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Investigadores del CURE tomando muestras en tajamar.

Foto: Clementina Calvo

La charcología, o cuando Uruguay le abre los ojos a Europa

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Trabajo realizado en países de Europa y Uruguay muestra que mientras allá lo que más se valora de charcos, lagunitas y tajamares son sus servicios ecosistémicos, aquí son los beneficios para la producción; el contraste ayuda a incorporar en Europa la dimensión productiva y en Uruguay la idea de que los tajamares podrían ayudar al ambiente y la biodiversidad.

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Primero lo primero: disculpen el neologismo. Como se trata de la sección de ciencia, sé que por más que charcología suene raro no van a pensar que se trata de una práctica de dudosa o nula validez para predecir eventos futuros en la vida de una persona observando un charco, sino de una disciplina que genera conocimiento sobre pequeños cuerpos de agua.

La necesidad de acuñar el término desnuda empero algo relevante: si bien la palabra charco es un poco torpe para abarcar la totalidad del fenómeno estudiado, lo cierto es que prestar atención científica a los cuerpos de agua más pequeños es algo nuevo, tanto en Europa como en Uruguay. Más aún cuando la mirada está puesta en qué tanto pueden aportar, sean naturales o artificiales, a la preservación de la biodiversidad, la mitigación del cambio climático y la restauración de los ecosistemas.

El disparador para pensar en todo esto fue un artículo recientemente publicado, que lleva por título algo así como “¿Beneficios socioeconómicos o ambientales de los ponds? Derivar las preferencias de las partes interesadas mediante el proceso de jerarquía analítica y el análisis de datos de composición”. El trabajo lleva la firma de 13 investigadores de instituciones de Alemania, España, Bélgica, Suiza y Turquía y, por suerte, también de Mariana Meerhoff, del Departamento de Ecología y Gestión Ambiental del Centro Universitario Regional Este (CURE) de la Universidad de la República. ¿Y por qué por suerte? Porque sin la participación de los ponds de Uruguay, los resultados del trabajo hubieran sido muy distintos.

Resumidamente el artículo señala que ya que hay “esfuerzos concertados de la Unión Europea para crear nuevos ponds o para restaurar y preservar los ponds existentes como soluciones basadas en la naturaleza para brindar beneficios al ecosistema y al bienestar humano”, se lanzó el Proyecto EU Ponderful, en el que “se estudian pondscapes [paisajes de ponds] seleccionados en ocho países diferentes para comprender de manera integral sus características y su eficiencia para proporcionar servicios ecosistémicos”. Ya profundizaremos en qué son los ponds y cuál es la mejor manera de traducirlos. Por ahora, digámosles charcos y a los pondscapes, charcopaisajes.

El asunto es que a los europeos les gusta hacer las cosas bien, al menos formalmente. Y entonces, ya que se está promoviendo la creación de nuevos charcos o la restauración de los que sobreviven en un continente donde la urbanización, la industria y la producción agropecuaria dejaron pocos rincones sin grandes afectaciones, a la gente de este proyecto les pareció que “las necesidades y el conocimiento de las partes interesadas que poseen, trabajan, investigan o se benefician de los charcopaisajes también son importantes, debido a sus capacidades para crearlos, administrarlos y desarrollarlos”. Así que con esa idea se pusieron en contacto con estas partes interesadas “para estudiar sus preferencias y visiones” acerca de los charcos naturales y artificiales de Suiza (65 ponds), Alemania (12), Turquía (60), Reino Unido (170), España (23), Bélgica (50), Dinamarca (44) y Uruguay (20).

Mediante diversas herramientas, entre ellas el proceso de jerarquía analítica, buscaron extraer conclusiones sobre las expectativas y visiones diversas de gente diversa. Y a lo que llegan es a que “las partes interesadas en los sitios de muestreo europeos y turcos prefieren los beneficios ambientales a los beneficios económicos”, puntuando alto, entre ellos, “los beneficios de la biodiversidad, como el mantenimiento del ciclo de vida, la protección del hábitat y del acervo genético”, mientras que “las partes interesadas en los sitios de muestreo uruguayos clasifican más altos los beneficios económicos”, como el de “aprovisonamiento, porque muchos ponds en los sitios uruguayos se utilizan con fines agropecuarios”.

Ante este resultado contrastante, que deja a los europeos como altruistas y a los uruguayos como productivistas, pero además, ante la idea de que promover los charcos artificiales siempre es bueno, algo que la ciencia de nuestro país viene demostrando que no siempre es así –la proliferación de embalses y tajamares artificiales afecta los regímenes hídricos y resulta una guardería de cría de cianobacterias, entre otras cosas–, salimos a conversar con Mariana Meerhoff, única autora uruguaya del artículo y una de las personas que más se destacan en el mundo en el ámbito de la Ecología en Evolución, según el portal de ciencia Research.com.

Nombres, traducciones y la mirada local

Lo primero que le pregunto a Mariana es cómo traducir tanto ponds como pondscapes. Le cuento que vengo manejando lo de charcos y charcopaisajes, a sabiendas de que en realidad, en Uruguay, esos “charcos productivos” estudiados en realidad son tajamares.

“No hay traducción que esté buena. Nosotros estamos usando la palabra en inglés, porque en español no estamos encontrando un término que realmente sirva para transmitir a lo que se refiere”, dice hasta tentada.

“Los ponds no son charcos, charcos para mí son los de Peppa Pig, una cosa muy pequeña”, señala. “Cuando se habla de charcos en trabajos de aquí, son un poco sí los de Peppa Pig o un poquito más grandes, que son, por ejemplo, los que hay en la zona de Rocha. Pero en este trabajo, si bien puede haber charcos, se está hablando de pequeños laguitos”, sostiene, frunciendo el ceño al decir laguitos, porque la palabra tampoco le cierra.

En el artículo definen los ponds como “pequeños cuerpos de agua con una superficie de entre un metro cuadrado y 2-5 hectáreas, que pueden ser permanentes o estacionales, naturales o artificiales”. El asunto es que para nosotros entra allí un amplio abanico de cuerpos de agua a los que llamamos de distintas maneras, desde los charcos temporales donde viven los curiosos peces anuales, pasando por pequeños lagos artificiales, canteras que se llenaron de agua o, como es el caso de los 20 ponds uruguayos que fueron incluidos en este trabajo, los tajamares que se realizan para darle agua al ganado.

“Salió un video de difusión del proyecto Ponderful y yo tenía que hacer la traducción al castellano. A lo largo del video voy usando distintos sinónimos para que lo de pond tenga sentido en distintos países”, cuenta. En momentos, entonces, les dice estanques, aunque no le cierra: “Estanque para mí es el del fondo de una casa, con las carpas y los nenúfares, y nunca en la naturaleza le llamaría estanque a nada, pero en algunos países sí usan estanque”. “Entre estanque, charca, charco, laguito, que suena medio peyorativo, aguada, tajamar cuando son artificiales... hay un montón de términos y ninguno explica bien todo lo que abarca el término pond. Así que no te puedo contestar cuál es la mejor forma de traducir pondscape”, dice Mariana con toda sinceridad.

En el grupo de trabajo los pondscapes o charcopaisajes se definen como una “red de ponds distribuida espacialmente en una matriz terrestre y su conectividad”. Para colmo, esto se enmarca en el proyecto EU Ponderful, que suma un juego de palabras al juntar pond (estanque, charca, charco, laguna, laguito, aguada, tajamar) y wonderful (maravilloso).

“Hicimos un trabajo con estudiantes de la Licenciatura de Gestión Ambiental del Centro Universitario Regional del Este [CURE] para este proyecto y ellos lo llamaron tajamarful”, ríe Mariana. Pero la cosa no es tan graciosa: “No sólo no queda muy bien para traducir, sino que acá los ponds no son tan wonderful si son artificiales, y ese es un tema que sistemáticamente discuto con los colegas europeos, porque ellos están en la onda de que hay que construir ponds artificiales para recuperar biodiversidad”, cuenta.

Viva la diferencia

El gran enfoque de este proyecto se hace en los servicios ecosistémicos que estos charcos-tajarmares-ponds pueden brindar y, a la vez, en esa cosa que puede sonar un poco alienígena para nosotros, que es la de las soluciones basadas en la naturaleza para atacar problemas ambientales. Si bien a los europeos esta suma de crear charcos y soluciones a problemas ambientales se les da fantástica, aquí las cosas son distintas.

“Europa ya pasó todo el proceso de desecamiento y pérdida de humedales para la agricultura y la urbanización, que es lo que ahora estamos viviendo sarpadamente en Uruguay. Entonces tienen paisajes agrícolas, paisajes urbanos y áreas naturales, todo más o menos claramente delimitado”, dice Mariana.

“A partir de la legislación europea, la Directiva Marco del Agua, todos los países miembros de la Unión Europea tenían la obligación de alcanzar un estado de buena calidad de sus aguas para 2015”, reseña, contando que tras su impulso a finales de los 90, en los 2000 los países europeos hicieron muestreos para ver cuál era la calidad ambiental de sus aguas y tener una línea de base, y para 2015 un cierto porcentaje de sus aguas tenían que cumplir con estos estándares de buena calidad ambiental. “Después hay otras directivas, una de aves y hábitats para promover la biodiversidad, por ejemplo, y ahora en estos días se estaba discutiendo una Ley Marco de Restauración de la Naturaleza. Entonces, ese marco legal impone que todos los países tienen que alcanzar esos niveles de biodiversidad o de calidad de agua o de recuperación de naturaleza degradada, tienen que hacer lo que tengan que hacer para alcanzar esos estándares, si no empiezan a cobrarles a la interna de Europa”, sostiene.

“Las soluciones basadas en la naturaleza buscan alcanzar estándares de calidad de agua y biodiversidad que imponen las leyes europeas, no con infraestructura gris, sino tratando de recuperar, restaurar o reconstruir”, dice Mariana, dejando claro el marco que rodea el proyecto.

“En lo que refiere a los ponds, en muchos lugares donde antes hubo laguitos y humedales y ahora hay agricultura, los vuelven a construir con el fin de que vuelvan a ser un foco de biodiversidad en paisajes agrícolas. Les llaman ghost ponds, ponds fantasmas”, cuenta. Pero acá la cosa es totalmente distinta.

“Uruguay está en una fase masiva de construcción de estos sistemas, de tajamares y acopio de agua, y todos los colegas de Europa me dicen que les parece buenísimo. Pero no, les explico, acá se construyen para sostener la producción agropecuaria y no para recuperar biodiversidad”, comenta. “Entonces en este proyecto, en el que Uruguay es el único país no europeo, siempre estamos llamando la atención de que miren que hay otros procesos, u otras motivaciones, que generan distintos impactos ambientales, sociales y económicos”, agrega. Por eso decidieron deliberadamente trabajar con tajamares.

“Elegimos trabajar sólo con sistemas artificiales para tratar de llenar ese vacío de información, de cuáles son los impactos, porque sabemos que muchos pueden ser inóculos de cianobacterias, otros pueden ser inóculos de especies invasoras, y no hay ninguna protección legal de estos sistemas ni hay protocolos ambientales de cómo tienen que hacerse”, complejiza Mariana. Según cuenta, hay ciertos protocolos agronómicos para que acumulen más agua y mantengan una calidad que evite impactos sanitarios al ganado. “Pero muchas veces esos protocolos no se cumplen y de hecho ha habido mortandad de ganado en ocasiones”, comenta.

“Seleccionamos tajamares que fueran relativamente antiguos, con más de diez años de construidos, cosa que den tiempo para que los procesos de colonización y dispersión hayan ocurrido, y entonces tengan comunidades establecidas y funcionen más o menos parecido a un sistema natural”, agrega.

Si bien para este trabajo reportan lo que sucedió en 20 tajamares, están estudiando 30 que se distribuyen en cinco zonas. Dos zonas están en Rocha, una en el área protegida de la laguna Garzón y otra está cerca de La Pedrera. Las otras tres zonas están en Maldonado, una por Manantiales, otra en la Sierra de los Caracoles y la última en Valle del Cordillera, cerca de Aiguá. “En cada una de esas zonas hay tres tajamares de alta intensidad de uso y tres de baja. Casi todos son ganaderos, pero hay algunos que tienen usos recreativos”, completa Mariana.

“Estamos comparando los patrones de biodiversidad, desde fitoplancton, plantas acuáticas, zooplancton, peces, invertebrados y anfibios, calidad de agua y de emisiones de gases de efecto invernadero, si emiten o secuestran carbono. En Uruguay esos son los grandes focos que elegimos, ver cómo la intensidad de uso del suelo impacta en los servicios ecosistémicos de estos ecosistemas artificiales”, resume brillantemente. Pero en este trabajo, se fijaron en las expectativas de las partes interesadas.

Mariana Meerhoff realizando muestreo

Foto: Clementina Calvo

Viendo el pond medio vacío o medio lleno

En la investigación que nos convoca se realizó un relevamiento para ver qué era lo que los usuarios y gente vinculada a los ponds-charcos-tajamares-estanques-laguitos valoraban de esos sistemas.

“Hubo otro contraste grande. En Europa, en muchos lugares la gente va a pasear, sale de caminata, de trekking, por lo que hay ponds, paisajes con laguitos, que tienen cientos de visitantes. También costó transmitirles que acá donde están esos tajamares prácticamente no hay nadie, es todo en medio de la nada. En algunos de los lugares vas a tener una casita y vas a tener un productor, o puede haber una chacra marítima, como en la zona de Manantiales, pero nadie va a pasear por esos tajamares”, cuenta Mariana. “Entonces el aporte social que pueden tener esos ecosistemas en Uruguay (además de lo productivo) no pasa por el disfrute, sino más en servicios a nivel ambiental, si secuestran o no carbono, si generan buena calidad de agua, o por el contrario, si son una fuente de contaminación, de cianobacterias o de especies invasoras. Y está el desafío de ver cómo eso se enmarca en esta política de Uruguay de promover la construcción de estos tajamares”, señala.

Si sacamos los tajamares de Uruguay de este artículo científico, una vez más la ciencia del norte quedaría encapsulada y se perdería la posibilidad de ver otras realidades. El peligro además de esto es que muchos países del sur consumen la ciencia del norte. Y si la ciencia del norte dice que meter ponds por todas partes hace bien para preservar la biodiversidad y mitigar el cambio climático, algún despistado podría pensar que eso también podría aplicarse en nuestros países, donde justamente la construcción de embalses y tajamares está ocasionando problemas.

“En Europa están en esa onda de construir ponds porque se perdió todo y entonces hay que rehacer. Lo que sucede en Uruguay es interesante, porque, por un lado, estamos destruyendo sistemas acuáticos, estamos desecando humedales, estamos fragmentando ríos, y por otro, estamos construyéndolos con este incentivo de hacer tajamares. Tenemos una dualidad preocupante en cuanto al vínculo con el agua. Y no estamos construyendo tajamares para compensar los humedales que secamos, sino que se hacen con otro fin y en otros lugares. Aquí la proliferación de ponds artificiales no es que compensa pérdidas de los ecosistemas”, reflexiona.

“Lo que sí estamos viendo es que la intensidad de uso del suelo y el manejo hacen una enorme diferencia. No es que llegue a compensar, pero bien manejado y con baja intensidad de uso del suelo, los tajamares podrían llegar a hacer contribuciones a la biodiversidad, porque justamente tenemos menos cantidad de agua por toda esa extracción productiva que se está haciendo. La clave es la intensidad productiva de la cuenca”, agrega.

“También es interesante que esos resultados, que para el grupo pueden ser obvios, para los productores, e incluso para los tomadores de decisión, son una sorpresa, porque los tajamares no están considerados un ecosistema”, añade. Es que el tema promueve una apertura para pensar las cosas de otra manera.

Enriqueciéndose hacia ambos lados

El trabajo es interesante porque enriquece tanto la mirada a estos ponds de los europeos como la mirada nuestra a los tajamares. El asunto no es si está bien o está mal crear ponds artificiales. El asunto es ver qué hay en ese territorio, qué había, qué estamos haciendo y hacia dónde queremos ir. “Y ya que estamos haciendo estos ponds, ver cómo los hacemos para no generar más problemas”, señala Mariana.

La mirada europea nos hace ver que, ya que los tajamares aquí existen y van a seguir existiendo, podemos agregarles la dimensión ambiental. Es decir, además de que sirvan para darles agua a los animales, podemos ver cuándo además de eso le hacen bien al resto del ecosistema, cuándo no, de qué maneras y todo eso. Aquí estamos a años luz de pensar que los tajamares, además de ser algo productivo, pueden prestar otros servicios ecosistémicos útiles.

“Justamente es lo que queremos demostrar. Si bien hay productores agroecológicos, hay productores de ganadería regenerativa y gente que tiene otro vínculo con el ambiente y que le interesa la conservación, son los menos. La mayoría de los productores ve a los tajamares como una herramienta, así como tiene el tractor, tiene el tajamar”, coincide. Pero este problema de visión no es privativo de los productores.

“A nivel de los tomadores de decisión está la idea de que los tajamares son chiquitos y se da una dualidad sobre qué tanto mal pueden hacer si son chiquititos y qué tanto bien pueden hacer si son chiquitos”, dice Mariana. Pero muchos chiquitos hacen fuerza.

“Estimamos que en Uruguay hay 170.000 tajamares, de acuerdo a las capas de información geográfica del Observatorio Ambiental Nacional. 170.000, a un promedio de media hectárea y distribuidos por todo el país, no es algo tan chiquito”, lanza Mariana.

En el trabajo, probablemente basado en datos del norte, se señala que los ponds representan entre 30% y 50% de las aguas quietas o estancadas, es decir, de todas aquellas que no están corriendo, como sería el caso de la de los ríos. “Por eso, el aporte de este proyecto es ese del pondscape, o sea, mirar el paisaje, de no perderse mirando cada cuerpito de agua perdido si es bueno o malo, sino que hay un efecto cuando lo mirás con esa mirada desde el paisaje. Ahí ves la contribución no sólo en la cantidad de agua que acumulan, sino en la biodiversidad, las emisiones y otras cosas”, cuenta.

“Si los cuerpos de agua pequeños emiten o secuestran carbono es algo que se empezó a estimar hace muy poco a nivel internacional, no más de cinco años, porque los cuerpos de agua chiquitos estaban siendo completamente ignorados. Por ejemplo, lo de la legislación europea que intenta proteger las aguas, aplica para lagos de más de 50 hectáreas. Según esa normativa, salvo en la zona mediterránea, todo lo que tenga menos de 50 hectáreas podría desaparecer completamente, no tiene ninguna protección en la ley marco europea”, señala.

“En Uruguay tampoco hay disposiciones legales que afecten a estas aguas, por su pequeño tamaño. Aquí se monitorean los sistemas grandes y los que tienen una importancia social o productiva clave, pero estos sistemas son prácticamente dejados de lado”, dice. Y tampoco le saca nada a la jeringa: “desde la academia también los dejamos de lado. Hasta que me invitaron a este proyecto, no se me había ocurrido meterme con los tajamares, porque también tenía ese mismo preconcepto de qué aporte podían hacer sistemas artificiales en un medio productivo a la biodiversidad o los ecosistemas”, dice con toda sinceridad.

“Este proyecto deconstruyó mi prejuicio. Hoy veo que hay algunos tajamares que, con buenas condiciones de manejo (por ejemplo, evitando el acceso directo del ganado), bajando la intensidad del uso del suelo, sí pueden contribuir. De cierta manera, llegamos más o menos a la misma conclusión que nuestras contrapartes de Europa. Con otro tipo de sistemas y, aunque sean artificiales, aunque tengan estos manejos, pueden contribuir a la biodiversidad. Y pueden incluso hacer aportes al secuestro o disminuir la emisión de carbono”, dice Mariana.

Así como aquí nos quedamos con la idea de agregar la dimensión ambiental a los tajamares productivos, allá pueden haber tomado también la idea de agregarles la dimensión económica a tajamares que están cumpliendo servicios ecosistémicos.

“También les interesa toda esa discusión sobre qué herramientas económicas se podrían aplicar en cada lado. Europa es muy del subsidio explícito. Acá las cosas muchas veces son inmateriales, o tenés multas que son inexistentes. Entonces esa comparación también de ver cómo hacés en cada lado, qué herramientas implementar, si es el convencimiento de los involucrados o es un apoyo material o un apoyo económico, o la falta de multa, o el préstamo de maquinaria, o tener acceso a otros préstamos si cumplen con ciertos parámetros. Eso también está muy interesante y se va a tomar el caso de Uruguay justamente por lo distinto”, comenta Mariana.

“A ellos Uruguay les sirve para ampliar la mirada y tener ejemplos bien contrastantes que les permiten, y a nosotros también, encontrar las luces y sombras de cada lado. Es como un espejo que te refleja otra cosa”, reflexiona Mariana. “Ver cómo se hace lo mismo en otros lugares te permite volver, mirar lo tuyo y decir qué puede andar acá, qué no, qué cosa de lo de acá está buena y cuál no. Si no tenés ese cruce con otros, es muy difícil poder tener ese aprendizaje”, sintetiza.

Como ven, con la participación de Mariana y del grupo de investigación del CURE, la charcología mundial se fortalece. Y una vez más, nuestra ciencia anda por lo alto.

Financiación local

“El proyecto este tiene todas esas patas europeas, pero una cosa importante es que tenemos también el apoyo de la CSIC” dice Mariana al respecto del proyecto que ganaron en la Comisión Sectorial de Investigación Científica de la Universidad de la República. “Debido a eso podemos complementar y agregar cosas que no hubiéramos podido hacer, y de esa forma participación de Uruguay en este trabajo tiene más sentido” comenta.

“Gracias a esta financiación estamos haciendo talleres con los productores y con técnicos del Ministerio de Ambiente y del Ministerio de Ganadería, del INIA y las intendencias, más que nada la de Rocha, y vas viendo cómo va cambiando un poco la cabeza” dice Mariana

“En la medida que ya vamos unas tres reuniones en las que mostramos los resultados, se empieza a ver cierto cambio en la percepción, de decir que capaz que entonces los tajamares pueden servir para otra cosa, que capaz que hay que prestarles atención, o que tal vez sea buena idea salir a monitorearlos” agrega.

“Si se los ve como que no tienen nada para aportar, nadie va a salir a monitorear tajamares. Gracias a esta línea estamos mostrando que sí, que por un lado pueden aportar y por otro lado, hay serios problemas que no considerábamos, entre ellos, que pueden tener emisiones importantes de metano, o que tenés sistemas muertos. Llegamos a ver tajamares en Laguna Garzón, dentro del área protegida, que son sistemas muertos. No necesariamente tienen cianobacterias, a veces sí, a veces no, pero son focos de diversos problemas porque eso permea y por más que tengas una matriz de área protegida, podés tener problemas puntuales que después se desparraman al resto del sistema” sostiene Mariana.

Artículo: “Socio-economic or environmental benefits from pondscapes? Deriving stakeholder preferences using analytic hierarchy process and compositional data analysis”
Publicación: Journal of Environmental Management (junio 2023)
Autores: Hoang-Tien Vo, Maria Vrachioli, Fabian Frick, Johannes Sauer, Sandra Brucet, Lluís Benejam, Thomas Mehner, Pieter Lemmens, Beat Oertli, Aurélie Boissezon, Meryem Beklioğlu, Antoine Dolcerocca y Mariana Meerhoff.

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