaba que no existía. Y estaban asociadas a árboles de pecán.
En Uruguay hay plantaciones de nueces pecán. De haber trufas en sus raíces, tal vez tengan algo más valioso bajo tierra que encima. “Por lo que estuve viendo, el pecán tiene una vida útil de 100 años. Empieza a producir a los cuatro o cinco años, y a partir de los 15 comienza a tener una producción máxima y sostenida en el tiempo”, dice Sequeira, que ante la aparición de las trufas ha devorado todo lo que ha encontrado sobre el tema. “La asociación con las trufas mejora todo el perfil de producción, los árboles se alimentan más y mejor”, dice. Y es que, como vimos, se trata de un mutualismo en el que ambos, tanto el nogal como la trufa, se benefician: los árboles absorben más agua y nutrientes, los hongos mantienen a raya a otros hongos y bacterias patógenas –vale recordar que a los hongos le debemos la fantástica penicilina–, por lo que, como dice Sequeira, “esos árboles micorrizados tienen más defensas y se alimentan y crecen mejor. Y como producto colateral beneficioso tenés uno de los hongos comestibles de mejor reputación gastronómica del mundo”.
Le pregunto si se ha contactado con cultivadores de pecán. “Como esto pasó hace tan poquito, me explota el Whatsapp. Tengo llamados de la asociación de pecaneros de Uruguay. Me escribió también un productor que tiene pecanes orgánicos certificados. Se trata de pecanes jóvenes, de unos siete años. No tengo claro todavía cuántos años necesita la micorriza para fructificar”, confiesa. “Lo que sí sabemos, de cara a una producción, es que hay un clima que es propicio para que las trufas se desarrollen aquí”.
Es que sí, hay mucho por venir. Y hay unos resultados que se esperan con suma ansiedad: Sequeira llevó las muestras de ambas trufas, las de Colonia y Maldonado, al grupo de estudio de biodiversidad y barcoding del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable, con el que viene trabajando desde hace ya un tiempo. ¿Habrá sorpresas sobre de qué especies de trufa se trata? En unas semanas lo sabremos.
¿Silvestres sí, nativos no?
Si estos hongos deliciosos y de gran interés están asociados a nogales de pecán y a pinos, asociaciones que se han reportado en Europa y otras partes, es poco probable que se trate de hongos nativos que evolucionaron en simbiosis con nuestros árboles autóctonos (los nogales y los pinos son especies exóticas, la segunda incluso es invasora). Si estas trufas hubieran aparecido asociadas a árboles de tala, coronilla o arrayanes, podría pensarse algo distinto.
Pero que no haya reportes de que estén asociados a árboles nativos no es lo mismo que decir que se sabe que no hay trufas Tuber que se asocien a árboles nativos. En ciencia la ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia. Aun así, es altamente probable que se trate de hongos que fueron introducidos junto a las raíces o la tierra de árboles exóticos. “Sí, esa es una gran opción, sería la más evidente”. Pero, ya vimos, en ciencia no hay que ponerse el balde ni cerrar puertas a priori.
“El tema es que todavía no tenemos el diagnóstico de la especie concreta mediante ADN. Podría tratarse también de una especie oportunista. Podría ser una especie nativa que ya estaba en el suelo y que evolutivamente tenía todo para micorrizar con estos árboles”, conjetura Sequeira.
Si fuera un hongo oportunista nativo, tendría que estar también asociado a raíces de árboles autóctonos. Porque sería imposible pensar que haya podido evolucionar para desarrollar una simbiosis perfecta esperando por miles o millones de años a que a alguien se le ocurriera plantar pinos o nogales. Algún árbol nativo debe de haber bailado la danza de la coevolución con esta trufa si es que ya estaba en nuestros suelos.
“Todo eso hay que estudiarlo. Esto lo que abre es todo un capítulo muy grande, ya que sabemos que hay un tipo de hongo, silvestre, que pensamos que no existía en Uruguay. Ahora hay muchas preguntas para contestar. ¿Es un hongo introducido y asilvestrado? ¿Es silvestre nativo? ¿Con qué plantas micorriza? ¿Cuántos hay? ¿Cuál es su distribución? ¿Qué impacto tiene para la gastronomía y la economía? ¿Abre esto una ventana a una posible truficultura en Uruguay de acá a los próximos 20 años?”. Esas son algunas de las tantas preguntas que nos plantean estas trufas encontradas a fines de octubre y principios de noviembre en dos puntos del país, plantea Sequeira. Y sus preguntas, como las ascoesporas de una trufa desenterrada por un jabalí tentado –o tal vez una mulita, un guazubirá o vaya uno a saber qué–, se dispersan por el aire.
Hongos, pandas y banderas
“Hay que hacer énfasis en el tema del valor de la conservación de los hongos”, dice Sequeira, y no se refiere a los hongos en conserva, sino a la protección de su biodiversidad.
“En eso es pionero Chile, con una ley que les da protección legal a ciertas especies de hongos. Uno no puede alterar el ambiente para proyectos sin estudiar las poblaciones de hongos que hay en el lugar y ver si hay especies en riesgo o no”, explica.
“Aquí en cuanto a protección medioambiental de los hongos estamos más embromados, pero el ‘ninguneo’ a los hongos es una tendencia mundial. En el mundo hay más de 25.000 especies de animales protegidas, otro tanto de plantas, pero hongos protegidos hay 56. ¿Es porque no hay hongos en peligro de extinción? Claro que no”, dice Sequeira.
Le pregunto si su gran emoción viene por encontrar este hongo tan codiciado gastronómicamente o si, en cambio, al ser un hongo tan famoso, esto puede hacer que el tema de la micología en Uruguay adquiera más visibilidad. De cierta manera, se podrían usar las trufas como osos panda que dejen en evidencia toda una biodiversidad a la que no le estamos prestando ninguna atención. En conservación, eso vendría a ser una especie bandera, una que, por ser carismática, ayuda a proteger la naturaleza. “Sí, claro, sirve para llevar atención a la funga”, contesta.
“Para proteger un hongo tenés que proteger un entorno y sus asociaciones. No hay protección más valiosa, más abarcativa y más poderosa que la protección de especies fúngicas. Porque para proteger a los hongos no podés cambiarlos de lugar, los micelios están adaptados viviendo a veces hace miles de años en un lugar. Entonces, hay que proteger el entorno, las especies vegetales involucradas, el suelo y sus componentes. Proteger a los hongos es casi sinónimo de proteger el medioambiente”, reflexiona.
“La funga juega un rol importantísimo en la transformación de la materia y también son los grandes intermediadores de las conexiones en la naturaleza. Si no estuvieran, viviríamos en un gran basurero planetario, porque nada se degradaría. Y sin esa conexión que producen, sin esa internet de la naturaleza, como decía Paul Stamets, la vida en el planeta no podría funcionar”, complementa.