Estamos tan acostumbradas a verlas que a veces no reparamos en las cualidades extraordinarias de las aves. Cuando miramos un chingolo atrevido que viene a robarnos migas, no solemos pensar en él como un sobreviviente del linaje de los dinosaurios, pero al igual que todas las aves modernas proviene de los terópodos, un grupo de dinosaurios carnívoros entre los que se encontraba el mismísimo Tyrannosaurus rex. Claro que las aves provienen de otros parientes bastante más pequeños, que se las ingeniaron para sobrevivir al meteorito que acabó con el período cretácico y cerca de 75% de la fauna existente por entonces.
En otras ocasiones, sin embargo, este parentesco se vuelve más evidente. No en vano tenemos un grupo de aves llamadas raptoras o rapaces (entre las que se encuentran gavilanes, águilas y halcones, entre otros), cuyas garras son un recordatorio claro de las características de los Dromaeosauridae, una familia de terópodos con plumas cuyo integrante más famoso es el velocirráptor. Entre sus varias características aviares se encontraban los tobillos con articulaciones en bisagra, las muñecas articuladas y los dedos orientados hacia delante. Además de las plumas, por supuesto, pese a la imagen estereotipada del enorme velocirráptor con escamas de reptil que nos dejó Jurassic Park.
Quizá es por eso que las rapaces despiertan una fascinación especial dentro del grupo de las aves, tanto para aficionados como para estudiosos. Así le ocurre también al biólogo Washington Jones, encargado de la sección Ornitología del Museo Nacional de Historia Natural (MNHN), aunque su primer deslumbramiento con las aves comenzó en realidad con un par de exóticas palomas coronadas de Nueva Guinea que encontró en el patio de su casa cuando era niño, cortesía de una incursión de su madre por la feria Tristán Narvaja.
Para Jones, la fascinación que ejercen las aves de presa tiene que ver con la fuerza y la potencia que transmiten, su capacidad de volar muy alto y las armas naturales que poseen. Por algo, muchos años atrás, eligió hacer su tesis de doctorado sobre las características de las garras de las aves predadoras. Su pasión y buen ojo para las rapaces sigue intacto, como demuestra un trabajo que publicó recientemente junto a Carlos Calimares y Frederick Pallinger, y que tiene como protagonista a un ave de presa bastante peculiar.
¿Gavilán o grulla?
El gavilán de patas largas (Geranospiza caerulescens) “es muy peculiar como ave de presa”, explica Jones. La etimología de su nombre ya da pistas. Geranospiza en griego significa “gavilancito grulla” (pensemos en las patas largas de la grulla europea). Y carulescens en latín significa “de color azul oscuro o plomizo”.
Para empezar, para ser un ave que se dedica a rapiñar parece modestamente armada: al lado de la mayoría de sus parientes cercanos, no cuenta con un pico robusto y grande. Sus alas tampoco son largas y puntiagudas, un rasgo común en las raptoras, sino más bien redondeadas. Sumado a todo esto, tiene patas demasiado largas para lo que acostumbran las rapaces, que están más preparadas para “perchar” que para caminar. La máxima de las aves se parece a la de algunas aerolíneas de bajo costo –ahorrar peso para volar– y en ese panorama unas extremidades tan largas no figuran como un gran negocio. Pero las de este gavilán esconden un secreto, una adaptación que les brindó la evolución.
“Tiene una especialidad anatómica muy particular. Estas patas superlargas se pueden doblar en direcciones articulares imposibles para la mayoría de las aves. El último segmento de la pata, el tarso, es enormemente móvil. Eso le permite meter la pata dentro de huecos de árboles para capturar pichones u otros animales que se refugian allí. Se mantiene aleteando en equilibrio sobre el tronco, con la pata doblada adentro de un agujero, y así agarra las presas, una escena que caracteriza a este gavilán”, apunta el ornitólogo. Esta peculiaridad es compartida por dos especies en África que son muy lejanas pero que adquirieron este mismo rasgo por convergencia evolutiva (es decir, un rasgo que evolucionó en estas especies de forma independiente).
Si quien lee, incluso si tiene afición por las aves, no recuerda haber visto al gavilán de patas largas, no hay nada de qué extrañarse. Es un animal más bien raro y difícil de ver en Uruguay. Sus registros se dan mayoritariamente al norte del río Negro, usualmente en montes ribereños y de quebrada. La Lista Roja de Aves del Uruguay, de 2012 (de Adrián Azpiroz, Matilde Alfaro y Sebastián Jiménez), señala que pese a estar ampliamente distribuida en Uruguay, es considerada “poco común o rara”. “Se asume que el tamaño de la población uruguaya es menor a 1.000 individuos. Como no se han reportado amenazas específicas y la población seguramente está en conexión con poblaciones en Argentina y Brasil, donde no se la considera una especie amenazada, se disminuyen dos categorías desde vulnerable (VU) a preocupación menor (LC)”, señala el texto, aunque su misma rareza hace que sea difícil evaluar su estado de conservación actual.
Otra peculiaridad de la especie es su gran variedad intraespecífica: se reconocen seis subespecies con diferencias llamativas en todo su rango de distribución, que va desde México a Uruguay.
La variante más grande en tamaño corporal es Geranospiza caerulescens flexipes, que se caracteriza por un plumaje gris-azulado pálido, con barrado (plumaje que contrasta con el resto del color) en zona ventral, garganta y dorso de ala. Esta es la única subespecie registrada hasta el momento en Uruguay, ya que las demás están territorialmente muy alejadas, al menos según lo que consta en los datos que tenemos de su distribución. O eso creíamos, hasta que la verdad saltó no de una rama sino de un cajón.
Mr. Jones abrió la puerta
Washington Jones colabora con Carlos Calimares –guardaparques de los humedales de Santa Lucía, estupendo dibujante y gran amante de las aves– en la elaboración de una guía ilustrada de aves del Uruguay. Si bien se pueden encontrar varias guías fotográficas en el país, la obsesión de ambos es que exista una ilustrada, “que para salir al campo y aprender a distinguir las especies es lo ideal, porque te muestra los detalles que hay que ver”, aclara Jones.
Cuando Washington y Carlos llegaron a la parte de los gavilanes en su proyecto, decidieron revisar los ejemplares del MNHN. Había como para entretenerse, porque la colección de ornitología del museo tiene más de 7.000 ejemplares, que van desde finales del siglo XIX hasta nuestros días.
Cuando analizaban los detalles de las pieles del gavilán de patas largas descubrieron algo raro en una de ellas. “Carlos tenía el contacto del brasileño Frederick Pallinger, que es experto en aves de presa, cetrero y ha hecho guías ilustradas sólo de rapaces. Le mandamos las fotos, comenzamos a analizarlas y empezamos a ver que esa piel correspondía claramente a una subespecie diferente no citada para el país”, cuenta Jones.
Ese ejemplar de la colección, que llevaba allí casi 60 años y que provenía de Paso Campamento (Artigas), tenía una coloración más oscura, no contaba con el barrado blanco en el dorso alar y en la parte superior del pecho y la garganta, y además presentaba bandas anchas ocre claro y negras en la cola. Todas estas características correspondían a la subespecie Geranospiza caerulescens gracilis, no a la forma flexipes. Eso era muy extraño, porque el registro más austral de esta subespecie corresponde al sur del estado de Bahía, en Brasil, a unos 2.500 kilómetros de Uruguay.
Jones, Calimares y Pallinger, entonces, decidieron resolver el misterio recurriendo a una herramienta inexistente en la época en que aquel gavilán llegó a la colección del museo. En busca de otros registros de gracilis en Uruguay, revisaron las plataformas electrónicas en las que se publican fotos de aves. Para ello analizaron concienzudamente todas las fotos de gavilanes de patas largas publicadas en eBird, Ecoregistros y ArgentiNat durante el período 2012-2021 en diferentes departamentos de Uruguay. No todas las fotografías pudieron ser objeto de estudio, ya que a veces la baja iluminación, el ramaje o la distancia no permitían observar detalles del plumaje, pero la revisión de las demás imágenes finalmente dio sus frutos.
Pasión de gavilanes
En su revisión, los autores se toparon con dos fotografías tomadas en Uruguay que mostraban con certeza ejemplares de Geranospiza caerulescens gracilis, en puntos cercanos al registro del que provenía el ejemplar del museo: uno en Bella Unión (Artigas) y otro en Termas del Arapey (Salto). El trabajo iniciado en los cajones del museo se confirmaba: esta subespecie que se creía lejana estaba en realidad entre nosotros, pasando inadvertida.
Confundir subespecies en realidad no es extraño, y no sólo porque ambas tengan un gran parecido. “Con las aves es raro que en un territorio tan pequeño coexistan dos subespecies, pero en este caso se da, las evidencias indican que las dos subespecies están conviviendo más al sur”, comenta Jones.
Por lo tanto, el ejemplar MNHN 1425, de 1962, se reasignó como nuevo registro para Uruguay de la subespecie Geranospiza caerulescens gracilis, sumándose otros dos registros documentados en plataformas electrónicas. Los autores también destacan la posible asignación a esta subespecie de un ejemplar fotografiado en termas del Arapey en 2014, que presenta la coloración oscura esperada pero que no fue captado en una posición que permita la identificación con total certeza.
“Estos hallazgos desplazan significativamente hacia el sur la distribución de la forma gracilis y promueven la observación en el campo del gavilán de patas largas que pueda confirmar la presencia de nuevos ejemplares de la subespecie para Uruguay, Argentina y sur de Brasil. También se destaca la importancia de la información acumulada en las colecciones científicas”, concluyen los autores en el trabajo.
Estas observaciones no son menores. Es probable que este artículo ayude a confirmar nuevos registros de la subespecie de aquí al sur de Bahía, para armar las piezas restantes del puzle de su distribución. Los ornitólogos y observadores de aves estarán seguramente más atentos a las diferencias de coloración y características del plumaje de este carismático gavilán, ahora que sabemos que se encuentra en la región.
Jones insiste además en que el trabajo es una nueva prueba para incluir en la defensa de las colecciones de los museos, por las que él aboga con entusiasmo. “Incluso desde el ámbito científico se las ha criticado, se ha dicho que son vetustas, que son un concepto a dejar de lado o que deberían reducirse sólo a frasquitos de tejidos para hacer genética y punto. Obviamente en este caso fueron útiles para un trabajo de interés regional ornitológico, pero también podés encontrar una nueva especie, o una dispersión que te explique algo de una zoonosis, o un patrón de contaminación a lo largo de los años, cuya respuesta esté encerrada en un armario de una colección”, dice el biólogo.
Jones es consciente de que las colecciones enfrentan críticas por varios flancos, tanto la académica que se preocupa por el gran espacio que ocupan como la posición de animalistas que “legítimamente están preocupados por que se capture por cualquier cosa a los animales”. “Pero a nivel científico debe haber criterios. Cuando se colecta a un animal debe haber una razón relevante y para eso hay un comité de ética de manejo animal. Para la conservación científica hay una frase muy vieja, ‘no se puede conservar lo que no se conoce’, y a veces para conocer hay que capturar y analizar individuos para entender cómo son algunos aspectos que no vas a entender si no hacés biopsias, disecciones, si no dejás un banco de datos temporal. Es necesario, pero claro que tiene que haber criterios para ver cómo se aplica”, reflexiona.
La sección de ornitología del MNHN es un buen ejemplo. Tiene más de 5.000 pieles, una buena colección de huevos, otra de nidos y más de 1.000 esqueletos. “No tengas dudas de que van a seguir saliendo cosas nuevas”, dice Jones con seguridad.
De la rareza a la abundancia: los vigilantes de Montevideo
En octubre de 2017 un hombre caminaba por el parque Villa Biarritz cuando sintió un golpe fuerte en la cabeza, como si le hubieran dado con una piedra. Se dio vuelta pero no vio a nadie. Si hubiera podido, probablemente se habría rascado la cabeza confundido, en busca de su atacante invisible, pero desafortunadamente la tenía bastante lastimada.
Lógicamente, porque el rapiñero era en este caso un gavilán mixto (Parabuteo unicinctus), que en un inusual ataque se había cebado con la cabeza del señor, dejándosela con cortes y un gran chichón. La víctima se descargó en redes sociales contra la Intendencia de Montevideo (IM) por “meter aves rapaces” en la ciudad para eliminar a las palomas, pero lo cierto es que la comuna no tenía la culpa. Washington Jones recuerda que en las redes sociales circularon entonces teorías bastante más ridículas al respecto, como que la IM tenía gavilanes entrenados para identificar a ciudadanos judíos en Villa Biarritz.
Así como el gavilán de patas largas es raro en Uruguay, el gavilán mixto es cada vez más frecuente, especialmente en ámbitos urbanos. Se lo puede ver en pleno centro, vigilando con atención en árboles o columnas, y hasta se lo ha visto cazando en la avenida 18 de Julio. La culpa de esta abundancia es probablemente del humano, pero no por causas tan directas como su reclutamiento y entrenamiento.
“Tiene una presencia cada vez mayor en la ciudad porque evidentemente algo pasó en el campo y algo pasó en la ciudad. Hace unos cuantos años el gavilán mixto aparecía de vez en cuando en Montevideo. Ahora usa perchas en cualquier lado. Esto tiene que ver con el cambio en la dinámica de cómo manejamos algunas cosas, pero es algo que merece ser estudiado en profundidad. Por ejemplo, ver si hay más roedores o si lo que más incide es la abundancia de palomas, que es una presa común del gavilán en la ciudad”, dice Jones.
El ornitólogo agrega que este gavilán es un animal bastante gregario y sabe cazar en grupo. Ese comportamiento está registrado en América del Norte, y si bien no fue observado hasta ahora en nuestro país, podría también estar influyendo en su presencia en la capital, aclara. Entre sus planes a futuro está la posibilidad de realizar un estudio trófico con isótopos de plumas para ver qué están comiendo estos gavilanes en la ciudad, aunque sabe que es un trabajo que requiere juntar muchísimos datos. Lo que es seguro es que no están consumiendo peatones de Villa Biarritz, para tranquilidad de los vecinos. “A veces, por alguna característica de coloración algo les llama la atención, quieren revisar qué es y la forma de hacerlo es a través de las garras, pero es algo muy raro”, tranquiliza Jones.
Artículo: “Primeros registros de la subespecie de gavilán patas largas (Geranospiza caerulescens gracilis) para Uruguay”
Publicación: Historia Natural (2021)
Autores: Washington Jones, Carlos Calimares, Frederick Pallinger.