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Abejorro lleno de polen de zapallito.

Foto: Ciro Invernizzi

Los abejorros nativos viven todos los días su mercado de Wuhan en los campos de Uruguay

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Los cuatro virus ARN más importantes de las abejas melíferas fueron encontrados en abejorros silvestres, y también uno de sus hongos, en un caso de spillover como el del reciente coronavirus. El trabajo que hizo estos descubrimientos forma parte de una línea de investigación pionera que sienta las bases para soñar con la bombicultura en Uruguay.

¿Para un angloparlante decir spillover suena tan poco encantador como decir derrame para nosotros? El asunto es que cuando hablamos de virus que saltan de una especie a otra, spillover suena más adecuado que hablar de zoonosis, que refiere sólo a las enfermedades que pasan de una especie animal al humano, o más concreto que hablar de derrames, que nos llevan a pensar en ríos o en falsas promesas de distribución de la riqueza mediante el enriquecimiento de los que ya están arriba.

Más allá de cómo nos guste llamarlo, el salto de virus, patógenos y enfermedades entre especies es hoy, coronavirus mediante, un tema de gran relevancia.

Al leer el artículo “Parásitos y virus ARN en abejorros silvestres y criados en laboratorio Bombus pauloensis de Uruguay”, escrito por Sheena Salvarrey y Ciro Invernizzi, de la Sección Etología de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, Karina Antúnez y Daniela Arredondo, del Departamento de Microbiología del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE), y tres colegas argentinos –Santiago Plischuk, Pablo Revainera y Matías Maggi–, la palabrita hizo su magia una vez más. “Estos resultados destacan los riesgos de spillover entre las diferentes especies de polinizadores”, concluye el artículo publicado en la prestigiosa revista Plos One.

Este grupo de investigación de la Facultad de Ciencias y el IIBCE, tras trabajar desde hace años en el estudio de la abeja productora de miel (Apis mellifera), luego amplió el panorama y comenzó a abarcar a más insectos polinizadores, entre ellos, las dos especies nativas de abejorros, Bombus pauloensis y Bombus bellicosus. Del nombre del género de estas especies, que no hay que confundir con los mangangás o abejas carpinteras, sale la otra palabra llamativa del copete de esta nota: bombicultura.

¿Por qué pensar en la crianza y uso de abejorros Bombus? Porque son unos insectos maravillosos que podrían ayudarnos a producir más y mejores cultivos, por ejemplo de tomate, trébol rojo, zapallitos, melones y frutillas. Así que salimos zumbando a la Facultad de Ciencias para conversar de todo esto con Sheena Salvarrey y Ciro Invernizzi.

Polinizadores excepcionales

Al llegar al piso seis de la facultad, todo está silencioso. No es que no haya investigadoras e investigadores trabajando, sino que nos falta el zumbido que queríamos escuchar: en este momento no hay ninguna colonia de abejorros activa. Invernizzi cuenta que desde 2005, junto a Natalia Arbulo y Estela Santos, comenzaron a estudiar a los Bombus nativos. Y en este tiempo de irse conociendo, los elogios de los humanos a estos ápidos son abundantes.

“Los abejorros tienen varias cualidades que hacen que sean muy buenos polinizadores. Tienen un gran tamaño, son muy peludos, por lo que recolectan más polen, son más resistentes al frío y tienen probóscides largas en relación a su tamaño, lo que les permite polinizar, por ejemplo, al trébol rojo, que es un cultivo forrajero que tiene flores de una corola muy profunda”, dice Salvarrey. Pero además, los abejorros nativos se guardan un gran as bajo las alas.

“Los abejorros realizan también la polinización por zumbido”, agrega. ¿Qué es eso? Salvarrey explica: “La polinización por zumbido es importante, por ejemplo, para la polinización del tomate, que es una planta que no da néctar sino sólo polen. Para obtener ese polen, los abejorros se agarran de las anteras de la flor y mueven los músculos de sus alas de forma que lo liberan”. Invernizzi, maravillado, dado que estamos en la sección que estudia el comportamiento de los animales, agrega: “Incluso mueven los músculos de las alas a la frecuencia específica que las anteras necesitan para liberar el polen”.

“Ese comportamiento es relevante para las plantas de la familia de las solanáceas, como el tomate. Y eso fue lo que impulsó el desarrollo de la cría comercial de los abejorros en Europa, y luego en otras partes”, dice Salvarrey. Sobre estas bondades han generado conocimiento local. Por ejemplo, en 2020 publicaron el artículo “Características del fruto de tomate (Solanum lycopersicum) utilizando abejorros nativos (Bombus pauloensis) como polinizadores en invernáculo”. Allí vieron que en los invernáculos visitados por abejorros “aumentó el porcentaje de cuajado entre 13% y 47%” en relación con los que no fueron sacudidos por su zumbido. No sólo lo probaron en dos regiones productivas –en el INIA Salto y en Canelones– donde permitieron obtener frutos durante distintas estaciones, sino que los propios tomates obtenidos eran mejores: pesaban más, eran más uniformes, tenían más semillas. “Este estudio es el primero en Uruguay en mostrar los beneficios de utilizar abejorros nativos para mejorar la producción de tomate en invernadero”, decían entonces.

“Había un potencial con estas dos especies nativas de abejorros como polinizadores que no se estaban utilizando, y en esa línea venimos trabajando”, resume Invernizzi para enmarcar el presente trabajo que habla de patógenos. Estudiar los patógenos es importante si uno quiere aliarse con los abejorros y criarlos para que polinicen cultivos y, por otro lado, para conservarlos en la naturaleza ante las diversas amenazas que enfrentan y los declinios reportados en todo el globo.

“Un trabajo que salió en Argentina y que reporta que un hongo de relevancia para las abejas melíferas, Nosema ceranae, se había encontrado en abejorros nativos de la región fue el puntapié para interesarnos en la parte sanitaria de los abejorros, que comparten algunos virus y patógenos con las abejas”, recuerda Invernizzi. “Eso fue parte de la tesis de Natalia Arbulo, y vimos que Nosema ceranae estaba muy presente en las dos especies de abejorros del país, tanto en las reinas como las obreras y los machos”, resume. Luego de ese primer trabajo en el que abordaron la importancia sanitaria, siguieron explorando ambos caminos en paralelo: estudios sobre polinización con abejorros en distintos cultivos, y por otro lado, la sanidad de estos aliados autóctonos.

Introducciones, derrames y catástrofes

Salvarrey sostiene que está creciendo la necesidad de utilizar polinizadores al tiempo que aumenta la demanda del uso de abejorros. “Eso en la región comenzó en Chile con la introducción de Bombus terrestris, un abejorro europeo, pero ahora se le está dando más valor a las especies nativas”, dice.

Es como que nos costara aprender la lección. Muchas especies exóticas invasoras, es decir, que ocasionan daños al ambiente, a la salud o a la economía, han sido introducidas intencionalmente por el ser humano con fines productivos. Es el caso, en nuestro país y otros de la región, de la rana toro o del visón. Otras especies fueron introducidas con otros fines, como el jabalí, el ciervo axis, la gleditsia o el ligustro, y se convirtieron en exóticas invasoras. Pero además la introducción de especies de otras partes inherentemente nos expone al riesgo de que sean portadoras de virus y bacterias que puedan saltar a especies nativas o incluso al ser humano. “Es el fenómeno llamado spillover”, conjura Invernizzi.

Les comento entonces el título de la nota. Porque en el artículo, contrariamente a lo que se podía esperar, que la crianza en cautiverio promoviera más patógenos, reportan que “las obreras de abejorros silvestres mostraron una mayor prevalencia” del hongo Nosema ceranae, así como de dos virus dañinos, que las obreras del laboratorio. “Una explicación a esta diferencia es que en el campo los abejorros están en contacto con parásitos y virus de las abejas melíferas u otros polinizadores, y las flores actúan como puntos calientes de virus y patógenos”. ¿Las flores son los mercados húmedos donde pangolines y animales de dudosa procedencia y condiciones sanitarias podrían catapultar la emergencia de un virus devastador?

Sheena Salvarrey, en invernáculo de zapallitos con abejorros.

Foto: Ciro Invernizzi

En el artículo citan un trabajo de la investigadora Samantha Alger y colegas que encontró algo inquietante: en 19% de las flores muestreadas en campos cerca de apiarios en Vermont, Estados Unidos, hallaron virus de abejas. Por eso en su artículo señalan que “las colmenas de abejas melíferas actúan como reservorios que facilitan la propagación de patógenos y virus a otras especies polinizadoras a través de las flores que comparten”.

“Dado que las flores las visitan las abejas, los abejorros y otros insectos, es que viene lo del spillover y el derrame y salto de enfermedades entre especies. Cuando una especie o una variante de una especie que ya estaba se introduce en un lugar, es posible que las especies nativas a las que llegan no tengan defensas adecuadas. Eso puede tener una repercusión importante”, comenta Invernizzi. “Las abejas melíferas han sido un gran distribuidor de patógenos, y ahora los abejorros, que comienzan a ser, de cierta manera, otra especie domesticada o que se cría, podrían también jugar un papel en dispersar enfermedades”, añade.

¿Por qué preocuparse por la sanidad de los polinizadores? Porque en el mundo hay un declinio sostenido general. “En Inglaterra se ha reportado la desaparición de algunas especies de abejorros”, lamenta Invernizzi. “Y en América del Sur lo que está pasando, a raíz de la introducción de Bombus terrestris en Chile, es el peligro de extinción de la especie Bombus dahlbomii, que es endémica de Chile, que se tuvo que retraer a las zonas más andinas”, suma Salvarrey trayendo el problema a nuestro rincón del mundo.

“Lo primero que se visualizó en Chile es que estos abejorros competían por el nicho con los nativos, viéndose esa dispersión ocasionada por la falta de recursos”, dice Salvarrey. Pero el problema no fue sólo para los abejorros chilenos: también los propios cultivos pagaron el pato de la introducción de especies exóticas. “Los abejorros y otros polinizadores, si no pueden llegar al néctar, lo roban, manipulan la flor para alimentarse de alguna manera”, explica Salvarrey. “En Chile los Bombus terrestris rompen los cultivos de frambuesa, que es donde se están especializando en robar néctar antes de que abra la flor”, agrega.

“El fundamento que tenía Chile para proceder con la importación y seguir liberando Bombus terrestris a la naturaleza era que no podían pasar la cordillera. Sin embargo, la pasaron por el sur y ya están en Argentina. Se ha constatado que están subiendo a razón de dos kilómetros hacia el norte por año”, sostiene Salvarrey. “Entonces nos pareció importante ver el estado de nuestras especies y qué patógenos tienen, para, en caso de que Bombus terrestris siga avanzando, tener una línea de base para ver si eso afecta la dinámica de los patógenos”, dice.

¿Por qué cuidar a los polinizadores?

Alguien podría pensar que el destino de nuestros abejorros no es un tema de gran importancia. Sin embargo, vale la pena recordar que la pérdida de biodiversidad es, luego del calentamiento global, el mayor problema ambiental que enfrenta el planeta. Vamos hacia un mundo homogéneo, dominado por unas pocas especies, que ya no podrá llevar adelante tareas imprescindibles para que los ecosistemas funcionen. Si ese argumento no fuera suficiente, hay más.

El escudo del país que introdujo a los abejorros importados a América del Sur dice “por la razón o por la fuerza”. Aquí podríamos aplicar uno casi equivalente: por la razón o por el bolsillo.

“Hace más de diez años que estamos trabajando con polinizadores y hoy podemos presentar resultados utilizando estos abejorros en condiciones naturales y de colonias obtenidas en el laboratorio a partir de reinas silvestres”, comenta Invernizzi. Y lo que tienen para contar es relevante. “Hemos obtenido rendimientos muy buenos, por ejemplo en trébol rojo. Son resultados de esos que a uno le dan ganas de mostrar”. Eso se suma a los trabajos que ya comentamos sobre tomates.

“Corroboramos con nuestras investigaciones que nuestros abejorros nativos funcionan bien en las condiciones de cultivo de Uruguay”, comenta Salvarrey. “Funcionan perfecto. Y los tomates son más grandes, con más semilla y mejor textura. Para un productor obtener mejor tamaño y mayor peso implica mejor rendimiento”, dice con orgullo Invernizzi. Nada mal para unos abejorros nativos y ninguneados. Pero hay más.

“La polinización del tomate con abejorros permite tener mejores resultados que los que se obtienen utilizando hormonas”, dispara Invernizzi. “El tomate necesita la polinización por zumbido. El tomate a su vez es un cultivo autógamo”, dice Salvarrey. “En ciertas condiciones de viento, luz y humedad, produce el fruto naturalmente. El asunto es que cuando uno quiere producir en inverno, fuera de las condiciones propicias de la planta, es cuando se necesita al polinizador”. Para ello Salvarrey y sus colegas hicieron experimentos con plantas polinizadas por sí mismas, con abejorros y con hormonas. “Con los abejorros el fruto sale más uniforme, con buen tamaño, buen peso, y con buen número de semillas. Todo eso indica que es más palatable, más rico”, resume.

Les comento que hace poco en una verdulería vi un cartel que llamaba la atención. “Tomate con gusto a tomate”, decía. “Es que el tomate con hormonas es más grande, se ve bien, pero tiene menos semillas. Cuando lo cortás, al tener menos semillas tiene menos líquido y menos sabor. Entonces vemos que la polinización con abejorros funciona tanto en aumentar la producción como en aumentar la calidad del fruto. Por otro lado, va todo acompañado de que es un sistema de polinización orgánico”, señala Salvarrey.

“En Europa se dieron cuenta de que producían más y mejor tomate con abejorros, por eso es que se venden colonias de a miles para tomate. Esa producción se puede instalar en el país, es una biotecnología que hoy está al alcance. Hemos aportado resultados que avalan todo esto”, retoma Invernizzi. Sabiendo la importancia del bolsillo, propone un experimento mental.

“A este país le hace falta una prueba irrealizable. Pero imagínense que pudiéramos sacar a todos los insectos polinizadores del ambiente por un año. Estoy seguro de que al año siguiente estarían todos los actores suplicando que por favor traigamos de nuevo a los insectos”, desafía Invernizzi. Para los que quieren números, los tiene. “Hemos hecho algunos cálculos, muy conservadores, que nos indican que hay 160 millones de dólares de beneficios que los polinizadores aportan al año a Uruguay. 80 millones de dólares son sólo de la abeja melífera”, deja escapar.

“Ahora, por ejemplo, se planta colza. Hice unos cálculos, basado en datos que me pasó Estela Santos, y en la producción de colza de este año, que va a ser espectacular, en sólo 40 o 60 días de floración, las abejas melíferas contribuyeron con un aporte de entre 15 y 25 millones de dólares por servicios de polinización. El abejorro y otros insectos polinizadores, no tengo la más mínima duda, también están aportando muchísimo”, añade. Y hay más datos.

“La producción de trébol rojo que se obtiene en nuestro país siempre fue de valores irrisorios. Mientras en el mundo da 700 u 800 kilos por hectárea, aquí da unos 300, excepcionalmente 400 kilos. Con los abejorros, en las zonas cercanas a los nidos, llegamos a obtener rendimientos de 700 kilos”, adelanta Invernizzi, diciendo que es un dato alentador que complementarán ahora con información sobre el manejo de las colonias.

Ciro Invernizzi y Sheena Salvarrey.

Foto: Federico Gutiérrez

Y aún hay más. Mediante un proyecto de la Comisión Sectorial de Investigación Científica (CSIC) de la Udelar, están indagando sobre los efectos de contar con abejorros nativos para el cultivo de zapallitos y de melón en invernáculo. “Los dos cultivos son altamente dependientes de la polinización”, explica Invernizzi. “Cada cultivo es un mundo. Tenemos que ir viendo cómo se comportan en cada uno de los sistemas”, amplía Salvarrey.

Virus y patógenos

Los virus que los dos investigadores y sus colegas buscaron en los abejorros nativos son conocidos por ocasionar pérdidas en las abejas melíferas. Al igual que el coronavirus que tanto nos ha pegado, son todos virus ARN. Sus nombres son bastante elocuentes y no dejan mucho librado a la imaginación: virus de la celda de reina negra, virus del ala deforme, virus de parálisis aguda y virus de la cría ensacada.

Invernizzi cuenta que el virus más extendido en las abejas es el de la celda de reina negra. Y el otro de sumo cuidado es el del ala deforme, porque aparece asociado a un ácaro, Varroa destructor, que lo propaga con mayor velocidad entre las abejas. “Si bien los abejorros no son afectados por Varroa, por alguna otra vía son infectados por el virus del ala deforme”, dice Salvarrey.

Si bien había antecedentes, se llevaron algunas sorpresas al estudiar los patógenos de los abejorros. “Pensamos que en condiciones de laboratorio iba a aumentar la presencia de los patógenos. Por eso nos sorprendió ver que los abejorros que estaban aislados de la naturaleza mantenían sus patógenos pero no tenían grandes proliferaciones, salvo de algunos ácaros, que es algo asociado a la higiene en condiciones de laboratorio”, sostiene.

“La presencia de virus fue también una sorpresa, porque en los abejorros encontramos todos los virus que están presentes en Apis mellifera y con proporciones y prevalencias similares. Eso reafirma que los abejorros y las abejas melíferas están compartiendo virus”, dice la investigadora. Los cuatro fueron encontrados en los abejorros, tanto en obreras, reinas y machos silvestres como de laboratorio.

Volviendo al mundo de la pandemia, les planteo que las flores pueden verse como nuestros aeropuertos, con el aditivo de que también serían un mercado de alimentos de Wuhan. A la flor arriban vuelos de insectos de todo tipo en busca de polen, néctar y presas. Luego despegan sin que nadie les pida un PCR ni una declaración jurada de que no estuvieron en contacto con un virus letal.

“Sí, utilizar las flores es una buena estrategia de los virus para dispersarse, porque las visitan varias especies de insectos. Allí hay un trabajo más de ecología, de ver cuántos otros grupos de insectos comparten estos parásitos”, dice Invernizzi. “Estos virus y patógenos pueden pegar un salto de especies. Algunos pueden pasar de la abeja melífera a especies nativas. Y otros pueden modificarse en otras especies en las que no estaban previamente, y volver a afectar al hospedero original”, amplía.

“Por otro lado, estos virus ya fueron encontrados en mariposas, en mangangás y en moscas polinizadoras. Entonces es posible que estos virus estén mucho más extendidos de lo que nosotros podemos estudiar ahora”, suma Salvarrey.

La científica no para. “Este trabajo que hicimos con Bombus pauloensis sería necesario hacerlo también con Bombus bellicosus, que si se quiere es el que está más amenazado, ya que tiene una distribución más restringida y es una especie susceptible. Y luego habría que seguir trabajando con otras abejas nativas”, propone.

Ciro no le pierde el tranco: quieren ver cómo incide la dieta de los polinizadores en su microbiota intestinal. Ya se sabe, una microbiota equilibrada redunda en un sistema inmune que funciona mejor, y en organismos más saludables. “Queremos ver la diversidad de la dieta en asociación con la microbiota y los patógenos. En la abeja melífera ya sabemos que la dieta incide en la presencia de algunos patógenos”, comenta Salvarrey.

De hecho, en otra ocasión hablamos con Ciro Invernizzi y Karina Antúnez sobre cómo la dieta con diversas flores era un factor protector para algunos patógenos en las colmenas.

“La dieta altera la biota. Hay un paquete de cosas para estudiar”, dice entre abrumado y lleno de entusiasmo Invernizzi. “Todo esto puede aportar información valiosa para la conservación, ver cómo el efecto de la baja de recursos florales puede interferir en la salud de estos y otros polinizadores”, suma Salvarrey.

Los abejorros nativos están. Ya cumplen un rol fundamental en los ecosistemas. Encima, reportan millones de dólares, junto con otros polinizadores, a los motores de la economía. Una de nuestras dos especies está amenazada, la otra por ahora es más abundante, pero en el horizonte se cierne la amenaza de la llegada del abejorro invasivo exótico europeo, vía el error cometido por Chile. Por la razón o por el bolsillo, cuidemos a los abejorros, aunque más no sea porque son víctimas de un spillover de la misma manera que nosotros caímos ante este coronavrius que saltó de un murciélago, pasó por un hospedero intermedio, y ahora nos hizo comer todo nuestro orgullo de especie que podía hacer lo que quería con el mundo que la rodeaba.

Artículo: “Parasites and RNA viruses in wild and laboratory reared bumble bees Bombus pauloensis (Hymenoptera: Apidae) from Uruguay”
Publicación: Plos One (2021)
Autores: Sheena Salvarrey, Karina Antúnez, Daniela Arredondo, Santiago Plischuk, Pablo Revainera, Matías Maggi, Ciro Invernizzi

La demanda de abejorros

Si todos los productores de los cultivos que se benefician con la polinización de los abejorros se convencieran ante la evidencia y quisieran contar con sus servicios, por ejemplo para el tomate, el trébol rojo, o los melones, ¿podría satisfacerse su demanda?

“Nuestra función como investigadores es aportar información como para decir en qué áreas y en qué condiciones hay algo para hacer. Podemos decir, por ejemplo, que en invernáculo mejoran la producción de tomate”, responde Invernizzi.

“También vimos que en determinados invernaderos los abejorros no funcionaban. Y sucedía que los nailon que tienen filtro UV no dejaban pasar ese espectro de luz que para los abejorros es fundamental”, pone como ejemplo Salvarrey. “Esta es una nueva biotecnología. Nosotros estamos dando todos los pasos previos para poder implementarla bien. Más allá de que hay una empresa argentina que suministra colonias, todas estas investigaciones generan información real que demuestra cómo se pueden hacer programas de polinización, con distintos manejos, para que esa biotecnología se adapte bien al sistema productivo que tiene Uruguay”, agrega.

“La bombicultura es una palabrita nueva. Supongamos que en los próximos diez años comienza a crecer. Mañana podrá haber productores grandes pidiendo nidos y habrá o no una empresa que se los provea y les pueda dar un servicio de asistencia. Nosotros estamos generando ahora la información inicial para que todo eso pueda suceder y en qué condiciones puede ser viable o no”, reflexiona Invernizzi.

“Todo el trabajo de patógenos acompaña tanto la conservación de los abejorros nativos como los posibles problemas a enfrentar en la cría para polinización, qué riesgos hay, cómo debe ser la nutrición. Estamos en la etapa de generar información para unir todos esos aspectos”, dice Salvarrey.

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