Como sabemos a los pocos días de abrir los ojos, el mundo es un lugar complejo. A pesar de ello, millones de años de evolución nos prepararon para encontrar patrones y, de esa manera, tratar de comprender algunos de sus aspectos. A los pocos meses de haber nacido, ya aprendimos que en este universo que habitamos los objetos no desaparecen, por lo que si dejamos de ver una pelota al pasar por detrás de una caja, eso seguramente quiera decir que la pelota se detuvo detrás de la caja. Prueben hacerlo con un pequeño humano: si al levantar la caja la pelota no está ‒pongamos que lograron esconderla sin que la criatura los viera‒ seguramente se reirá o mostrará cara de asombro. Venimos cableados para realizar hipótesis del mundo. Y cuando esas predicciones que hacemos no se cumplen, nos descolocamos o sorprendemos. El asunto es que, algunas veces, cuando esas predicciones sí se cumplen, también pueden descolocar y sorprender.
El calentamiento global, un concepto desarrollado por varios científicos, entre ellos Carl Sagan, que advertía ya en la década del 80 que la emisión de gases de efecto invernadero podría llevar a la Tierra a convertirse en un páramo inhóspito como el que vio en Venus, comenzó siendo una hipótesis: el aumento del promedio mundial de la temperatura registrado desde la Revolución industrial ‒o el Antropoceno, diríamos ahora‒ era un fenómeno distinto al de las oscilaciones y cambios de temperatura registrados naturalmente incontables veces desde la formación de la Tierra. La hipótesis venía acompañada con predicciones, que a diferencia de las de Nostradamus o cualquier figura mediática de la astrología, se formulaban a partir de evidencia y fuerza de pensamiento y no en pálpitos o artes ocultas. La hipótesis se confirmó mediante la observación de datos, y hoy al calentamiento global se lo nombra con el más amable mote de “cambio climático”, una operación en el campo del lenguaje dada en Estados Unidos y que se sustenta en la idea de que para mucha gente el concepto de cambio es algo positivo.
El asunto es que no hay mucho de positivo en este cambio climático. El aumento global de la temperatura está produciendo modificaciones que no sólo afectan a la biodiversidad y a distintos ecosistemas del planeta, sino también a millones de seres humanos y a su forma de subsistencia. Frecuentemente se menciona que de seguir con esta tendencia de calentamiento, en 2050 el mundo será un lugar más jodido para vivir, ya que subirá el nivel del mar en varias decenas de centímetros, dejando bajo agua a millones de personas en el globo, habrá tormentas y sequías más extremas y frecuentes, se extinguirán especies en algunas áreas, se afectarán los cultivos, el acceso al agua potable, habrá crisis energéticas, etcétera. Sin embargo, pensar en 2050, al igual que quitar la pelota al levantar la caja frente al bebé, es una trampa. Los efectos del calentamiento global y el cambio climático ya son negativos hoy en día. Hay sobrados ejemplos y artículos científicos al respecto, e incluso una cobertura periodística del Washington Post que recurrió, entre otras, a las investigaciones del Laboratorio de Ciencias del Mar de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, y que el año pasado ganó el Premio Pulitzer en la categoría “reportaje explicativo” por mostrar cómo el calentamiento global ya estaba “alterando la vida en 10% de la superficie de la Tierra”.
Como decíamos al inicio, el mundo es un lugar complejo. Y si bien tendemos a ver patrones con la esperanza de hacerlo más comprensible, a veces al hacerlo simplificamos su complejidad. El reciente trabajo de los investigadores Gabriela Jorge, Eleonora Celentano, Diego Lercari, Juan Licandro y Omar Defeo, todos del Laboratorio de Ciencias del Mar del Departamento de Ecología y Evolución de la Facultad de Ciencias, y Leonardo Ortega, de la Dirección Nacional de Recursos Acuáticos (Dinara), aporta una fascinante mirada al respecto. Si bien el cambio climático produce impactos en los ecosistemas ‒lo definen como un elemento de presión que actúa constantemente en escalas temporales prolongadas‒, ellos dirigen su mirada hacia la influencia del fenómeno de El Niño, que se da periódicamente entre cada dos y siete años. Y lo que ven es que los impactos de El Niño ‒un elemento estresor de pulso, es decir que se da acotado en el tiempo pero de forma repetida, al sumarse al aumento constante de la temperatura‒ producen cambios en el ecosistema de la playa rochense de la Barra del Chuy que afectan su resiliencia. En otras palabras: dado el aumento de la temperatura ‒más aún cuando estamos situados frente a uno de los puntos donde la temperatura del océano aumentó más que en cualquier otra parte del planeta en las últimas décadas‒, fenómenos repetitivos como El Niño suman impactos de los que luego el ecosistema no es capaz de recuperarse. Nada de 2050. Todo eso está pasando hoy ante nuestras propias narices.
Cuando la ciencia se vuelve patrimonio
El artículo publicado por nuestras investigadoras e investigadores en la revista Science of the Total Environment lleva por título “Evaluación del impacto a largo plazo y a niveles múltiples de El Niño de 2015-2016 en una playa arenosa del Atlántico suroccidental”. Allí dan cuenta de las investigaciones realizadas para ver cómo el evento de El Niño que tuvo lugar en esos años, y que fue uno de los tres más extremos de los últimos 145 años, impactó “en la estructura y el funcionamiento del ecosistema de la playa de la Barra del Chuy”.
En el trabajo explican que lo que denominan Barra del Chuy no remite sólo a lo que todos, como turistas, conocemos como esa playa, sino que abarca la zona costera comprendida entre el Canal Andreoni, herida de ingeniería que bordea el sur de La Coronilla, y las playas de la propia Barra del Chuy, que limitan al norte con el arroyo Chuy. Uno de los grandes problemas para evaluar el impacto de eventos puntuales sobre un ecosistema consiste en poder contar con información que abarque un gran período de tiempo, ya que en la naturaleza la variabilidad es parte del día a día. Que un año haya sido extremadamente cálido no nos dice nada sobre el calentamiento global si los 20 años siguientes registraron temperaturas promedio por debajo de la media de la región. Y aquí radica uno de los grandes puntos fuertes de esta investigación: “Se llevó a cabo un análisis a largo plazo (1982-2019), atendiendo a los componentes climáticos históricos y los indicadores de cambio a múltiples niveles de organización ecológica”, dicen como al pasar. Sin embargo, el punto merece ser desarrollado.
“Casi 40 años (1982-2019) de estudios de campo intensivos se consideraron para desenredar las respuestas ecológicas de playa de Barra del Chuy a las presiones impuestas por El Niño de 2015-2016 utilizando un enfoque de antes y después. Las estimaciones de abundancia y biomasa de macrofauna se obtuvieron mediante muestreo sistemático”, dicen más adelante. Pero para la ciencia uruguaya aquí hay algo casi excepcional: que un grupo de investigación lleve cuatro décadas recolectando información detallada de un ecosistema, haciendo colectas año tras año en un mismo lugar, es poco frecuente. Con una ciencia que estuvo paralizada hasta pocos años después de la llegada de la democracia y con una inversión desde entonces bastante por debajo de lo necesario, Uruguay es un país donde los datos de línea de base que abarcan varias décadas escasean. Y sin ese trabajo de largo aliento, observar la pérdida de resiliencia de esa playa rochense ante un Niño despiadado sumado al calentamiento global no hubiera sido posible.
“Ahí es cuando la ciencia se convierte en patrimonio nacional. La ciencia es conocimiento y el conocimiento se traduce en la posibilidad cierta de realizar aseveraciones fundadas en ese conocimiento”. (Omar Defeo)
“Este trabajo y el abordaje de esta temática fue posible gracias al esfuerzo continuo de Undecimar, que comenzó Omar Defeo en 1982”, dice Jorge, primera autora del artículo que se basa en una parte de su tesis de doctorado, cuando nos recibe en el piso 7 de la Facultad de Ciencias, donde funciona el hoy Laboratorio de Ciencias del Mar, que antes se llamaba Unidad de Ciencias del Mar (Undecimar). El propio Omar Defeo, profesor titular del Laboratorio y pionero en estudiar los ecosistemas y la pesca artesanal en Rocha, también habla de la importancia de tener datos que abarquen grandes series de tiempo: “Ahí es cuando la ciencia se convierte en patrimonio nacional. La ciencia es conocimiento y el conocimiento se traduce en la posibilidad cierta de realizar aseveraciones fundadas en ese conocimiento. Nosotros tenemos esa línea de base que nos permite decir que hay efectos de más largo plazo, vistos en otros trabajos de cambio climático; hay efectos de El Niño, que es una variabilidad climática, hay efecto del canal Andreoni”.
“Hay muchas carencias de líneas de base en muchas otras áreas, pero el Laboratorio de Ciencias del Mar viene trabajando en forma continua desde hace casi 40 años en esta temática y en esta playa en particular, sobre la que sacamos el artículo”, señala Jorge. “Eso genera conocimiento que sustenta una línea base y un conocimiento informado para tomar decisiones. Esa es la gran diferencia con lo que llamamos ‘talenteo’”, apunta Defeo.
“La playa no es un sistema de arena nomás, es un sistema social-ecológico. Hay aspectos ecológicos y sociales graves, como la afectación del turismo o la afectación de los pescadores, y por tanto eso exige la colaboración de un grupo multidisciplinario que aborde todas estas temáticas”. (Omar Defeo)
La elección de la playa de la Barra del Chuy no es casual, entonces. De ella disponen de datos que se remontan a la lejana década de 1980. “Esa playa tiene un matiz especial, que fue la razón por la cual yo hice mi tesis de licenciatura en 1981, que es que allí hay una pesca artesanal de almeja amarilla. Era un lugar estratégico en su momento”, comenta Defeo. Así que esta historia se remonta a cuando comenzó a trabajar como colaborador honorario en el Inape, hoy Dinara, evaluando esa pesca artesanal. “Ahí fue que se dio ese amor a primera vista con los pescadores artesanales. Desde ese momento trabajo con ellos”, acota, demostrando por qué el Washington Post eligió el trabajo de su equipo para “ponerle un rostro humano al cambio climático”. “La playa no es un sistema de arena nomás, es un sistema social-ecológico. Hay aspectos ecológicos y sociales graves, como la afectación del turismo o la afectación de los pescadores, y por tanto eso exige la colaboración de un grupo multidisciplinario que aborde todas estas temáticas”, amplía.
“El mérito de todos nosotros es haber mantenido una serie de tiempo sistemática, robusta, basada en ciencia, que permite tomar decisiones informadas. Ese trabajo nos permite sentirnos orgullosos de proporcionar a la sociedad conocimiento que permita una mejora en las condiciones de vida”. (Omar Defeo)
La almeja amarilla (Mesodesma mactroides) resultó ser un indicador espectacular para observar los efectos del cambio climático ‒reportados en otros trabajos del equipo‒ y ahora también de estos pulsos de El Niño y La Niña. Defeo tuvo mucha suerte, pues si hubiera estudiado otra pesca, es posible que estos trabajos no se hubieran dado. “Si a los 21 años te hubiera dicho que estaba estudiando el cambio climático, te estaría mintiendo. Pero la almeja amarilla es un animal que tiene afinidad por las aguas frías. Tuvimos suerte de seguir esa línea de base y esos estudios”. Pero a la suerte hay que ayudarla. Y cuando se desarrolla esa ayuda con pasión y dedicación a lo largo del tiempo, la suerte se diluye en los campos del mérito. “El mérito de todos nosotros ‒y mucho también de Diego Lercari, que viene participando en esto desde que era estudiante‒ es haber mantenido una serie de tiempo sistemática, robusta, basada en ciencia, que permite tomar decisiones informadas. Ese trabajo nos permite sentirnos orgullosos de proporcionar a la sociedad conocimiento que permita una mejora en las condiciones de vida”, remata Defeo.
Tener series temporales de información y un conjunto robusto de evidencia es, como dice el investigador, hacer que la ciencia sea patrimonio. Pero también es patrimonio formar a estudiantes atentos a ampliar la mirada. “En nuestras investigaciones hacemos mucho énfasis en los sistemas sociales ecológicos. Ahí es donde entra la comunidad de pescadores y cómo esas decisiones informadas requieren un análisis multidimensional, que no sólo considere la ecología, sino también la sociedad, la economía y la gobernanza de forma conjunta, para poder realmente generar un cambio en el manejo del ecosistema”, dice Jorge, confirmando el pálpito. Si bien en este artículo esa dimensión social no está en primer plano, la tesis de Jorge es más abarcativa y en breve se desprenderá otro artículo científico que aborda ese aspecto y propone lineamientos de manejo para los impactos en esta zona de Rocha. Ahora volvamos a los impactos en el ecosistema de El Niño de 2015-2016.
Impactos en la playa
El trabajo, entonces, consiste en analizar lo que sucede en esa playa en estas cuatro décadas; tanto a nivel climático, registrando precipitaciones, la temperatura del mar, la descarga de agua dulce de la cuenca del Río de la Plata al océano y otros indicadores, como estudiando lo que sucede en la comunidad de la fauna de invertebrados que vive en las distintas zonas de la arena de la playa. Tomando dos puntos de referencia previos al evento de El Niño de 2015-2016 y dos posteriores, los investigadores realizaron análisis de las redes tróficas y de la organización y estructura de la comunidad de esa fauna de la arena, prestando atención a la riqueza de especies, abundancia y biomasa de cada una, viendo qué zonas de la playa ocupaban y aplicando distintos modelos.
“Nosotros en este paper hablamos de una combinación de impactos. El cambio climático y su consecuente aumento de la temperatura es un impacto que llamamos de presión, que es continuo en el tiempo y que se da en una escala temporal mayor al efecto del ENSO”, dice Jorge. ENSO es como se denomina en inglés a la Oscilación Sur de El Niño, un patrón climático que tiene dos fases bien distintas que afectan tanto a la atmósfera como al océano: El Niño, asociado al aumento de temperaturas y de precipitaciones, y La Niña, una fase más fría y seca.
“ENSO tiene un impacto de pulso, porque se da en una escala temporal más acotada. En el área que estudiamos tenemos una superposición del impacto del cambio climático, que sería de presión, con este pulso”, agrega. Dado que El Niño de 2015-2016 fue de los tres más extremos en más de un siglo (los otros fueron los de 1982-1983 y los de 1997-1998), Jorge cuenta que por ello “surgió el interés en analizar qué es lo que estaba pasando a nivel del ecosistema de la playa”. Jorge, si bien reconoce esa superposición de efectos del cambio climático y El Niño, afirma que se enfocaron “un poco más en el efecto de El Niño puntualmente”. Y vaya si El Niño hizo de las suyas.
Los cambios producidos por el fenómeno de pulso en la comunidad de la macrofauna de invertebrados de la playa de Barra del Chuy son variados y están registrados con lujo de detalles en el trabajo publicado. Por ejemplo, dicen que “la abundancia total y la biomasa de la comunidad de macroinvertebrados disminuyeron drásticamente después de El Niño”, constatándose en la primavera de 2016 que la abundancia cayó a 72% de los valores previos al evento y la biomasa a 16%, respectivamente. Más alarmante aún: esa “tendencia continuó hasta el verano de 2017”, y en 2019, momentos en que cerró la investigación, “ambos atributos de la comunidad alcanzaron 26% y 39% de los valores previos al evento”. Más adelante dicen de forma contundente cómo eso afectó a la biodiversidad: “La riqueza de especies alcanzó su valor más bajo en siete años inmediatamente después de El Niño”.
La playa entró en un estado de “transición” que fue “dominado por especies oportunistas”: los gusanos poliquetos Euzonus furcifera, que se alimentan de detritos, y los tatucitos Emerita brasiliensis. También hubo grandes perdedores: “Los moluscos, que dominaban la abundancia y la biomasa de la comunidad antes de la perturbación, disminuyeron drásticamente después de El Niño, exhibiendo su abundancia más baja desde 2006”, y alcanzando en la primavera de 2016 “menos de 3% del valor anterior al evento”. ¿Y qué molusco especial pagó los platos rotos por el travieso Niño? Como habrán adivinado, la laboriosa y sostenedora de comunidades de pescadores almeja amarilla. La querida almeja amarilla pasó de tener una biomasa de 62% antes de la llegada del Niño a un magro 6% tras su paso. En sentido inverso, el gusano poliqueto pasó a tener una biomasa de 67% tras el fenómeno de pulso.
“Luego de dos años de ocurrido el evento de El Niño, el sistema no logra recuperarse y volver a la situación previa al pulso, alcanzando un nuevo estado en el que pierde resiliencia y se vuelve más vulnerable a nuevos eventos”. (Gabriela Jorge)
Resiliencia perdida
Buscando clics, uno podría titular la nota diciendo que en un escenario con Niños extremos y calentamiento global, los gusanos poliquetos dominarán el mundo. Sin embargo, no sería ese el título más inquietante. El trabajo refleja un cambio mucho más alarmante que el auge y caída de algunas especies. Si bien constatan “una rápida reorganización de la estructura de la comunidad de macroinvertebrados, la recuperación hasta 2019 no tuvo éxito, desafiando la resiliencia del ecosistema”. Por ello afirman que “la macrofauna de la playa de arena ha mostrado una baja capacidad de adaptación en respuesta a los eventos de El Niño”.
“Lo que nosotros observamos fue que luego de dos años de ocurrido el evento de El Niño, el sistema no logra recuperarse y volver a la situación previa al pulso, alcanzando un nuevo estado en el que pierde resiliencia y se vuelve más vulnerable a nuevos eventos”, comenta Jorge. La pérdida de resiliencia, un concepto un poco manoseado en nuestros días que puede usarse para múltiples cosas, aquí, en el trabajo, está bien definido con base en un marco teórico y conceptos cuantificables de la estructura de la comunidad como la ascendencia, el overhead (no hay una buena traducción, perdón) y la robustez.
“El resultado principal es que dos años después del evento el sistema se vuelve más vulnerable a la ocurrencia de eventos inesperados que antes del evento de El Niño de 2015-2016. La recuperación al año 2019 fracasa”. (Gabriela Jorge)
Jorge cuenta que al analizar las redes tróficas en cuatro momentos, en 1982, previo a El Niño, inmediatamente luego y más adelante, intentando ver “el potencial de recuperación hacia el año 2018-2019”, hicieron modelizaciones tróficas, que “en términos muy sencillos, analiza quién se come a quién y el balance en el flujo de energía”. De esa modelación se desprenden varios indicadores ecológicos. “La ascendencia nos indica qué tan ordenado está ese sistema, qué tan conectados están sus componentes. El overhead nos dice cuál es el potencial de recuperación que tiene el sistema y cuál es su capacidad de adaptarse a nuevos eventos. La robustez usa la ascendencia para su cuantificación y nos indica si el sistema pierde resiliencia o gana eficiencia, que sería lo opuesto. Con estos indicadores, en definitiva, lo que vemos es si el sistema es más vulnerable o más robusto luego de ocurrido el evento de El Niño en este caso en particular”.
“Lo que nosotros estamos viendo en el campo, y lo que nos informan los pescadores, que son parte del sistema social-ecológico que analizamos, es que el sistema no se ha recuperado aún”. (Gabriela Jorge)
“El resultado principal es que dos años después del evento el sistema se vuelve más vulnerable a la ocurrencia de eventos inesperados que antes del evento de El Niño de 2015-2016. El sistema no logra recuperarse y la recuperación al año 2019 fracasa”, dice Jorge. Ellos dicen que el sistema no había logrado recuperarse en 2019. Pero ello no debe hacernos pensar que entre 2019 y 2021 la playa de Barra del Chuy logró acomodarse a los efectos de El Niño sumados al aumento de la temperatura del cambio climático. Los trabajos científicos se envían para su corrección y publicación con mucho tiempo de anticipación, y en algún momento deben poner un punto final al análisis de los datos. “Eso es así, el sistema aún hoy, en 2021, no se ha recuperado. La semana que viene vamos a trabajar de nuevo ahí para seguir con la serie histórica”, comenta Defeo.
“Lo que nosotros estamos viendo en el campo, y lo que nos informan los pescadores, que son parte del sistema social-ecológico que analizamos, es que el sistema no se ha recuperado aún”, reafirma Jorge. El artículo no lo puede decir, pero nosotros sí: hoy, casi cinco años después de El Niño, la Barra del Chuy no recupera su estado anterior al evento. Y es casi seguro que, como perdió resiliencia, no lo vuelva a hacer. “Si tomamos como especie clave, desde varios puntos de vista, a la almeja amarilla, el sistema no se ha recuperado. Por el contrario, se ha simplificado, y hay otras especies que pueden estar tomando el lugar. El sistema está en un estado de reacondicionarse sin mostrar evidencias positivas de una recuperación a las condiciones previas al evento”, agrega Omar.
“La almeja amarilla tiene una particularidad, además, que es su afinidad por el agua más fría. Y estamos hablando de un impacto de presión de cambio climático que aumenta la temperatura superficial del mar sumado a un efecto de El Niño, que dentro de las fluctuaciones del ENSO es la fase cálida. Por eso la superposición es la que va generando este deterioro del sistema”, suma Jorge.
“El final de la película no es alentador. Todas las predicciones que nosotros veníamos haciendo hace tiempo sobre la disminución en la disponibilidad de biomasa de las almejas para los pescadores, no sólo para el ecosistema, con los consecuentes perjuicios socioeconómicos, se están haciendo realidad”. (Omar Defeo)
Y si bien, como dicen en el trabajo, una Niña fría pareció ayudar un poco a las almejas amarillas, el panorama no debe dejarnos tranquilos. “El final de la película no es alentador. Este año hemos tenido reuniones y llamadas telefónicas de los pescadores desesperados porque no había almejas”, adelanta Defeo. “Todas las predicciones que nosotros veníamos haciendo hace tiempo sobre la disminución en la disponibilidad de biomasa de las almejas para los pescadores, no sólo para el ecosistema, con los consecuentes perjuicios socioeconómicos, se están haciendo realidad. Los últimos muestreos que hemos realizado no muestran una recuperación de las almejas”, agrega. Y las almejas no son sólo un bicho más. “Han sido parte del orgullo de la región. Los almejeros se sienten realmente representados por una actividad de décadas y últimamente había sido hasta un orgullo culinario, en el sentido de que habían logrado reconocimiento gastronómico”, comenta con pesar.
Del Chuy al resto de las playas
La ciencia trabaja con datos puntuales de lugares puntuales. En este caso, se observan los efectos de El Niño, sumados a los del cambio climático, en el ecosistema costero de la Barra del Chuy. Pero el valor de estos trabajos es también el de abrirnos los ojos a lo que puede estar sucediendo en otros lugares de los que no se tienen tantos datos. El calentamiento global, los estresores de pulso de El Niño y La Niña están también haciendo de las suyas en el resto de las playas del país y de la región. Por tanto, la afectación que nuestros investigadores observan en esta playa concreta probablemente esté sucediendo en otras tantas costas de nuestro país, del sur de Brasil y de partes de Argentina.
“Este trabajo que estamos haciendo con Gabriela se realiza en el marco de un proyecto regional que integra a oceanógrafos y ecólogos de Brasil, de Argentina y de Uruguay para analizar el impacto de este foco de calentamiento, que es de los mayores del mundo”, informa Defeo. “Este es un caso de estudio, pero el abordaje es a otra escala y estamos cuantificándolo. Los datos que tenemos, y otras publicaciones que hemos hecho, incluyendo una del año pasado con argentinos y brasileños, muestran que el incremento de temperatura es de 2°C en el último siglo en nuestra área. Es de los mayores hotspots del calentamiento del mundo, y particularmente el efecto es clave en el Río de la Plata, donde algunas estimaciones dicen que la temperatura ha aumentado hasta casi 1° C en 20 años. Entonces la Barra del Chuy es un caso, pero todo el abordaje oceanográfico que estamos haciendo es regional”, amplía.
“Las proyecciones climáticas sugieren un aumento de los eventos extremos. En este escenario, los eventos de El Niño, que se suman al incremento en la temperatura, se están desarrollando en un nivel basal superior a medida que avanza el cambio cliomático. Entonces, lo que podemos esperar es que estos pulsos sean cada vez más fuertes y frecuentes”, dice Jorge. “Esas son las proyecciones que tenemos. Pero hay una realidad incontrastable: el calentamiento, el cambio climático, es una realidad, no da lugar a elucubraciones ni especulaciones. Eso está apoyado en ciencia realizada a lo largo de 40 años y apoyada obviamente con estudios a nivel regional”, remata Defeo.
El futuro
Estamos frente a un hotspot de calentamiento de la temperatura del mar. Los eventos de El Niño se volverán más extremos. Es muy sencillo, para quienes toman las decisiones, decir que contra esas tendencias globales hay poco que se pueda hacer, que en la lotería de donde iba a caer el sun más potente para calentar el agua del planeta, justo nos tocó a nosotros. Transmitir estos resultados sin caer en la desazón que provoca la constatación de fenómenos que nos superan a escala país y, obviamente, a escala individual, puede ser difícil. Pero ni Jorge ni Defeo le temen a eso. Si bien constatan el impacto, confían en que la ciencia, además de constatar lo que sucede, es una herramienta para tomar mejores decisiones.
“Creo que es sustancial reconocer la complejidad del ambiente que queremos manejar. No podemos centrarnos sólo en la parte ecológica o sólo en la parte social, sino que hacemos énfasis en manejar el ambiente como un sistema social-ecológico y reconocer que hay distintos factores y distintos impactos actuando a distintas escalas espacio-temporales en ese ambiente”, dice Jorge. El artículo publicado es sólo uno entre muchos abordajes del laboratorio, y Jorge adelanta que también están trabajando “en una investigación que dará lineamientos para una estrategia de manejo específica para esta área, pero que tendrá elementos que se podrán extrapolar a otras regiones y a otras playas”.
“Hay alternativas, no son todas pálidas”, afirma Defeo, a quien 40 años de investigación en esa playa no le han borrado la confianza en que se puede hacer mucho para estar mejor.
“Lo primero es consolidar una política de Estado en cambio climático, algo que se había llevado muy bien en la administración pasada a través de Ignacio Lorenzo [director de Cambio Climático del Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente]. Segundo, esos planes de adaptación pueden tener cosas negativas y oportunidades. ¿Qué oportunidades hay? Por ejemplo, aquí está la posibilidad de generar, como ya lo hemos dicho en un trabajo con la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, sistemas de alerta temprana para permitir a los pescadores almacenar sus capturas y en épocas de mareas rojas poder distribuirlas al mercado”, afirma.
Pero hay más. “Otra cosa que podemos hacer es buscar recursos alternativos, como se estaban buscando, mediante un análisis económico de portafolio. Si se nos acaba la almeja, podemos pensar qué alternativas tenemos”, desliza Defeo. Le confieso que mi hijo parecería coincidir con él: cada vez que vamos a las costas de Rocha nos deleita con tatucitos fritos que saca de a arena. Defeo asiente. “Está el tatucito, está el berberecho. Yo viví en Brasil un mes durante cuatro años, y allí servían el caldo de tatuí o la fritata de tatuí. Entonces, el mensaje es que hay alternativas. Para eso hay que generar una política de Estado. En esas alternativas tenemos que ver lo que va a fracasar, lo que está en vía de extinción y las alternativas que se pueden generar con esta nueva situación”.
“Debemos adecuarnos. Esto es dinámico, es adaptativo. La ciencia es así y la vida es así. Entonces no hay que quedarse con la pálida, hay opciones, y esas opciones son importantes pero no bajo volantazos, sino que lo que tiene que haber es una política de Estado”, resume Defeo. Aquí, con el trabajo de Jorge, Defeo y sus colegas, el Estado tiene ciencia de calidad para soñar con políticas acordes. Una vez más, la ciencia del país, aún ninguneada en sus recursos, cumplió con su parte.
Artículo: “Long-term and multilevel impact assessment of the 2015-2016 El Niño on a sandy beach of the southwestern Atlantic”
Publicación: Science of the Total Environment (febrero 2021)
Autores: Gabriela Jorge Romero, Eleonora Celentano, Diego Lercari, Leonardo Ortega, Juan Licandro, Omar Defeo.