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Miguel Sierra (archivo, octubre de 2018). Foto: Andrés Cuenca

Foto: Andrew Gombert, Efe

“La inversión en ciencia tiene que ser una política de Estado; el que partidice estos temas le está errando y está siendo muy miope”

11 minutos de lectura
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Miguel Sierra, ingeniero agrónomo y experto en innovación, culmina su período como presidente del Consejo Nacional de Innovación, Ciencia y Tecnología; será sucedido por Mercedes Aramendía, abogada y presidenta de la Ursec, según votó este lunes el propio consejo.

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El Consejo Nacional de Innovación, Ciencia y Tecnología (Conicyt), funciona en la órbita del Ministerio de Educación y Cultura y fue creado en 1961. Según la Ley 18.084, el Conicyt es una institución integrada “por representantes de distintas organizaciones institucionales o sociales vinculadas a la ciencia, la tecnología y la innovación”, que “propenderá a buscar formas de cooperación entre dichas organizaciones” y que asesora al Poder Ejecutivo y al Poder Legislativo en los temas que le dan nombre.

Mientras el país se encamina a reordenar la gobernanza de las políticas de ciencia, tecnología e innovación (CTI), y con la necesidad de fijar un nuevo Plan Estratégico Nacional en Ciencia, Tecnología e Innovación (Pencti), ya que pasaron diez años de la entrada en vigencia del anterior, conversamos con Miguel Sierra, presidente saliente del Conicyt, a quien habíamos entrevistado, junto a Carlos Bianchi, al iniciar su mandato.

Tu presidencia termina a los tres años, que es lo que dura el cargo.

Sí, es lo que correspondía. Cumplí el ciclo.

¿Cómo fue que salió tu nombre para presidir el Conicyt?

No es un cargo designado por un actor externo al Conicyt. Te tienen que postular los integrantes del Conicyt y para salir electo tiene que haber consenso o mayoría. Yo fui votado por unanimidad. Pero cuando no es así, se vota hasta que uno de los postulados obtiene la mayoría.

En la nota que hicimos cuando asumieron decían que “el Conicyt es el peor espacio para analizar las políticas de ciencia, tecnología e innovación, exceptuando a todos los demás”. Su integración por diversos actores del sector productivo, académico y de gobierno, lo convierte en algo extraño en el paisaje institucional local.

En el Conicyt hay delegaciones del gobierno, de la Universidad de la República, de las universidades privadas, de las intendencias, de la Cámara de Industria, del PIT-CNT, de la Cámara [Nacional] de Comercio y [Servicios], de la Cámara de las Tecnologías de la Información. Esa conformación plural, con delegados empresariales, de la academia, de la central sindical, del gobierno nacional y de las intendencias, es uno de los méritos que tiene el consejo. Eso hace que el Conicyt sea una construcción colectiva.

El otro día leía un documento de la Comisión Europea sobre la “inteligencia colectiva”. Decían que las políticas más sólidas surgen en los espacios donde se dan cuatro factores. Uno de ellos es que haya turnos de debate, es decir, que se permita polemizar respetando los tiempos de cada actor. Otro es que haya amplia participación de mujeres. También es deseable que haya una gama de opinión diversa sobre los temas, ya que eso enriquece las decisiones. El último factor es que haya perfiles diversos de la gente que participa, gente distinta para evitar el efecto “cámara de eco” o el pensamiento de grupo cerrado. El Conicyt tiene todas esas cualidades, por lo que creo que es un organismo muy potente, una usina de ideas valiosa y representativa. El tema es que el Conicyt debería asesorar a un organismo que defina políticas de ciencia, tecnología e innovación, pero ese organismo el país no lo tiene. Tenemos un Conicyt con pocos recursos, con debilidad estructural y sin la contraparte de asesoría de un organismo político de referencia. Hay un limbo que aún no tenemos resuelto en Uruguay.

Al asumir la presidencia, junto a Carlos Bianchi como vice, decían que había que empezar a pensar un nuevo Pencti. Era un momento bisagra, porque su mandato abarcaba los dos últimos años de un gobierno y el primero del siguiente. Entonces afirmaban que si bien no iban a llegar a elaborar un nuevo Pencti, su meta era elaborar documentos consensuados entre todos los actores del Conicyt para que, fuera el que fuera el gobierno siguiente, no pudiera ignorarlos. ¿Lograron eso?

Estábamos sintetizando una gran cantidad de aportes, ya hicimos un borrador base sobre el que ahora quedaron puliendo detalles otros miembros del Conicyt. Allí va a quedar un documento elaborado en distintas instancias que hemos tenido en el consejo, con aportes tanto de actores de Uruguay como del exterior. Me hubiera gustado llegar con documentos más afinados. De todas formas, en Uruguay tenemos un problema estructural. Nos falta un organismo que defina políticas de ciencia, tecnología e innovación; ahora parecería que el Ministerio de Educación y Cultura [MEC] pasará a ser el que defina la política científica.

Si el MEC (y en un futuro Ministerio de Educación, Cultura y Ciencia) es el que pautará la política de CTI, y dado que el Conicyt, el órgano asesor de política de CTI, funciona dentro de su órbita, ¿eso es algo deseable?

Si lo pienso desde el diseño institucional, pienso que tendría que ser un organismo autónomo, quizás dependiente del Poder Legislativo o del Poder Ejecutivo, que tuviera autonomía financiera y de decisiones. Creo que no debería estar supeditado a ningún ministerio en particular, ya que es un organismo asesor en una temática que internacionalmente se visualiza cada vez más como transversal a varios ministerios por las temáticas complejas que le corresponde abordar. En Uruguay deberíamos tener instancias y organismos independientes y con autonomía en cada fase de las políticas de CTI, es decir, en el diseño, la ejecución y la evaluación para tener la mayor libertad posible de acción, de control y de opinión. Sería ideal que el Conicyt tuviera autonomía de funcionamiento y de financiación para que no tuviera ningún tipo de dependencia jerárquica con ningún ministerio.

Innovación y ciencia y tecnología

“Mario Bunge decía que la ciencia ayuda a comprender la realidad, mientras que la tecnología ayuda a transformarla. Ese salto no es menor. No todo buen científico es un buen tecnólogo. A su vez, no toda tecnología termina en innovación. Por otro lado, hay innovación que no requiere ciencia y tecnología necesariamente; por ejemplo, mucha innovación comercial, de modelos de negocio. No toda la ciencia termina en innovación y no toda la innovación requiere ciencia. En Uruguay tenemos que usar más el y y no tanto el o. Precisamos start ups de las TIC y precisamos biotecnología aplicada a temas de agro y de salud humana y precisamos soluciones para problemas sociales. Pero somos todos parte de una pluralidad que es la que conforma ese sistema de ciencia, tecnología e innovación en el que necesariamente van a coexistir distintas racionalidades, distintos abordajes. Tenemos que evitar falsas polarizaciones, procurando que lo que se haga sea de calidad. Siempre va a haber un abanico de alternativas, unas más científico-tecnológicas y otras menos, pero todas tienen que contribuir a generar valor y a solucionar algún problema”.

Por otro lado, la propia composición del Conicyt hace que tenga su independencia de criterio, que tenga personalidad propia. Eso le puede generar en algún momento tensiones con el gobierno de turno. Eso es algo que tuvimos durante mi presidencia con los dos gobiernos.

Ejemplos.

Por ejemplo, cuando el Conicyt sacó una declaración oponiéndose al convenio de la ANII [Agencia Nacional de Investigación e Innovación] con el MIT [Instituto Tecnológico de Massachusetts]. Eso motivó un llamado a la Torre Ejecutiva y tuvimos un diálogo con Andrés Roballo [entonces secretario de Presidencia del gobierno de Tabaré Vázquez]. Con este gobierno, sacamos una declaración en la que decíamos no estar de acuerdo con los cambios en la ANII, en particular que la fusión del secretario con el presidente no era legal. En ambos casos se trató de documentos acordados por consenso entre todos los integrantes del Conicyt. Así que en ese sentido no creo que, aun cuando el Conicyt quede supeditado al ministerio que elabora la política de CTI, eso lleve a que sus posiciones sean influenciadas por quien gobierna. Me consta que hay independencia de criterio en las delegaciones representadas en el consejo, y confío en que esa pluralidad e independencia de criterio se van a mantener.

Cuando asumían la presidencia del Conicyt pretendían hacer una ronda con los distintos partidos políticos antes de las elecciones para ubicar a los referentes que iban a manejar los temas de ciencia, tecnología e innovación, de manera de ir trabajando con ellos.

Hicimos una ronda de contactos, y Carlos Bianchi en un trabajo para Naciones Unidas elaboró un documento que reunía lo que cada partido planteaba en sus programas electorales en materia de CTI. En este período de gobierno lo que hemos hecho es ir a las comisiones de CTI del Parlamento, tanto de Senado como de Diputados. Allí tratamos con todas las bancadas y siempre intentamos llevar una delegación plural del Conicyt, representantes del mundo empresarial, académico, del PIT-CNT. Allí tratamos de hacer ver que estos temas hacen al presente y al futuro del país, por ejemplo cuando se trató el Presupuesto. Hablamos de inversión en ciencia y no de gasto; hablamos de que la inversión en CTI a veces lleva 25 o 30 años en ser capitalizada, como dejó bien claro la respuesta a la covid-19, y que no es lo ideal depender de los vaivenes presupuestales; que hay que tener una mirada de mediano y largo plazo; que más que apoyar a la ciencia hay que apoyarse en la ciencia. Tratamos de cierta manera de luchar contra la falsa dicotomía de poner plata en salud, en vivienda o en ciencia: la plata que se destina a la ciencia tiene que contribuir también a la salud, a la vivienda. Tenemos que ver la inversión en ciencia como una inversión transversal. Esa pelea la dimos dialogando con todas las bancadas de todos los partidos. Lo hicimos convencidos de que este es un tema que tiene que ser una política de Estado. El que partidice estos temas le está errando y está siendo muy miope. Me consta que en esto hay transversalidad. Hay gente que apoya la ciencia, la tecnología y la innovación en todos los partidos, como hay gente en todos los partidos que no la entiende o que a veces la usa porque queda bien hablar de eso pero que, cuando llega el momento, no la apoya. Mi experiencia es que hay gente convencida en todos los partidos, y de la otra, también.

En aquella entrevista que hicimos cuando asumieron, Bianchi desafiaba diciendo que la discusión sobre un porcentaje del producto interno bruto (PIB) para la ciencia tal vez no era lo más importante.

Creo que sí. Nunca me gustó pelear por porcentajes, pero llegado el momento, de algo te tenés que agarrar. Hoy estamos en 0,43% del PIB, cuando el promedio de América Latina es 0,70%. La discusión sobre porcentajes es riesgosa. Ahora, por ejemplo, puede haber caído el PIB y la relación entre lo que se invierte en ciencia y el PIB puede haber aumentado. Creo que lo mejor es asociar el dinero a objetivos país, a desafíos o misiones que estructuren el sistema de CTI en construcción, dándole direccionalidad, como se dice ahora, y a presupuestos asignados para eso. De todas formas, entiendo que el reclamo de un porcentaje es una consigna que nuclea. El 1% es un piso mínimo que nos tenemos que plantear en Uruguay.

A ustedes les tocó un Conicyt que tenía que luchar por hacer que otros vieran la importancia de la inversión en ciencia. Uno supone que la próxima presidenta del Conicyt ya tendrá, luego de esta pandemia, el camino más allanado en ese sentido.

Yo creo que la tarea de bregar por el valor de la ciencia es permanente. Y también hay que ser humilde. Creo que vimos que la ciencia es importante, pero también que la problemática de la covid-19 no la solucionamos sólo con ciencia. En un momento fuimos ejemplo a nivel mundial, pero también tuvimos números alarmantes. La complejidad de los temas actuales requiere ciencia, pero la ciencia no resuelve todo. Los problemas requieren del protagonismo de la sociedad, de políticas públicas activas, de un sector empresarial involucrado. La ciencia hizo un camino sobre el que este Conicyt seguro va a trabajar, pero no hay que dormirse en los laureles. Todos los que estamos en la ciencia tenemos el desafío de demostrar que lo que generamos agrega valor y resuelve problemas productivos, ambientales y sociales que nuestra sociedad percibe como relevantes.

¿Qué te quedó en el debe?

Me hubiera gustado avanzar más con el tema del nuevo Pencti. Me hubiera gustado estar este año, contribuir a la elaboración del nuevo Pencti, porque creo que se generó una serie de espacios de intercambio con referentes nacionales e internacionales para crear las condiciones para abordarlo. De todas formas, hay un acumulado, no mío sino del Conicyt, generado con actores de Uruguay, de la región y del mundo. Creo que el nuevo Pencti tiene que abordar, además de los problemas productivos y ambientales, otros temas sociales que nos cuesta asumir o de los que hablamos poco, como el suicidio, la primera infancia, sobre los que la ciencia, la tecnología y la innovación tienen que hacer su aporte.

En Argentina se lanzó la convocatoria “Ciencia y tecnología contra el hambre”, que recientemente anunció que financiará 147 proyectos.

Sí, y en Uruguay acá toda la línea de la innovación para la inclusión social es muy débil. En los sistemas de innovación hay tres racionalidades que coexisten, a veces en conflicto, a veces hibridándose entre ellas. Una es la lógica de contribuir al bienestar social y resolver problemas sociales mediante CTI; otra busca fortalecer los recursos humanos, las capacidades y las infraestructuras de CTI, con énfasis en la ciencia de calidad; la otra busca mejorar la competitividad económica, busca hacer negocios vinculados a la CTI. Tenemos que fortalecer la lógica de los problemas sociales en Uruguay, debería tener más fondos y deberíamos definir en qué problemas vamos a enfocarnos. Tenemos problemas en la primera infancia, tenemos problemas de alimentación, de desnutrición y de obesidad, tenemos problemas de vivienda, tenemos problemas ambientales que necesitamos abordar.

Creo que el nuevo Pencti tiene que ser más riguroso en acotar los problemas y más específico en los instrumentos. Tenemos que simplificar los instrumentos y tenemos que poner énfasis no sólo en el diseño sino también en el seguimiento y la evaluación de las cosas que hacemos. Tenemos que hacer énfasis no sólo en la evaluación de los instrumentos en sí, sino en la evaluación final del impacto. Por ejemplo, en temas ambientales, luego de diez años, ¿logramos mover la aguja en el tema de la erosión del suelo, de la contaminación del agua, de la pérdida de biodiversidad? En los temas sociales, ¿generamos mejores empleos, la oferta tecnológica de Uruguay cambió? ¿Generamos nuevas oportunidades en todo el país? Esa mirada grande y de mediano plazo no la tenemos muy instalada. Evaluamos más los instrumentos. Cuántos proyectos se presentaron a un fondo, cuántos se financiaron, y si el informe final se entregó en tiempo y forma. Pero eso no nos dice si movieron la aguja en resolver algún problema relevante de la sociedad, la economía o el ambiente.

Hace poco salió un artículo, muy criticado, que decía que Uruguay no era eficiente en su gasto en ciencia.

No creo que el problema de la ciencia de Uruguay hoy sea la ineficiencia. Me parece que requiere, sí, más inversión. Sí podemos entre todos coordinar mejor lo que se hace y, sí o sí, definir qué problemas queremos abordar. Tenemos que definir claramente los objetivos para los próximos diez años en un nuevo Pencti y, en función de eso, asignar los fondos y nuclear las mejores capacidades críticas en torno a esos problemas.

Más allá del 1%, tengamos los recursos que tengamos, siempre habría que priorizar algunas áreas en detrimento de otras. ¿En base a qué deberíamos hacerlo?

En eso es fundamental el nuevo Pencti, que defina objetivos claros y alinee a todos los actores en torno a temas relevantes del país. Uruguay tiene un triple desafío: generar riqueza con agregado y captura de valor; mejorar la distribución y la igualdad y hacerlo de forma sostenible. Es importante que, una vez definidos los desafíos que seguramente abordarán algún aspecto de estos tres desafíos, seamos cuidadosos en las asignaciones presupuestales no sólo de la ANII sino de todos los actores del sistema.

Siendo la presidencia del Conicyt un cargo honorario, ¿cuántas veces te arrepentiste de haber aceptado el cargo?

Es un tema que me gusta; soy vocacional de los temas de ciencia, tecnología e innovación. Es un orgullo ser designado presidente de un organismo de este tipo, y por unanimidad, en un ambiente tan diverso y plural. Me gusta leer e investigar sobre estos temas. Fue un equipo de trabajo muy motivador, porque hay que resaltar que el trabajo en el Conicyt fue en equipo. Si bien no me arrepentí nunca, sí creo que le destiné más tiempo que el que me habían dicho los colegas anteriores que me insumiría.

Mercedes Aramendía será la nueva presidenta del Conicyt

En la sesión del lunes 5 de julio, los integrantes del Conicyt votaron quién ejercerá la presidencia por los próximos tres años.

La elegida por mayoría resultó la abogada Mecedes Aramendía, presentada al consejo a instancias de Juan Manuel Dubra, economista docente de la Universidad de Montevideo y representante ante el Conicyt en nombre de Poder Ejecutivo (junto a Susana Pecoy, Catalina Rava, Carlos Martínez y José Moraes) según el decreto firmado por el presiente Luis Lacalle Pou el 19 de mayo.

Aramendía se recibió de abogada en la Universidad de Montevideo, donde es directora y docente del posgrado en Transformación Digital y el Derecho. De 2011 a 2018 fue jefa de relaciones institucionales en Movistar Uruguay y en 2020 fue nombrada por el actual gobierno directora de la Unidad Reguladora de Servicios de Comunicaciones (URSEC).

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